
6. La fragilidad del vuelo


El colibrí siete colores (Boissonneaua jardini), especie exclusiva del andén Pacífico de Colombia, alcanza unos 11 cm sin contar su pico. Se conoce poco de su biología.
Tanto las aves como los demás organismos vertebrados, invertebrados, incluso los vegetales, se encuentran inmersos en una situación de extinción acelerada. La desaparición de especies ha sido un constante motivo de análisis, pero lo que actualmente produce alarma es la rapidez y el constante aumento en la pérdida de especies por causas directamente relacionadas con el ser humano. Este momento se ha denominado como «la sexta extinción masiva», evento que tiene cinco precedentes en el registro fósil en diferentes eras, en las que se perdió cerca del 95 % de la diversidad a causa de cambios en las condiciones geológicas, astronómicas o climáticas. La actual extinción masiva amenaza con la desaparición de más de un millón de especies del planeta, desde el momento actual hasta el 2050. Una tasa nunca antes registrada.
Dada su abundancia y amplia distribución en los ecosistemas, la reducción de poblaciones y la pérdida de algunas especies de aves truncan muchas de las interrelaciones entre los diferentes elementos de la naturaleza, lo cual altera varios servicios ecosistémicos de los que dependemos. Las aves están bajo amenaza por acciones directas como la transformación y los cambios de uso del suelo, la sobreexplotación, las especies invasoras, la contaminación, y por supuesto el cambio climático global. Estudios recientes en Latinoamérica muestran que en el 2020 ya se había puesto en riesgo un 94 % de los vertebrados, la cifra más elevada entre las regiones evaluadas, en donde las principales amenazas son, de lejos, la transformación y los cambios en el uso del suelo, seguida por la sobreexplotación (wwf 2020).
En el estado de alerta actual vale la pena identificar las aves que están en riesgo según nuestra relación con ellas y su contribución a nuestro bienestar. En el país hay unas 178 especies en peligro de desaparecer (tabla 5), grupo que incluye diversas aves endémicas —solo habitan dentro de nuestras fronteras—, frente a las cuales tenemos una mayor responsabilidad y urgencia de acción.
Pérdidas y transformaciones en los hábitats
Teniendo en cuenta que la modificación de los ambientes es la principal amenaza a la que se enfrentan las aves en Colombia y en el mundo, es necesario entender la forma como algunas especies están en riesgo, debido a que, a causa de dichas transformaciones, sus ciclos de vida pueden ser total o parcialmente alterados.
El águila real de montaña (Spizaetus isidori) se encuentra en la categoría «En peligro», tras haberse detectado la reducción rápida y constante de sus poblaciones. Esto se debe en buena parte a que captura sus presas —mamíferos y aves de mediano a gran tamaño— en zonas de bosque que fueron transformados para generar terrenos de productividad agrícola o ganadera. Además, los requerimientos específicos de esta águila están relacionados con la ubicación de sus nidos únicamente en los árboles emergentes del dosel, que en la actualidad han sido talados, lo cual impide su procreación.
Un proceso similar es el de la tangara multicolor (Chlorochrysa nitidissima), que habita en ambas vertientes de las cordilleras Central y Occidental, y que en la actualidad se enfrenta a la pérdida y fragmentación de extensas zonas de bosque, lo que provoca limitaciones en sus ciclos de vida. Esta especie se observa hoy solo en unos pocos parches aislados donde sus poblaciones han disminuido, por ello su categoría actual de riesgo de extinción es «Vulnerable».
Es sumamente importante generar procesos de restauración y protección de áreas clave que cuenten con la debida documentación para adelantar el seguimiento y replicar estas experiencias. En el marco de los llamados internacionales de alerta, del 4 al 5 de junio de 2021 se realizó el lanzamiento del programa Decenio de las Naciones Unidas para la Restauración de los Ecosistemas, una campaña crucial para la biodiversidad que busca proteger un mínimo del 30 % de los ecosistemas naturales remanentes. Para desarrollar estos programas se cuenta con amplia información sobre cómo y dónde generar estas acciones, incluyendo la participación activa e instruida de la población en múltiples escalas. Para este fin se elaboró un mapa nacional de restauración que señala los principales sitios en donde las iniciativas encaminadas a recuperar el hábitat de la fauna ofrecen mayores posibilidades para su protección. Uno de estos emplazamientos son los bosques secos de las planicies del Caribe y de la zona del Piedemonte llanero, a la altura de Putumayo y Caquetá, señalados como lugares claves, donde corporaciones regionales y organizaciones no gubernamentales han iniciado procesos de monitoreo y restauración apoyados por las comunidades.
Un caso ejemplar se adelanta en la ciénaga de Cispatá, departamento de Córdoba, en las poblaciones de San Antero, San Bernardo del Viento y Santa Cruz de Lorica, declaradas en 2006 como áreas protegidas, en las cuales se busca conservar zonas de manglar, que ofrecen múltiples servicios ecosistémicos, como evitar la erosión costera, servir de sala-cuna para peces, posibilitar el aprovisionamiento de moluscos para el consumo y contribuir a la descontaminación de las aguas, entre otros. En esta zona, de alrededor de 28000 hectáreas, 9 especies de garzas se asientan para su periodo reproductivo. Entre estas, es de especial interés la garza colorada (Agamia agami), especie que hasta 2012 se consideraba en «Preocupación menor» frente al riesgo de extinción en todo el mundo, pero que, a causa de la rápida pérdida del hábitat, la contaminación y el aumento del nivel del mar, debido al cambio climático, ha ingresado a la categoría de «Vulnerable».

