No
existe una formación montañosa más
singular ni más sorprendente en Colombia ni en
el resto del planeta que la Sierra Nevada de Santa Marta,
conocida por sus antiguos habitantes, los Tayronas, como
«Citurna», topónimo que significa «el
país de las Nieves»; es una unidad biogeográfica
que puede sintetizar casi la totalidad de los ecosistemas
y regiones geográficas presentes en el territorio
colombiano.
La Sierra, con más de 23.500 km2 se espiga desde
la llanura caribe, entre el desierto guajiro, las ensenadas
marítimas de las antiguas provincias de Bonda y
Posigüeyca, la Ciénaga Grande de Santa Marta
y las ardientes sabanas del valle de Upar que rematan
sobre la serranía del Perijá.
GEOLOGÍA Y GEOMORFOLOGÍA
La Sierra Nevada es un macizo aislado e independiente
de la cordillera de los Andes, que aparenta ser una formación
geológica bastante uniforme; sin embargo, las rocas
que la constituyen son de diversas edades y su formación
dependió de una gran cantidad de eventos orogénicos
altamente diferenciados, que se iniciaron hace unos 400
millones de años, durante el Predevónico,
a juzgar por las características de su basamento
de tipo metamórfico. Su constitución y su
modelado se realizaron durante los últimos 200
millones de años y alcanzó su altura actual
—5.775 msnm— durante el Pleistoceno,
hace 100.000 años.
El basamento de la Sierra Nevada es de composición
cristalina y se encuentra incrustado sobre una gran cantidad
de fallas que ocasionaron su surgimiento y determinaron
la existencia de por lo menos tres grandes fosas que le
permitieron establecer una profundidad de más de
6.000 m. En otras palabras, si todo este basamento llegara
a surgir algún día, tendríamos una
montaña de 11.500 m de altura, comparable a los
Himalayas o al Tíbet en el sudeste asiático.
Algunos geólogos consideran que debido a la gran
falla colombiana de Ariguaní —alineada en
dirección noroccidental, sobre unos 250 km de longitud,
entre el curso del río San Jorge, los altos de
Cicuco y el Difícil y de la propia Sierra—,
la Sierra Nevada de Santa Marta se desplazó uno
200 km al norte; este movimiento generó una gran
cantidad de hundimientos que formaron un complejo de ciénagas
y lagunas fluviales, las cuales reciben las aguas de rebalse
de los ríos San Jorge, Sinú, Cauca y Magdalena
y se constituyen en una gran hoya interior, que en algunos
puntos geográficos se encuentra varios metros por
debajo del nivel del mar. Se trata de la depresión
Momposina, una región altamente susceptible a las
inundaciones naturales durante largos períodos
del año, compuesta por cuatro elementos tectónicos
prominentes: el Alto del Cicuto, el Alto del Difícil,
la Geofractura de Plato y la Depresión Tectónica
de Sucre.
El desplazamiento de la Sierra ocasionó toda una
reorganización de la cuenca baja del río
Magdalena; desplazó su desembocadura mucho más
hacia el occidente, donde se encuentra en la actualidad
y formó todo el sistema estuarino y deltaico de
Salamanca, un dique-isla que dio a su vez origen a la
Ciénaga Grande de Santa Marta. La llanura magdalenense
se fue modelando con muchos depósitos no consolidados
fluvio-lacustres —depósitos de arcillas y
limos de carácter ribereño— que cicatrizaron
los movimientos de esta gran mole montañosa.
De otra parte, la Sierra Nevada tiene una configuración
extremadamente curiosa y llamativa que ha generado una
serie de comparaciones con la formación tibetana,
la cual resultó del choque subcontinental entre
la India y Asia oriental —Paquistán, Afganistán
y parte de China—. La Sierra es una pirámide
de tres caras o vertientes. Los picos más altos,
Bolívar, Simons, Colón y Reina se alinean
hacia el norte sobre un eje de dirección oriente–occidente
y se precipitan abruptamente hacia el mar por profundas
gargantas y cuencas de laderas escarpadas, desde los 5.700
m, en escasos 38 km en línea recta. En las otras
dos vertientes se presentan pendientes igualmente pronunciadas
y encajonadas en profundas y cortas cuencas que llegan,
por la cara suroriental, hasta las llanuras de Valledupar
y por la suroccidental, hasta los humedales de la Ciénaga
Grande de Santa Marta.
