
5. De lo real a lo mágico


Pictogramas con representación de aves en Cerro Azul, departamento de Guaviare.
Los servicios culturales comprenden aquellos beneficios que proceden de una interacción intangible; la inspiración y el goce estético, la curiosidad científica, la identidad cultural, el apego a la tierra y la experiencia espiritual relacionada con el entorno natural son algunos de ellos, y también son muy importantes las actividades lúdicas como el turismo de naturaleza, especialmente el aviturismo. Estos servicios son unos de los más valorados por la población, pero debido a la complejidad para determinar su valor económico suelen pasar inadvertidos en los procesos de cuantificación y regulación local, nacional e internacional.
Desde tiempos remotos las aves han sido una fuente de inspiración, y su presencia es constante en las tradiciones de todos los pueblos. Ícaro, figura relevante en la mitología griega, logra escapar del laberinto gracias a las alas que le ha elaborado Dédalo, su padre. En la cultura egipcia el ave Fénix estaba relacionada con el culto al Sol, y su muerte y renacimiento con los ciclos de sequía e inundaciones del Nilo, y por lo tanto, con el arribo y la partida de ciertas aves; es por esto que las migraciones pudieron haber dado lugar a relatos de transmutación que explicaban la desaparición de ciertas especies y la aparición de otras, a partir del supuesto de que se habían llevado a cabo procesos de metamorfosis.
Aplicaciones en ciencia y tecnología
Diferentes disciplinas se han interesado en la generación de nuevos objetos e instrumentos a partir de la observación de ciertas estructuras de las aves. Tal vez el caso más conocido de biomimetismo, o copia de la naturaleza, es el de la aeronáutica: a comienzos del siglo xvi, Leonardo da Vinci recogió las meticulosas observaciones del vuelo de las aves y de su anatomía en la compilación de escritos Códice sobre el vuelo de los pájaros (Codice sul volo degli uccelli), en el que describió desde las plumas hasta su mecanismo anatómico; siglos después estos documentos sentaron las bases para la creación del primer aparato volador exitoso. Hasta el presente las aves continúan inspirando cientos de desarrollos para esta y otras industrias. La militar buscó diseños, mecanismos y opciones de ingeniería que permitieran un vuelo sostenido que alcanzara velocidades similares a la de los halcones peregrinos (Falco peregrinus), considerados como las aves que alcanzan mayor velocidad de movimiento —390 km/hora en picada—, y al imitar los patrones de las alas de las águilas migratorias en los aviones comerciales se consiguió sostener un gran peso. El análisis del vuelo de las aves se refleja en muchos de los diseños que la aviación ha perfeccionado: los alerones fueron pensados a partir de las álulas, y las colas en forma de T o V se utilizan según la velocidad que se requiere.
Otro caso se puede observar en la forma de los trenes de alta velocidad que imitan la morfología del martín pescador (familia Alcedinidae). En sus embestidas de pesca a gran velocidad, estas aves rompen la superficie del agua casi sin deformarla, para evitar la huida de sus presas, mientras mantienen un campo visual inalterado sobre ellas. Al diseñar estos trenes se ha copiado la suavidad de los ángulos entre el pico y la cabeza, que es lo que reduce la fricción en el momento de cambiar del medio aéreo al acuático. Además, la necesidad de reducir el ruido en estos vehículos se ha solucionado inspirándose en los búhos, magníficos cazadores que, para no alertar a sus presas, reducen el ruido generado por la fricción de las alas con el viento por medio de plumas aserradas que descomponen el roce en microcomponentes no audibles. En los frentes de estos trenes se crearon microscópicos bordes filamentosos semejantes a estas alas, con los cuales se logró una disminución en el ruido por debajo de los 75 decibeles.

La garza silbadora (Syrigma sibilatrix) se observa generalmente en parejas, en los Llanos Orientales, tanto en las sabanas abiertas como en los bordes de los bosques de galería o en las llamadas matas de monte.
Fuente de inspiración

