
4. Interacciones perfectas


Los colibríes, con sus delicados cuerpos y ágiles movimientos, maniobran entre la vegetación para poder acceder al néctar de sus flores favoritas. Colibrí cola de raqueta (Ocreatus underwoodii).
Foto: Carlos Uribe Vélez.
La relación entre la flora y la fauna es indiscutible; sin embargo, el ser humano padece en ocasiones de la llamada «ceguera vegetal», que consiste en fijar la atención solo en aquellos organismos animales que se relacionan directamente con él, o en los que representan mayor peligro, dejando de lado el contexto en el que estos se desenvuelven y haciendo caso omiso de las consecuencias que sufren cuando sus ambientes son alterados. Lejos de ser algo innato, esta ceguera parece tener un profundo arraigo en el medio en que nos desenvolvemos. Las aves nos dan la oportunidad perfecta para conocer las conexiones que hay entre los diferentes elementos de la naturaleza lo cual disminuye nuestra ceguera vegetal.
La polinización
Observar la relación entre las plantas y las aves nos ayuda a entender el riesgo que significaría perder los servicios ecosistémicos que nos prestan y que son esenciales para nuestro bienestar. Uno de los principales aportes de las aves es la propagación de las plantas. En todo el mundo, cerca de 2000 especies (alrededor del 20 % de las reconocidas) visitan las flores para alimentarse, y alrededor de 950 desempeñan procesos de polinización de plantas vasculares. Una pérdida de aves en los ecosistemas llevaría a una reducción aproximada del 84 % en la producción de semillas y a una merma de cerca del 55 % de las plantas juveniles de múltiples especies. Los polinizadores colaboran en más del 35 % de los procesos de la agricultura y aumentan en alrededor del 75 % la producción mundial de los principales cultivos alimentarios, mediante la zoocoria, que es el proceso de dispersión de propágulos asistido por animales.
La existencia de las plantas con flor ha generado una simbiosis entre estas y sus posibles dispersores o polinizadores; hoy se reconoce que cerca del 87,5 % de las angiospermas dependen de las aves y otros polinizadores para reproducirse. Si se observa por regiones, las áreas templadas pueden tener una polinización por animales del 78 %, mientras que en el trópico esta proporción aumenta a cerca del 95 %.
Aunque generalmente se estima que el proceso de polinización y dispersión de plantas lo hace un grupo pequeño de aves, estudios recientes sugieren que, dada la variedad de dietas y formas de capturar alimento, las especies que apoyan estos servicios ecosistémicos es mucho mayor. Se considera que alrededor del 90 % de las 10 713 toneladas de frutas y hortalizas producidas en Colombia en 2015 tuvieron una dependencia de la polinización, y según el Departamento Administrativo Nacional de Estadísticas (dane), el 6,5 % del producto interno bruto del país entre 2000 y 2011 provino de actividades agrícolas que dependen en alguna medida de este proceso. Además la polinización garantiza la supervivencia de las plantas silvestres que regulan otras manifestaciones de la naturaleza esenciales para el hombre, como el control de la erosión y la regulación hídrica.
La polinización se asocia en parte con los colibríes, de los cuales en Colombia hay alrededor de 165 especies. Este grupo de aves exclusivas del Neotrópico tiene contrapartidas ecológicas en otros continentes, que llevan a cabo este mismo proceso en cientos de plantas. La morfología de los colibríes ha evolucionado en estrecha relación con las plantas con flor, y en algunos casos ha dado lugar a una hiperespecialización, en la que una especie de colibrí consume solo un tipo de flor, o solo unas pocas especies diferentes, lo que se ha identificado como una coevolución. A medida que uno de los elementos —la planta o el colibrí— se modifica morfológicamente o en su comportamiento, el otro miembro también cambia para mantener los beneficios de dicha relación. Si por diversos motivos la planta comienza a tener una corola (la parte visible de las flores) más profunda, que ubica los receptores de néctar o nectarios por dentro de la flor, en respuesta, y a lo largo de varias generaciones, la selección natural va a favorecer a aquellos colibríes que tengan picos más largos, que les permitan llegar a la nueva ubicación del néctar, la gran recompensa energética. En estos casos, la coevolución entre plantas y colibríes suele ser mutua, o sea que si uno de los dos falla, su contraparte no podrá sobrevivir.