HIDROGRAFÍA
Este macizo puede ser considerado uno de los reservorios
hídricos más importantes del país;
es una de las tres estrellas hidrográficas de mayor
aporte y por ende un generador de bienes y servicios ambientales
de primer orden, que suministra el agua a una población
superior al millón y medio de personas.
Por las tres caras de la Sierra Nevada corren más
de 30 ríos importantes como el Córdoba,
Gaira, Manzanares, Don Diego, Palomino, Ranchería,
Jerez, Badillo, Fundación, Aracataca, Sevilla y
Frío, con un total superior a 680 microcuencas,
que aportan más de 10.000 millones de m3 de agua
al año.
En su mayoría son ríos y quebradas de aguas
cristalinas, procedentes de las lagunas sagradas localizadas
en las partes más altas de la Sierra, por debajo
de los conos nevados, los cuales contribuyen al mantenimiento
de sus niveles, mediante el deshielo diario. Pero el gran
aporte hídrico se genera por efecto de las lluvias
y por la captación de la humedad que hace la vegetación,
a partir de las nieblas en la zona de páramo y
en los bosques de niebla.
CLIMA
Son muchos los factores que determinan las condiciones
climáticas de esta montaña sagrada: su localización
respecto a la línea ecuatorial; su cercanía
a la plataforma marina del Caribe; su gran variación
altitudinal; el efecto de los vientos alisios procedentes
del nororiente, que se estrellan contra el macizo; su
relación estrecha con múltiples cuerpos
hídricos de la periferia; y su proximidad a la
serranía del Perijá.
El régimen de lluvias está definido por
el desplazamiento de la Zona de Convergencia Intertropical,
que ocasiona dos períodos de lluvia claramente
diferenciados: abril-junio y agosto-diciembre. No obstante,
cada una de las tres vertientes presenta particularidades
y variaciones; en el flanco norte, el más húmedo
de todos, hay precipitaciones que van desde los 4.000
mm de lluvia al año en las cuencas de los ríos
Buritaca, Guachaca y Don Diego, hasta los valores menos
intensos del río Palomino hacia el oriente, donde
los índices de precipitación descienden
a 2.500 mm y 1.800 mm a medida que las estribaciones se
acercan al desierto guajiro. Sobre los flancos occidental
y oriental, las precipitaciones varían entre 1.500
mm al occidente, al margen de la Ciénaga Grande
y 1.200 mm en las estribaciones del Cesar.
La temperatura ambiental depende de dos factores principales:
la altitud sobre el nivel del mar, que la incrementa en
unos 6 °C por cada 1.000 m de elevación y la
ubicación dentro de uno de los tres flancos de
esta gran pirámide; así, a nivel del mar,
en la vertiente norte se presentan los promedios más
bajos, con registros entre 22 y 26 °C, en contraste
con las vertientes oriental y occidental, donde las temperaturas
promedio pueden estar entre 25 y 34 °C.
FLORA
El gradiente altitudinal de la Sierra es extremo y heterogéneo;
presenta variaciones en cortas distancias debido a los
rangos de pendientes pronunciadas —superiores a
los 40° promedio—, pero ante todo, a las particularidades
de la gran mayoría de sus cuencas que se constituyen
en microambientes especiales, tanto por el régimen
climático, como por las condiciones de suelo tan
diversas.
