
Un ambiente en riesgo


En las temporadas secas la demanda de agua de los cultivos agroindustriales suele reducir los caudales de las corrientes pequeñas y medianas de la parte baja de la cuenca del río Magdalena.
Los humedales de la depresión Momposina tienen la capacidad tanto de amortiguar las inundaciones durante las épocas de lluvias como de retener las aguas cuando se presentan las sequías, además de proveer un hábitat a las especies silvestres y generar los medios de vida a las comunidades ribereñas; esta condición se afecta drásticamente por factores tanto externos como internos. Entre los externos están: la deforestación en la zona andina; la construcción de embalses para la generación de electricidad aguas arriba del Cauca y del Magdalena; la minería del oro en el bajo Cauca antioqueño, y el cambio climático global. Los internos incluyen la expansión de la frontera agropecuaria; la caza de especies silvestres; la construcción de obras de infraestructura que obstaculizan la conectividad entre ríos y ciénagas; la expansión urbana; la minería en algunas quebradas cerca de la ciénaga de Ayapel, y el vertimiento de aguas residuales domiciliarias.
Cada evento climático extremo hace más notoria la vulnerabilidad de los pobladores y la pérdida de su capacidad de adaptación, lo que aumenta el riesgo de desastres y hace necesarias intervenciones integrales que solucionen problemas estructurales, que al mismo tiempo promuevan actividades económicas acordes con la vocación de los suelos y la dinámica de los ríos, caños y ciénagas. Es prioritario hallar soluciones basadas en la naturaleza, como recuperar la vegetación en las orillas de las corrientes de agua y rehabilitar caños y canales para restablecer esa condición natural de amortiguación hídrica que históricamente ha tenido la región. Sin duda, aunque se podría construir una infraestructura de protección contra las inundaciones, o sistemas de riego para enfrentar las temporadas de sequía, esas soluciones deben estar acompañadas de acciones decididas para restaurar los ecosistemas; impulsar un desarrollo social y económico sostenible; fortalecer las capacidades de los municipios en la gestión del riesgo de desastres; y propiciar procesos de gobernanza en los cuales los actores locales asuman un papel más protagonista en la gestión ambiental del territorio.
Así lo plantea el Documento Conpes 4076 de 2022, en el cual el Departamento Nacional de Planeación presentó los proyectos de inversión para reducir el riesgo de desastres en La Mojana.
La deforestación en la zona andina
Restrepo y Escobar (2018) revisaron las tendencias del transporte de sedimentos en la cuenca del río Magdalena entre 1980 y 2010, y las compararon con aquellas de las precipitaciones y el uso de la tierra. Los resultados indican que durante esos 30 años la erosión en la zona andina se incrementó severamente y que el aumento en la sedimentación registrado por los tributarios coincidió con la mayor deforestación. Tanto la pérdida de un 40 % de la cobertura vegetal en el período evaluado como la ampliación en un 65 % del área agrícola y de pastos explican por qué, si las precipitaciones no fueron más altas, sí se incrementó el flujo de sedimentos. En un escenario en donde casi todo el bosque de la cuenca ha desaparecido y los eventos climáticos extremos son cada vez más frecuentes e intensos, el transporte excesivo de sedimentos es preocupante, pues al depositarse en las llanuras aluviales y en las ciénagas, estas disminuyen su capacidad de almacenar el agua en temporadas de lluvias, que es cuando el riesgo de inundaciones y de ruptura de diques es mayor.

El incremento en la deforestación en la zona andina ha hecho que el flujo de sedimentos que se depositan en las llanuras aluviales y las ciénagas aumente, con lo que se disminuye su capacidad para almacenar agua en las temporadas de lluvias y se aumenta el riesgo de inundaciones.

La construcción de centrales hidroeléctricas a lo largo de la cuenca del Magdalena afecta la conectividad hidrológica y altera el transporte de sedimentos, el flujo de genes, nutrientes y organismos acuáticos, e impide las migraciones de los peces.
