De las acciones que se emprendan en los próximos años para mitigar los efectos del cambio climático dependerá el bienestar de las generaciones futuras.



Desde hace siglos se ha sabido que los bosques anfibios de la interfase tierra-mar brindan beneficios a las comunidades asentadas a lo largo de las costas tropicales y subtropicales, pero solo hasta hace pocos años se comenzó a reconocer su verdadero valor estratégico para el futuro del planeta, por la importante función que desempeñan en la mitigación de los efectos del cambio climático.
Es evidente que nuestro planeta atraviesa actualmente una serie de puntos de inflexión y que los próximos años van a determinar las condiciones ambientales y de vida de las generaciones venideras. Los bosques entre la tierra y el mar han perdido gran parte de su cobertura, incluso más que muchos otros ecosistemas forestales, lo que ha tenido repercusiones no solo para las comunidades locales, sino también para el planeta en general. Zonas de criadero de peces han sido remplazadas por estanques efímeros para acuicultura y se han perdido tierras, viviendas e incluso vidas humanas, al paso de tormentas y huracanes que han devastado áreas donde antes los manglares actuaban como barreras naturales. Además, este ecosistema es el más efectivo en el mundo por unidad de área, para capturar y almacenar carbono, y por lo tanto las pérdidas de cobertura boscosa y de suelos en áreas de manglar han contribuido significativamente al aumento de las concentraciones de gases de efecto invernadero en la atmósfera.
En los últimos años el auge del conocimiento científico ha dado origen a una oleada de acciones de protección y restauración de estos bosques y a un aumento significativo de la cantidad de áreas protegidas, lo cual ha generado la esperanza de recuperar en buena medida la cobertura y la calidad de los servicios ecosistémicos que brindan.
Hacia un aprovechamiento sostenible
En septiembre de 2015, 193 países adoptaron la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible: una hoja de ruta para aliviar la pobreza mundial, fomentar el desarrollo social y económico y, ante todo, promover la gestión integrada de los sistemas naturales, la cual consta de 17 objetivos, los llamados Objetivos de Desarrollo Sostenible —ODS—. En ese contexto, la importancia de restaurar y proteger los bosques de la transición tierra-mar está claramente reflejada en el ODS 14, que se centra en gobernar de manera sostenible nuestros océanos y costas, y reconoce además el inmenso valor que significan los manglares para las comunidades locales. Su conservación y restauración contribuyen a lograr otros propósitos, que incluyen: eliminar la pobreza y el hambre —ODS 1 y 2—, garantizar los medios de vida y el crecimiento económico —ODS—, adoptar medidas contra los impactos del cambio climático —ODS 13— y detener la pérdida de biodiversidad —ODS 15—.
Con la restauración de los bosques costeros se recuperan ecosistemas extremadamente productivos que brindan hábitats y áreas de cría a gran variedad de especies, muchas de las cuales proporcionan alimento a las comunidades locales; también producen materiales maderables y no maderables que los pueblos costeros pueden comercializar para obtener ingresos económicos si la extracción se hace de manera racional. Además, su conservación y restauración apuntan directamente a los objetivos relacionados con la adaptación y mitigación de los efectos del cambio climático, puesto que, además de ser sumideros de carbono muy eficientes, amortiguan el impacto de tormentas y huracanes y fortalecen la resiliencia de las costas frente a los efectos de las marejadas ciclónicas y el aumento del nivel del mar.
A pesar de los impactos negativos que se han derivado de la globalización, esta ha dado origen al intercambio y a la transferencia de conocimientos útiles para el aprovechamiento racional y el manejo sostenible de los ecosistemas. Durante años, multitud de organizaciones no gubernamentales, grupos comunitarios, centros de investigación, universidades y agencias de diversos gobiernos han trabajado alrededor del mundo en pro de la conservación de los manglares; sin embargo, muchos de esos esfuerzos han resultado infructuosos y no han tenido mayor influencia en las políticas públicas. Precisamente, para remediar la situación de aislamiento y descoordinación de tales iniciativas, en 2018 se creó la Alianza Global por los Manglares —GMA, por sus siglas en inglés—, una asociación de más de 25 organizaciones que busca facilitar el intercambio de información, aumentar la conciencia sobre el valor de estos bosques, incidir en las políticas internacionales sobre clima, desarrollo y conservación de la naturaleza y promover la inversión de recursos para la restauración de los manglares.
Los procesos de restauración deben crear oportunidades, a fin de que las comunidades se involucren en la planificación y puesta en marcha de proyectos de conservación y aprovechamiento sostenible. Son muchas las iniciativas que se han originado en esta dirección en diversos lugares del mundo, incluida Colombia, cuyos resultados exitosos permiten vislumbrar un futuro esperanzador.