Entre los 0 y 500 msnm, encontramos un verdadero mosaico
de formaciones vegetales que rodean la Sierra. Se presentan
ambientes muy secos, con vegetación desértica
—xerofítica—, sobre el sector costero
y en algunos enclaves de Santa Marta, del Cerrejón
y del Cesar. En estos bosques y matorrales xerófilos
y subxerófilos, el dosel en general es bajo, usualmente
entre 7 y 10 m, con gran cantidad de elementos provistos
de espinas o aguijones; las especies que lo habitan, en
su mayoría se defolian e imparten un aspecto grisáceo
al conjunto durante el verano; en estos bosques se presenta
una asociación o complejo de asociaciones en las
que sobresalen el trupillo, los aromos —realmente
dos tipos de acacia—, que poseen espinas de origen
estipular, rectas y alargadas de color pálido;
el palo brasil, el dividivi, el guamacho —cactácea
con aspecto de árbol—; la candelabra o cardón
de higo, de 2–5 m de altura que se encuentra solitario
o formando grupos; la tuna y otro candelabriforme de gran
tamaño. Estas comunidades se intercalan, en sitios
más humedos, con árboles como el caracol,
el carreto, el resbalamono, la olla de mono, el camajón
duro, el olivo y el jaboncillo.
En pequeños enclaves de pantano de agua dulce,
con vegetación marginal de enea y en algunas comunidades
vegetales de playa, sobresalen el icaco, el guayacán
y la uva de playa. En las bahías de Chengue, Cinto
y Neguange, se encuentra el mangle rojo o el mangle salado,
asociado siempre con el mangle bobo.
Las palmas son algunos de los elementos más característicos,
tanto en las partes más bajas como en los bosques
nublados. Entre otras, están representadas por
la palma de vino, la palma amarga o «de techar»,
ampliamente utilizada por los indígenas de la región,
la palma iraca y la palma bejucosa. En el arbolado, las
especies dominantes por biomasa son los caracolíes,
de los cuales hay individuos de hasta de 35 m de altura,
con muy buena regeneración natural, en las márgenes
de las quebradas.
En los bosques higrotropofíticos —transitorios
entre secos y húmedos—, cuyo dosel oscila
entre unos 15 y 20 m de altura, predominan especies caducifolias
que pierden su follaje, algunas por breve tiempo, otras
durante todo el verano. En los ambientes más secos
sobresalen las trepadoras leñosas y árboles
como el carito u orejero, característicos por su
defoliación parcial. También se encuentran
en estos enclaves secos y en las zonas más bajas
de la vertiente norte, el jobo, el naranjuelo, el guayacán,
el ébano, la ceiba o majagua, el mamón,
el trébol, el aceituno, el quebracho y el mamón
de tigre.
En el bosque húmedo subhigrofítico —caracterizado
por su exuberancia y verdor durante todo el año—,
los árboles permanecen gran parte del tiempo envueltos
en neblina; en su mayoría son especies perennifolias
que alcanzan hasta 35 m de altura y conforman un universo
encantado, con una gran variedad de epífitas —musgos,
bromeliáceas, aráceas y orquídeas—
que se esparcen por el suelo, cuelgan de las ramas de
los árboles o viven sobre ellos. En el bosque montano
húmedo, cuya altura es de 25 a 30 m, algunas de
las especies importantes son el macondo o bonga; el caney,
una de las maderas más finas de la región;
la ariza y varias especies de higuerones o cauchos, asociados
a viejos caminos.
En altitudes superiores a los 3.400 m predomina el páramo,
caracterizado por la presencia de pajonales y frailejones;
es una zona biológica llena de endemismos, donde
también abundan minúsculos bosques de plantas
retorcidas.
Se localiza, especialmente, en valles rodeados por cuencas
que los protegen de los vientos helados que continuamente
asolan las cúspides nevadas y los superpáramos
o tundras —ambientes inhóspitos de extensos
arenales oscuros—. El páramo es, a su vez,
la fábrica de agua por excelencia, que capta en
sus frondosos pastizales de Calamagrostis, la
humedad necesaria para regular los cauces de las lagunas
multicolores y la infinidad de quebradas y ríos
que aportan sus aguas al Caribe.
En la Sierra existen más de 600 géneros
botánicos y 3.000 especies de plantas superiores;
tan solo en el caso de las gramíneas se reportan
cerca de 130 especies. En el transcurso de los últimos
siglos, el aislamiento geográfico ha permitido
el desarrollo de un alto grado de endemismos en ecosistemas,
por encima de los 800 msnm, donde el macizo jugó
un papel muy importante durante las glaciaciones del Pleistoceno,
como refugio para las épocas más frías
y secas, lo cual contribuyó a la particularización
de las especies —especiación— por aislamiento.
