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2. La diversidad de aves en Colombia
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La espesura y la penumbra de las selvas amazónicas, lo mismo que los afloramientos rocosos, son los ambientes preferidos por el gallito de roca guayanés (Rupicola rupicola). Los machos son de color anaranjado intenso, mientas que las hembras presentan un plumaje pardo oscuro.
Es natural que en un territorio tan diverso como el de Colombia existan infinidad de formas de vida, que es necesario estudiar y evaluar, incluyendo no solo las actuales sino también aquellas presentes durante los grandes cambios geológicos ocurridos a lo largo del tiempo, para entender porqué en cada zona del país hay historias evolutivas diferentes.
La evolución geológica del norte de Suramérica pasó por la existencia, hace unos 17 millones de años, de mares interiores donde hoy se encuentra buena parte de la Orinoquia y la Amazonia; también ocurrieron cambios en la península de La Guajira, donde las selvas húmedas se trasformaron en desiertos arenosos y mixtos con vegetación achaparrada. Es importante destacar el levantamiento de la cordillera de los Andes, que en el sur del país se divide en tres ramales, cada uno con condiciones particulares: la cordillera Oriental, que es la más joven y que aún está en proceso de crecimiento; la Central, que es eminentemente volcánica, y la Occidental, la más corta y baja de las tres. Estos accidentes geográficos ofrecen ambientes diversos en los que la vida ha evolucionado de manera diferente, como ocurre con los valles interandinos que albergan los dos grandes ríos colombianos, el Cauca y el Magdalena, que presentan condiciones divergentes en cuanto al clima y al suelo, por lo que los tipos de vegetación, la fauna y los recursos disponibles en cada uno de ellos son diferentes.
Sin embargo, la diversidad no solo se encuentra en la porción terrestre; en el caso de Colombia la vida marina es muy importante, puesto que cerca del 50 % del país está constituido por área oceánica, razón por la cual es relevante el evento geológico que casi siempre se estudia desde el punto de vista terrestre, pero pocas veces desde el marítimo: el levantamiento del istmo de Panamá. Recientes evidencias indican que, lejos de ser un solo suceso, fue en realidad una secuencia de formaciones y deformaciones que, por un lado, permitieron el paso de la fauna entre el norte y el sur, y por el otro, cerraron el intercambio de especies entre el océano Pacífico y el Atlántico. Esto puede ser poco significativo para las aves, dada su capacidad de vuelo, pero muchas de ellas tienen áreas de dispersión muy reducidas y no pueden cruzar por zonas de montaña o por lugares donde no encuentran su hábitat preferido.
Aunque la historia de los cambios geológicos podría explicar el porqué de la gran diversidad tropical, aún se mantiene entre los investigadores la pregunta: ¿esta zona del planeta es fuente de nuevas especies o es un resguardo de múltiples formas que existieron antes? Este interrogante se postula generalmente como la dicotomía cuna/museo. Sin embargo, las evidencias muestran que no es factible pensar en una sola opción. Según la visión de museo, en algunas regiones, como la del Chocó biogeográfico de Colombia, parece ser que la abundancia de flora y fauna surgió a partir de especies de vieja data, mientras que las montañas andinas actúan como bombas de especiación, de generación de nuevos grupos que constantemente se diversifican y enriquecen. Casos más complejos pueden ocurrir dentro de las montañas que en diferentes sectores tienen cortes de drenaje, como ocurre con el cañón del río Patía en Nariño, que en algunos momentos actúa como zona de refugio para especies antiguas, pero a la vez impone retos que conducen de manera acelerada al seguimiento de nuevas especies.
Algo similar ocurre con los cambios en el ambiente que hemos introducido los humanos, los cuales han favorecido la proliferación de varias especies y fomentado la desaparición de otras. Con la expansión de las zonas urbanas hemos impuesto mayor presión sobre diferentes regiones, lo cual incide en la forma como la flora y la fauna se adaptan o no a los cambios rápidos, medidos no en tiempos geológicos, sino en unos pocos años o siglos.