En la polinización, el ave se beneficia al tomar de la planta el recurso energético que necesita, representado por el néctar que contiene diferentes mezclas de azúcares, entre fructosas y sacarosas, con algunos otros elementos producidos por las plantas dentro del proceso de la fotosíntesis, con un alto costo energético. Las plantas con flor destinan parte de los azúcares y la energía que generan a la elaboración de esa sustancia que al ser consumida por los colibríes aumenta sus ganancias reproductivas. Como la mayoría de las flores son extremadamente delicadas y no pueden sostener el peso de estos pequeños animales, ellos deben mantenerse en vuelo mientras introducen su pico para llegar al alimento. Su aleteo puede tener una frecuencia promedio de alrededor de 50 veces por segundo, lo que hace que muchos de ellos produzcan un zumbido similar al de algunos insectos. Para mantenerse en la misma posición mientras consumen o liban de la flor, hacen una rotación completa de sus alas de 180° y describen en el aire un movimiento en forma de 8, lo que las convierte en el único grupo dentro de las aves que puede realizar un vuelo sostenido hacia adelante y hacia atrás.
Mientras se mantiene en vuelo, cuando el colibrí inserta su pico y parte de la frente (incluso en ocasiones toda la cabeza) en la flor, entra en contacto con sus órganos reproductivos, bien sea con las anteras que llevan el polen masculino, o con los pistilos, que son tubos de conducción a los ovarios femeninos. El acelerado metabolismo de los colibríes les exige consumir gran cantidad de néctar a lo largo del día, por lo que después de obtener su primera recompensa en una planta visitan nuevas fuentes de alimento con una carga adicional de polen impregnado en su pico o garganta. En el proceso de visitar una y otra flor, el colibrí roza nuevamente su zona frontal con los órganos reproductivos de estas, con lo que genera la fecundación y la producción de semillas para que nuevas plantas crezcan.
A pesar de las extensas investigaciones sobre las aves, en diferentes regiones y variados aspectos, su estudio continúa ampliando las fronteras de lo posible y los límites de las capacidades biológicas. Hasta hace unos años se consideraba que los colibríes, en su incesante revoloteo, adquirían el néctar de las flores a partir de un mecanismo de succión, donde sus delgados y elongados picos actuaban a modo de pitillo o pajilla. Sin embargo, trabajos desarrollados en el país, que involucran nuevas metodologías y oportunidades de investigación, llevaron al doctor Alejandro Rico-Guevara y colaboradores a mostrar que, lejos de ser un mecanismo pasivo, la obtención del néctar requiere de varios componentes fisiológicos y mecánicos. Fue posible advertir que sus lenguas extremadamente largas se empapan e impregnan del néctar, exprimido a partir de la compresión mecánica que ejerce el pico cuando la lengua retorna a él, donde se descarga el líquido rico en energía y luego es deglutido, no simplemente succionado.
Dentro del desarrollo evolutivo de esta relación mutualista, las plantas han generado estrategias para que haya una mayor cantidad de visitas repetidas por varios individuos y a diferentes flores. La producción del néctar es demandante y una sola flor no logra abastecer completamente los requerimientos de un colibrí, por lo que este se ve obligado a visitar otras. Además, la oferta del néctar está condicionada temporalmente: algunas plantas tienen mayor concentración y calidad en la madrugada, mientras otras a media mañana. Sin embargo, no es una buena opción mantener alta calidad de manera constante o aportar néctares con demasiada concentración, puesto que esto afectaría el número de visitas posteriores, y por lo tanto la probabilidad de polinización de otras plantas disminuiría. Como no hay ninguna indicación externa de que ya se ha visitado una determinada flor o agotado su néctar, algunos colibríes pueden visitar una flor que ya no tiene néctar, y aún así transportar el polen en su cuerpo.
Nada garantiza que después de visitar una planta el colibrí se desplace exclusivamente a otras flores de su misma especie. Si esto no ocurre, el ave no habrá apoyado la reproducción, pero sí habrá tomado el néctar de recompensa y llevado cargas de polen que ya no podrán ser utilizadas para fecundar otras plantas. Como mecanismo para reducir las visitas que no llevan a la polinización surgió la coevolución, en la cual la morfología de ciertas especies de colibrí está relacionada con la flor de una planta específica, y así no puede buscar alimento en ningún otro tipo de flor, lo cual disminuye la probabilidad de que en un solo recorrido se visiten especies diferentes.
Pero no solo los colibríes consumen néctar: un grupo particular de aves, llamadas pinchaflores, ha desarrollado en el ápice de sus picos un pequeño gancho o doblez que les permite perforar la base de las flores y tener acceso a los receptores del néctar. De este modo obtienen energía sin entrar necesariamente en contacto con los órganos reproductivos de las plantas y no le generan un daño a la flor, por lo que esta puede continuar atrayendo a otros polinizadores, y así no disminuyen su probabilidad de supervivencia. Es interesante observar que a los nectarios de las flores que son usurpadas por los pinchaflores pueden acceder diferentes aves, incluidos colibríes, y tomar la recompensa sin aportar en la polinización, al no tener la necesidad de ingresar por el frente de la flor.