Los procesos de restauración deben crear oportunidades, a fin de que las comunidades se involucren en la planificación y puesta en marcha de proyectos de conservación y aprovechamiento sostenible. Son muchas las iniciativas que se han originado en esta dirección en diversos lugares del mundo, incluida Colombia, cuyos resultados exitosos permiten vislumbrar un futuro esperanzador.

La restauración de los manglares permite recuperar hábitats únicos que brindan refugio a innumerables especies marinas y terrestres. Esponjas de fuego, Tedania ignis, recubren raíces sumergidas de mangle colorao.
Conservar lo que aún queda: un imperativo

En Colombia han sido declaradas 21 áreas protegidas que incluyen alguna extensión de bosques transicionales entre la tierra y el mar. Espátulas rosadas, Platalea ajaja, en el Santuario de Fauna y Flora los Flamencos.
En el transcurso de los últimos 20 años, los manglares han pasado de ser uno de los ecosistemas que más rápido estaba disminuyendo su cobertura, a ser uno de los mejor preservados. Actualmente, alrededor del 42 % de sus remanentes se encuentra dentro de áreas protegidas legalmente constituidas, aunque debe reconocerse que los niveles de protección real varían mucho según la eficiencia con que se manejan esas áreas.
Desde el punto de vista regional, la mayor cobertura de manglares en áreas protegidas corresponde a Suramérica, donde casi tres cuartas partes están cobijadas por ellas. Por el contrario, apenas un 13 % de los de Asia oriental, y solo un 9 % de los de las islas del Pacífico forman parte de áreas de conservación, aunque las formas tradicionales de uso de estos ecosistemas en esa región contribuyen parcialmente a su preservación.
El hecho de estar dentro de un área protegida no garantiza que las medidas de conservación que se implementan sean efectivas. En muchas de dichas áreas se siguen produciendo pérdidas de cobertura y degradación del ecosistema, y aunque en algunas pueda deberse a fenómenos naturales, como la erosión costera o el paso de huracanes, en diversos lugares son causadas por la mala gestión o la falta de capacidades, lo que impide la aplicación de las normas o la implementación adecuada de los planes de manejo. A menudo, los daños son provocados por actividades humanas que se realizan fuera de las áreas protegidas, ya sea alterando los flujos de agua, aumentando la erosión o cortando los aportes de sedimentos.
Aunque la conservación mediante la declaración de áreas protegidas es la más extendida y puede ser muy eficaz, existen otras formas que desempeñan un papel importante. La propiedad comunitaria de los manglares, por ejemplo, suele derivar en planes y acciones de manejo sostenible. Varios mecanismos financieros también se utilizan cada vez más para asegurar a largo plazo la conservación de los bosques, al otorgar recursos a los gobiernos o a las comunidades, a cambio de mantener y proteger la cobertura vegetal, la captura de carbono u otro servicio ecosistémico, como ocurre con la Reducción de las Emisiones de la Deforestación y la Degradación de Bosques —REDD+—, impulsada por la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático.
En Colombia han sido declaradas legalmente 21 áreas protegidas que incluyen dentro de sus límites bosques transicionales entre la tierra y el mar, 15 de ellas en el Caribe y 6 en el Pacífico; 12 forman parte del Sistema Nacional de Parques Nacionales Naturales, bajo las figuras de Parque, Vía-parque, Santuario de Fauna y Flora, y Distrito de Manejo Integrado, mientras que la administración de las otras 9 recae en las autoridades ambientales regionales —Corporaciones Autónomas Regionales, CAR—, bajo las figuras de Parque y Distrito de Manejo Integrado. En conjunto, estas áreas cobijan aproximadamente el 90 % de los manglares de la costa del Caribe, alrededor del 60 % de los del Pacífico, y lamentablemente ninguna extensión de guandales. Cada área protegida enfrenta amenazas de diversa índole y magnitud, y la eficiencia de las medidas de manejo para contrarrestarlas varía considerablemente según la dimensión de las amenazas, el contexto socioambiental del área y la capacidad de la autoridad ambiental correspondiente.
En Colombia han sido declaradas legalmente 21 áreas protegidas que incluyen dentro de sus límites bosques transicionales entre la tierra y el mar, 15 de ellas en el Caribe y 6 en el Pacífico; 12 forman parte del Sistema Nacional de Parques Nacionales Naturales, bajo las figuras de Parque, Vía-parque, Santuario de Fauna y Flora, y Distrito de Manejo Integrado, mientras que la administración de las otras 9 recae en las autoridades ambientales regionales —Corporaciones Autónomas Regionales, CAR—, bajo las figuras de Parque y Distrito de Manejo Integrado. En conjunto, estas áreas cobijan aproximadamente el 90 % de los manglares de la costa del Caribe, alrededor del 60 % de los del Pacífico, y lamentablemente ninguna extensión de guandales. Cada área protegida enfrenta amenazas de diversa índole y magnitud, y la eficiencia de las medidas de manejo para contrarrestarlas varía considerablemente según la dimensión de las amenazas, el contexto socioambiental del área y la capacidad de la autoridad ambiental correspondiente.