El país de las aves
Colombia es reconocida como el país de las aves, por lo cual, y desde diferentes instituciones e iniciativas, esa distinción nos debe conducir a mejorar nuestro conocimiento y a promover el uso sostenible de este gran capital natural. El hombre siempre ha querido cuantificar aquello que parece diferente, y las aves no han sido la excepción. El primer recuento extenso de las aves de Colombia, desarrollado por Frank Chapman en 1917, se refería a unas 1285 especies; en 1948 Rodolphe Meyer de Schauensee, en una recopilación extensa de varios listados de viajeros y de colecciones de museos, principalmente de Norteamérica, documentaba unas 2327; en la versión unificada de 1986 de la Guía de las aves de Colombia, de Steven Hilty y William Brown, se contabilizaron alrededor de 1695, y en una traducción de ese libro por parte del profesor Humberto Álvarez se sumaron 33, descritas desde 1986 hasta la fecha de publicación. La actualización del listado reunido por J. Avendaño y colaboradores en 2017 habla de 1909 especies que pueden encontrarse en el país, contando aquellas que lo visitan estacionalmente en sus recorridos de migración. En estos últimos años, sin embargo, el número de especies reconocidas en el país ronda las 1950.
Es importante considerar que estas cifras, si bien son impresionantes, se modifican por múltiples motivos. Esto se debe a que cada vez hay mayor conocimiento, se entienden mejor las diferencias entre los organismos y su parentesco, se descubren nuevas zonas y se realizan expediciones científicas que generan más información. También es relevante el gran aporte que hacen los ciudadanos que dan cuenta de nuevos individuos, descubrimientos estos que se comparten en plataformas de data globales. Esto puede conducir a que las cifras totales, así como los nombres, cambien con cierta frecuencia para reflejar las nuevas estadísticas con las que se cuenta. Independientemente de estas variaciones, Colombia ostenta el título de ser el país con mayor número de especies de aves, a pesar de ser más pequeño que otros gigantes tropicales como Brasil e Indonesia.
Localizar esta gran variedad de aves dentro de la variable geografía colombiana no es un reto menor, puesto que muchas de las especies habitan en más de un ecosistema y en más de una región. Sin embrago, a partir de la propuesta de Jorge Hernández-Camacho, conocido como el «Mono Hernández», se acepta dividir el país en cinco regiones; las que poseen mayor diversidad de especies de aves podrían ser la Amazonia y la Pacífico, que estarían en un empate, y las restantes tres regiones biogeográficas, Andina, Caribe, y Orinoquia, también tendrían números significativos. Recordemos que estas cifras son apenas una simplificación pues dependen de diferentes interpretaciones, así, una especie que habita en todo el país puede ser asignada por algunos investigadores a una región determinada y otros la incluyen en otra; pero independientemente de las cifras, el verdadero valor de las aves está en la diversidad de formas que intervienen en procesos ecológicos variados, de los cuales devengamos múltiples beneficios y servicios, incluidos el deleite puro de la contemplación.
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Una de las familias más diversas en cuanto a número de especies —alrededor de 160— son los Trochilidae, colibríes o quinchas que ostentan variados colores iridiscentes. Silfo coliverde (Aglaiocercus kingi).
Amazonía
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Una de las familias más diversas en cuanto a número de especies —alrededor de 160— son los Trochilidae, colibríes o quinchas que ostentan variados colores iridiscentes. Silfo coliverde (Aglaiocercus kingi).
El complejo ecosistema de la selva amazónica, que se extiende a lo largo de ocho países de Suramérica (Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, Guyana, Perú, Surinam y Venezuela) y abarca más de 6 650 000 km2, es admirado por su vasta selva húmeda homogénea. Sin embargo, bajo las copas de los árboles se esconde una gran variedad de formas, paisajes y topografías que evidencian que, lejos de ser un mar verde unificado, contiene múltiples ambientes. Entre lagunas, ríos y quebradas de aguas oscuras y blancas, várzeas, igapós y playas de arenas blancas que recuerdan un pasado milenario, cuando el mar hacía parte del paisaje, habitan múltiples familias de aves, muchas de las cuales han formado parte de los mitos y tradiciones de las culturas indígenas.
Las selvas bajas de la Amazonia, bañadas por los ríos caudalosos y sedimentarios que provienen de los Andes, albergan diferentes formas de vida y ofrecen abundante alimento; aquí las aves han optado por especializar sus hábitos para reducir la competencia, con lo cual ha aumentado el número de especies; es así como en estos procesos de diferenciación biológica surgen algunas que solo se alimentan, por ejemplo, de frutos de unas escasas palmas que aportan su cosecha secuencialmente a lo largo de los ríos, únicamente en las playas de arenas blancas, lo que genera movimientos a lo largo de los cauces en muchos de los tributarios del Amazonas; pero debido a lo corto de sus trayectos por condiciones del suelo, generalmente se constituyen en barreras infranqueables para la dispersión y para mantener intercambios genéticos.