Centrales hidroeléctricas
La cuenca del río Magdalena tiene un gran potencial para generar energía eléctrica, y de hecho produce la mayor parte de la que consume el país. Sin embargo, las centrales hidroeléctricas afectan las conectividades tanto longitudinales (entre hábitats de las zonas bajas, medias y altas del río) como laterales (entre el río, las ciénagas y las planicies aluviales) y verticales (entre las aguas superficiales y las subterráneas). Esas grandes presas alteran el transporte de sedimentos —lo cual genera cambios en la morfología del cauce— y afectan el flujo de genes, nutrientes y organismos acuáticos; además intensifican las tasas de cambio de los caudales diarios y alteran la temporalidad de los eventos de inundaciones y de aguas bajas. Si están construidas por debajo de los 700 msnm pueden afectar a los peces, que dependen de señales ambientales como las variaciones en los niveles y velocidades del agua para migrar o desovar.
Uso del suelo
En la depresión Momposina el uso inadecuado del suelo se manifiesta en que la mayor parte de este se ha dedicado a la ganadería extensiva, y en que la agricultura comercial no tiene proyectos tecnológicos adecuados para respetar y preservar la capacidad productiva de los suelos. En algunos sectores la agricultura demanda grandes cantidades de agua para los sistemas de riego, lo cual, aunque no representa un problema significativo durante los meses húmedos, sí constituye una amenaza durante la temporada seca, ya que reduce los caudales de las corrientes pequeñas y medianas ubicadas en zonas semiáridas de la parte baja de la cuenca del Magdalena, lo mismo que el flujo de agua del canal principal, lo que favorece la sobrepesca, disminuye la navegabilidad y provoca estrés hídrico en la vegetación de las riberas.
Para el riego de cultivos agroindustriales, como los de palma de aceite, se han desviado los canales, lo que ha secado las ciénagas y ha interrumpido su comunicación con el río impidiendo la entrada de larvas de peces migratorios. En muchos lugares las malas prácticas agrícolas han generado degradación de suelos; drenaje deficiente; compactación y disminución del contenido de materia orgánica; aumento en la erosión, y contaminación de aguas superficiales y subterráneas con agroquímicos.
En ese sentido, es necesario detener la tala del bosque para expandir la frontera agrícola; evitar la compactación del suelo con la maquinaria pesada; reducir los procesos erosivos; controlar el uso indiscriminado de fertilizantes y biocidas que contaminan el agua; brindar soluciones para la adecuada disposición de desechos agroindustriales como la cascarilla de arroz, y en general diversificar los modelos de explotación agrícola para adecuarlos a la capacidad productiva de la tierra, minimizar los impactos ambientales sobre humedales y proteger los hábitats de la fauna silvestre.
El sobrepastoreo y el consumo excesivo de forraje, generados por la ganadería extensiva, también están degradando los suelos. El ingreso de ganado a los playones durante el verano suscita conflictos entre ganaderos, campesinos y pescadores porque afecta la calidad del agua para el consumo de las familias ribereñas, daña los nidos de babillas e hicoteas, compacta el suelo, disminuye su capacidad para retener el agua y aumenta la escorrentía. La cría de búfalos, que se ha extendido al noroccidente de la ciénaga de Ayapel, hacia el río San Jorge, ha provocado la remoción de los bosques que había entre pequeños espejos de agua.
Campesinos y pescadores rechazan la privatización de las tierras comunales y protestan contra el «derecho de ciénaga» que reclaman los propietarios de las grandes haciendas, porque les impide cultivar y pescar durante el período de aguas bajas. En este contexto es muy importante aplicar una herramienta como el catastro multipropósito en el que está avanzando el país, pues los municipios necesitan conocer el tamaño de los predios, sus linderos, la aptitud de los suelos, los conflictos entre su uso actual, y su capacidad productiva natural y su valor comercial, a fin de iniciar un reordenamiento del territorio y de las actividades productivas para preservar los servicios ambientales de los ecosistemas; proteger la flora y la fauna; garantizar la seguridad alimentaria de los pobladores; disminuir la vulnerabilidad de las comunidades ribereñas frente a las inundaciones; e identificar estrategias de adaptación al cambio climático para los distintos sectores productivos.

