Para alimentarse, los flamencos rosados, Phoenicopterus roseus, visitan estacionalmente las lagunas costeras de la península de La Guajira.



La apariencia de los manglares es la de una formación vegetal monótona y hasta cierto punto malsana; generalmente despide un olor fuerte y desagradable y da la impresión de ser impenetrable por la maraña de raíces, troncos y ramas retorcidas. ¡Qué contraste con la selva tropical, donde en una pequeña porción de bosque es posible encontrar innumerables especies de árboles y de otras plantas! Sin embargo, al mirar más de cerca, especialmente si el nivel de la marea está bajo, se aprecia un ecosistema rebosante de vida: un cosmos repleto de pequeños seres con variadas e inesperadas formas; algunos se aferran a raíces que tienen forma de zancos, otros cuelgan de las ramas o se desplazan enérgicamente sobre ellas, muchos se ocultan en el barro y abundan los que se desprenden y salen volando, reptando o nadando a través de los charcos o del fango.
Los bosques de mangle se extienden a lo largo de unos 11.000 kilómetros de línea costera en los continentes e islas de nuestro planeta. Aunque esa extensión puede parecer una cifra exorbitante, la verdad es que no representa más del 1,6 % de las costas del mundo. Además, si se tiene en cuenta que la anchura del cinturón de manglar que bordea las costas rara vez supera los 2 kilómetros, la superficie total ocupada equivale apenas al 0,001 % de la emergida de nuestros continentes e islas, una proporción insignificante. No obstante, constituye uno de los ecosistemas más productivos y complejos de la Tierra, pues configura redes alimenticias muy intrincadas, que involucran un sinnúmero de especies, tanto marinas como terrestres.
Los mangles, ingenieros de un ecosistema
Aunque por lo general los manglares son arbustales o bosques de extensión y altura modestas, conformados esencialmente por unas pocas especies leñosas, el ecosistema al que dan lugar puede alcanzar una sorprendente complejidad estructural y funcional, que es la base de una prodigiosa gama de bienes y servicios ecosistémicos de los cuales se beneficia una población considerable, tanto local como regional y global. En efecto, detrás de su uniformidad y aparente simpleza se esconde un universo de procesos físicos, químicos y biológicos que, a pesar de que son imperceptibles a simple vista, en conjunto son responsables del funcionamiento de una maquinaria prodigiosa que produce alimentos, combustibles, medicinas, materia prima para la construcción y, a la vez, filtra las aguas contaminadas, protege la costa contra la erosión y almacena el carbono atmosférico.
Los ecólogos denominan especies fundamentales a aquellas que juegan un papel esencial en la conformación de una comunidad biológica. Estas pueden asimilarse a las columnas que dan soporte a los demás elementos estructurales de un edificio, pues sin su concurso no podrían existir ciertos ecosistemas. Así como los corales fundamentan un arrecife coralino y los pastos marinos dan origen a una pradera submarina, los árboles de mangle son el componente primordial del manglar. Las especies fundamentales juegan el papel de ingenieros ecosistémicos porque modifican físicamente su entorno, no solo para beneficiarse a sí mismas, sino para crear y mantener hábitats que utilizan otros organismos y brindar una serie de beneficios al ser humano.
Por su localización en el litoral, los manglares son el lugar de encuentro de una amplia variedad de organismos, tanto del mar como de la tierra, que ocupan y aprovechan la tridimensionalidad de los espacios que estos ofrecen por encima y por debajo del nivel del agua. Allí se interconectan diversos sistemas terrestres y marinos y la energía y los nutrientes fluyen del uno al otro gracias a la acción de las mareas, a la difusión de sustancias químicas y a los flujos entre componentes bióticos y abióticos.
La biomasa vegetal se define como la cantidad de carbono almacenado en el bosque, producto de la actividad fotosintética de las plantas, y suele discriminarse según el espacio donde se encuentra en un determinado momento: la biomasa aérea está representada por las partes vivas de las plantas que están por encima del nivel del suelo —follaje, ramas, troncos, frutos y flores—; la subterránea corresponde a las raíces; la materia muerta o necromasa es la «basura» vegetal acumulada sobre el suelo —hojarasca, ramas, fragmentos de cortezas, flores y frutos—; y la biomasa del suelo es la materia orgánica descompuesta que se ha ido almacenando subterráneamente, dentro del suelo mismo del bosque.