En la actualidad se encuentran, a nivel de especies vegetales,
no menos de 100 endemismos y a nivel de género
más de 10, entre los cuales se destacan Castañeida,
Cabreriella, Raouliopsis, Micropleura y Perissocoelum.
Figuran, igualmente, el frailejón arbóreo;
la escrofulariácea, arbusto de flores blancas;
la compuesta Hinterhubera nevadensis; las palmas
Dictyocaryum lamarckiamun y Ceroxylon schultzei;
el manzano, cultivado como frutal por los indígenas;
la solanácea bejucosa; la compuesta arbórea
Paragynoxys undulata; el tachuelo y las melastomáceas
Chaetolepis santamartensis, Monochaetum magdalenensies
y Graffenrieda santamartensis.
FAUNA
La Sierra Nevada de Santa Marta está considerada
como uno de los sitios más importantes a nivel
mundial por la ornitología; sobresalen la gallineta
de monte, la perdiz o soisola, el cóndor, el gallinazo
rey o algualcil, el águila copetona, el paujil
y dos especies de pavas, además de otras 520 especies
y subespecies. Entre los endemismos se encuentran: un
colibrí, un perico, la verdolaga, el carpintero
pardo, los falsos carpinteros o trepatroncos, el mirlo
acuático, los cucaracheros y una mirla.
Entre los mamíferos, que sobrepasan las 100 especies,
se pueden citar: la danta —animal totémico
de los grupos indígenas que habitan la Sierra—,
que asciende a los 2.000 m; el venado de páramo,
endémico de la Sierra; la ardilla, los ratones
silvestres también endémicos y algunos ejemplares
de felinos como el león colorado y los tigrillos;
nutrias y primates entre los que se destacan el mico colorado
o aullador, el maicero y el mico de noche.
Encontramos también armadillos, ardillas, puercoespines,
zainos o saínos, manaos, chuchas, el zorro hediondo
o zorro mochilero y un marsupial: la llamada marta o cinco
dedos. Los murciélagos pueden aproximarse a 90
especies, entre las que es muy peculiar el Leptonycteris
curacaocensis, nectarívoro que poliniza las
cactáceas columnares de las partes más bajas
de la Sierra.
Dentro de los reptiles hay importantes especies en vía
de extinción como la taya–x, la boa, la mapaná
y la cascabel; así mismo hay lobos polleros y varias
especies de iguanas.
La fauna que habita en los arroyos o quebradas: cangrejos,
camarones, un pez dulceacuícola secundario, el
besote o brillón y un buen número de anfibios
e insectos, que fácilmente pueden sobrepasar las
50.000 especies.
Desde el punto de vista de los endemismos de la fauna,
encontramos que 18 de las 520 especies de aves registradas
en este macizo, son exclusivas; así como 12 de
las 48 especies de anfibios y más de 20 de las
90 especies de reptiles. Caso similar ocurre a nivel de
los caracoles: el 55% de los registros logrados para el
área son endémicos y un alto porcentaje
de las 148 especies de mariposas muestran variedades exclusivas.
UNIDADES BIOGEOGRÁFICAS
La Sierra Nevada de Santa Marta es en sí misma
una provincia que contiene cinco distritos: Guachaca,
Aracataca, Caracolicito, Marocaso y Chundua.
Los distritos muestran entre sí una gran complejidad.
Por lo menos 96 de las 1.850 plantas superiores registradas
hasta el momento son endémicas y se localizan principalmente
en las partes altas y medias, en el bioma de selva subandina
—19 endemismos—, andina —20— y
de páramo —57—. La vegetación
de la parte alta de la provincia es en general húmeda
higrofítica, sin períodos de deficiencia
de agua y con frecuencia de nieblas.
Pueden definirse seis biomas zonales: selva húmeda
del piso cálido —de 0 a 1.050 m—; selva
húmeda del piso templado —de 1.050 a 1.900
m—, bosque húmedo del piso frío —de
1.900 a 3.400 m—, páramo —de 3.400
a 4.200 m—, superpáramo —de 4.200 a
5.100 m— y piso nival —de 5.100 a 5.771 m—.