Quiscalus mexicanus (macho). Conocido como «maría mulata», esta especie, abundante en el Caribe colombiano, se ha habituado a la presencia humana.
Desde tiempos inmemoriales, las aves han sido fuente de inspiración para la pintura, la música, la literatura y la fotografía. En la novela María, de Jorge Isaacs, así como en muchas otras, un ave negra, que seguramente se trataba de un miembro de la familia Icteridae, es augurio de enfermedad y muerte; otros autores, como Edgar Allan Poe, han relacionado las aves negras, como los cuervos, con presagios sombríos, y en la novela Cóndores no entierran todos los días, de Gustavo Álvarez Gardeazábal, se reviste con las características de este poderoso volador a personajes políticos en torno a la muerte. Más allá de las fronteras nacionales, son notables los poemas Volverán las oscuras golondrinas, de Gustavo Adolfo Bécquer, y El pájaro, de Octavio Paz.
A través de obras literarias que se inspiraron en aves se ha podido rastrear la causa de una gran preocupación por la conservación de las aves de América. Durante el periodo colonial, los ingleses, maravillados con los escritos de W. Shakespeare, admiraron los comportamientos de los estorninos y gorriones propios de Europa, y en sus viajes al Nuevo Mundo llevaban como recuerdo de sus orígenes cientos de estorninos (Sturnus vulgaris) y gorriones citadinos (Passer domesticus). Actualmente estas especies están catalogadas entre las cinco invasoras más perjudiciales porque, dadas sus condiciones biológicas, acaparan gran cantidad de recursos, lo cual deja a las aves locales con pocas posibilidades de supervivencia o reproducción. En Colombia se han observado colonias en la Media y Alta Guajira, en Tumaco y en la zona de Mitú, en la Amazonia.
Otro campo de identidad cultural en el que las aves han servido de inspiración es la música. El canto de las aves evoca la nostalgia por la tierra, los anhelos y esperanzas de los pueblos, lo cual es muy claro en el folclore popular: El gavilán pollero llega a los gallineros abiertos a llevarse algunas aves de corral —o a las mujeres de la casa—; El gavilán mayor, de la pluma marrón, conquista amores por donde vuela; en El cóndor herido, al son del vallenato se reseña la magnitud del vuelo de esta rapaz, mientras el cantante se aleja del dolor. Como parte del folclore nacional, es bien conocido El mochuelo, ave que habita en los Montes de María, que seguramente es un toche o arrendajo (familia Icteridae); en el altiplano, El cucarachero —ave de melodioso canto— relata con un original juego de entonación el coqueteo de un enamorado. Pero es en las sabanas de la Orinoquia donde se ha compuesto un mayor volumen de canciones que hacen referencia a las aves: Alcaraván compañero anuncia la presencia de extraños en el morichal; en las celebraciones de cumpleaños se canta Vestida de garza blanca; y es muy apreciado el homenaje que el compositor Tirso Delgado les hizo en la tonada A las aves de mi llano. Fuera de Colombia son notables las melodías Golondrina viajera, en la que Chavela Vargas narra el abandono del amor, así como Adiós paloma y Cucurrucucú paloma que expresan el arrullo de un lamento de dolor en el monótono canto de estas aves (familia Columbidae).
En los ritos y creencias de diversas culturas también están presentes las aves. Ciertos búhos y aves nocturnas, como los guardacaminos o chotacabras, de la familia Caprimulgidae, son considerados en algunas regiones del país como mensajeros de malos augurios o emisarios de mala suerte, mientras en otras zonas son justamente lo contrario, pues son las que elevan las plegarias y oraciones a las fuerzas del más allá.
El lenguaje de las plumas
Algunas culturas amazónicas relacionan ciertos rangos o roles de poder en sus grupos con vistosos tocados. La organización de las plumas en estos adornos pasa de generación en generación mediante una enseñanza cuidadosa, originada en un entendimiento profundo de las especies y en su relación con el entorno, que es regulada y dominada por los «dueños del territorio», seres míticos que definen los ciclos de la vida de la mano de los ríos y las estrellas. Estas comunidades conocen en detalle los requerimientos de comida de adultos y crías, lo que les permite encontrar los sitios de nidificación de águilas, gavilanes, loros, guacamayas y demás especies de las que se requieran sus plumas para hacerles un seguimiento detallado y capturarlos según las instrucciones del cacique o maloquero. Todos estos aspectos han sido recopilados en el estudio de Matapí et al. (2010) para la Amazonia colombiana.
En los rituales de consulta sobre los tiempos de cosecha se usan plumas de gavilanes, águilas, garzas, guacamayas y tucanes, aves que únicamente pueden ser manipuladas por los conocedores o chamanes en periodos determinados; por esta razón no hay posibilidad de sobreexplotación. Las plumas blancas de garzas invocan la claridad, el entendimiento y la conciliación a partir del diálogo. Quien ostente estas plumas en su corona debe ser mensajero de serenidad y de entendimiento de aquello que se quiere discutir entre los miembros del grupo. Las plumas de garza patiamarilla (Egretta thula) se destinan exclusivamente al maloquero o chamán, encargado de definir, a partir de la cosmogonía, cada cuánto se captura, cómo se toman las plumas y el sitio específico del que se deben retirar.
También es interesante el significado de las plumas de las guacamayas, principalmente de Ara macao, A. chloropterus y A. ararauna. Las de color rojo se destinan a los adultos mayores como símbolo de respeto, al valor de la vida, la alegría y los bailes, y la convivencia armoniosa. Los colores amarillos denotan la relación con el medio natural, con las cosechas y las ofertas que se hacen a favor de otras comunidades para consolidar alianzas y apoyos. Las guacamayas que aportan estas plumas son reconocidas como las mascotas de los dueños del territorio y son elementos de valor cultural cuya captura está regulada según sus ciclos de vida. Es común que en algunas regiones se usen estas guacamayas con el permiso de los dueños espirituales del territorio y se mantengan en semicautiverio para proveer plumas cuando se requiera, sin afectar las aves silvestres.
A diferencia de esta visión arraigada en el conocimiento, el respeto y la valoración diferencial de las plumas como recurso regulado y de común acuerdo entre pueblos ancestrales, a comienzos del siglo xix surgió en Europa un desenfrenado comercio de plumas de aves, especialmente de África y América. Hay registros de la Aduana de Cartagena que reportan grandes cargamentos destinados a la industria de la moda, cuyo costo llegó a ser hasta de 1000 dólares por 30 gramos de plumas especiales, usadas principalmente en sombreros y adornos para las damas. Este mercado llevó a grupos de cazadores a buscar garceros —zonas de reposo y resguardo de múltiples especies de garzas— en los Llanos Orientales, donde capturaban indistintamente ejemplares de todas las especies sin tener en cuenta si estaban o no en época de reproducción. Las aves se han enfrentado a la demanda de la moda porque los diseñadores las seleccionaron para enviar una señal de elegancia y exclusividad. En algunos relatos históricos se documenta incluso el uso de pendientes con cabezas enteras de colibríes o quinches engastados en marcos de oro.