Los cultivos de palma africana se han extendido por la región, y a veces llegan hasta la orilla de los caños, que deberían estar bordeados por bosques para mantener las dinámicas hidrológicas naturales, conservar la biodiversidad y reducir el riesgo de desastres.

Campesinos y pescadores protestan contra el «derecho de ciénaga» que reclaman los propietarios de las grandes haciendas ganaderas, porque les impide cultivar y pescar en los playones durante el período de aguas bajas.
Construcción de obras de infraestructura
En la depresión Momposina se han adelantado diversas obras de ingeniería con el propósito de adecuar tierras para agricultura y ganadería y controlar las inundaciones; entre ellas se destacan diques, jarillones, muros de contención, taponamiento de caños naturales, apertura de caños artificiales y levantamiento de terraplenes viales. Sin embargo, muchas de estas obras han causado daños irreparables al ecosistema, pues al desestabilizar los sistemas hidrobiológicos se alteraron los caudales de los ríos y la velocidad de recarga y descarga de la capa freática, con la consecuente mengua de la biota asociada con los humedales. Al aumentar el área de playones y disminuir los espejos de agua se ha impedido el recambio de peces migrantes y se ha reducido la capacidad de los humedales para retener el agua, lo cual aumenta el riesgo de inundaciones. Cuando las ciénagas se secan, pierden su capacidad de retención de sedimentos y afectan el abastecimiento de agua potable a los acueductos; en algunas el nivel ha bajado tanto, que ya no son viables como vías de comunicación.
La entidad encargada de la adaptación al cambio climático —Fondo de Adaptación— propuso sustituir las murallas y motobombas que actualmente se utilizan en los municipios de La Mojana para protegerse contra inundaciones, por terraplenes parciales, que son más eficientes en la rehabilitación de las ciénagas y en el restablecimiento de sus conexiones, lo cual reduce el nivel del agua durante las inundaciones.
En la búsqueda de soluciones efectivas, actualmente se insiste en la necesidad de desarrollar una infraestructura verde basada en los ecosistemas y enfocada en la adaptación al cambio climático. Entre las propuestas para la depresión Momposina se destaca la rehabilitación de caños para mantener las dinámicas hidrológicas naturales y gestionar adecuadamente las temporadas de sequía e inundación, con lo cual se reduce el riesgo de desastres. Esa rehabilitación, además de considerar aspectos hidrológicos e hidráulicos, tiene en cuenta el registro histórico de los eventos extremos, hace un análisis integral de las amenazas para los municipios y comunidades, e identifica áreas en donde se pueden hacer intervenciones como la eliminación de bloqueos, la remoción y disposición adecuada de los sedimentos, el confinamiento o la sustracción de los buchones y la rehabilitación de la vegetación de las orillas, aspectos esenciales para la regulación del microclima.
También se ha pensado en la conservación de muchas especies animales, el mantenimiento de la calidad del agua, la retención hidráulica y el embellecimiento del paisaje. Sin duda, el trabajo de Pérez et al. (2021) en el caño Pasifueres, en La Mojana, es una medida de adaptación que valdría la pena considerar.
Calidad del agua
Uno de los problemas ambientales más graves de Colombia es la contaminación del agua en la cuenca del río Magdalena. En la depresión Momposina la calidad del agua varía según los caudales del río; por lo general, en época seca la situación se torna tan crítica, que la corriente pierde la capacidad de autodepuración natural, con lo que se afectan la biodiversidad y la posibilidad de potabilizar el agua. Las causas son especialmente antrópicas: vertimientos directos aguas arriba de aguas residuales domiciliarias; falta de tratamiento de residuos industriales; mala disposición de residuos sólidos; minería del oro; uso intensivo de compuestos químicos en los sectores agrícola y pecuario; y construcción de represas y otras obras civiles a lo largo del río, que alteran los caudales. Los contaminantes se encuentran tanto en los sedimentos como en las aguas de las ciénagas y en las aguas corrientes y subterráneas; sus efectos pueden ir desde afectaciones al plancton y el bentos hasta alteraciones genéticas, neurológicas, fisiológicas y reproductivas en la fauna, e incremento de la morbimortalidad de las poblaciones ribereñas.