La restauración, una opción alentadora
La protección y conservación de la cobertura boscosa remanente son una prioridad, no solo para salvaguardar los hábitats de miles de especies y los recursos de los que dependen muchos habitantes de las costas, sino como una estrategia para mitigar los efectos del aumento del nivel del mar y un medio para reducir las emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera. Dadas las dramáticas pérdidas que han sufrido estos bosques en muchas áreas, y reconociendo los grandes beneficios que brindan, la opción de restaurarlos donde se han perdido o degradado representa una extraordinaria oportunidad para incrementar la captura y el almacenamiento de carbono.
Ya sea por razones técnicas o financieras, la restauración, en el sentido de devolver al ecosistema su funcionalidad completa, tal y como era originalmente o muy similar a la que tenía antes de ser erradicado o degradado, resulta a veces imposible. Algunos usos intensivos e inadecuados del suelo han provocado daños irreversibles y, a menudo, solo permiten recuperar algunos de los servicios del ecosistema —rehabilitación—, o solo es posible transformarlo en otro ambiente que pueda brindar unos servicios valiosos, aunque diferentes de los originales —recuperación—. Debido a la falta de conocimiento técnico, a la interrupción de las acciones, a la mala planificación o selección equivocada de los lugares que deben ser colonizados por las distintas especies de mangle, y al desconocimiento de los requerimientos particulares de cada una de ellas para prosperar —nivel de agua, salinidad, nutrientes—, no pocos proyectos de restauración han fracasado, no solo a escala local por iniciativa de las mismas comunidades y con escasos recursos, sino también en grandes extensiones, con una considerable inversión de recursos y mediante la siembra de millones de propágulos y plántulas de mangle.
La restauración es un proceso a largo plazo que se puede implementar de muchas maneras. En algunos casos solo es cuestión de eliminar una amenaza en particular o de dejar que la naturaleza misma, sin intervención humana, se encargue de restablecer las condiciones para una regeneración autónoma. De manera alternativa, puede requerirse de intervenciones dirigidas, como recuperar la conectividad hidrológica, el equilibrio de sedimentos o las condiciones del suelo. Aunque la dispersión de propágulos o la siembra de plántulas de mangle —forestación— es la práctica más extendida y puede acelerar la ganancia de cobertura boscosa, no es necesariamente la que debe predominar en las iniciativas de restauración.
A partir de la década de 1990 se han adelantado múltiples experiencias de recuperación de manglares en Colombia, la mayoría de ellas con el concurso de comunidades locales y casi todos con resultados exitosos. Cuando se ha requerido de acciones de reforestación y revegetalización, los viveros construidos y mantenidos por los pobladores han resultado fundamentales para el suministro de plántulas. Por ejemplo, hace más de 20 años, los viveros comunitarios y el trasplante de plántulas de mangles rojo, negro, blanco y nato hicieron posible la rehabilitación y restauración de algunas áreas en el departamento de Nariño —Tumaco, Salahonda, Francisco Pizarro—, las cuales habían sido deforestadas por extracción excesiva de madera y por la instalación de estanques para camaronicultura. Otras experiencias muy exitosas son las que se han practicado en las islas y costas del Caribe con el fin de recuperar áreas donde los manglares habían cedido espacio a granjas de acuicultura —sectores de la península de Barú, bahía de Barbacoas, delta del canal del Dique— o estaban en avanzado estado de degradación por deforestación —delta del río Sinú, bahía de Cispatá, islas del Rosario, isla de San Andrés, entre otras—. Varios de tales procesos iniciados, incluso en la primera década del presente siglo, no solo se han traducido en beneficios palpables para las comunidades, sino que forman parte de los planes de manejo ambiental vigentes.
El aumento en el conocimiento científico, la expedición de leyes y normas que regulan la explotación de los manglares y las diversas acciones de restauración llevadas a cabo en el país desde la década de 1990, con el fin de contrarrestar y remediar la pérdida de estos valiosos ecosistemas, han hecho de Colombia una de las naciones pioneras en la protección de estos bosques anfibios, como lo reconocen la Alianza Global por los Manglares y otras organizaciones internacionales. En la actualidad se cuenta con un conjunto de lineamientos para emprender acciones de restauración ecológica de manglares, los cuales pueden ser desarrollados por autoridades ambientales, empresas privadas, organizaciones no gubernamentales y organizaciones comunitarias.