Dentro de los sistemas amazónicos, el recuento para el país puede estar alrededor de las 800 especies, valor comparable con los estimativos para el total de aves del continente europeo. Sin embargo, esta cantidad se considera subestimada, pues debido a la amplia y exuberante complejidad vertical, con árboles de más de 40 metros de altura, es posible que aún queden por encontrarse múltiples especies que se agrupan en las zonas del dosel, o en aquellos lugares en el corazón de la selva, todavía inexplorados por la ciencia y a los cuales es difícil llegar por vías fluviales, entre ellos los escarpados tepuyes del Escudo guayanés, Chiribiquete y la Serranía de La Lindosa.
Raudal Alto de Caño Mina, en el departamento de Guainía, Amazonia colombiana.
Orinoquia
Las llanuras del oriente colombiano tienen una extensión aproximada de 266 000 km2; en ellas se pueden identificar tres grandes tipos de paisaje: el piedemonte, la llanura de inundación y la altillanura plana y ondulada. La Orinoquia, lejos de ser una estepa plana y uniforme, presenta una gran complejidad de ambientes con extensas sabanas de pastizales, áreas colinadas, grandes lagunas —tanto estacionales como permanentes—, esteros y morichales, bosques de galería que surgen entre los pastizales siguiendo el curso de caños y ríos, y pequeños parches de bosque rodeados por sabanas, denominados matas de monte, que se han formado a partir de años y años de la labor lenta de colonias de hormigas que transportan material vegetal, incluidas semillas. Las zonas boscosas proporcionan condiciones únicas de humedad y refugio para una variedad de aves que prefieren la cobertura arbórea para su descanso y reproducción, mientras encuentran su alimento en áreas abiertas o acuáticas.
Los llanos colombianos presentan un ritmo estacional bien definido: a una estación húmeda, con abundantes lluvias, le sigue una marcada y prolongada estación seca que modifica la fisonomía del paisaje; con estos cambios periódicos se aumenta el recambio de la fauna que habita la región, puesto que, en épocas climáticas diferentes, la configuración de las comunidades naturales varía notablemente. Aunque esta es una de las regiones en las que el número de estudios científicos es aún bajo en comparación con otras, se tienen documentadas más de 480 especies de aves, entre las cuales resalta la enorme variedad de garzas y garzones que han inspirado tantas tradiciones culturales.
Sabana inundable en el departamento de Casanare.
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La garza silbadora (Syrigma sibilatrix), de la familia Ardeidae, deambula entre las sabanas, matas de monte, humedales, morichales y bosques de galería de los Llanos Orientales de Colombia.
Andes
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El barbudito de páramo (Oxypogon guerinii) se desplaza a lo largo de la cordillera Oriental de Colombia en busca de las flores de frailejón, de las que depende durante su época de reproducción.
La cordillera de los Andes, la cadena montañosa más larga del planeta, cuya longitud es de 8900 km, irrumpe por el sur de Colombia y, a pocos kilómetros de la frontera con Ecuador, se divide en tres ramales independientes, cuyo proceso de formación comenzó hace unos 10 millones de años y aún continúa. Esta cadena, que evidencia en su topografía vestigios del nacimiento, la muerte y el rejuvenecimiento de sus montañas, alcanza en la cordillera Central altitudes de 5700 metros en el volcán Nevado del Huila; en la joven cordillera Oriental sobrepasa los 5400 metros en la Sierra Nevada del Cocuy, y en la Occidental tiene elevaciones promedio de 2000 metros.
Los tres ramales enmarcan los valles interandinos de dos de los principales ríos del país: el Magdalena y el Cauca, que presentan en sus riberas bosques húmedos y poco estacionales, con abundante alimento para las aves a lo largo del año. También se desarrollan, en lugares cuyas condiciones climáticas son especiales, bosques secos tropicales, una de las formaciones vegetales con mayor riesgo de colapso en todo el mundo, en la que buena parte de su flora y fauna ha desarrollado respuestas evolutivas que le permiten subsistir en las condiciones extremas impuestas por la marcada estacionalidad climática, en tanto que otras especies han optado por utilizar, de acuerdo con sus necesidades, los recursos que estos ofrecen en algunas temporadas; sin embargo, el cambio climático las está llevando a vivir en sus límites fisiológicos y a soportar sequías severas que amenazan con ser cada vez más fuertes y extensas.