En el río Magdalena las principales fuentes de contaminación son: hidrocarburos, organoclorados, organofosforados, metales pesados y materia orgánica con sus patógenos asociados. Los hidrocarburos proceden de descargas accidentales y de la extracción ilegal o las voladuras del oleoducto Caño Limón-Coveñas. Los organoclorados son compuestos orgánicos persistentes (cop) que se usan en la erradicación de vectores de enfermedades, en la fumigación de cultivos ilícitos y en el combate de plagas en la agricultura. Los organofosforados, o derivados del ácido fosfórico, son comunes en insecticidas, fungicidas, acaricidas y en distintos procesos industriales. Los metales pesados —como arsénico, cromo, cadmio, cobre, hierro, manganeso, mercurio, níquel, plomo y zinc— se originan especialmente en los entables mineros y en cultivos que usan insumos químicos. Los nuevos contaminantes —como detergentes, desinfectantes, ambientadores, jabones líquidos, cremas y residuos farmacéuticos— se vierten al río, pero su efecto ha sido poco estudiado. Por último, la materia orgánica y los coliformes fecales presentes en las aguas residuales domésticas o en los vertimientos de las plantas de sacrificio de animales presentan niveles significativos de contaminación.
Otro problema generalizado es la ausencia tanto de mataderos municipales que cumplan las normas técnicas como de sistemas adecuados de recolección y disposición de residuos sólidos y de plantas de tratamiento de aguas residuales. Alrededor de la ciénaga de Ayapel, desde la cabecera municipal y los corregimientos de El Cedro, Santa Cecilia y Bocas de Seheve se vierten las aguas negras al espejo de agua, lo que genera procesos de eutroficación y presencia de cianobacterias y bacterias. El incremento de materia orgánica en las ciénagas también provoca un crecimiento desbordado de plantas acuáticas que terminan por obstruirlas, al aumentar la formación de lodos orgánicos.
En los ecosistemas de La Mojana abundan metales pesados como arsenio, cromo, mercurio, plomo y níquel, que son generados por la minería de oro que se practica en el norte de Antioquia y el sur de Bolívar. Esos metales se depositan en los sedimentos y en la materia orgánica y circulan con la columna de agua de modo que se van bioacumulando en los eslabones inferiores de la cadena alimenticia y finalmente llegan al ser humano. Como el arroz crece inmerso en aguas que transportan metales, los cultivos se contaminan perjudicando a los pobladores y a muchas aves que también se alimentan de este cereal.
Un estudio realizado por Buelvas et al. (2022) comprobó que el pisingo, un pato muy apetecido en la gastronomía local, está contaminado con mercurio y plomo. Sobre el mercurio, todas las muestras analizadas superaron el límite permisible establecido por la Unión Europea para carne de pato. Los animales se contaminan con este metal a través de la piel y por el consumo de agua; la intoxicación les provoca alteraciones en el hígado, fallas en la respuesta inmune, disminución de la motilidad de los espermatozoides, menor tasa de eclosión de huevos, anemia, letargo, diarrea, pérdida de equilibrio y coordinación, parálisis y convulsiones. En cuanto al plomo, el 47 % de las muestras de sangre y el 55 % de las pruebas de plumas estaban por encima de los límites permitidos; la presencia del metal en los patos obedece a que estos comen arroz e invertebrados que se alimentan de sedimentos y plantas acuáticas contaminadas.