Por otro lado, este líquido, rico en carbohidratos y azúcares, atrae a una gran variedad de insectos hacia la parte interna de la flor, cerca de la corola, donde aves insectívoras los pueden atrapar. Aves que, a pesar de no tener la capacidad de revolotear y mantenerse en un vuelo sostenido, sí pueden llevar consigo alguna cantidad de polen hacia otras flores.

El trepador picudo (Nasica longirostris) habita en las selvas bajas de la Amazonia colombiana, entre las copas de los árboles de mediana y gran altura.
Dispersión de semillas

Los trogones, llamados en algunas regiones «soledades», son reconocidos por su ávido apetito de insectos y frutos medianos y grandes que encuentran en los bosques maduros donde habitan. (Trogon melanurus).
Además de contribuir en la polinización, las aves también lo hacen con la dispersión de semillas, lo cual las convierte en jardineras y arquitectas de la distribución de la vegetación que soporta la vida en el planeta. Sin la dispersión de frutos de árboles y arbustos a largas distancias, algunos de nuestros bosques serían muy diferentes. Para la mayoría de las plantas no es una buena estrategia que sus descendientes crezcan bajo su sombra porque puede haber falta de luz, circunstancia que les impide realizar la fotosíntesis de forma eficiente; también pueden ser atacadas fácil y rápidamente por cualquier enfermedad o patógeno que tengan los adultos. Permitir que las semillas sean transportadas a otros lugares por medio de las aves ofrece una buena oportunidad para que los nuevos individuos obtengan ventajas.
La dispersión de semillas realizada por las aves se conoce como «ornitocoria», la cual puede ser de dos tipos: se denomina endozoocoria cuando el transporte de las semillas se lleva a cabo a partir del consumo de frutas por parte de las aves, en tanto que, si se da cuando las semillas se adhieren a las patas, el pico o el plumaje, se le reconoce como exozoocoria. Algunas especies de plantas han desarrollado una relación tan cercana con sus dispersores avícolas, que es indispensable que la semilla pase por el tracto digestivo del ave y remueva ciertas capas de protección con sus jugos gástricos para que sea posible su germinación.
En esta relación mutualista las aves nuevamente consiguen energía en forma de frutos, en tanto que las plantas obtienen el desplazamiento y traslado de sus embriones. Tal como ocurre con la polinización, dentro de la dispersión de semillas puede haber casos de coevolución. Un ejemplo de esto se da entre los guácharos (Steatornis caripensis) y las palmas y laureles que les ofrecen sus frutos. Estas aves, que concentran sus colonias en cuevas naturales, dejan sus sitios de refugio para volar incluso hasta 120 km en busca de su alimento favorito, y en vez de realizar el vuelo de regreso directamente a la cueva, pueden pasar una o varias noches en grandes árboles de la selva o permanecer en cultivos y potreros, y al defecar, durante las noches, plantan inadvertidamente las semillas necesarias para la renovación de los bosques amazónicos. Los guácharos pesan más de 350 g, lo que hace de ellos aves de gran capacidad de vuelo, para lo cual necesitan un alto consumo de alimento. Gracias a la morfología de su pico, son de los pocos frugívoros que pueden consumir los grandes frutos de palmas y árboles de laurel —llamados aguacatillos en algunas regiones—, especies primordiales en las redes tróficas amazónicas y andinas.
En los ecosistemas naturales, las aves frugívoras suelen ser diversas, pero no necesariamente abundantes y no todas llevan a cabo el proceso de dispersión de semillas de la misma manera. Algunas pueden sujetarse a las ramas y capturar pequeños frutos, mientras que otras, debido a su peso, solo pueden acceder a frutos carnosos de gran tamaño que están dispuestos en ramas gruesas, y algunas, como los loros, sujetan el fruto con su pata mientras consumen la parte carnosa con el pico. Los frutos que pueden ser consumidos por las aves dependen del tamaño y la morfología de sus picos y patas. Las aves que consumen directamente las semillas de los pastos, y algunas arvenses (especies vegetales presentes en los ecosistemas agrícolas que compiten por agua y nutrientes con las plantas en cultivo), aportan al control de malezas, debido a que, en la mayoría de los casos, estas aves granívoras como cardenalitos, espigueros y jiriguelos, entre otros, consumen las semillas de las plantas no deseadas, y las rompen o trituran y las dejan destrozadas.
Es muy difícil determinar el valor monetario de los servicios de polinización y dispersión de semillas, sin embargo, se ha considerado que el costo de los prestados por las aves puede estar alrededor de 9400 dólares por hectárea. Los costos de los procesos de restauración que ayudan a mantener y regular otros servicios pueden ser similares. En el mundo, todos los polinizadores (incluyendo insectos, aves y algunos mamíferos) aportaron al planeta entre 235 y 570 billones de dólares al año. Según la Plataforma Intergubernamental de Ciencia y Política sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas, cerca del 16,5 % de las aves y mamíferos polinizadores y dispersores de semillas que dieron origen a tal valor monetario están en riesgo de extinción global.
