
3. Un complejo sistema de relaciones


Entre las aves marinas y costeras que se encuentran en Colombia, algunas recorren grandes distancias en las migraciones que emprenden cuando en sus territorios de cría se presentan condiciones climáticas adversas. Thalasseus spp., Sterna hirundo, Larus argentatus.
A lo largo de su historia evolutiva las aves han desarrollado capacidades para habitar en todos los ecosistemas y desplazarse por el planeta en busca de las condiciones que les permitan completar sus diferentes ciclos de vida. Algunas especies, como los pingüinos, viven la mayor parte del tiempo en condiciones extremas en las aguas gélidas de la Antártida y pasan unos pocos meses al año sobre el hielo, donde instalan sus colonias reproductivas. Otras, como los gaviotines (Sterna spp.), los albatros (Phoebastria spp.) y los petreles (Fulmarus spp.), realizan largos y extenuantes vuelos migratorios, algunos de más de 64 000 kilómetros de ida y vuelta desde sus territorios de cría, en las extremas latitudes norte y sur, hacia los lugares donde pasan el invierno. Tal es el caso de la pardela sombría (Ardenna grisea), que viaja de Nueva Zelanda al océano Pacífico Norte, o del gaviotín ártico (Sterna paradisaea), que recorre alrededor de 24 000 kilómetros cada año y hace escala en las costas del Pacífico colombiano.
Por su parte, las aves que habitan en cuevas generaron sistemas de orientación basados en la ecolocalización —similar a la de los murciélagos— como es el caso de los guácharos (Steatornis caripensis), que habitan en varias regiones de Colombia entre los 500 y los 2000 msnm. Otras adaptaron sus organismos para soportar las condiciones extremas que se presentan en las montañas más altas del mundo, como los gansos del Índico (Anser indicus), que dos veces al año, en su migración, cruzan la cadena montañosa del Himalaya sobre los 5100 metros de altura, e incluso algunos individuos vuelan a 7300 metros. En Colombia podemos observar cóndores que pasan sin aparentes complicaciones sobre los picos nevados, a 6000 metros sobre el nivel del mar.
Simbiosis
Las interacciones de las aves con los ecosistemas que habitan puede ser obligada o facultativa. En este último caso los organismos que habitan determinados ambientes no necesariamente dependen de ellos para sobrevivir, aunque sí reciben algunos beneficios. Cuando la colaboración ocurre de manera constante en el tiempo evolutivo y llega a modificar no solo a los individuos, sino a poblaciones completas, se denomina simbiosis, la cual se divide en varios tipos.
El que está presente en todos los ecosistemas y es bien conocido es el mutualismo, en el cual, a partir de la interacción, tanto las aves como otros organismos obtienen beneficios. Por ejemplo, cuando las aves consumen un fruto y defecan las semillas después de desplazarse a otro lugar, estas pueden germinar, con lo cual el ave ha ganado energía al consumir la pulpa de la fruta, en tanto que el árbol ha logrado dispersarse y extender su distribución. Ahora bien, cuando el pájaro consume el fruto y muerde la semilla, como ocurre con algunos loros, el beneficio solo lo obtiene este, pues la semilla ya no será viable; entonces no se habla de mutualismo, sino de depredación.
En las relaciones de depredación se incluyen aquellas en las que las aves se benefician a costa del perjuicio de otros organismos, como ocurre con las denominadas rapaces o carnívoras, que son consumidoras de muchos otros seres como pequeños ratones, lagartijas, cucarrones, moluscos, gusanos, e incluso otras aves. En algunos momentos de su ciclo de vida, todas las aves consumen de manera obligatoria insectos, actividad que está relacionada fuertemente con la época de cambio de sus plumas, puesto que para generar las proteínas que las componen es indispensable obtener la materia prima —queratina— que se encuentra en estos. Así, la depredación es una relación de simbiosis que cerca del 100 % de las aves tienen con su entorno en algún momento de su existencia.
Otra simbiosis relacionada con las aves es el comensalismo, que ocurre cuando estas obtienen beneficios sin afectar a los otros organismos del entorno. Durante su época reproductiva, muchas de ellas dependen de los árboles para ubicar sus nidos protegidos de la lluvia o del sol intenso y resguardados de posibles depredadores como las serpientes. Para ello llevan diferentes materiales a las ramas, donde los construyen con diversas formas y estructuras, pero en la mayoría de los casos sin afectar de forma alguna al árbol. Esta relación de comensalismo se observa también entre el ganado y las llamadas garzas bueyeras (Bubulcos ibis): a medida que el ganado pastorea, mueve los pastos y el follaje, lo cual hace brincar a los insectos, que así se hacen evidentes a las garzas y los encuentran fácilmente, mientras el ganado no obtiene beneficio ni perjuicio alguno. Esto es contrario a lo que sucede con otras especies de aves que sí se alimentan de ectoparásitos, como garrapatas o nuches que están adheridos a la piel del ganado, y al ser removidos por los picos robustos de algunas aves, los favorecen puesto que les bajan la carga infecciosa. En el caso de las garzas esto no ocurre, pues su pico no tiene la posibilidad de ser maniobrado para prestar esta ayuda.
