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CAPÍTULO 6

SIERRA NEVADA DE
SANTA
MARTA

 

No existe una formación montañosa más singular ni más sorprendente en Colombia ni en el resto del planeta que la Sierra Nevada de Santa Marta, conocida por sus antiguos habitantes, los Tayronas, como «Citurna», topónimo que significa «el país de las Nieves»; es una unidad biogeográfica que puede sintetizar casi la totalidad de los ecosistemas y regiones geográficas presentes en el territorio colombiano.

La Sierra, con más de 23.500 km2 se espiga desde la llanura caribe, entre el desierto guajiro, las ensenadas marítimas de las antiguas provincias de Bonda y Posigüeyca, la Ciénaga Grande de Santa Marta y las ardientes sabanas del valle de Upar que rematan sobre la serranía del Perijá.

GEOLOGÍA Y GEOMORFOLOGÍA


La Sierra Nevada es un macizo aislado e independiente de la cordillera de los Andes, que aparenta ser una formación geológica bastante uniforme; sin embargo, las rocas que la constituyen son de diversas edades y su formación dependió de una gran cantidad de eventos orogénicos altamente diferenciados, que se iniciaron hace unos 400 millones de años, durante el Predevónico, a juzgar por las características de su basamento de tipo metamórfico. Su constitución y su modelado se realizaron durante los últimos 200 millones de años y alcanzó su altura actual —5.775 msnm— durante el Pleistoceno, hace 100.000 años.

El basamento de la Sierra Nevada es de composición cristalina y se encuentra incrustado sobre una gran cantidad de fallas que ocasionaron su surgimiento y determinaron la existencia de por lo menos tres grandes fosas que le permitieron establecer una profundidad de más de 6.000 m. En otras palabras, si todo este basamento llegara a surgir algún día, tendríamos una montaña de 11.500 m de altura, comparable a los Himalayas o al Tíbet en el sudeste asiático.

Algunos geólogos consideran que debido a la gran falla colombiana de Ariguaní —alineada en dirección noroccidental, sobre unos 250 km de longitud, entre el curso del río San Jorge, los altos de Cicuco y el Difícil y de la propia Sierra—, la Sierra Nevada de Santa Marta se desplazó uno 200 km al norte; este movimiento generó una gran cantidad de hundimientos que formaron un complejo de ciénagas y lagunas fluviales, las cuales reciben las aguas de rebalse de los ríos San Jorge, Sinú, Cauca y Magdalena y se constituyen en una gran hoya interior, que en algunos puntos geográficos se encuentra varios metros por debajo del nivel del mar. Se trata de la depresión Momposina, una región altamente susceptible a las inundaciones naturales durante largos períodos del año, compuesta por cuatro elementos tectónicos prominentes: el Alto del Cicuto, el Alto del Difícil, la Geofractura de Plato y la Depresión Tectónica de Sucre.

El desplazamiento de la Sierra ocasionó toda una reorganización de la cuenca baja del río Magdalena; desplazó su desembocadura mucho más hacia el occidente, donde se encuentra en la actualidad y formó todo el sistema estuarino y deltaico de Salamanca, un dique-isla que dio a su vez origen a la Ciénaga Grande de Santa Marta. La llanura magdalenense se fue modelando con muchos depósitos no consolidados fluvio-lacustres —depósitos de arcillas y limos de carácter ribereño— que cicatrizaron los movimientos de esta gran mole montañosa.

De otra parte, la Sierra Nevada tiene una configuración extremadamente curiosa y llamativa que ha generado una serie de comparaciones con la formación tibetana, la cual resultó del choque subcontinental entre la India y Asia oriental —Paquistán, Afganistán y parte de China—. La Sierra es una pirámide de tres caras o vertientes. Los picos más altos, Bolívar, Simons, Colón y Reina se alinean hacia el norte sobre un eje de dirección oriente–occidente y se precipitan abruptamente hacia el mar por profundas gargantas y cuencas de laderas escarpadas, desde los 5.700 m, en escasos 38 km en línea recta. En las otras dos vertientes se presentan pendientes igualmente pronunciadas y encajonadas en profundas y cortas cuencas que llegan, por la cara suroriental, hasta las llanuras de Valledupar y por la suroccidental, hasta los humedales de la Ciénaga Grande de Santa Marta.