También se halló mercurio en los peces de la región; un trabajo de Gracia et al. (2010) que analizó 7 especies capturadas en la ciénaga de Ayapel encontró en 30 de los 45 individuos examinados concentraciones de mercurio que superaban el límite establecido por la Organización Mundial de la Salud (oms) para su consumo por menores de 15 años, embarazadas y consumidores frecuentes. Esas concentraciones eran más altas en carnívoros como el blanquillo, la pacora y el bagre pintado, y más bajas en peces como el bocachico, que se alimenta de detritos y sedimentos encontrados en el agua; cuanto mayor tamaño, mayor concentración de mercurio. Estos resultados confirman que este elemento se bioacumula: a mayor tiempo de exposición, mayores niveles de mercurio acumula el cuerpo, y se biomagnifica: cuanto más alto está el individuo en la cadena alimenticia, mayores serán las concentraciones del metal. Además, con muestras de cabello tomadas a 112 personas, el mismo estudio comprobó concentraciones de mercurio por encima de los límites permitidos en el mundo, cuyos niveles de contaminación se relacionaron con la frecuencia de consumo de pescado y con el reporte de síntomas asociados con la intoxicación como cefalea, falta de energía, nerviosismo, estado irritable y preocupación en exceso.
Los pobladores de La Mojana están muy expuestos al mercurio y al plomo porque el arroz es la base de su dieta, y además consumen muchos peces, hicoteas, pisingos y otros animales silvestres que están contaminados, por lo cual es importante monitorear la situación y proteger particularmente a las gestantes y a los niños.

La minería de oro en el bajo Cauca antioqueño, en las cercanías de Ayapel y en el sur de Bolívar contamina las aguas de la depresión Momposina con cianuro y metales pesados. Además, la utilización de dragas genera una gran cantidad de sedimentos que son arrastrados hacia los ríos Cauca y San Jorge.

Las quemas de pastizales, que se hacen durante el verano, además de contaminar el aire y acabar con mucha fauna y flora local, destruyen muchas nidadas de tortugas, cuyas poblaciones también se han visto afectadas por la pérdida de la vegetación de ribera y la fragmentación de los bosques.
Conservación de la biodiversidad
Aunque la depresión Momposina es rica en biodiversidad, muchas de sus especies ven amenazada su supervivencia por presiones ambientales, sociales y culturales. Como el nivel de amenaza varía, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (uicn) diseñó la «Lista roja de especies amenazadas» que incluye animales, hongos y plantas que están en alguna categoría de amenaza (figura 1).
Entre las especies vegetales presentes en la depresión Momposina y que figuran como amenazadas en todo el mundo, en la «Lista roja de la uicn» se destaca la ceiba tolúa, en categoría vulnerable (vu); y entre la fauna, el caimán (vu), el manatí (vu), la tortuga del río Magdalena (cr), el tití cabeciblanco (cr) y el paujil (cr). En el Libro rojo de reptiles de Colombia (2015) también se incluyeron en la categoría de especies amenazadas el caimán aguja, la tortuga del río Magdalena, el morrocoy, la carranchina y la hicotea.
El caimán aguja o caimán del Magdalena —que ha sido objeto de cacería por considerarlo como una amenaza para el ganado y para las personas— ha visto disminuido tanto su hábitat como su oferta alimentaria, por lo cual se encuentra en peligro en Colombia. Sin embargo, desde 1969 la especie está protegida en el país y en distintas localidades existen planes de manejo o conservación, como el que se adelanta eficientemente en el Estación Experimental de Fauna Silvestre por el Proyecto Crocodylia en San Marcos (Sucre).
La tortuga del río Magdalena se ha afectado por el consumo humano de sus huevos, por la depredación que causan lagartos, perros y cerdos, y por la infestación de los nidos por hormigas y otros insectos. Su carne es muy apreciada por los pescadores, y durante la Semana Santa se incrementa el comercio de huevos y de adultos y neonatos, que se venden como mascotas. Para este reptil también son una amenaza la desecación de las ciénagas, la sedimentación, la invasión de plantas acuáticas, la contaminación con mercurio y la construcción de hidroeléctricas, porque cuando descargan sus aguas cubren los nidos. Esta especie de tortuga tiene poca diversidad genética y una estructura poblacional débil, por lo que sería muy deseable que en la depresión Momposina se declararan algunas zonas de protección para conservarla.