Estas contribuciones son fundamentales para el beneficio del ser humano y dependen en buena medida de que las aves consigan alimento para transformarlo en energía en otros puntos de los ecosistemas, pero la relación de mutuos beneficios entre plantas y aves con frecuencia puede verse afectada cuando sus transportadores dañan las semillas o los granos de polen. Algunas requieren pasar por el tracto digestivo de las aves para poder germinar, pero puede ocurrir que durante la digestión, o por el accionar mecánico del pico, pierdan su capacidad para desarrollarse.
Las aves rapaces y la cacería
Otra de las grandes contribuciones de las aves a los ecosistemas y al hombre, que igualmente está mediada por el alimento, es el control de plagas. Las aves actúan como depredadoras de múltiples organismos. Algunas se alimentan de especies que pueden ser vectores de plagas y enfermedades —zoonóticas— y otras consumen organismos que afectan los cultivos y la producción forestal. En muchos lugares pueden ejercer el control de insectos considerados como perjudiciales y evitar su crecimiento poblacional, el cual, junto con otros factores, puede conducir a pérdidas económicas y poner en riesgo la seguridad alimentaria.
El principal grupo de depredadoras lo constituyen las denominadas rapaces, dentro del cual se encuentran águilas, halcones, gavilanes, búhos y lechuzas, que no necesariamente están emparentadas entre sí, pero constituyen un caso de convergencia alimenticia. El arma fundamental de cacería para las aves de rapiña son sus patas, provistas con dedos y garras fuertes que les permiten matar a sus presas para luego despedazarlas con el pico. Según el tamaño, las rapaces pueden requerir, como mínimo, de unos 40 g de alimento diario, cantidad que se incrementa durante su periodo de crianza. Tienen una amplia dieta constituida principalmente por mamíferos, roedores, otras aves, reptiles, anfibios, insectos y peces. Colombia ocupa el primer lugar en número de águilas y halcones del mundo, con alrededor de 80 especies, y cuenta con casi 30 tipos diferentes de búhos, que complementan o basan gran parte de su dieta en roedores, que constituyen una amenaza para los cultivos agrícolas y sus procesos de almacenamiento.
En algunas regiones del mundo con alta producción de granos se recurre a la cetrería, o semidomesticación de águilas y gavilanes, para que controlen las plagas en silos; sin embargo, en algunos lugares atraen a las rapaces ubicando perchas en sitios estratégicos que les sirvan de puntos de observación en sus faenas de cacería, y así evitan extenuantes jornadas de adiestramiento.

El cernícalo americano (Falco sparverius), que se alimenta de insectos, roedores, anfibios, reptiles y otras aves, generalmente caza mientras va volando.
Consumo de insectos

Los llamados barranqueros, de la familia Momotidae, hacen sus nidos en flancos de ríos y peñascos. En Colombia hay seis especies. (Momotus aequatorialis).
Tal vez el mayor aporte al control de plagas lo realizan las aves que consumen insectos. Comúnmente definimos un organismo como frugívoro si se alimenta principalmente de frutas, carnívoro si basa su dieta en carne, nectarívoro si consume néctar de flores, o insectívoro si se nutre de insectos. Sin embargo, todas las aves, independientemente de cuál sea su fuente principal de alimento, deben consumir insectos a lo largo de su ciclo de vida, dado que las plumas se generan a partir de la queratina, un compuesto proteico que solo pueden extraer a partir de insectos y artrópodos. Cuando se inicia el periodo de muda o cambio de plumaje, etapa que está finamente sincronizada tanto con las condiciones hormonales y ambientales como con los picos de abundancia de insectos, el consumo de estos aumenta en todas las aves. Como no hay aves sin plumas, todas deben consumir insectos y artrópodos, es decir que todas moderan en mayor o menor medida las poblaciones de estos otros organismos. Golondrinas, atrapamoscas, cucaracheros, hormigueros, carpinteros y horneros son las especies que sustentan casi toda su alimentación en insectos y contribuyen en mayor proporción a su control.
La regulación de enfermedades zoonóticas es posible gracias a que las golondrinas y los vencejos son ávidos consumidores de mosquitos, moscas y sus larvas. Una sola de estas aves puede digerir alrededor de 900 insectos diarios para satisfacer sus demandas energéticas, y en época reproductiva puede requerir unos 2000 más para alimentar a sus crías. Ahora bien, si se considera que muchas de estas especies son gregarias y conviven en grupos de más de 100 individuos, se puede deducir que estas especies podrían ayudar a controlar múltiples enfermedades como la malaria, el dengue, el chikungunya y el zika.