Por último, el parasitismo es una forma de relación muy particular. En el mundo natural se consideran endoparásitos aquellos seres que viven a expensas de otro y residen dentro de él, y ectoparásitos, a los que viven sobre otro. Sin embargo, hay un parasitismo singular que se observa en las aves y es llamado de cría, que se presenta en unas pocas especies de las familias Cuculidae —los llamados cucos— y de la familia Icteridae —chamones—, en las que los adultos en lugar de incubar o criar a sus propios pichones, los dejan a cargo de otras especies completamente diferentes. Tal es el caso del chamón (Molothrus bonariensis), que observa desde lejos a otras especies, por lo general de menor tamaño, y al identificar comportamientos de cortejo y construcción del nido, los siguen y una vez lo ubican, la hembra deposita allí sus huevos, de forma que cuando los propietarios legítimos del nido aparecen y encuentran un huevo inician la incubación, lo cuidan como si fuera propio, y debido a lo fuerte y arraigado del instinto parental, cuando el polluelo nace, lo alimentan incluso a expensas de sus propias crías o de sí mismos. En otros casos, como el del ave llamada en algunas regiones tres pies (Tapera naevia), los parentales depositan su huevo —que tiene un desarrollo más rápido— en el nido de otra especie, y cuando este precoz polluelo rompe el cascaron y crece más rápido que las crías de sus hospederos los pueden matar empujándolos fuera del nido, o ser tan intensos en su solicitud de alimento, que los padres adoptivos solo lo alimenten a él.
En todos los lugares donde habitan las aves, bien sean residentes o migratorias, se generan interacciones con su entorno y con otros organismos, las cuales se analizan como el funcionamiento de los ecosistemas a través de procesos específicos.

Los colores de las aves están determinados por diferentes procesos bioquímicos celulares. Sus alimentos son decisivos para adoptar variados tonos. Eufonia cabeciazul (Chlorophonia cyanocephala).
Bioindicadores

Por depender de frutos grandes y carnosos, las aves de gran tamaño son indicadoras del buen estado de los bosques. Pava andina (Penelope montagnii).
Aunque llevamos mucho tiempo estudiando y conociendo la biodiversidad, aún estamos lejos de identificarla totalmente; asumimos que las 1,8 millones de especies que se han catalogado son solo el 6 % de las que habitan el planeta, ya que algunos estudios consideran que pueden llegar a ser cerca de 30 millones; así, las aves podrían ser en realidad unas 18 000 especies, aunque en la actualidad solo conocemos 10 000. Según su morfología y fisiología, las aves desarrollan diferentes habilidades para lograr su subsistencia, y con su comportamiento producen parte del movimiento y la regulación de la materia y la energía necesarias en los ecosistemas, elementos que son básicos para el desarrollo de la vida misma y generan la gran diversidad de seres que habitan todos los rincones del planeta.
Basándose en sus relaciones, las aves han sido denominadas como bioindicadoras, es decir, organismos que nos indican múltiples condiciones o eventos dentro de los sistemas. Por ejemplo, pueden mostrarnos procesos de contaminación, como ocurre con algunas especies de las llamadas tinguas de la familia Rallidae, que viven en ambientes acuáticos y pantanosos que requieren de aguas en movimiento (no estancadas), con buenos niveles de oxigenación y sin contaminantes, que sostengan a los insectos e invertebrados acuáticos de los que dependen estrictamente.
Otras aves, como las pavas o las cotingas, son indicadoras del estado de conservación de diferentes bosques, ya sean secos, de montaña o de selvas bajas. Esto se debe a que, por su gran tamaño, tienen unos requerimientos energéticos que las llevan a consumir buena cantidad de alimento, basado principalmente en frutos grandes, con los que optimizan la relación esfuerzo-ganancia. Si los bosques están en buenas condiciones, son maduros y no han sido talados parcialmente, producen frutos en abundancia a lo largo del año y pueden mantener las poblaciones de estos grandes frugívoros de dosel, lo cual indica que su estado de conservación es ideal para realizar los procesos ecológicos más exigentes.