La medición de la biomasa total de un bosque es una tarea muy compleja y dispendiosa, pues implicaría cosechar de raíz todos los árboles en un área determinada, recoger toda la «basura» y remover el suelo hasta la capa más profunda que contiene carbono orgánico. Luego, tendría que secarse todo ese material hasta extraer completamente la humedad, proceder a pesarlo y, finalmente, aplicar un factor de conversión para obtener el contenido de carbono. Para obviar todo eso existen técnicas forestales que estiman la biomasa vegetal en los distintos compartimentos por separado o en porciones de estos, como por ejemplo la biomasa foliar, valiéndose de algoritmos que combinan los valores de mediciones puntuales de la talla y envergadura de los árboles, el peso de las hojas que caen por unidad de tiempo y otras variables.
La biomasa de los manglares varía según el tiempo que lleva establecido el bosque, las especies que lo conforman y las condiciones específicas del lugar. En términos generales, los de las costas tropicales cuentan con mayor cantidad de biomasa aérea que los de las zonas subtropicales. En general, la biomasa aérea tiende a aumentar a medida que el bosque de mangle se adentra en terrenos firmes. En manglares bien desarrollados, conformados por árboles de gran porte, se han estimado cifras de biomasa aérea que superan las 400 toneladas por hectárea.
Las cadenas alimenticias tejidas por la red trófica de los manglares dependen en gran medida de la transformación de la biomasa vegetal y del reciclaje de los detritos. Mediante la fotosíntesis, los árboles y las demás plantas asociadas con estos bosques convierten la energía solar en biomasa. La eficiencia de ese proceso, denominado producción primaria, depende de las cantidades de luz incidente, de agua y de nutrientes, recursos que suelen ser abundantes en los lugares donde se desarrollan, gracias a lo cual figuran entre los ecosistemas más productivos del mundo. Una hectárea de manglar vigoroso está en capacidad de producir por año alrededor de 10 toneladas de nueva biomasa, lo que significa que en cada metro cuadrado de suelo se puede acumular cada año aproximadamente un kilogramo de «basura» vegetal u hojarasca, y esta es precisamente la principal contribuyente al proceso que desencadena una de las redes tróficas más complejas que se conocen.

Los manglares almacenan gran cantidad de carbono, principalmente como materia orgánica acumulada en el suelo.
La cadena alimenticia

La hojarasca acumulada sobre el suelo de los manglares desempeña un papel ecológico muy importante.
Las hojas de los mangles son duras, saladas, amargas y poco nutritivas, por lo que pocos animales se alimentan de ellas cuando están verdes, salvo algunas orugas, ciertos cangrejos, y eventualmente las iguanas. Sin embargo, cuando envejecen y caen se convierten en la principal fuente de detrito del ecosistema. Las enormes cantidades de «basura» que se producen en un manglar —hojarasca, ramitas, flores, frutos, fragmentos de cortezas, cadáveres y desechos orgánicos de animales— constituyen la base de la red trófica, junto con los nutrientes que aportan los ríos y las mareas. En estos bosques el ambiente cálido y húmedo del suelo favorece la proliferación de microorganismos que aceleran su descomposición.
Tan pronto como la «basura» se deposita en el suelo encharcado o sumergido, una variedad de organismos se encarga de fragmentarla y descomponerla. Hongos, bacterias y algas se adhieren a las partículas de detrito, y pequeños crustáceos y otros animalitos se suman para formar una comunidad en miniatura. Cuando las hojas de mangle caen al suelo inundado por la marea, rápidamente adoptan una coloración amarillenta-rojiza y comienzan a ser atacadas vorazmente por bacterias y hongos; al cabo de unos días, sobre su superficie suelen aparecer manchas de color rosado brillante que revelan la presencia de un hongo de textura viscosa que las desintegra por completo en poco tiempo. Esos microorganismos degradan la celulosa de las hojas en proteína y azúcares simples, y a la vez reciclan nutrientes como nitrógeno, fósforo, azufre y hierro, que quedan disponibles para los mangles. Cuando las hojas se desprenden del árbol contienen apenas un 3 % de proteína, pero una vez descompuestas por la acción microbiana, esta llega a ser entre el 20 y el 25 % de su peso original, un excelente alimento para diversos animales, principalmente larvas de crustáceos —camarones, cangrejos, langostas— y pequeños peces como los topotes de manglar, de la familia Poeciliidae.