El águila crestada (Spizaetus isidori), rapaz de gran tamaño que es cazada en diferentes regiones como represalia ante el consumo de gallinas, se encuentra actualmente en la categoría «En peligro» de extinción, dada la pérdida de bosques en donde solía encontrar sus presas.
Del uso y el abuso

Las loras, las guacamayas y los periquitos encuentran su principal amenaza en el tráfico ilegal de fauna, que captura estos animales silvestres para convertirlos en mascotas. La lora gavilana (Deroptyus accipitrinus) habita en las cuencas del Amazonas y el Orinoco.
La segunda gran amenaza para las aves está enmarcada en la sobreexplotación, que se refleja principalmente en el tráfico ilegal de fauna silvestre. En Colombia, los loros, guacamayas y pericos (de la familia Psittacidae) son ampliamente comercializados; de cerca los siguen las aves canoras, codiciadas por sus trinos y hermosos plumajes y por las leyendas que les atribuyen poderes especiales para atraer la buena suerte o encontrar el amor.
Sin embargo, la información de esta amenaza lleva consigo una subestimación significativa acerca de lo que puede estar ocurriendo realmente, puesto que, por su carácter ilegal, es muy difícil obtener datos confiables, y por lo tanto no se puede establecer el verdadero impacto sobre los ecosistemas de donde se extraen los individuos. Peor aún es el hecho de que algunas investigaciones calculan que para que un solo animal silvestre llegue a condiciones de cautiverio podrían haber muerto entre 30 y 50 individuos más de la misma especie durante la captura, el transporte y la venta. Tal es el caso del cacique candela (Hypopyrrhus pyrohypogaster), que durante muchos años fue presa del tráfico ilegal de fauna para tenerlo enjaulado, debido a su contrastante y bello plumaje negro y rojo. Esta especie ha sufrido además con la desaparición de los bosques primarios y secundarios que requiere para su ciclo de vida.
Una suerte similar ha tenido el cardenal guajiro (Cardinalis phoeniceus), que es ampliamente utilizado como mascota en el Caribe, donde se le atribuyen poderes medicinales y de atracción para el «aseguramiento del matrimonio». Son perseguidos especialmente los machos, por su color rojo brillante y vistoso. La forma de localizarlo es su canto, que utiliza para defender su territorio y atraer pareja; es posible que actualmente muchas de sus poblaciones estén conformadas en su mayoría por hembras y unos pocos machos con posibilidad reproductiva.
Es importante adelantar procesos de educación ambiental y proponer alternativas de uso sostenible de la biodiversidad que sugieran nuevas formas de entretenimiento y conexión con la naturaleza, para así evitar la extinción de la fauna. El servicio ecosistémico del aviturismo, relacionado con las actividades culturales (contribución no material), puede generar nuevas formas de relacionarnos con las aves, en las que el reto de su búsqueda y registro fotográfico en su entorno natural sea más llamativo que capturarlas y encerrarlas.
Especies exóticas e invasoras
En sus incontables desplazamientos alrededor del mundo, los humanos transportan biomasa que atraviesa fronteras naturales, en cantidades que incluso las aves, con su magnífica capacidad de vuelo, no pueden superar. Cuando en alguno de estos viajes se llevan aves a un lugar donde histórica y evolutivamente nunca han estado, se genera la «introducción de una especie exótica», la cual puede terminar de varias formas. En la mayoría de los casos estos individuos llegan a ambientes muy diferentes a aquellos donde han evolucionado y no tienen la capacidad de adaptarse, por lo que mueren. Pero en otras ocasiones no solo logran sobrevivir, sino que consiguen establecerse. Se entiende que se han establecido formalmente cuando son capaces de reproducirse naturalmente sin asistencia alguna, de modo que empiezan a constituir poblaciones que interactúan con el medio que los rodea. Si a partir de esta interacción la especie exótica ejerce algún tipo de presión negativa sobre las que habitan regularmente en ese lugar —las nativas de esos ecosistemas—, se clasifica como una especie invasora, y por lo tanto perjudicial para todo el funcionamiento del sistema natural.
Esta amenaza es preocupante para especies que habitan en lugares específicos y cuyas posibilidades para desplazarse son muy limitadas, como aquellas que viven en islas o humedales continentales. Es alarmante el caso del cucarachero de pantano, o cucarachero de Apolinar (Cistothorus apolinari), que era común en las zonas de humedales interandinos, especialmente en los humedales de la Sabana de Bogotá y en las grandes lagunas adyacentes, como Fúquene, La Herrera y Tota. Además de la reducción acelerada del área, así como la constante contaminación de las aguas donde capturan insectos y artrópodos al vuelo, este cucarachero está afectado por el parasitismo de cría a causa del chamón (Molothrus bonariensis).
Por razones aún poco claras, en la Sabana de Bogotá y sus alrededores se han establecido enormes poblaciones de chamones que eran originarios del Caribe, los cuales tienen como estrategia reproductiva depositar sus huevos en los nidos de aves de menor tamaño, y en el cucarachero de pantano encontraron un hospedero especialmente apto para criar a sus pichones, pues ante la intensidad del llamado del polluelo del chamón, los cucaracheros dejan de lado a sus propias crías; además, generalmente se agotan en el proceso hasta morir.
En el país se han detectado dos, y posiblemente tres, colonias geográficamente aisladas del gorrión europeo común (Passer domesticus) en el norte de La Guajira, en Tumaco y en Mitú (población no confirmada). Esta ave, considerada como altamente invasiva en todo el mundo, ha sido identificada como la principal causa de la reducción poblacional de varias especies en Estados Unidos, Argentina y Brasil. El gorrión tiene nidadas promedio por encima de los 8 huevos, a diferencia de la mayoría de las especies tropicales, que solo tienen entre 2 y 3.
Frente a este problema, la clave está en la prevención. Se debe prohibir el traslado de fauna a zonas donde evolutivamente no se encuentra, y se deben hacer campañas de educación ambiental en las que se enseñe que la homogeneización de la fauna y la flora, y el hecho de que casi todos los sitios habitados por el hombre tiendan a ser similares, conduce a la disminución de la riqueza biológica, lo que hace que se pierdan muchos de los procesos y relaciones en los que interviene la avifauna.