HIDROGRAFÍA


Este macizo puede ser considerado uno de los reservorios hídricos más importantes del país; es una de las tres estrellas hidrográficas de mayor aporte y por ende un generador de bienes y servicios ambientales de primer orden, que suministra el agua a una población superior al millón y medio de personas.

Por las tres caras de la Sierra Nevada corren más de 30 ríos importantes como el Córdoba, Gaira, Manzanares, Don Diego, Palomino, Ranchería, Jerez, Badillo, Fundación, Aracataca, Sevilla y Frío, con un total superior a 680 microcuencas, que aportan más de 10.000 millones de m3 de agua al año.

En su mayoría son ríos y quebradas de aguas cristalinas, procedentes de las lagunas sagradas localizadas en las partes más altas de la Sierra, por debajo de los conos nevados, los cuales contribuyen al mantenimiento de sus niveles, mediante el deshielo diario. Pero el gran aporte hídrico se genera por efecto de las lluvias y por la captación de la humedad que hace la vegetación, a partir de las nieblas en la zona de páramo y en los bosques de niebla.

CLIMA

Son muchos los factores que determinan las condiciones climáticas de esta montaña sagrada: su localización respecto a la línea ecuatorial; su cercanía a la plataforma marina del Caribe; su gran variación altitudinal; el efecto de los vientos alisios procedentes del nororiente, que se estrellan contra el macizo; su relación estrecha con múltiples cuerpos hídricos de la periferia; y su proximidad a la serranía del Perijá.

El régimen de lluvias está definido por el desplazamiento de la Zona de Convergencia Intertropical, que ocasiona dos períodos de lluvia claramente diferenciados: abril-junio y agosto-diciembre. No obstante, cada una de las tres vertientes presenta particularidades y variaciones; en el flanco norte, el más húmedo de todos, hay precipitaciones que van desde los 4.000 mm de lluvia al año en las cuencas de los ríos Buritaca, Guachaca y Don Diego, hasta los valores menos intensos del río Palomino hacia el oriente, donde los índices de precipitación descienden a 2.500 mm y 1.800 mm a medida que las estribaciones se acercan al desierto guajiro. Sobre los flancos occidental y oriental, las precipitaciones varían entre 1.500 mm al occidente, al margen de la Ciénaga Grande y 1.200 mm en las estribaciones del Cesar.

La temperatura ambiental depende de dos factores principales: la altitud sobre el nivel del mar, que la incrementa en unos 6 °C por cada 1.000 m de elevación y la ubicación dentro de uno de los tres flancos de esta gran pirámide; así, a nivel del mar, en la vertiente norte se presentan los promedios más bajos, con registros entre 22 y 26 °C, en contraste con las vertientes oriental y occidental, donde las temperaturas promedio pueden estar entre 25 y 34 °C.

FLORA

El gradiente altitudinal de la Sierra es extremo y heterogéneo; presenta variaciones en cortas distancias debido a los rangos de pendientes pronunciadas —superiores a los 40° promedio—, pero ante todo, a las particularidades de la gran mayoría de sus cuencas que se constituyen en microambientes especiales, tanto por el régimen climático, como por las condiciones de suelo tan diversas.