El reciclaje de nutrientes realizado por los microorganismos descomponedores sustenta el crecimiento tanto de algas, plancton y otros organismos pequeños como de los mangles mismos. Varias especies de camarones y de peces utilizan los manglares como criadero de larvas y juveniles —salacuna—; algunos consumen detrito en descomposición, y a su vez sirven de alimento a peces más grandes y a otros animales carnívoros de tamaño pequeño a mediano —consumidores de segundo nivel—. Estos, en última instancia, son cazados por depredadores más grandes —consumidores de tercer nivel— como garzas, cormoranes, águilas pescadoras, barracudas, tiburones, babillas, cocodrilos y seres humanos. El fitoplancton y el zooplancton juegan roles muy importantes en esta red trófica, al ser consumidos ávidamente por peces e invertebrados que se alimentan filtrando el agua a través de sus branquias; entre estos se destacan las lisas o lebranches, las anchovetas, las esponjas, los mejillones, las ostras y los gusanos poliquetos, así como animales carroñeros —algunos caracoles, cangrejos y estrellas de mar—, que desempeñan un papel clave al acelerar la descomposición de los detritos.
Esquema simplificado de la red trófica de un manglar.
Un ecosistema generoso
Los ecosistemas no son comunidades aisladas, y los manglares no son la excepción; están conectados a otros adyacentes mediante la recepción y el envío de materiales y nutrientes a través del aire, los ríos y el mar, o por intermedio de animales consumidores que los visitan transitoriamente.
Uno de los efectos clave en la producción en toda la red trófica del manglar es el intercambio de materia con los ecosistemas vecinos, en particular con los estuarios, praderas de pastos marinos y arrecifes de coral; este depende de la cantidad producida por el manglar y el flujo entre los sistemas es generado por las mareas y por el movimiento de animales. Aunque la mayoría de los manglares son exportadores, algunos pueden retener casi toda su producción.
La relación entre el promedio mundial de la producción primaria de los manglares y la estimación de sus exportaciones ha permitido tasar la contribución de este ecosistema a los océanos en términos de carbono: esta es de alrededor del 11 %de la proveniente de fuentes terrestres. Además, sus emisiones de gas carbónico, metano y otros gases a la atmósfera representan aproximadamente el 24 % de las de todos los ecosistemas costeros del mundo. Salta entonces a la vista que la cantidad de gases y de carbono orgánico —detritos y biomasa— generada por los manglares es desproporcionada con respecto al área que ocupan. Es por ello que su importancia no radica únicamente en ser un ecosistema productivo y diverso, capaz de autosostenerse, sino que, gracias a su existencia, otras comunidades biológicas adyacentes resultan beneficiadas con las subvenciones de materia, energía y hábitat que reciben de este.

Incontables especies de invertebrados y peces se benefician de la gran productividad y de los hábitats de crianza y refugio que ofrecen los manglares.
Morada de plantas y animales

La majagua, Hibiscus tiliaceus, es un arbusto que crece frecuentemente asociado a los manglares.
La elevada productividad del manglar y la cantidad de hábitats y microhábitats que se configuran dentro de él, tanto sobre, como bajo el nivel del agua, despliegan una prodigiosa variedad de nichos ecológicos aptos para el aprovechamiento de gran cantidad de recursos físicos, químicos y biológicos —luz, agua, nutrientes, alimentos, sustrato—, que hacen que casi todos los grupos de organismos estén presentes en este ecosistema. Aquellos que efectivamente intentan formar parte de las comunidades del manglar deberán contar con adaptaciones o estrategias que les permitan tolerar o esquivar los desafíos que imponen las fluctuaciones de nivel del agua, la salinidad y la temperatura, así como hacer frente a la inestabilidad y consistencia acuosa del suelo.