La garza real (Ardea alba) desarrolla un plumaje especial durante su época reproductiva y lo acompaña con despliegues de cuello y cabeza.
El placer de observar la belleza

Entre la densa vegetación de los manglares anidan garzas de diferentes especies. Se congregan en este ecosistema para protegerse entre ellas, aunque pocas veces se mezclan en un mismo árbol o en una misma zona. Garza cucharón (Cochlearius cochlearius).
Por fortuna, nuestra relación con el ambiente se ve hoy desde otra perspectiva, que valora mucho más el ave libre que en la jaula o en el adorno. En las últimas décadas se han creado espacios de meditación y tranquilidad en áreas naturales, donde el sonido es protagonista; son paisajes sonoros que retan a ubicar los emisores de cantos y melodías escondidos entre las ramas. El aviturismo atrae día a día a millones de personas que realizan inversiones considerables para llegar hasta determinados lugares con el propósito de descubrir o fotografiar especies particulares de aves. Esta opción de desarrollo sostenible se basa en que las poblaciones aledañas ofrezcan los servicios básicos al turista (alojamiento, alimentación y transporte) y se preocupen por mantener el ambiente en óptimas condiciones para que las aves sigan visitándolo. El ecoturismo, según su definición, debe cumplir con una repartición justa y equitativa de los beneficios derivados de esta actividad, dejar una huella positiva en la naturaleza y en las comunidades, y propiciar programas de conservación enfocados en la fauna y en la flora.
Se ha calculado que en ciertas zonas de la costa este de Estados Unidos el aviturismo aporta alrededor de 25 millones de dólares al año, de los cuales cerca del 20 % se destina de forma exclusiva a procesos de conservación de las aves y sus ecosistemas. En zonas de México se recaudan cerca de 43 millones de dólares por actividades de aviturismo. Colombia, el país de las aves, es un destino único para su observación y actualmente atrae visitantes nacionales e internacionales que representan un ingreso de 8 millones de dólares al año y generan unos 7500 empleos directos e indirectos (Maldonado et al., 2016).
Desde hace unos 30 años el país tiene una comunidad de observadores de aves que se reúne anualmente en regiones remotas para fomentar su conocimiento; la primera fue la Sociedad Vallecaucana de Ornitología y en la actualidad hay más de 20 agrupaciones regionales. Estos grupos se han enfrentado a grandes tareas, como la elaboración de la primera Estrategia Nacional para la Conservación de las Aves —enca—, un aporte inmaterial de las aves a los seres humanos que une, alrededor de objetivos comunes de vida, a quienes encuentran en su observación un gran gozo y una magnífica oportunidad de estudio.
Una afición que se convierte en salud
La observación de las aves aporta beneficios significativos a la salud mental, emocional y física de los humanos, especialmente a quienes pasan la mayor parte de su tiempo en las ciudades y trabajan en espacios cerrados. Más allá del placer de ver su belleza y colorido, de escuchar sus trinos y aprender de sus relaciones con el resto de la naturaleza, esta actividad involucra cortas y largas caminatas y genera satisfacciones cuando se identifican las aves que se mueven entre el follaje o las que están alzando el vuelo.
Gracias a los trabajos científicos realizados en diversas ciudades se ha llegado a la conclusión de que las personas que viven en lugares donde hay una cobertura vegetal y donde las aves en las horas de la tarde son abundantes y fáciles de observar, presentan menores índices de depresión, ansiedad y estrés (Santacruz et al., 2021).
El avistamiento de aves es una actividad que requiere paciencia, atención y astucia; estas habilidades involucran procesos neuronales que les permiten a quienes las practican aislarse del entorno y lograr concentrarse en los detalles, lo que reduce los niveles de las hormonas asociadas con el estrés. En 1984 el profesor Edward Osborne Wilson acuñó el término «biofilia» para expresar la afinidad cultural, y en cierta medida genética, que las personas tenemos hacia la naturaleza, lo cual conduce a quienes practican la observación de aves a tener experiencias significativas que generan una mayor sensación de pertenencia al mundo natural.

El pato aguja (Anhinga anhinga) es una de las pocas que, a pesar de ser dependientes de medios acuáticos, no flota; cuando nada solo mantiene su cuello y cabeza fuera del agua.
Foto: Esteban Ortiz Montoya.