Entre los 0 y 500 msnm, encontramos un verdadero mosaico de formaciones vegetales que rodean la Sierra. Se presentan ambientes muy secos, con vegetación desértica —xerofítica—, sobre el sector costero y en algunos enclaves de Santa Marta, del Cerrejón y del Cesar. En estos bosques y matorrales xerófilos y subxerófilos, el dosel en general es bajo, usualmente entre 7 y 10 m, con gran cantidad de elementos provistos de espinas o aguijones; las especies que lo habitan, en su mayoría se defolian e imparten un aspecto grisáceo al conjunto durante el verano; en estos bosques se presenta una asociación o complejo de asociaciones en las que sobresalen el trupillo, los aromos —realmente dos tipos de acacia—, que poseen espinas de origen estipular, rectas y alargadas de color pálido; el palo brasil, el dividivi, el guamacho —cactácea con aspecto de árbol—; la candelabra o cardón de higo, de 2–5 m de altura que se encuentra solitario o formando grupos; la tuna y otro candelabriforme de gran tamaño. Estas comunidades se intercalan, en sitios más humedos, con árboles como el caracol, el carreto, el resbalamono, la olla de mono, el camajón duro, el olivo y el jaboncillo.

En pequeños enclaves de pantano de agua dulce, con vegetación marginal de enea y en algunas comunidades vegetales de playa, sobresalen el icaco, el guayacán y la uva de playa. En las bahías de Chengue, Cinto y Neguange, se encuentra el mangle rojo o el mangle salado, asociado siempre con el mangle bobo.

Las palmas son algunos de los elementos más característicos, tanto en las partes más bajas como en los bosques nublados. Entre otras, están representadas por la palma de vino, la palma amarga o «de techar», ampliamente utilizada por los indígenas de la región, la palma iraca y la palma bejucosa. En el arbolado, las especies dominantes por biomasa son los caracolíes, de los cuales hay individuos de hasta de 35 m de altura, con muy buena regeneración natural, en las márgenes de las quebradas.

En los bosques higrotropofíticos —transitorios entre secos y húmedos—, cuyo dosel oscila entre unos 15 y 20 m de altura, predominan especies caducifolias que pierden su follaje, algunas por breve tiempo, otras durante todo el verano. En los ambientes más secos sobresalen las trepadoras leñosas y árboles como el carito u orejero, característicos por su defoliación parcial. También se encuentran en estos enclaves secos y en las zonas más bajas de la vertiente norte, el jobo, el naranjuelo, el guayacán, el ébano, la ceiba o majagua, el mamón, el trébol, el aceituno, el quebracho y el mamón de tigre.

En el bosque húmedo subhigrofítico —caracterizado por su exuberancia y verdor durante todo el año—, los árboles permanecen gran parte del tiempo envueltos en neblina; en su mayoría son especies perennifolias que alcanzan hasta 35 m de altura y conforman un universo encantado, con una gran variedad de epífitas —musgos, bromeliáceas, aráceas y orquídeas— que se esparcen por el suelo, cuelgan de las ramas de los árboles o viven sobre ellos. En el bosque montano húmedo, cuya altura es de 25 a 30 m, algunas de las especies importantes son el macondo o bonga; el caney, una de las maderas más finas de la región; la ariza y varias especies de higuerones o cauchos, asociados a viejos caminos.

En altitudes superiores a los 3.400 m predomina el páramo, caracterizado por la presencia de pajonales y frailejones; es una zona biológica llena de endemismos, donde también abundan minúsculos bosques de plantas retorcidas.

Se localiza, especialmente, en valles rodeados por cuencas que los protegen de los vientos helados que continuamente asolan las cúspides nevadas y los superpáramos o tundras —ambientes inhóspitos de extensos arenales oscuros—. El páramo es, a su vez, la fábrica de agua por excelencia, que capta en sus frondosos pastizales de Calamagrostis, la humedad necesaria para regular los cauces de las lagunas multicolores y la infinidad de quebradas y ríos que aportan sus aguas al Caribe.

En la Sierra existen más de 600 géneros botánicos y 3.000 especies de plantas superiores; tan solo en el caso de las gramíneas se reportan cerca de 130 especies. En el transcurso de los últimos siglos, el aislamiento geográfico ha permitido el desarrollo de un alto grado de endemismos en ecosistemas, por encima de los 800 msnm, donde el macizo jugó un papel muy importante durante las glaciaciones del Pleistoceno, como refugio para las épocas más frías y secas, lo cual contribuyó a la particularización de las especies —especiación— por aislamiento.