Las zonas de menor inclinación y las altiplanicies presentan las condiciones perfectas para la conformación de humedales de media y alta montaña, que son alimentados por las abundantes lluvias que se presentan en montañas de los flancos cordilleranos. Tal es el caso de los complejos lagunares del altiplano cundiboyacense, donde a pesar de los avanzados procesos de transformación humana, sobreviven las lagunas de Tota, Fúquene y La Herrera, y un grupo de humedales localizados en Bogotá y sus alrededores. Estos cuerpos lacustres atraen grandes cantidades de aves residentes y migratorias que encuentran allí alimento y descanso.
En el sistema de los Andes merecen atención especial los páramos, ecosistemas que se desarrollan a gran altitud, justo por debajo de las nieves perpetuas. Colombia alberga allí un poco más de 200 especies de aves, de las cuales cerca de 50 residen de forma exclusiva y alrededor de 70 son visitantes habituales. Estas aves se ven enfrentadas al estrés fisiológico a causa de los cambios de temperatura y a las precipitaciones, que les imponen retos biológicamente difíciles de sobrellevar.
Definir el número de aves que habitan las tres cordilleras colombianas y sus respectivos valles es una tarea casi imposible, debido a que muchas de las especies realizan migraciones altitudinales en diferentes épocas, tal vez determinadas por la oferta de recursos cambiantes a medida que las lluvias se desplazan.
Ambiente de páramo en el Parque Nacional Natural Chingaza.
Pacífico
Al occidente del país, en las faldas de la vertiente del Pacífico de la cordillera Occidental, se abren paso las selvas del Chocó biogeográfico, consideradas como uno de los puntos de mayor diversidad del planeta y una de las áreas con mayor pluviosidad del mundo; una zona de gran riqueza cultural y uno de los territorios más desconocidos de Colombia.
Entre las espesas selvas húmedas se levantan algunas serranías de media altura cuya riqueza ambiental aún no ha sido estudiada por la ciencia, y en el litoral, las grandes extensiones de manglares protegen las inmensas planicies de la costa de los procesos erosivos, mientras aportan alimento y hábitat a colonias de aves que anidan entre sus ramas y raíces. Como en la Amazonia, la selva húmeda presenta una gran estratificación vertical con árboles de más de 50 m que les ofrecen a las aves las condiciones ideales para desarrollar sus ciclos de vida, bien sea alimentándose directamente del suelo, de los frutos del dosel o de los insectos que viven entre las abundantes plantas epifitas que cuelgan de los árboles.
Se estima que en esa zona, desde el nivel del mar hasta las montanas de la vertiente occidental de la cordillera Occidental, habitan alrededor de 1080 especies de aves en un área que alcanza tan solo el 10 % del territorio emergido de Colombia. A pesar de estos datos, junto con la Orinoquia, esta es la región que ha tenido menos estudios ornitológicos. Sin embargo, se sabe a ciencia cierta que alberga muchas especies endémicas, especialmente de tangaras y colibríes. En las extensas playas de arenas negras de los departamentos de Nariño, Cauca y Valle del Cauca abundan las especies playeras costeras y marinas, así como migrantes boreales y australes que las visitan durante seis o siete meses para escapar de los fríos inviernos.
Estribaciones de la serranía del Baudó, en la costa del Pacífico colombiano.
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El compás (Semnornis ramphastinus) habita en las laderas de la vertiente occidental de la cordillera Occidental, moviéndose en parejas o pequeños grupos familiares mientras se alimenta de frutos carnosos y algunos insectos. Es muy perseguido como ave de jaula, por lo que está «Casi amenazado» de extinción.
Caribe
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Desde los bosques secos y matorrales achaparrados del Caribe, el tucán caribeño (Ramphastos sulfuratus) vigila sus territorios, que defiende sonoramente.