La producción ganadera también se beneficia de la labor de las aves. En épocas de lluvias intensas, o donde hay malos drenajes, el ganado acumula una cantidad considerable de garrapatas, nuches y moscas, lo que le causa enfermedades que disminuyen la producción de leche. Varias especies de aves se especializan en consumir dichos artrópodos e insectos, y con sus fuertes picos los eliminan de la piel del ganado. Esto genera una disminución de la carga ectoparasitaria que se traduce en un menor requerimiento de suministro de medicamentos, y por lo tanto en una producción de leche saludable que cumpla con estándares internacionales y sea amigable con el medioambiente.
En cultivos de frutales, las aves consumen principalmente hormigas y avispas (54 %), además de una gran diversidad de escarabajos (26 %) y arañas que capturan del suelo, la parte media del follaje y el dosel. Valoraciones internacionales estiman que las aves pueden reducir hasta en un 80 % la cantidad de artrópodos que afectan la producción, principalmente de pulgones, los cuales pueden ser diezmados hasta en un 70 %.
Un insecto que ha producido serios detrimentos económicos al atacar el café —cultivo que aporta alrededor del 23 % del pib del sector agropecuario de Colombia— es el escarabajo conocido como la broca del café (Hypothenemus hampei), un curculiónido que perfora los granos y afecta la producción, en ocasiones al punto de acabar con una cosecha. En varios estudios y experimentos se ha identificado que en los cafetales que albergan una mayor diversidad y abundancia de aves insectívoras, la afectación a sus hojas y frutos es mucho menor, lo cual reduce el uso de insecticidas y genera una baja en costos de 75 dólares por hectárea al año. Las aves buscan en estos cultivos fuentes de agua y lugares de refugio, por lo cual se fortalece cada vez más la idea de conformar cafetales y cacaotales con sombrío, que proporcionen sitios adecuados para las aves durante su alimentación. Esta relación de afinidad y mutuo beneficio se puede incrementar propiciando el establecimiento de poblaciones residentes de aves insectívoras a lo largo de todo el periodo productivo de las plantas.
Las prácticas que favorecen la convivencia entre las aves y la biodiversidad tienen hoy un reconocimiento en el mercado internacional. Existen múltiples sellos que certifican una producción amigable con las aves, especialmente en torno al café, que aseguran un menor uso de insecticidas y pesticidas, así como un aumento en plantas y estratos que permitan que diversos insectívoros encuentren allí su alimento. Los cafetales que presentan esta certificación obtienen en el mercado precios más altos que otros, puesto que hay un público cada vez mejor informado que valora la sostenibilidad ambiental. Los cultivos certificados son especialmente importantes para especies migratorias del hemisferio norte, dado que, por la expansión del área con cultivos industrializados, no encontraban en la zona tropical hábitats adecuados para resguardarse de los largos inviernos, y la tasa de mortalidad durante sus viajes se vio incrementada. Estudios en Centroamérica y Colombia han confirmado que en diferentes momentos del periodo migratorio las aves hacen uso transitorio o permanente de los cultivos con sombrío para recargar energía y pasar allí la época invernal.
Las aves insectívoras son bastante resistentes a las actividades humanas, por lo que no es difícil hallarlas en las ciudades. Sin embargo, detectar una mengua en la abundancia y diversidad de estas es un indicador de que el ecosistema no funciona bien. Es por esto que, en muchos lugares, como mecanismo de contingencia y herramienta para la supervivencia de las aves insectívoras, se ha recurrido a la ubicación de cajas nido artificiales que, después de servirles en la reproducción anual, son utilizadas por otros insectívoros. Estos habitáculos ayudan a mantener a anidantes primarios de una gran variedad de especies netamente insectívoras, como los carpinteros, en sus ambientes naturales, cuando en el proceso de limpieza y adecuación de las zonas de cultivo se talan árboles en pie (vivos o muertos), privando así a las aves de troncos y cavidades donde poder anidar. Por supuesto, la utilidad de esta estrategia depende del lugar donde se desarrolle, pues si en la zona hay escasez de cavidades, o no hay especies anidantes, tal vez no se logre el resultado esperado.