El tororoi de Miller (Grallaria milleri) habita exclusivamente en la cordillera Central, entre los 2000 y 3000 metros de altitud. Está considerado «En peligro crítico» de extinción.
Huellas indeseables

La chavarria (Chauna chavaria), habitante de ciénagas y zonas inundables, cada vez más reducidas por desecamiento y relleno, se encuentra clasificada como «Vulnerable» a la extinción.
La contaminación es otra amenaza que enfrentan las aves y todos los organismos vivos. Esta puede ser física, como la que causan los desechos plásticos, o química, como sucede con los residuos peligrosos que llegan a las fuentes hídricas y con el material particulado, que cada vez tiene mayor concentración en el aire.
Por supuesto, en términos de contaminación del agua, las especies que habitan en humedales, ríos o cuerpos estacionales, como las sabanas inundables, afrontan mayor riesgo. Es el caso de la tingua de pico verde (Porphyriops melanops), que se restringe a los humedales de alta montaña, donde encuentra condiciones estables pues los niveles de agua permanecen altos. Esta ave se mueve ampliamente entre vallados y canales donde encuentra diversos recursos alimenticios, como los artrópodos y moluscos, que suelen ser bioacumuladores de metales.
Un caso similar es el del chavarrí (Chauna chavaria), que habita en las ciénagas de las planicies del Caribe. Esta ave, con un peso de 800 a 1400 gramos, requiere de áreas pantanosas para establecer territorios que las parejas defienden en época de cría, pero fuera de esta temporada sus dominios son mucho más extensos. Si las aguas están contaminadas, su alimento se ve afectado y las tasas reproductivas pueden decaer.
En medio de este panorama, las decisiones —individuales y colectivas— se deben tomar con base en la información disponible que permita identificar los productos, bienes y servicios que generan un mayor impacto sobre los sistemas y las especies que dependen de estos, para evitarlos o, en algunos casos, prohibirlos. Además, es prioritario buscar alternativas de producción novedosas, sostenibles económica y socialmente, que nos ayuden a difundir y potenciar las acciones que contribuyan a disminuir la contaminación.
El efecto mariposa
Las amenazas que enfrentan las aves afectan los servicios ecosistémicos y las contribuciones de la naturaleza al ser humano. Estas se encuentran enmarcadas en procesos globales, entre los cuales el calentamiento global es el más apremiante. Si consideramos la teoría del efecto mariposa, planteada por el matemático y meteorólogo estadounidense Edward Norton Lorenz, que señala que el batir de las alas de una de ellas en determinado lugar puede alterar las condiciones de vida a miles de kilómetros de distancia, el cambio en las condiciones y la disminución o el agotamiento irreversible de los requisitos para la subsistencia de un organismo afecta el curso de la biología y la ecología de todos los seres vivos.
Las estimaciones globales más completas indican que con la alteración que se presenta en las condiciones climáticas del planeta, las aves de alta montaña —aquellas que dominan nuestros páramos, de las cuales más de 20 son endémicas— afrontarían graves problemas al no tener opciones de ajustarse a las nuevas condiciones. Las variaciones, cada vez más rápidas, pueden llevar a que muchas especies encuentren nuevos enemigos y competidores con los que no se habían enfrentado, lo cual impone sobre ellas el reto de adaptarse o desaparecer en periodos de tiempo cada vez más cortos, ya no de unos cuantos millones de años, sino tal vez solo de algunas décadas.