En la actualidad se encuentran, a nivel de especies vegetales, no menos de 100 endemismos y a nivel de género más de 10, entre los cuales se destacan Castañeida, Cabreriella, Raouliopsis, Micropleura y Perissocoelum. Figuran, igualmente, el frailejón arbóreo; la escrofulariácea, arbusto de flores blancas; la compuesta Hinterhubera nevadensis; las palmas Dictyocaryum lamarckiamun y Ceroxylon schultzei; el manzano, cultivado como frutal por los indígenas; la solanácea bejucosa; la compuesta arbórea Paragynoxys undulata; el tachuelo y las melastomáceas Chaetolepis santamartensis, Monochaetum magdalenensies y Graffenrieda santamartensis.

FAUNA

La Sierra Nevada de Santa Marta está considerada como uno de los sitios más importantes a nivel mundial por la ornitología; sobresalen la gallineta de monte, la perdiz o soisola, el cóndor, el gallinazo rey o algualcil, el águila copetona, el paujil y dos especies de pavas, además de otras 520 especies y subespecies. Entre los endemismos se encuentran: un colibrí, un perico, la verdolaga, el carpintero pardo, los falsos carpinteros o trepatroncos, el mirlo acuático, los cucaracheros y una mirla.

Entre los mamíferos, que sobrepasan las 100 especies, se pueden citar: la danta —animal totémico de los grupos indígenas que habitan la Sierra—, que asciende a los 2.000 m; el venado de páramo, endémico de la Sierra; la ardilla, los ratones silvestres también endémicos y algunos ejemplares de felinos como el león colorado y los tigrillos; nutrias y primates entre los que se destacan el mico colorado o aullador, el maicero y el mico de noche.

Encontramos también armadillos, ardillas, puercoespines, zainos o saínos, manaos, chuchas, el zorro hediondo o zorro mochilero y un marsupial: la llamada marta o cinco dedos. Los murciélagos pueden aproximarse a 90 especies, entre las que es muy peculiar el Leptonycteris curacaocensis, nectarívoro que poliniza las cactáceas columnares de las partes más bajas de la Sierra.

Dentro de los reptiles hay importantes especies en vía de extinción como la taya–x, la boa, la mapaná y la cascabel; así mismo hay lobos polleros y varias especies de iguanas.

La fauna que habita en los arroyos o quebradas: cangrejos, camarones, un pez dulceacuícola secundario, el besote o brillón y un buen número de anfibios e insectos, que fácilmente pueden sobrepasar las 50.000 especies.

Desde el punto de vista de los endemismos de la fauna, encontramos que 18 de las 520 especies de aves registradas en este macizo, son exclusivas; así como 12 de las 48 especies de anfibios y más de 20 de las 90 especies de reptiles. Caso similar ocurre a nivel de los caracoles: el 55% de los registros logrados para el área son endémicos y un alto porcentaje de las 148 especies de mariposas muestran variedades exclusivas.

UNIDADES BIOGEOGRÁFICAS


La Sierra Nevada de Santa Marta es en sí misma una provincia que contiene cinco distritos: Guachaca, Aracataca, Caracolicito, Marocaso y Chundua.

Los distritos muestran entre sí una gran complejidad. Por lo menos 96 de las 1.850 plantas superiores registradas hasta el momento son endémicas y se localizan principalmente en las partes altas y medias, en el bioma de selva subandina —19 endemismos—, andina —20— y de páramo —57—. La vegetación de la parte alta de la provincia es en general húmeda higrofítica, sin períodos de deficiencia de agua y con frecuencia de nieblas.

Pueden definirse seis biomas zonales: selva húmeda del piso cálido —de 0 a 1.050 m—; selva húmeda del piso templado —de 1.050 a 1.900 m—, bosque húmedo del piso frío —de 1.900 a 3.400 m—, páramo —de 3.400 a 4.200 m—, superpáramo —de 4.200 a 5.100 m— y piso nival —de 5.100 a 5.771 m—.