La biota del macizo y en particular la de los pisos térmicos
templado, frío, páramo y subpáramo
tiene notable afinidad con la de los Andes, en especial
con la de la cordillera Oriental de Colombia, pero en
muchos casos esta afinidad es mayor con los Andes de Mérida,
Trujillo, Táchira y la cordillera de la costa en
Venezuela.
UNA HISTORIA DE CONTÍNUAS LUCHAS
La historia de la Sierra Nevada comienza muchos siglos
antes de la conquista. Desde el año 300 a. de C.
se inició el desplazamiento de grupos agrícolas
y sedentarios que se establecieron en la vertiente oriental
de la Sierra, sobre las cuencas del río Ranchería.
Aparentemente se presentó un desarrollo cultural
a lo largo de tres o cuatro siglos, que ocasionó
serios problemas ambientales, por lo que migraron hacia
la vertiente norte de la Sierra. Por esta misma época
se inició el desarrollo de pueblos caciquiales
de la macrofamilia lingüística Chibcha, posiblemente
provenientes de Centroamérica, que se asentaron
sobre la costa —actual Parque Tayrona—, en
las ensenadas de Neguanje y Cinto y que más adelante
se constituirían en el pilar de la cultura Tayrona.
A partir del año 900 d. C., el país y particularmente
la costa Caribe y el piedemonte amazónico, fueron
invadidos por unos grupos tribales sumamente belicosos
y aguerridos de filiación macrolingüística
Karibe —Karib o Caribale—, que venían
persiguiendo a grupos de la familia Arawak, desde el corazón
de la Amazonia brasilera. Su hostigamiento permanente
obedecía a la búsqueda de esclavos para
las faenas hortícolas y de mujeres para la procreación.
Parte de estos temibles antropófagos —llamados
por los españoles Caníbales, por ser Caribales
o Karibales—, se enfrentaron a los Tayronas, que
por aquel momento iniciaban un desarrollo cultural de
cacicazgos en villas nucleadas en las cercanías
de la costa. Los Tayronas crearon estrategias de tipo
militar y de organización social que los llevaron
a adaptarse eficientemente a todos los ecosistemas de
la Sierra, desde el nivel del mar hasta los 2.500 m, límite
para sus grandes ciudades de piedra. Un sistema sofisticado
de caminos líticos aseguraba el aprovechamiento
y la movilización permanente de productos agrícolas
que ofrecían el gradiente altitudinal y la variedad
ecosistémica. Más de 400 ciudades grandes,
medianas y pequeñas —hasta ahora encontradas
en la Sierra a través de las prospecciones arqueológicas—,
dan cuenta del esplendor alcanzado por estos magníficos
arquitectos y urbanistas. Los cálculos demográficos
hechos por los especialistas, preven no menos de un millón
de indígenas en el momento del descubrimiento español.
A partir de 1525, año de fundación de la
ciudad de Santa Marta, se inició el verdadero movimiento
de resistencia indígena. Durante las dos décadas
posteriores a su fundación, las batallas fueron
permanentes; en ellas la peor parte la llevaron los indígenas,
quienes se replegaron hacia la Sierra. La resistencia
duró más de 100 años y a medida que
pasaba el tiempo y las incursiones de exterminio se hacían
más frecuentes, las ciudades y la organización
social y cultural de los Tayronas se iban diezmando.
Las perlas y el oro constituían el botín
más preciado para los españoles, ingleses
y holandeses que incursionaban frecuentemente las zonas
bajas de la Sierra y de vez en cuando por sus estribaciones.
En 1599 las tropas españolas lograron doblegar
totalmente la beligerancia Tayrona y las pocas familias
que lograron salvarse, se refugiaron en las profundidades
de la selva.