Aparte de los mangles y otros árboles comúnmente asociados, en estos bosques, especialmente en áreas de clima lluvioso, suelen abundar las epífitas —plantas que viven sobre otras plantas— como bromelias, orquídeas, líquenes y macroalgas, estas últimas adheridas a las raíces sumergidas de los mangles.
Entre los vertebrados, los anfibios son el único grupo que no figura con buena representación en los manglares, debido quizás a que su reproducción no es posible en agua salobre. En todo caso, la presencia de muchas especies de fauna, tanto residentes como visitantes, resalta la importancia de este ecosistema para la biodiversidad de una región.
El manglar es el hogar permanente de gran cantidad de especies; para muchas otras solo lo es durante alguna etapa específica de su vida, como la de desove, la de larva o la juvenil. Los peces y los crustáceos decápodos —cangrejos, langostas y camarones— son los principales grupos de macrofauna que visitan transitoriamente el manglar, mientras que los moluscos —caracoles, mejillones, almejas— y diversos gusanos —poliquetos, sipuncúlidos, equiúridos— predominan entre las especies residentes.
Es innumerable la fauna que obtiene alimento en el manglar. Diversos insectos voladores, orugas y hormigas se alimentan de las hojas, flores, frutos y partes leñosas de los mangles y demás plantas asociadas; varios de ellos actúan también como polinizadores. Los mamíferos que incursionan con mayor frecuencia en busca de alimento son algunos roedores, el mapache manglero o cangrejero, murciélagos, perezosos, osos hormigueros y monos. Los manglares más extensos del mundo, los Sundarbans, en la costa sur de Bangladesh, son uno de los últimos bastiones del más emblemático de los felinos: el tigre de Bengala.
Dada su abundancia y atractivo, las aves son el grupo de animales terrestres más conspicuo del manglar, donde encuentran los insectos, moluscos, crustáceos, peces y semillas que constituyen su alimento; garzas, ibis, pelícanos y cormoranes anidan en las ramas de los árboles y varias especies migratorias hacen escala durante sus viajes. El colibrí colirrufo visita comúnmente los manglares de Centroamérica, Colombia y Ecuador en busca del dulce néctar del mangle piñuelo, cuyas flores, de paso, poliniza; un pariente cercano, el colirrufo manglero, es endémico de la costa del Pacífico de Costa Rica. Entre los reptiles, la iguana verde acostumbra consumir los brotes tiernos del mangle negro y utiliza sus frondas verdes para camuflarse mientras descansa. Algunas serpientes arborícolas incursionan ocasionalmente en busca de huevos de aves e insectos, y en las orillas de los canales que permanecen siempre inundados, las hembras del caimán aguja o cocodrilo americano depositan sus huevos sobre montículos que construyen con barro y luego recubren con material vegetal.
Diversos peces y crustáceos utilizan el manglar como hábitat de cría. Damiselas, pargos, roncos, meros y róbalos, además de la barracuda, pasan su etapa juvenil en el laberinto que forman las raíces sumergidas del mangle rojo, donde encuentran refugio de los depredadores y abundante alimento. Una vez alcanzan la madurez sexual, lo abandonan para pasar el resto de su vida en las praderas submarinas, en los arrecifes de coral o en ambientes de mar abierto a mayor profundidad. Las larvas y postlarvas de los camarones también se desarrollan en los manglares y se alimentan de los detritos del suelo fangoso, antes de migrar hacia los fondos de la plataforma continental.
Un ecosistema que ofrece muchos beneficios
Alrededor de 210 millones de personas en el mundo viven a menos de 10 kilómetros de un manglar y disfrutan de los beneficios que les brinda, aunque probablemente no todas sean conscientes de la importancia que representan esos bosques costeros para su bienestar. Los servicios ecosistémicos de abastecimiento, de soporte y culturales son los más relevantes a nivel local y regional, mientras que a escala global son los de regulación, principalmente la del ciclo del carbono y el reciclaje de nutrientes.