La biota del macizo y en particular la de los pisos térmicos templado, frío, páramo y subpáramo tiene notable afinidad con la de los Andes, en especial con la de la cordillera Oriental de Colombia, pero en muchos casos esta afinidad es mayor con los Andes de Mérida, Trujillo, Táchira y la cordillera de la costa en Venezuela.

UNA HISTORIA DE CONTÍNUAS LUCHAS


La historia de la Sierra Nevada comienza muchos siglos antes de la conquista. Desde el año 300 a. de C. se inició el desplazamiento de grupos agrícolas y sedentarios que se establecieron en la vertiente oriental de la Sierra, sobre las cuencas del río Ranchería. Aparentemente se presentó un desarrollo cultural a lo largo de tres o cuatro siglos, que ocasionó serios problemas ambientales, por lo que migraron hacia la vertiente norte de la Sierra. Por esta misma época se inició el desarrollo de pueblos caciquiales de la macrofamilia lingüística Chibcha, posiblemente provenientes de Centroamérica, que se asentaron sobre la costa —actual Parque Tayrona—, en las ensenadas de Neguanje y Cinto y que más adelante se constituirían en el pilar de la cultura Tayrona.

A partir del año 900 d. C., el país y particularmente la costa Caribe y el piedemonte amazónico, fueron invadidos por unos grupos tribales sumamente belicosos y aguerridos de filiación macrolingüística Karibe —Karib o Caribale—, que venían persiguiendo a grupos de la familia Arawak, desde el corazón de la Amazonia brasilera. Su hostigamiento permanente obedecía a la búsqueda de esclavos para las faenas hortícolas y de mujeres para la procreación.

Parte de estos temibles antropófagos —llamados por los españoles Caníbales, por ser Caribales o Karibales—, se enfrentaron a los Tayronas, que por aquel momento iniciaban un desarrollo cultural de cacicazgos en villas nucleadas en las cercanías de la costa. Los Tayronas crearon estrategias de tipo militar y de organización social que los llevaron a adaptarse eficientemente a todos los ecosistemas de la Sierra, desde el nivel del mar hasta los 2.500 m, límite para sus grandes ciudades de piedra. Un sistema sofisticado de caminos líticos aseguraba el aprovechamiento y la movilización permanente de productos agrícolas que ofrecían el gradiente altitudinal y la variedad ecosistémica. Más de 400 ciudades grandes, medianas y pequeñas —hasta ahora encontradas en la Sierra a través de las prospecciones arqueológicas—, dan cuenta del esplendor alcanzado por estos magníficos arquitectos y urbanistas. Los cálculos demográficos hechos por los especialistas, preven no menos de un millón de indígenas en el momento del descubrimiento español.

A partir de 1525, año de fundación de la ciudad de Santa Marta, se inició el verdadero movimiento de resistencia indígena. Durante las dos décadas posteriores a su fundación, las batallas fueron permanentes; en ellas la peor parte la llevaron los indígenas, quienes se replegaron hacia la Sierra. La resistencia duró más de 100 años y a medida que pasaba el tiempo y las incursiones de exterminio se hacían más frecuentes, las ciudades y la organización social y cultural de los Tayronas se iban diezmando.

Las perlas y el oro constituían el botín más preciado para los españoles, ingleses y holandeses que incursionaban frecuentemente las zonas bajas de la Sierra y de vez en cuando por sus estribaciones. En 1599 las tropas españolas lograron doblegar totalmente la beligerancia Tayrona y las pocas familias que lograron salvarse, se refugiaron en las profundidades de la selva.