La migración
Uno de los sucesos de mayor notoriedad en la naturaleza es la migración de las aves, que se desplazan anualmente a un nuevo lugar cuando en los sitios de cría o reproducción se presentan condiciones adversas que ponen en peligro su supervivencia; una vez superados esos tiempos difíciles retornan a sus territorios de cría. Este evento, tan maravilloso como peligroso, implica acciones como la capacidad de comprender las señales ambientales con precisión y prepararse para recorrer largas distancias con riesgos impredecibles. Antes de la migración, diferentes procesos hormonales y fisiológicos les indican a las aves que es el momento de abastecerse de energía y consumir más alimento a fin de acumular los carbohidratos y grasas que gastarán durante el viaje. Cuando determinan que ha llegado el momento de alzar vuelo, deben contar con un mapa mental y agudizar los sentidos para leer los rumbos y direcciones que deben tomar. Para ello emplean información de las estrellas, de la luz polarizada que se refracta sobre la atmósfera, de marcas geológicas, e incluso de datos electromagnéticos que analizan y procesan activando determinados cúmulos de neuronas que albergan en su cerebro, toda una intrincada y delicada red de información integrada tanto por la genética como por el aprendizaje heredado de su especie generación tras generación.
Dentro del conglomerado de las aves migratorias, diferentes grupos emplean estrategias diversas para hacer su recorrido de ida y vuelta. Algunas se mantienen en grupos de miles de individuos que bordean las costas y realizan paradas en sitios específicos para reabastecerse de alimento y descansar. Otras, como las águilas migratorias, prefieren seguir de cerca las cadenas montañosas que generan corrientes de aire caliente, también llamadas termales, que les ayudan en el vuelo al permitirles planear sin tener que agotar su energía en aleteos. Dado que estas rapaces aprovechan las corrientes térmicas, sus vuelos migratorios ocurren principalmente de día, mientras que gran parte de los migrantes de menor tamaño, que son presas fáciles para las águilas, hacen sus recorridos de noche, cuando tienen mejor visibilidad de las estrellas, lo que les sirve como mapa de ruta, y descansan durante los días en puntos estratégicos. Solo algunas especies pueden aventurarse a realizar la migración total sobre mar abierto, lo cual implica un reto enorme debido a la imposibilidad de hacer paradas para autoabastecerse o recuperarse de algún accidente.
Durante la migración, las aves generan interacciones con los sistemas que visitan. Ya desde el siglo iv a. c. los humanos analizaban estos procesos para tratar de encontrar explicaciones y buscar señales que les indicaran momentos decisivos para su vida, pues estos ciclos les permitían predecir cambios en el clima que les exigían prepararse para los periodos de lluvias anunciados con la llegada de algunas especies y la recolección de las cosechas que se debía hacer al desaparecer otras. Todos estos sucesos estaban regidos por las migraciones latitudinales, en las que las especies que se desplazan desde zonas templadas del norte y sur del planeta hasta las zonas tropicales anuncian los cambios estacionales y estimulan la producción primaria natural, base de las redes ecológicas del planeta.
La producción primaria neta es la biomasa y la energía que generan las plantas durante la fotosíntesis, la cual se integra a los ecosistemas a través del consumo o el reciclaje de nutrientes. En las zonas de marismas o ciénagas salobres de todo el continente americano, gran variedad de aves migratorias, como chorlitos, playeras y vadeadores, se reabastecen y se congregan con especies residentes. Es así como estas grandes bandadas, que pueden albergar unos miles o millones de individuos, contribuyen al reciclaje de nutrientes al romper mecánicamente la vegetación en descomposición, lo cual facilita su incorporación al suelo y aumenta la fertilidad al aportar más nitrógeno, mientras depositan nutrientes a los ecosistemas en forma de guano (excrementos).
Las casi 400 000 toneladas de guano que depositan las aves marinas durante la migración y anidación desprenden suficiente amoniaco como para desencadenar la formación de nubes de albedo alto, es decir, con alta capacidad de reflejar la radiación solar, lo cual produce un enfriamiento medio en la capa superficial de la Tierra de 0,5 vatios por metro cuadrado. Así mismo, al cubrir el hielo polar con excrementos, reducen la penetración de los rayos solares, lo cual baja la velocidad de deshielo de los casquetes polares, aunque no a la velocidad necesaria dado lo acelerado de los cambios actuales. Las aves no pueden contrarrestar el calentamiento global ni local, pero ayudan a mitigarlo.
Como contingencia a la contaminación causada por la práctica tradicional de quemar los cultivos después de la cosecha y al impacto que se genera por la liberación de gases de efecto invernadero, en diferentes lugares se ha optado por inundar los terrenos, con lo que se crea un hábitat propicio para garzas, patos, zambullidores y otras aves acuáticas que rompen mecánicamente los últimos vestigios vegetales mientras mantienen el suelo aireado por la acción de su andar. Con esta práctica se logra duplicar el contenido de nitrógeno natural en la tierra, lo que se hace más evidente en islas e islotes donde las deposiciones de las aves sirven como abono para incrementar la producción de los cultivos. Durante sus viajes migratorios, las aves ejercen una acción «de arriba hacia abajo» sobre los terrenos que visitan, al dejar disponible rápidamente una cantidad de nutrientes que permiten posteriormente almacenar abundante carbono en la biomasa vegetal que integran al ecosistema, la cual luego puede ser consumida por otros animales herbívoros.