En el marco de la transformación de los usos de la tierra y del hábitat podrían verse afectadas las cerca de 200 especies nacionales, entre las que se destaca el loro orejiamarillo (Ognorhynchus icterotis), que presenta una distribución asociada con zonas de gran densidad de palmas, especialmente de cera —planta insignia de Colombia—, que se encuentran en zonas de montaña. Debido a la pérdida del hábitat y a la cacería selectiva, sus poblaciones se han visto diezmadas desde hace un tiempo. Además, los pronósticos de cambio climático en el país prevén tal alteración en la temperatura y en las precipitaciones, que el loro tendrá que buscar sitios de mayor altitud para establecerse; sin embargo, estas aves tienen límites fisiológicos que se lo impiden, y también en los nuevos ambientes encontrarán otras especies con las cuales tendrán que competir por los recursos.
Una situación similar es la del periquito aliamarillo (Pyrrhura calliptera), que solo habita en la cordillera Oriental, especialmente en el Parque Nacional Natural Chingaza.
No se trata de tener una visión lúgubre; es una invitación contundente a la acción individual y colectiva a reconocer que nuestro bienestar depende en parte de un «reino» natural que abre sus alas sobre nosotros y que, lejos de ser gobernado por el ser humano, colabora con nuestro bienestar de la manera más amplia y generosa, aportando, incluso sin que lo solicitemos, gran cantidad de beneficios. Un reino alado que nos ilusiona con el futuro, mientras se construyen nuevas oportunidades de interacciones, de usos y de encuentros. Un reino que tiene en Colombia, el país de las aves, el esplendor de sus cerca de 2000 especies, cada una con sus características únicas y con su forma particular de interactuar con el medio que la rodea; por esta razón debemos proteger y admirar, no solo su plumaje magnífico y sus formas caprichosas, sino sus acciones y procesos, que hoy más que siempre dependen de nuestro cuidado.
El reino de las aves requiere de nuestro conocimiento y valoración (más allá del aspecto monetario), por lo cual, en la medida en que nos acerquemos al misterio de su belleza, a su delicado proceso evolutivo y a sus exuberantes relaciones ecológicas con el entorno, comprenderemos mejor la forma de continuar beneficiándonos mutuamente.

El loro orejiamarillo (Ognorhynchus icterotis), curioso habitante de las zonas de montaña del país, depende de la palma de cera (árbol nacional), en la que hace sus nidos para la época de reproducción.
Epígrafe

Corocoras rojas y blancas (Eudocimus ruber y E. albus), en otras épocas capturadas y cazadas por sus plumas, hoy son una promesa de mejores horizontes tanto para las aves como para las personas que encuentran en su observación grandes esperanzas de un futuro mejor.
«En estos cielos vivos de las tierras de nadie
hay tanto vuelo ágil, tanta pluma irisada,
que es como si los pájaros fueran aquí más libres,
que es como si esta tierra fuera tierra de aves».
Aurelio Arturo
Fragmento del poema Tierras de nadie