A partir del siglo XVII, la Sierra solo fue tenida en
cuenta por la actividad «guerrillera» de las
poblaciones Chimilas que subsistieron varios siglos más;
en 1730 los españoles intentaron dominar su territorio
y establecieron una primera población con iglesia,
plaza cuadrada y templo doctrinero; un siglo más
tarde estaba concluyendo en Colombia la independencia
criolla y 50 años después se les confería
a los indígenas de la Sierra Nevada el carácter
de ciudadanos del Nuevo Reino de Granada. El panorama
de aislamiento, y desconocimiento de la Sierra no varió
hasta el presente siglo, cuando concluyó la guerra
de los Mil Días y los misioneros capuchinos se
establecieron en San Sebastián de Rábago
—Nabusimake—, en 1918.
La colonización de campesinos mestizos y blancos
comenzó a mediados del presente siglo. Con ello
se inició, no solo el proceso de saqueo del patrimonio
arqueológico a manos de guaqueros, sino que prosperó
considerablemente el cultivo del café y con ello
la valorización de las tierras más asequibles;
se fundaron pueblos como San Pedro de la Sierra, Palmar,
Santa Clara y Villa Germania. Con los colonos llegaron
las vías y con la construcción de la Troncal
del Caribe en 1967, más y más colonos que
se afianzaron en forma definitiva gracias a los cultivos
de marihuana, cuyo auge se inició a mediados de
los setenta. Los Koguis iniciaron nuevamente su peregrinación
a las partes más altas e inaccesibles.
CITUMA, LA MONTAÑA SAGRADA
Para los Mamos o sacerdotes Koguis, descendientes directos
de los Tayronas, Citurna no es una montaña más
de nuestra geografía, es la casa del mundo y la
madre de todas las razas y las cosas que lo habitan; pilar
del universo y columna vertebral del cosmos.
Según la mitología Kogui, primero estuvo
el mar; un mar eterno, profundo y oscuro, sin vida ni
cosa alguna. Luego la Madre Universal, Naboba o Shibalaneuman,
señora de todos los ancestros, creó la luz
y con sus primeros destellos surgió la vida. Cada
accidente topográfico, las lagunas, los ríos
y sus desembocaduras, los grandes árboles y sus
animales tienen un valor simbólico y espiritual.
Esta montaña está llena de energías
que determinan la vida de los hombres y del universo en
general. Los daños que se causen a esta energía
espiritual repercuten necesariamente sobre todas las demás
cosas y seres de la tierra y los astros. Esta es la «Ley
de la Madre», esta es la «Ley de Antigua».
En la Sierra subsisten cuatro grupos indígenas
diferentes que han heredado la tradición y el conocimiento
de los Tayronas. Ellos son los «hermanitos mayores»,
los centinelas de la casa de la Madre, entre los cuales
se conserva el acervo espiritual. Los descendientes directos
de los Tayronas son los Koguis o Kággabas, por
excelencia los orientadores espirituales de las otras
tribus de la Sierra: los Arsarios o Wiwas, los Arhuacos
o Ijkas y los Kankuamos. Los demás habitantes del
mundo son los «hermanitos menores».
En la actualidad, los Mamos son los intermediarios entre
la Madre, lo espiritual y sagrado y los hombres. Ellos
dirigen y son los garantes del comportamiento indígena,
puesto que son los encargados de que las leyes se cumplan.
Tienen la misión de cuidar el mundo creado, de
velar porque los ciclos cósmicos se cumplan y sean
regulares, para que las plagas de las cosechas y las enfermedades
de los hombres no destruyan la vida. El Mamo es el orientador
de todas las cosas cotidianas del hombre indígena,
define y «adivina» cada una de los acontecimientos
y sucesos de la vida doméstica de sus vasallos.
Todo está determinado por la «Ley de Origen»
que es la que definió la Madre, ley que está
por encima de cualquier otra cosa y que los Mamos transmiten
de generación en generación todas las noches
en los templos en cada poblado.