A lo largo de su recorrido, algunas aves migratorias inician el cambio de plumaje, bien sea para tener sus alas en perfectas condiciones para los largos vuelos, o para lucir sus mejores y más brillantes plumas cuando lleguen a los territorios de cría, donde se realizan sus cortejos y la reproducción. Por esto, durante el viaje suelen reabastecerse en lugares fijos donde abundan insectos y artrópodos que les aportan queratina. Al comer en un sitio y defecar en otro, a varios kilómetros, generan un movimiento adicional de nutrientes que de otra manera no sería posible. Algunos estimativos sugieren que las aves acuáticas que visitan y dependen de humedales pueden aportar en sus sitios de parada un 40 % del nitrógeno y hasta un 70 % del fósforo que requieren estos sistemas para que las plantas realicen la fotosíntesis.
Pero no solo ocurren migraciones de aves desde las zonas norte y sur del planeta hacia los trópicos. Muchas especies realizan desplazamientos altitudinales, es decir que se mueven de las zonas bajas hacia las montañas, como ocurre con la tingua azul (Porphyrio martinica), ave de brillantes colores que hacia octubre y noviembre comienza su migración en pequeños grupos, desde los Llanos Orientales y las lagunas del valle del Magdalena hasta los humedales del altiplano cundiboyacense, en la cordillera Oriental de Colombia, donde encuentran abundante alimento y buenas condiciones climáticas para emprender su viaje de retorno a las tierras bajas hacia marzo y abril, cuando el clima ha cambiado. Aunque se desconoce mucho de estas migraciones altitudinales, se sabe que hay otras especies que las llevan a cabo, como el cormorán o pato cuervo (Phalacrocorax brasilianus), la garza patiamarilla (Egretta thula), el ermitaño verde (Phaethornis guy) y el quetzal crestado (Pharomachrus antisianus). Se estima que alrededor de 45 especies pueden ser migrantes altitudinales, aunque esta cantidad puede aumentar considerablemente si se tiene en cuenta que son pocos los estudios que se han realizado en el país, y en general en el Neotrópico.
Las estadísticas señalan a Colombia como el país con mayor cantidad de aves, y las migratorias contribuyen a aumentar las cifras. Se considera que cerca del 14 % de las registradas en nuestro territorio son migratorias latitudinales, y de este porcentaje unas 154 especies tienen sus territorios de cría en el hemisferio norte y 23 corresponden a migrantes australes que pasan la mayor parte de su época invernal entre la Orinoquia y la Amazonia. De estas, dos especies están «En peligro crítico» de extinción en todo el mundo y tres en Colombia; otra está en la categoría «En peligro» mundial, y cuatro en peligro en el país.
En el grupo de las migrantes boreales sobresalen las denominadas reinitas, miembros de la familia taxonómica Parulidae, que parten en grandes concentraciones desde las costas del norte de Norteamérica, atraviesan Centroamérica y llegan al país para dispersarse a lo largo del Caribe o al interior, por las tres cordilleras; en menor cantidad, algunas se dirigen a las costas del Pacífico. Para algunos de estos individuos, que no sobrepasan los 20 g, esto puede significar para un viaje de unos 8800 kilómetros en una sola dirección.
Aunque tradicionalmente se ha considerado que los sitios de reproducción de las especies constituyen su territorio nuclear, si se hace un contraste entre el tiempo que toma la reproducción y la suma del que abarca la migración, que incluye los viajes y tiempos de estadía en los territorios de resguardo, las aves migratorias pueden pasar más de seis meses en Colombia, contra los tres o cuatro de permanencia en sus territorios de cría. En años recientes también se han conocido eventos de especies que son consideradas como migratorias, pero que se reproducen en el país, como el chorlo gritón (Charadrius vociferus) y el pato barraquete (Spatula discors).

Diferentes especies de aves playeras y marinas se integran en las costas durante sus viajes migratorios para escapar del frío y la escasez de comida que hay durante el invierno en las zonas templadas. Gaviotas reidoras (Chroicocephalus ridibundus).
Recuperadores de vida

Llamado por algunas culturas ancestrales andinas como «el mensajero de los dioses», el cóndor Andino (Vultur gryphus) tiene una de las mayores envergaduras alares de todo el mundo: más de 3 m. Domina ambientes de alta montaña y ocasionalmente baja a nivel del mar.