Este ecosistema es irremplazable y único; alberga una asombrosa diversidad de organismos y se encuentra entre los cinco más productivos del mundo, con niveles que superan los de muchos sistemas agrícolas. De él dependen las pesquerías por su invaluable papel como área de desove y de cría para muchos peces y crustáceos. Forman una barrera que reduce la energía del oleaje y amortigua el impacto de las marejadas, los huracanes y los tsunamis. Con ello también favorecen la sedimentación, la retención de partículas del fondo marino del litoral, y por consiguiente controlan la erosión y estabilizan la línea costera. Así mismo, contribuyen a prevenir las inundaciones y filtran la entrada de material suspendido y contaminante proveniente de otros ecosistemas. Desde el punto de vista cultural, su importancia radica en el vínculo tradicional de muchas comunidades costeras con los recursos que les brinda, y además en muchos casos han contribuido a forjar su modus vivendi. Cuando un manglar se destruye, muchas personas pierden una importante fuente de subsistencia e ingresos, y además una parte de su cultura.
A pesar del consenso en torno a su excepcional importancia, no resulta fácil comprender las formas en que los manglares mejoran el bienestar humano, ni encontrar la manera de darlo a conocer para que se tome conciencia de la importancia de su conservación. Cuando este conocimiento se obtenga, los gobiernos podrán tomar decisiones mejor fundamentadas con respecto a proyectos que implican intervenciones significativas en la naturaleza y con los cuales se pretenda obtener ganancias económicas a costa de perder los beneficios que otorga. El enfoque más difundido para expresar la utilidad de los ecosistemas es el de la valoración económica ambiental, que emplea una serie de herramientas para calcular el valor de los diferentes servicios en términos monetarios.
Un estudio realizado por investigadores de la Universidad Técnica de Viena (Austria) a partir del análisis de 250 ejercicios de valoración económica de manglares alrededor de todo el mundo, publicado en 2020, la estimó, en términos de servicios ecosistémicos, en aproximadamente USD 1.648.000.000, lo que significa que el valor que brinda anualmente una hectárea es en promedio de USD 21.000. Por supuesto, esta cifra varía considerablemente en función de los contextos demográfico, social, cultural y económico del lugar, de forma que en áreas remotas y aisladas tal vez no sobrepasa los USD 12, pero en otros lugares alcanza cifras que superan los USD 1.400.000. Los manglares del estado de Florida, por ejemplo, son muy valorados debido al importante papel que desempeñan en la amortiguación de los impactos de los huracanes, en el turismo y en las pesquerías; solo en este último aspecto, se estima que de ellos depende directamente el 90 % de los ingresos producidos por la pesca comercial y deportiva del estado. En cualquier caso, se debe tener muy claro que cualquier cifra o valor económico logrado, aunque resulte ilustrativo, es completamente subjetivo porque las variables que condicionan los servicios ecosistémicos dependen de interacciones sinérgicas que cambian en escalas espaciales y temporales. Además, cualquiera de los servicios interactúa con los demás, puesto que forma parte del modelo multidimensional de un ecosistema muy complejo.
En virtud del reconocimiento generalizado de la importancia de los servicios que ofrecen los manglares, es innegable que se trata de un ecosistema estratégico, aunque este atributo es asignado por una persona o un grupo social determinado, según sus intereses y su dependencia respecto de los beneficios que les aporta. Desde el punto de vista político-ambiental, cuando un ecosistema es considerado como estratégico, es porque se reconoce su utilidad y surge la necesidad imperiosa de procurar su conservación para mantener, mejorar o recuperar los servicios que presta. En el caso de los manglares, muchos países, como Colombia, los han incluido dentro de su lista de ecosistemas estratégicos, en los cuales se deben priorizar acciones de manejo sostenible y conservación.

Muchas especies de crustáceos decápodos, incluyendo las jaibas, Callinectes spp., residen en los manglares o los visitan transitoriamente.