Otro grupo de aves también puede indicarnos la madurez y edad de las zonas selváticas. En los bosques primarios muchos árboles, a pesar de estar muertos, continúan en pie y les ofrecen a diversas aves maderas más suaves que pueden perforar fácilmente para construir sus viviendas. La subsistencia de pájaros carpinteros, trogones y quetzales, y algunos loros y tucanetas, que son de las pocas especies con picos robustos y con una configuración cráneo-pico lo suficientemente fuerte como para perforar la madera y generar cavidades en las que puedan reproducirse y dar refugio a sus crías, depende completamente de este tipo de árboles. Pero las relaciones no terminan allí, puesto que una vez las crías dejan el nido, las cavidades quedan disponibles para que otras especies, llamadas anidantes secundarios de cavidades, las utilicen para su reproducción. Dentro de estas se encuentran múltiples aves canoras, también conocidas como passerinos, que no dependen 100 % de estos nichos, pero sí encuentran en ellos refugios importantes. Si en las selvas se observan varias especies de anidantes primarios y de secundarios, se puede considerar que son bosques maduros y bien conservados en los que hay árboles viejos o muertos con maderas débiles, ideales para estas aves.
Otro aspecto en el que las aves son bioindicadoras, y quizá uno de los más reconocidos, es que donde mayor número de especies e individuos de aves hay, es donde mayor riqueza y diversidad existe. Estudios recientes muestran la relación entre el número de excavadores primarios de nidos y de anidantes secundarios de cavidades: de 2850 especies en el Neotrópico, 175 son excavadores primarios y 373 anidantes secundarios. En relación con otros organismos, podemos considerar que las aves consumen una importante variedad de insectos, y que su presencia indica que hay abundancia de este tipo de alimentos.
Tanto los excavadores y anidantes como muchas otras especies también dispersan microorganismos en diferentes árboles, los que al encontrarse en otros hábitats se reproducen y generan nuevas relaciones de las que se benefician otros seres, como algunos mamíferos y anfibios, que dependen de estos microscópicos seres para su subsistencia.
Niveles y atributos
Las aves, además de indicarnos el estado de la biodiversidad, nos muestran la composición, estructura y función de los ecosistemas. En 1990 Robert Noss propuso un esquema que explica estas tres características ecosistémicas en diferentes niveles de organización, según el atributo biológico que se quiera estudiar. La composición estudia las especies que están presentes y cuántos elementos hay, la estructura muestra la organización del sistema y su grado de conectividad, y la función indica los procesos ecológicos y evolutivos que se presentan, como competencia, depredación, dispersión y ciclo de nutrientes, entre otros.
El esquema ha servido para estudiar el comportamiento genético de las aves, y gracias a este, se han logrado algunos descubrimientos: en las células se encontró que un grupo de genes (composición) en cromosomas diferentes (estructura) se activan únicamente en especies migratorias y solo en los periodos adecuados (función). Pero el esquema también se aplica a una escala más amplia, como cuando se utiliza para analizar las relaciones de especies de aves de los bosques de niebla (composición), exclusivas de dosel o de riscos (estructura), que se especializan en consumir frutos grandes (función).
En últimas, las aves nos indican diferentes aspectos en varios niveles y atributos, dado que por su gran variedad tienen múltiples interacciones con su entorno, incluida la especie humana.
Según la propuesta de R. Noss (1990), la diversidad se puede organizar en varios ámbitos y escalas, lo que permite entender nuestra interacción con la naturaleza en diferentes niveles.

Los periquitos, llamados cascabelitos en algunas regiones, consumen frutas cuyas semillas quedan dispersas lejos de los árboles donde las encontraron. Periquito bronceado (Brotogeris jugularis).
Servicios ecosistémicos

En sus incansables vuelos en busca de alimento en forma de néctar, los colibríes pueden visitar hasta 5000 flores al día. Colibrí chico (Colibri cyanotus).
Las interacciones entre los componentes de los sistemas naturales pueden ofrecer servicios ecosistémicos, que consisten en los bienes o contribuciones que hacen posible la vida humana y que ayudan al desarrollo de sus poblaciones. Se destacan, entre otros, la producción de alimentos, maderas, fibras y agua; la regulación de las condiciones climáticas y de enfermedades; procesos como la dispersión de semillas; la formación de suelos ricos en nutrientes, y los que aportan bienestar e influyen en las manifestaciones culturales. En años recientes se ha intentado dar un valor a estos beneficios que recibimos de la naturaleza y sus componentes, cifra que se considera en 125 trillones de dólares al año.