Otro de los grandes aportes de las aves a los ecosistemas es el reciclaje de nutrientes por parte de especies residentes. Muchas veces menospreciados, e incluso activamente atacados, los chulos, zopilotes, buitres, gualas o zamuros son especies carroñeras que habitan en todas las zonas del planeta y son indicadoras de la estabilidad de los ambientes donde actúan, pues se encargan de un control sanitario que por muchos años pasó inadvertido. Al consumir carne en descomposición se encargan de disminuir las infecciones bacterianas y la dispersión de virus, mientras que, por intermedio de su proceso digestivo, fertilizan nuevas zonas para el establecimiento de la vegetación.
Con base en su dieta particular, estas aves presentan características que facilitan su labor: una cabeza desprovista de plumas, aspecto muy relevante si se considera que estas podrían albergar infinidad de patógenos; sobre la piel de la cabeza hospedan una rica fauna de bacterias y otros microorganismos que les dan protección sin afectar sus sistemas de defensa natural; tienen además un proceso digestivo fuertemente influenciado por bacterias específicas que ayudan a descomponer el alimento en partículas cada vez más sencillas y de fácil absorción para su organismo.
Generalmente se las ve planeando en grandes grupos —de una sola especie o mezclados con varios tipos de chulos, e incluso con algunas águilas y halcones—, girando en círculos para aprovechar las corrientes térmicas, o vientos calientes, y así aliviar el esfuerzo del aleteo.
Este grupo de recicladores de nutrientes tiene uno de los sentidos olfativos más desarrollados en las aves, lo cual les permite encontrar carne en descomposición en zonas de vegetación cerrada, a unos 2 km de distancia. A pesar de que su dieta está basada en carne, no poseen un pico muy fuerte, pero como es curvo, les facilita romper o rasgar los tejidos cuyas partes más rígidas han sido ablandadas previamente en el proceso de descomposición.
En Colombia se han identificado seis miembros de la familia taxonómica Cathartidae, entre las que se destacan el cóndor andino (Vultur gryphus) y el rey gallinazo o rey zamuro (Sarcoramphus papa); la zona que alberga mayor cantidad de estas especies es la Orinoquia. El cóndor, con una envergadura —distancia de punta a punta de sus alas extendidas— de entre 2,5 y 3,3 m, es el ave voladora más grande del continente; presenta una diferencia morfológica y de tamaño entre el macho y la hembra, esta un poco más grande y sin coloración rojiza en la cabeza. Esta ave mítica e imponente, que ha formado parte de tradiciones ancestrales a lo largo de todo el continente, domina dentro del grupo de los chulos, y como es mucho más robusta que las demás, ante una fuente fresca de alimento, el cóndor tiene prelación en el acceso a la carne y cualquier otro carroñero es relegado a un segundo plano. Algunas observaciones sugieren que el hecho de formar grandes grupos de chulos al vuelo alrededor de alguna fuente fresca de alimento es una forma de atraer la atención de cóndores, para que estos, con sus fuertes garras y su pico, rompan el cuero de los cadáveres.
El aporte al reciclaje de carroña y el control de enfermedades por parte de este grupo de aves ha sido notorio en algunos lugares de África e India en años recientes. Sin embargo, debido al uso desmedido de fármacos para el control de enfermedades del ganado, cuando varios ejemplares fallecieron y los buitres consumieron su carne, se generaron procesos de bioacumulación, es decir que, por el consumo continuo de carne contaminada, los fármacos se acumularon en los tejidos de los buitres, lo que les ocasionó una muerte masiva. Esto condujo al amontonamiento cada vez mayor de cadáveres de ganado vacuno en descomposición, y al carecer del servicio de limpieza natural, se presentaron mayores afectaciones en el resto del ganado y grandes problemas de salud pública. Se estima que, en condiciones ideales, los chulos y buitres pueden consumir hasta un 25 % de los desechos orgánicos generados en las ciudades. Pero estas no son las únicas aves que consumen carroña. Existen muchas rapaces de diferentes tamaños que utilizan este recurso de manera exclusiva o eventual, lo cual acelera el ingreso de los nutrientes al sistema natural. En algunos estudios controlados se encontró que el servicio de las aves carroñeras puede representar un valor monetario de cerca de 50 millones de dólares en algunas regiones como España, y hasta de 2000 millones de dólares en países emergentes y de ingresos medios, incluida India.
Además de facilitar el reciclaje de nutrientes, las aves son grandes aliadas en los procesos de restauración natural. Debido a su movilidad, colaboran con la dispersión de semillas y la polinización, actividades que además de fertilizar la tierra apoyan la restauración de los ambientes, lo cual conduce a mejoras en todos los servicios ecosistémicos. Estos jardineros inadvertidos siembran las semillas de forma eficiente en lugares cercanos o lejanos, con lo cual mantienen una mezcla de especies vegetales que evita la homogeneización del paisaje mientras sostiene los ciclos y las relaciones diversas y cambiantes de la naturaleza.