La restauración de los bosques entre la tierra y el mar posibilitará la preservación de muchas especies que habitan en este medio. Cangrejo tasquero, Goniopsis cruentata.
De la mano de la gente

La repoblación del caimán aguja, Crocodylus acutus, forma parte del plan de manejo del Distrito de Manejo Integrado Cispatá, La Balsa y Tinajones, en el Caribe colombiano.
Si se considera que en muchos lugares las comunidades tienen una fuerte dependencia de los recursos proporcionados por los bosques costeros, es inaplazable su compromiso para el éxito de las iniciativas de conservación y restauración, puesto que al involucrarse en los proyectos contribuyen a lograr la sostenibilidad de los ecosistemas y al mismo tiempo resultan beneficiadas en términos de seguridad alimentaria, trabajo y calidad de vida.
Proporcionarles a las comunidades la oportunidad de participar y aportar sus conocimientos tradicionales en el diseño de proyectos y en la toma de decisiones para el manejo de los bosques incrementa su entendimiento de la problemática y fortalece el sentido de pertenencia y compromiso, factores fundamentales para lograr los objetivos de todo proceso relacionado con el manejo de recursos naturales. Está ampliamente demostrado que las áreas protegidas más efectivas son aquellas que cuentan con el apoyo y la participación de las comunidades locales. Dondequiera que la población perciba los beneficios y participe en la formulación e implementación de los planes de manejo, prácticamente se asegura un uso sostenible y la conservación de los bosques.
Quizá el mejor ejemplo de manejo participativo de áreas de manglar en Colombia es el del Distrito de Manejo Integrado Cispatá, La Balsa y Tinajones, en el departamento caribeño de Córdoba, área declarada como tal en 2006 y que actualmente alberga más de 11.000 hectáreas de manglar, de las cuales casi la mitad se han dividido en 13 sectores que son aprovechados por la población a través de asociaciones organizadas, siguiendo un plan concebido y concertado con la autoridad ambiental de la región. De la extracción sostenible y la comercialización de madera de mangle viven alrededor de 400 familias asentadas en varios poblados de los municipios de San Antero, San Bernardo del Viento y Lorica. El manejo forestal del área está complementado con programas de reforestación, repoblación de fauna silvestre —incluyendo el caimán aguja—, cultivo de ostras, ecoturismo comunitario, producción de miel de mangle y carbono azul, lo que la convierte en un área modelo internacional, en términos de gestión comunitaria de ecosistemas de manglar.
Recientemente se han iniciado procesos similares a este en otras áreas de la costa del Caribe, como en la ciénaga de Tesca y la Ciénaga Grande de Santa Marta. En la del Pacífico se están implementando varios planes comunitarios de manejo de manglares, como en los Distritos Regionales de Manejo Integrado del Golfo de Tribugá-Cabo Corrientes y en el Encanto de los Manglares del Bajo Baudó, los cuales cuentan con el acompañamiento de la autoridad ambiental y de organizaciones no gubernamentales.
Con respecto a los guandales, el manejo forestal comunitario, un esquema que busca el uso planificado y diversificado de los bosques por parte de las poblaciones locales, ha permitido conseguir el equilibrio entre la conservación de la cobertura boscosa y la extracción de madera con el fin de mejorar los medios de vida de las comunidades que dependen de ese recurso en varios sectores de la costa del departamento de Nariño, donde se concentra la mayor superficie con este tipo de cobertura forestal.
Una pérdida de bosques en cualquier lugar del mundo representa una reducción significativa de los servicios ecosistémicos que brindan, tanto para las comunidades locales como para toda la humanidad, desde recursos maderables y pesqueros hasta secuestro de carbono y protección de la línea de costa. La protección de la cobertura remanente de manglares debe ser una prioridad tanto local como regional, nacional y global, como lo deben ser también su restauración y recuperación a fin de facilitar la regeneración natural y la forestación de nuevos terrenos a medida que el ascenso del nivel del mar y los procesos sedimentarios modifiquen las costas.
El último informe del Panel Intergubernamental de expertos sobre el Cambio Climático —IPCC—, dado a conocer en agosto de 2021, nos obliga a tomar decisiones y medidas urgentes para hacer menos graves los impactos derivados del calentamiento global, que está ocurriendo a un ritmo mayor que el previsto. En tal sentido, el mantenimiento o, mejor aun, el aumento de la cobertura de manglares representa una contribución importante. La pandemia de covid-19 también ha puesto de manifiesto la necesidad de recuperar el equilibrio con la naturaleza, y la senda en esa dirección hace necesario permitir que ella misma lleve a cabo su proceso de recuperación, si es preciso con nuestra ayuda, pero ojalá sin interferir en aquello que la naturaleza diseñó y perfeccionó a lo largo de millones de años.