El concepto de servicios ecosistémicos surgió en 2005, cuando se realizó la reunión mundial de expertos denominada «Evaluación de los Ecosistemas del Milenio» que determinó el provecho que otorgan los ecosistemas del mundo. En esta reunión, y en sus publicaciones asociadas, se acuñó el término para referirse a todos los «beneficios que las personas obtienen a partir de los ecosistemas, basados en la interacción y los procesos entre los elementos naturales, y que contribuyen a la percepción de bienestar». Para ello fue necesario hacer una primera precisión: ¿qué se entiende por bienestar? Dentro del mismo grupo de expertos, y apoyados en las ideas de las Naciones Unidas, se identificó que para que una persona pueda experimentarlo son necesarias, en menor o mayor proporción, cuatro condiciones:
· Tener seguridad, tanto personal como de acceso a los recursos que necesita, y protección contra fenómenos extremos.
· Tener elementos materiales básicos para una buena vida, que incluyen alimentos y abrigo; es necesario aclarar que cada uno define su buena vida de forma diferente.
· Tener salud, lo que contempla temas como el acceso al agua potable y la salud física y mental, así como la visión de «una salud planetaria». · Tener buenas relaciones con los demás para sentirse parte de un grupo por el que se preocupa, y que a su vez los otros se preocupen por su existencia.
Los servicios ecosistémicos se agrupan en cuatro categorías o tipos:
Servicios de aprovisionamiento: son los más fácilmente reconocibles. Suelen ser productos concretos y tangibles que obtenemos de la naturaleza y que usamos directamente: el agua limpia para consumo humano, alimentos como la leche y el café, y materiales, como fibras naturales para la elaboración de artesanías y madera para la construcción. En el caso de las aves, se destacan el uso de plumones como aislantes, el consumo de su carne y sus huevos (tanto en producción artesanal para autosostenimiento como en la industrial), la cetrería y el uso de plumas como adornos o elementos cotidianos (plumeros para remover polvo que en algunas regiones aún se usan).
Servicios culturales: esta categoría tiene un carácter un tanto intangible o inmaterial, y por lo tanto un poco más difícil de identificar. Suelen ser experiencias que las personas obtienen de su interacción con la naturaleza. Actividades como la investigación científica, el turismo, la recreación, la contemplación del paisaje, la observación de aves y la escucha de sus armónicos cantos, entre muchos otros, son fuente de inspiración para artistas y escritores y definen identidades culturales.
Servicios de regulación: son los que contribuyen al correcto funcionamiento de diversos procesos de los ecosistemas, lo cual beneficia a las personas. Por ejemplo, la vegetación de un bosque puede captar CO₂, generar oxígeno y limpiar el aire que respiramos; la vegetación del páramo capta agua y la libera a los ríos y quebradas; ciertos insectos y murciélagos juegan un papel importante en la polinización, incluso en muchos de nuestros cultivos. Entre las aves, reconocemos principalmente sus servicios en la dispersión de semillas, la polinización y el control de plagas.
Servicios de soporte: crean las condiciones para que los demás tipos de servicios puedan ocurrir. Son aspectos como la fotosíntesis y la descomposición, que no son usados directamente por el ser humano, pero son el sostén de todos los demás procesos ecosistémicos. Uno de estos es el que brindan las aves carroñeras, las cuales aceleran el reingreso de los nutrientes a los ciclos de materia y energía, al consumir organismos en descomposición.
Estas cuatro categorías de servicios ecosistémicos ayudan a entender la importancia de la biodiversidad en nuestras vidas. Sin embargo, este concepto se ha actualizado y hoy se denomina «contribuciones de la naturaleza a las personas cnp», definido como «todas las contribuciones, positivas y negativas, de la naturaleza —diversidad de organismos, ecosistemas y sus procesos ecológicos y evolutivos asociados— a la calidad de vida de las personas». Estas contribuciones se pueden clasificar en tres grupos: (1) las materiales, (2) las no materiales, y (3) las reguladoras (tabla 4), las cuales a su vez dependerán de dónde se ubican o clasifican, para establecer si son en realidad una contribución y en qué categoría está en cada territorio. Por ejemplo, los patos pueden ofrecer una contribución material gracias a los plumones que se usan para aislamiento, si esta propiedad es vista por personas que viven en territorios que necesiten dicho servicio por cambios de temperatura, pero en otros lugares esos mismos patos ofrecen una contribución reguladora al consumir muchos insectos y plantas viejas en zonas de cultivos que necesitan la inundación para su proceso de crecimiento, como el arroz.
Aunque es fácil identificar múltiples similitudes entre las dos categorizaciones, esta última visión ofrece algunas ventajas, ya que permiten que ciertos aspectos de la biodiversidad puedan ser tanto materiales como inmateriales; tal es el caso de los bienes que usamos como alimento, pero que a su vez brindan una identidad cultural.