La región Caribe de Colombia presenta una gran diversidad de ecosistemas y paisajes. Se destaca especialmente la Sierra Nevada de Santa Marta —cuyo origen de 5 millones de años es más antiguo que el de los Andes—, que alberga todos los pisos térmicos y los tres picos más altos del país (5750 msnm), lo que hace de ella la montaña de litoral más alta del mundo.
En esta región también se encuentran selvas de tierras bajas en la serranía del Darién, densos bosques de manglares, los relictos más importantes y extensos de bosque seco tropical del país y los desiertos áridos y semiáridos de La Guajira, donde surge como una isla la serranía de La Macuira con sus bosques enanos de niebla. Se destacan los complejos sistemas lagunares que inundan las planicies del Caribe, como la Ciénaga Grande de Santa Marta, que cumplen una importante labor de regulación hídrica y son el hábitat de múltiples especies de aves nativas y migratorias.
A una distancia de más de 700 kilómetros de las costas continentales de Colombia, en medio del mar Caribe, se encuentra el Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, que alberga unas 200 especies de aves, algunas de ellas endémicas. Este archipiélago, junto con los cayos, bancos y bajos cercanos a las islas principales, son de gran importancia para las aves migratorias, debido a que ofrecen estaciones de paso para recuperarse de los largos viajes que realizan para huir del frío de los inviernos boreales y los de regreso, cuando retornan a sus territorios de reproducción.
Cabo de la Vela en la península de La Guajira.
Las aves de Colombia en cifras
Establecer el número específico de aves a lo largo del territorio colombiano es una labor siempre cambiante, pero a la vez emocionante y retadora. En años recientes, gracias a los estudios científicos, a la participación decidida de los observadores de aves a través de procesos de colaboración y de co-creación, y a varias propuestas de investigación, tenemos un mejor panorama de la diversidad de especies en nuestros departamentos (tabla 1). Entre estos, el Cauca es el que lleva el mayor registro de especies a la fecha, posiblemente asociado con su complejidad topográfica, que abarca desde las costas de Pacífico hasta las zonas del piedemonte amazónico, pasando por el macizo colombiano, donde nacen cinco de los ríos más importantes del país. Le siguen en cantidad de aves Nariño y Antioquia.
Solo parte de esta gran diversidad está resguardada en el Sistema Nacional de Áreas Protegidas (sina), compuesto por parques nacionales naturales, santuarios de fauna y flora y otros territorios de conservación, en los que se estima que cerca del 40 % de las especies de aves gozan de un grado de protección adecuado (tabla 2).
Cuantificar las especies para cada departamento se ha convertido en una labor interesante, y reconocer las aves endémicas, en un reto aún mayor. El endemismo se ha definido como aquellas especies que habitan en un solo lugar, en contraposición con las que tienen su rango de distribución en la totalidad de un país, y el término «casiendémico» se aplica a las especies cuya distribución en un solo país es igual o mayor al 50 % de toda su área. Los endemismos, además de constituir otra de las cifras que sitúa a Colombia en los primeros puestos del mundo conducen a resaltar la responsabilidad de nuestras acciones de conservación sobre este grupo de animales. En 2013 se contaban 1639 especies residentes, 79 de las cuales se consideraban endémicas, número que, debido a nuevos descubrimientos, puede estar alrededor de 85 actualmente; su mayor concentración está en la Sierra Nevada de Santa Marta, desde los 800 msnm hasta las nieves perpetuas, donde se han descrito unas 30 especies endémicas. Específicamente, entre los 800 y 2400 m habitan 16, en contraste con 15 que lo hacen de forma exclusiva, también en este rango altitudinal, en la cordillera Oriental desde el sur del Cesar hasta Cundinamarca (tabla 3).
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Las corocoras (Eudocimus ruber) se congregan en garceros donde tienen mayor protección por encontrarse en grandes grupos. Han sido fuente de inspiración para el folclore llanero.
Una mirada al estudio de las aves en Colombia
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La espátula rosada (Platalea ajaja) ha sido una de las aves de pantano más estudiadas, junto con la garceta tricolor y los coquitos.
Desde la época precolombina los pueblos ancestrales han sentido fascinación por estos seres emplumados; testigo de ello son las múltiples piezas de orfebrería que reposan en la colección del Museo del Oro de Bogotá y los pictogramas y bajorrelieves hallados en las serranías de La Macarena, Chiribiquete y La Lindosa. Esto nos demuestra que desde siempre las sociedades humanas han tenido un vínculo muy estrecho con las aves, no solo como acompañantes, sino como seres importantes en el desarrollo de sus creencias y en la visión del mundo que los rodeaba.