El morrocoy es muy vulnerable a la destrucción del hábitat a causa de su baja movilidad, pero es resistente y se adapta a distintos ecosistemas. La carranchina está amenazada por la pérdida de la vegetación de ribera, la fragmentación de los bosques, las quemas, la agricultura, la ganadería y la urbanización; su población se ha reducido significativamente y presenta altos niveles de endogamia y bajo flujo genético, por lo que se considera una especie en peligro. Las hicoteas se ven afectadas por la transformación del hábitat, el pisoteo del ganado, la contaminación por mercurio y las quemas de pastizales en verano, que destruyen muchas nidadas; sin embargo, la mayor amenaza proviene de la colecta de huevos y de la sobreexplotación de adultos para el consumo de su carne o para tenerlas como mascotas; se ha calculado que en La Mojana se capturan anualmente más de 1 millón de individuos, por lo que se recomienda, además de recuperar la vegetación de ribera, crear áreas protegidas y combatir el tráfico de individuos, y prohibir tanto la comercialización de hembras mayores de 10 cm como las quemas alrededor de los cuerpos de agua.
Es fundamental hacer una selección de las especies que sean objeto de conservación prioritaria por el nivel de amenaza en que se encuentran, el área que necesitan para mantener sus poblaciones, su carácter endémico o migratorio, su valor como alimento o hábitat para otras especies, y su utilidad para la comunidad. El mangle cienaguero o de agua dulce se ha escogido como la especie más importante a conservar y propagar en los bordes de las ciénagas de La Mojana, pues muchos peces desarrollan sus etapas iniciales entre sus raíces.
En el caso de las aves existe un instrumento para su protección, que es la designación de «Áreas importantes para la conservación de las aves y la biodiversidad» (aicas), la cual permite monitorear las poblaciones y los cambios que afectan sus hábitats; esta iniciativa es coordinada por BirdLife International, que en Colombia ha designado a la ciénaga de Ayapel y al complejo de ciénagas del sur de Cesar y Bolívar como aicas.
Las comunidades de peces
Entre las principales amenazas para las poblaciones de peces están: el deterioro de los ecosistemas de agua dulce causados por la construcción de embalses; la minería de oro; la ganadería; la agricultura; el vertimiento de residuos a los ríos; la interrupción de la conexión entre el río y las ciénagas; la sedimentación; y la deforestación. La pesca selectiva de peces grandes ha sido otro elemento disruptivo, pues al acabar con predadores como el bagre rayado se alteran las cadenas tróficas, lo que hace que se incrementen las poblaciones de especies que antes eran depredadas.
Hernández et al. (2020) están tratando de cambiar el paradigma vigente en el ordenamiento pesquero, pues las capturas selectivas hacen que proliferen especies más pequeñas, menos fecundas y que presentan mayor mortalidad, por lo que las poblaciones son cada vez menos numerosas. La respuesta de los pescadores ante esta situación ha sido adaptar sus artes de pesca para incrementar la variedad en las capturas: ahora, además de bagres y bocachicos, pescan animales que antes dejaban de lado. En Ayapel, por ejemplo, el descenso en la oferta pesquera de bagres ha obligado a que los pescadores capturen el pincho o viejito.
Otra estrategia de los pescadores para mantener a sus familias es diversificar sus fuentes de ingresos: por lo general los que no tienen tierra se dedican exclusivamente a la pesca, mientras los demás la complementan con la agricultura, que practican ocasional o estacionalmente. El uso de chinchorros y trasmallos con ojos de malla por debajo de los límites permitidos es una fuente de conflicto permanente que estigmatiza al pescador al hacerlo responsable de la disminución de la pesca, sin considerar las presiones ambientales a las que están sometidos los peces. Sin embargo, se debe reconocer que es necesario cambiar algunas prácticas como las que arrasan especies bentónicas, o botar las rayas que caen en sus redes a las orillas del río y no al agua, por considerarlas una amenaza.