La «adivinación» y el «pagamento»
son dos prácticas recurrentes y tradicionales entre
los grupos indígenas de la Sierra Nevada. El primer
procedimiento se efectúa con «pensamiento»
espiritual entre el Mamo y los Dueños o señores
de la Madre, según los requerimientos y solicitudes
del interesado. La adivinación se hace con «cuentas
arqueológicas» —piedras tubulares de
collar— que se sumergen en concavidades o mollas
naturales de roca llenas de agua de manantial y el Mamo
interpreta las respuestas a preguntas formuladas, de acuerdo
con las burbujas que se desprenden de las perforaciones
bicóncavas de la cuenta zambullida. El «pagamento»
consiste en hacer ofrendas a los dueños de la Madre
para pedir sus favores o para que se resuelvan asuntos
de tipo personal, social o administrativo de los integrantes
del grupo; se realiza en páramos, lagunas y sitios
sagrados.
Los templos son considerados también espacios arquitectónicos
que simbolizan, con su forma de colmena, no solo a la
gran Nevada, sino al órgano engendrador femenino.
En este habitáculo, amplio y oscuro, llamado «Cansamaría»
se reúnen los hombres de cada poblado con los Mamos
para llevar a cabo la liturgia ceremonial por la Madre
Universal y por la tierra donde vivimos.
IMPACTOS AMBIENTALES
Para los indígenas de la Sierra, el mundo y nuestro
planeta están muy mal porque el hermanito «civilizado»
no respeta la tierra de «Antigua» y a la Madre
Citurna; la Sierra Nevada se sigue profanando y con el
saqueo permanente de las tumbas, los Mamos pierden su
fuerza y su sabiduría. Las cuentas de collar de
cristal de roca que los guaqueros han extraído,
llevan consigo la fuerza del agua y la energía
de la vida; por eso todos los manantiales del Macizo se
están agotando y no parece haber esperanza para
salvarlos. Con el oro arrebatado a la Madre y vendido
fuera de Colombia, el poder espiritual y el conocimiento
se esfuman; a eso se debe que Colombia esté sufriendo
tanto. De seguir así, los Mamos no podrán
garantizar la vida del universo y se habrá perdido
la esperanza.
Se hace evidente una realidad: la Sierra Nevada, reconocida
por la UNESCO hace más de 15 años como Reserva
del Hombre y de la Biosfera, cuando le confirió
la categoría de Patrimonio Mundial, sufre grandes
amenazas que podrían acabar con uno de los tesoros
más preciados de nuestro país. En la actualidad
se han arrasado por lo menos el 70% de sus bosques y selvas
húmedas y secas; es decir, que en pocos años
se alteraron más de 1’269.250 hectáreas,
de las cuales no menos de 200.000 fueron taladas para
establecer narcocultivos. Este auge de bonanzas y capitales
mal habidos, trajo consigo la presencia de grupos insurgentes,
tanto de la guerrilla revolucionaria como de los grupos
llamados paramilitares, lo cual ha generado serios conflictos
sociales, políticos y económicos en la región.
En medio de estos antagonismos, sigue avanzando la destrucción
de los hábitats naturales y muchas de las especies
de fauna y flora, exclusivas de los ecosistemas de la
Sierra, se encuentran seriamente amenazadas. Con ello
se ha perdido la estrella hidrográfica y la posibilidad
de seguir suministrando el agua para todas las poblaciones
periféricas. Pero quizás lo más grave
es que se ha puesto en serio peligro a las poblaciones
humanas que la habitan y en particular a las comunidades
indígenas que aún sienten la responsabilidad
de proteger el frágil equilibrio del planeta y
de la energía cósmica del universo.
CONSERVACIÓN
Gran parte de la Sierra Nevada fue declarada Parque Nacional
Natural en 1964, cuando se denominó Parque de los
Tayronas; en 1977 el área se amplió a 383.000
hectáreas y se cambió su nombre por el de
Parque Nacional Natural de la Sierra Nevada de Santa Marta.
En la actualidad hay una propuesta que se está
concertando con los grupos indígenas de la región
y que incluye la ampliación y clarificación
de sus límites, que aumentarán en cerca
de 120.000 hectáreas el área protegida.
En la Sierra también se encuentra el Parque Nacional
Natural Tayrona, llamado originalmente Parque Nacional
de Santa Marta, cuya extensión de 15.000 hectáreas,
incorpora área terrestre y marítima. Estas
dos unidades se han convertido en dos de los emblemas
más importantes de la conservación del país.