A partir del siglo XVII, la Sierra solo fue tenida en cuenta por la actividad «guerrillera» de las poblaciones Chimilas que subsistieron varios siglos más; en 1730 los españoles intentaron dominar su territorio y establecieron una primera población con iglesia, plaza cuadrada y templo doctrinero; un siglo más tarde estaba concluyendo en Colombia la independencia criolla y 50 años después se les confería a los indígenas de la Sierra Nevada el carácter de ciudadanos del Nuevo Reino de Granada. El panorama de aislamiento, y desconocimiento de la Sierra no varió hasta el presente siglo, cuando concluyó la guerra de los Mil Días y los misioneros capuchinos se establecieron en San Sebastián de Rábago —Nabusimake—, en 1918.

La colonización de campesinos mestizos y blancos comenzó a mediados del presente siglo. Con ello se inició, no solo el proceso de saqueo del patrimonio arqueológico a manos de guaqueros, sino que prosperó considerablemente el cultivo del café y con ello la valorización de las tierras más asequibles; se fundaron pueblos como San Pedro de la Sierra, Palmar, Santa Clara y Villa Germania. Con los colonos llegaron las vías y con la construcción de la Troncal del Caribe en 1967, más y más colonos que se afianzaron en forma definitiva gracias a los cultivos de marihuana, cuyo auge se inició a mediados de los setenta. Los Koguis iniciaron nuevamente su peregrinación a las partes más altas e inaccesibles.

CITUMA, LA MONTAÑA SAGRADA


Para los Mamos o sacerdotes Koguis, descendientes directos de los Tayronas, Citurna no es una montaña más de nuestra geografía, es la casa del mundo y la madre de todas las razas y las cosas que lo habitan; pilar del universo y columna vertebral del cosmos.

Según la mitología Kogui, primero estuvo el mar; un mar eterno, profundo y oscuro, sin vida ni cosa alguna. Luego la Madre Universal, Naboba o Shibalaneuman, señora de todos los ancestros, creó la luz y con sus primeros destellos surgió la vida. Cada accidente topográfico, las lagunas, los ríos y sus desembocaduras, los grandes árboles y sus animales tienen un valor simbólico y espiritual. Esta montaña está llena de energías que determinan la vida de los hombres y del universo en general. Los daños que se causen a esta energía espiritual repercuten necesariamente sobre todas las demás cosas y seres de la tierra y los astros. Esta es la «Ley de la Madre», esta es la «Ley de Antigua».

En la Sierra subsisten cuatro grupos indígenas diferentes que han heredado la tradición y el conocimiento de los Tayronas. Ellos son los «hermanitos mayores», los centinelas de la casa de la Madre, entre los cuales se conserva el acervo espiritual. Los descendientes directos de los Tayronas son los Koguis o Kággabas, por excelencia los orientadores espirituales de las otras tribus de la Sierra: los Arsarios o Wiwas, los Arhuacos o Ijkas y los Kankuamos. Los demás habitantes del mundo son los «hermanitos menores».

En la actualidad, los Mamos son los intermediarios entre la Madre, lo espiritual y sagrado y los hombres. Ellos dirigen y son los garantes del comportamiento indígena, puesto que son los encargados de que las leyes se cumplan. Tienen la misión de cuidar el mundo creado, de velar porque los ciclos cósmicos se cumplan y sean regulares, para que las plagas de las cosechas y las enfermedades de los hombres no destruyan la vida. El Mamo es el orientador de todas las cosas cotidianas del hombre indígena, define y «adivina» cada una de los acontecimientos y sucesos de la vida doméstica de sus vasallos. Todo está determinado por la «Ley de Origen» que es la que definió la Madre, ley que está por encima de cualquier otra cosa y que los Mamos transmiten de generación en generación todas las noches en los templos en cada poblado.