Las comunidades ictícolas de la cuenca del Magdalena también se perjudican con la presencia de peces introducidos —43 especies, de las cuales 13 se han llevado de una cuenca a otra y 30 son originarias de otros continentes—, entre los cuales están la mojarra o lora amarilla, la cachama blanca o morocoto, la tilapia y el basa. Estos peces de interés comercial, deportivo u ornamental que llegaron a la cuenca por escapes de los sitios de cultivo, liberaciones intencionadas o campañas de repoblamiento, tienen una alta capacidad de establecerse y dispersarse gracias a la amplia gama de alimentos que forman parte de su dieta y a su alta fecundidad. Es así como el pez basa, presente en el Magdalena, podría amenazar al bagre rayado, pues sus nichos se sobreponen casi completamente.
Para conservar las poblaciones y garantizar la seguridad alimentaria de los pescadores, el país debe hacer mayores investigaciones acerca de las características particulares de cada especie y del impacto de las introducidas sobre las nativas o sobre la salud pública. Se requiere además avanzar en la protección y restauración de los ecosistemas degradados, construir un protocolo de gestión de las pesquerías que tenga en cuenta la presencia de múltiples especies en ecosistemas tropicales como el de la cuenca del Magdalena, e incrementar la participación de los pescadores en los procesos de ordenamiento pesquero.
La adhesión de Colombia a la Convención Ramsar —mediante la Ley 357 de 1997, que entró en vigencia en 1998— ha permitido avanzar en el camino hacia la conservación de los humedales, pues desde entonces se han declarado 13 humedales como sitios Ramsar, entre ellos Ayapel, con 54 377 hectáreas. Se espera que en estos sitios se lleven a cabo todas las investigaciones necesarias para tomar decisiones y que los procesos de educación ambiental y participación social contribuyan a fortalecer los planes de manejo ambiental. La declaración de Ayapel como Distrito de Manejo Integrado contribuye a armonizar los intereses de distintos sectores económicos a fin de conservar los recursos que constituyen un bien común.

Entre las principales amenazas para los peces están el deterioro de la conexión entre el río y las ciénagas, el aumento en la sedimentación, la deforestación y la contaminación del agua.

Las pérdidas provocadas por las inundaciones asociadas con el fenómeno de La Niña en 2010 y en 2022 demostraron que la depresión Momposina es muy vulnerable a los eventos climáticos extremos.
El cambio climático
Aunque a lo largo de la historia las comunidades ribereñas han sabido aprovechar los desbordes periódicos de los caudales de los ríos, los cambios en la temporalidad y duración de las inundaciones, provocados por los seres humanos, afectan el calendario productivo de campesinos y pescadores. La incertidumbre se hace mayor porque el cambio climático reduce las precipitaciones, aumenta las temperaturas e incrementa la frecuencia y la intensidad de los eventos climáticos extremos. De ahí que sean tan importantes las medidas de mitigación y adaptación frente al cambio climático, las cuales se deben sumar a otras de planeación del territorio.
La depresión Momposina es particularmente vulnerable frente a este fenómeno, como lo demostraron las pérdidas provocadas por las inundaciones asociadas con el fenómeno de La Niña en 2010 y 2022 y las sequías asociadas con El Niño en 2015. Con la ola invernal de 2010-2011, en La Mojana 211 000 personas perdieron sus casas y sus medios de sustento. En agosto de 2021 se rompió un dique en la margen izquierda del río Cauca, en el sector conocido como Cara de Gato, y las inundaciones dejaron damnificadas a más de 63 000 personas y generaron cuantiosas pérdidas a los ganaderos y agricultores, pues sus predios estuvieron inundados durante todo el 2022. En los primeros meses de 2023 los esfuerzos de los gobernadores de la región por cerrar el dique dragando el río y contener el desborde con bolsas de arena resultaron infructuosos, pues cuando volvieron las lluvias, el río arrasó con una buena parte de los trabajos realizados.
Ante estos eventos recurrentes se vienen adelantando algunos macroproyectos, entre ellos «Reducción del riesgo y de la vulnerabilidad al cambio climático en La Mojana (2014-2018)», culminado exitosamente por el Ministerio de Ambiente, Vivienda y Desarrollo Territorial y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (pnud), y que constituye la fase I del proyecto «Mojana, Clima y Vida», financiado por el Fondo de Adaptación del Protocolo de Kioto.