Tanto la Real Expedición Botánica —desde sus inicios protocolarios en 1783 hasta comienzos de 1814— como algunos cronistas independientes reseñaron las diversas formas de vida que encontraban. Fue entonces cuando se hicieron las primeras relaciones de las aves de la Nueva Granada, en especial las de la región del valle del Magdalena. Esto no pasó inadvertido para Carlos Linneo, quien desde 1735 desarrollaba su novedoso sistema de nomenclatura de la vida silvestre y describió por primera vez para el conocimiento occidental varios taxones a partir de individuos de Colombia y Suramérica.
Sin embargo, en esa época no todo fue estudio científico. La vistosidad de las aves del Nuevo Mundo generó conceptos de moda que fomentaron su utilización desmedida. Se tienen registros de aduana que muestran despachos para los mercados españoles e ingleses de más de 3 toneladas de plumas de garzas al año, destinadas a adornar sombreros de estilo victoriano, carteras de mano y tocados y adornos para los vestidos de gala utilizados por las damas para asistir a eventos culturales como la ópera o el teatro.
Durante la colonización la región fue el destino de múltiples expediciones biológicas que buscaban documentar y llevar a Europa evidencias de la riqueza de las aves de las Américas. Surgieron entonces empresas destinadas a la exploración y el comercio de ejemplares con fines científicos, lo que dio lugar al esquema conocido como «pieles de Bogotá», que generó incontables interrogantes debido a que, por lo lucrativo del negocio, desde múltiples lugares de la denominada Nueva Granada se enviaban ejemplares al viejo continente, pero estos no contaban con información sobre sus lugares de origen, lo que dificultó su conocimiento. Años más tarde la región llamó la atención de los investigadores de todo el mundo, que ansiaban conocer un país con tal variedad de aves; entre ellos se destaca Frank Chapman, el autor del primer recuento de aves de Colombia.
Aunque para esa época investigadores y ornitólogos establecidos en el país comenzaban a estudiar la diversidad de aves, como el hermano lasallista Apolinar María o el hermano Nicéforo María, el impulso inicial se debe a los extranjeros. A mediados del siglo xx se crearon las primeras sociedades nacionales de ciencias naturales y varias instituciones dedicadas al estudio de la biodiversidad, cuyos primeros directores, reconocidos como entusiastas ornitólogos, abrieron paso al desarrollo permanente de esta disciplina. En esa época la información se difundía en inglés, pero se hizo cada vez más asequible al público nacional, lo que impulsó a nuevos investigadores a estudiar las relaciones ecológicas de las aves entre sí, con el entorno y con los humanos.
Para la década de 1970 se crearon grupos de estudios formales en diferentes instituciones universitarias que fomentaron la apreciación y el entendimiento de las aves, lo cual abonó el espacio para nuevas colaboraciones nacionales e internacionales. Surgió así en 1988 el Encuentro Nacional de Ornitología, que convocó a profesionales y aficionados a la observación, el conocimiento y disfrute de las aves. Este evento se ha realizado anualmente hasta la fecha, con excepción de los dos años de pandemia del covid-19. En el ámbito internacional, en 1986 se publicó la primera Guía de las aves de Colombia, un hito mundial que inició el reconocimiento de la diversidad de aves del país.
En la actualidad se han establecido más de 20 asociaciones de observadores de aves, se han publicado más de 30 guías regionales o locales de aves, como las de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, la de la Laguna de Sonso en el Valle del Cauca y la de las Aves de Bogotá y la Sabana, y se ha realizado el recuento, en lengua autóctona, de las aves de Mitú en el Vaupés. Esto demuestra el creciente interés por la ornitología y la relación que tenemos con las aves en sus entornos naturales y transformados, y ha llevado a destacar la búsqueda y el conocimiento de aves como un motor de progreso social y económico para las comunidades de los diferentes destinos, lo que ha generado conciencia de la necesidad de conservar esta riqueza que tanto interesa y atrae a investigadores, estudiosos y aventureros de todo el mundo.
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El garzón soldado (Jabiru mycteria), ave de gran tamaño que habita en las sabanas bajas de la Orinoquia y del Caribe, tiene un pico fuerte con el que captura pequeños vertebrados.