La «adivinación» y el «pagamento» son dos prácticas recurrentes y tradicionales entre los grupos indígenas de la Sierra Nevada. El primer procedimiento se efectúa con «pensamiento» espiritual entre el Mamo y los Dueños o señores de la Madre, según los requerimientos y solicitudes del interesado. La adivinación se hace con «cuentas arqueológicas» —piedras tubulares de collar— que se sumergen en concavidades o mollas naturales de roca llenas de agua de manantial y el Mamo interpreta las respuestas a preguntas formuladas, de acuerdo con las burbujas que se desprenden de las perforaciones bicóncavas de la cuenta zambullida. El «pagamento» consiste en hacer ofrendas a los dueños de la Madre para pedir sus favores o para que se resuelvan asuntos de tipo personal, social o administrativo de los integrantes del grupo; se realiza en páramos, lagunas y sitios sagrados.

Los templos son considerados también espacios arquitectónicos que simbolizan, con su forma de colmena, no solo a la gran Nevada, sino al órgano engendrador femenino. En este habitáculo, amplio y oscuro, llamado «Cansamaría» se reúnen los hombres de cada poblado con los Mamos para llevar a cabo la liturgia ceremonial por la Madre Universal y por la tierra donde vivimos.

IMPACTOS AMBIENTALES


Para los indígenas de la Sierra, el mundo y nuestro planeta están muy mal porque el hermanito «civilizado» no respeta la tierra de «Antigua» y a la Madre Citurna; la Sierra Nevada se sigue profanando y con el saqueo permanente de las tumbas, los Mamos pierden su fuerza y su sabiduría. Las cuentas de collar de cristal de roca que los guaqueros han extraído, llevan consigo la fuerza del agua y la energía de la vida; por eso todos los manantiales del Macizo se están agotando y no parece haber esperanza para salvarlos. Con el oro arrebatado a la Madre y vendido fuera de Colombia, el poder espiritual y el conocimiento se esfuman; a eso se debe que Colombia esté sufriendo tanto. De seguir así, los Mamos no podrán garantizar la vida del universo y se habrá perdido la esperanza.

Se hace evidente una realidad: la Sierra Nevada, reconocida por la UNESCO hace más de 15 años como Reserva del Hombre y de la Biosfera, cuando le confirió la categoría de Patrimonio Mundial, sufre grandes amenazas que podrían acabar con uno de los tesoros más preciados de nuestro país. En la actualidad se han arrasado por lo menos el 70% de sus bosques y selvas húmedas y secas; es decir, que en pocos años se alteraron más de 1’269.250 hectáreas, de las cuales no menos de 200.000 fueron taladas para establecer narcocultivos. Este auge de bonanzas y capitales mal habidos, trajo consigo la presencia de grupos insurgentes, tanto de la guerrilla revolucionaria como de los grupos llamados paramilitares, lo cual ha generado serios conflictos sociales, políticos y económicos en la región.

En medio de estos antagonismos, sigue avanzando la destrucción de los hábitats naturales y muchas de las especies de fauna y flora, exclusivas de los ecosistemas de la Sierra, se encuentran seriamente amenazadas. Con ello se ha perdido la estrella hidrográfica y la posibilidad de seguir suministrando el agua para todas las poblaciones periféricas. Pero quizás lo más grave es que se ha puesto en serio peligro a las poblaciones humanas que la habitan y en particular a las comunidades indígenas que aún sienten la responsabilidad de proteger el frágil equilibrio del planeta y de la energía cósmica del universo.

CONSERVACIÓN

Gran parte de la Sierra Nevada fue declarada Parque Nacional Natural en 1964, cuando se denominó Parque de los Tayronas; en 1977 el área se amplió a 383.000 hectáreas y se cambió su nombre por el de Parque Nacional Natural de la Sierra Nevada de Santa Marta. En la actualidad hay una propuesta que se está concertando con los grupos indígenas de la región y que incluye la ampliación y clarificación de sus límites, que aumentarán en cerca de 120.000 hectáreas el área protegida.

En la Sierra también se encuentra el Parque Nacional Natural Tayrona, llamado originalmente Parque Nacional de Santa Marta, cuya extensión de 15.000 hectáreas, incorpora área terrestre y marítima. Estas dos unidades se han convertido en dos de los emblemas más importantes de la conservación del país.

 
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