Este proyecto benefició especialmente a Ayapel, San Benito Abad y San Marcos, y permitió crear un sistema de alertas tempranas con base en información hidrológica y meteorológica, y con la modelación hidrodinámica de La Mojana. Así mismo, financiar tanto la rehabilitación integral de ecosistemas como la recuperación de 380 hectáreas de humedal y la conectividad de 4822 hectáreas de la planicie inundable, con el objetivo de conservar la biodiversidad, aumentar la disponibilidad de materias primas y mejorar los servicios ecosistémicos.
También se implementaron sistemas productivos adaptados a inundaciones y sequías que incluyeron cultivos orgánicos diversificados, trojas y huertas encerradas para la siembra de plantas medicinales, alimenticias y de condimentos; cultivos de arroz y sistemas agrosilvopastoriles con más bovinos en menos área; se sembraron cercas vivas con especies que, además de servir de ornamento y forraje, proveyeron frutos y leña, abonaron el suelo, retuvieron agua, dieron sombrío y generaron conectividad entre los patios de las viviendas; se instalaron canaletas de captación de aguas lluvias de los techos; y se diseñó una vivienda y un centro comunitario piloto adaptados a la variabilidad climática. Un cambio cultural que incorpore la agroecología, los sistemas silvopastoriles, la acuicultura, los cultivos flotantes y la conservación de los ecosistemas ayudaría a que el agua recobre sus áreas naturales y de ese modo se reduzca la necesidad de obras de ingeniería civil; así se estaría aplicando el ordenamiento territorial alrededor del agua, como ha debido ser siempre.
Hacia un desarrollo acorde con los ciclos del agua
Construir un espacio que les brinde bienestar a los habitantes de la depresión Momposina es un proceso que debe empezar por entender la dinámica de los sistemas fluviales y su influencia en los procesos ecológicos. Solo entonces se podrá convivir con el flujo cambiante del agua y se entenderá la importancia tanto de conservar la conectividad entre ríos y ciénagas como de preservar los bosques y la fauna silvestre para mantener los recursos que proveen los medios de vida a las comunidades ribereñas.
Un territorio rico en agua y otros recursos naturales debe permitir que sus habitantes tengan una mejor calidad de vida, mayores oportunidades, acceso a agua potable, salud, educación, vivienda digna, buenas vías de comunicación y espacios adecuados para la recreación, el deporte y la cultura.
Esto se logra a partir del reconocimiento de las riquezas ambientales, históricas y culturales de la región, para lo cual es importante delimitar los espacios de conservación y restauración ecológica, proteger los vestigios arqueológicos, definir circuitos para el turismo ecológico y cultural, establecer las zonas de producción agrícola, pecuaria y pesquera, y proyectar áreas de expansión urbana.
Desarrollar estrategias, políticas y proyectos para obtener los mejores beneficios de los ciclos de inundaciones y sequías solo se logrará integrando los conocimientos ancestrales de los pobladores con los que aportan técnicos y científicos, y aquellos que provienen de las instituciones públicas y privadas. Se trata de unir esfuerzos para recuperar los ecosistemas, reconstruir las relaciones sociales lesionadas por la violencia y hallar alternativas económicas sostenibles.
Dejar que el agua fluya como lo hacía en los canales prehispánicos es hacer posible que la vida siga su curso. Solo así podremos seguir disfrutando del espectáculo que nos brinda este paisaje: las garzas llegando al atardecer a sus dormideros, las hicoteas anidando en los playones, las palmas de corozo brindando sus apetitosos frutos, los campanos ofreciendo sombrío al ganado, las chalupas llevando a buen puerto a sus pasajeros, los pescadores llegando de sus faenas cargados de peces y los agricultores cultivando playones fértiles... entonces, al atardecer niños y adultos podrán congregarse en las albarradas para compartir con sus amigos y disfrutar de las puestas del sol.

Un buen aprovechamiento de los ciclos de inundaciones y sequías para mejorar la calidad de vida de las familias ribereñas demanda integrar sus conocimientos ancestrales con las innovaciones tecnológicas y científicas.