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CAPÍTULO 4

AMIGOS, ENEMIGOS
Y OPORTUNISTAS

 

Salvo en los pocos casos en los que los únicos seres vivos son bacterias o algas autótrofas, todos los hábitats del planeta son compartidos por más de dos especies y en la medida en que determinado lugar esté más habitado, se hacen más complejas las interacciones entre sus pobladores. Debido a que el espacio vital, el agua y los alimentos de cualquier área son limitados y a que todos los organismos que viven allí procuran tener acceso a los mismos recursos, pronto se generan redes tróficas en las que unos son alimento de otros, varios tratan de acceder a un recurso a la vez, o lo que el uno hace beneficia o perjudica de cierta forma al otro. Todos los individuos desde que nacen deben luchar por obtener lo suyo para crecer, madurar y perpetuarse, por lo que desarrollan estrategias que les permiten ser competitivos y lograr su descendencia. Es lo que Darwin, en su Origen de las Especies, denominó la lucha por la supervivencia, causa principal de la selección natural. La presión que ejerce el entorno físico y biológico en contra de la supervivencia —presión de selección—, se manifiesta en la multitud de maneras como los organismos interactúan.

Las relaciones entre los habitantes de un entorno se pueden clasificar como (+) positiva o beneficiosa, (-) negativa o perjudicial y (0) neutra y los perjuicios o beneficios que pueden derivarse de una relación o interacción entre dos especies se sintetizan como: (00) relación inocua para ambas partes, (--) perjudicial para ambos, (++) beneficiosa para ambos, (+0) beneficiosa para uno e inocua para el otro, (-0) perjudicial para uno e inocua para el otro y (+-) beneficiosa para uno y perjudicial para el otro; sin embargo, el mundo real es mucho más complejo, puesto que la forma como interactúan los seres vivos puede tener consecuencias que afectan a varios eslabones de la cadena trófica y formar complejas redes en las que a veces participan organismos que, si bien no están involucrados en la interacción, se ven beneficiados o resultan perjudicados. En todo caso, incluso en aquellas interacciones de tipo (++), donde teóricamente reinan la armonía y la «amistad», se esconde toda una serie de intereses «egoístas» que a menudo resultan conflictivos. En el fondo, cada especie tiene su propio punto de vista, procura obtener el máximo beneficio de la relación y pretende hacerlo a un costo mínimo.

La diversidad de fórmulas para obtener alimento, establecer alianzas, evitar la competencia y huir de los enemigos o engañarlos es asombrosa e ilustra, una vez más, la ilimitada inventiva de la naturaleza. En los bosques secos tropicales los ejemplos son tan numerosos como la cantidad de especies que vive en ellos.

EL FOLLAJE, CODICIADA FUENTE DE ALIMENTO

La fuente primaria de alimento para los animales que conforman el primer eslabón de la cadena trófica, los herbívoros, son los vegetales y aunque a simple vista la mayoría de las hojas que se observan en los bosques tropicales se ven en buen estado, el herbivorismo es una de las relaciones más extendidas entre plantas y animales y sus variadas facetas ameritan especial atención.

Al contrario de lo que ocurre en las selvas húmedas, en los bosques secos del trópico el verano afecta en buena parte la fenología o apariencia de la vegetación; igualmente, el herbivorismo, practicado principalmente por insectos y algunos lagartos y mamíferos, presenta diferencias entre una formación vegetal y la otra. Las plantas de los bosques secos tienden a verse más afectadas que las de los bosques húmedos y lluviosos y para contrarrestar esta debilidad desarrollan diferentes mecanismos de defensa contra sus depredadores y logran más o menos éxito de acuerdo con la estrategia ecológica que escojan.

Los árboles pioneros, aquellos de crecimiento rápido, que requieren de altos niveles de iluminación y hacen parte de las comunidades vegetales que se desarrollan en los primeros estadios sucesionales del bosque, resultan mucho más afectados por el herbivorismo que las plantas que toleran la sombra; sin embargo, éste suele ser más intenso en los estratos bajos. En los bosques tropicales, una vez que las plantas han alcanzado un metro de altura, son especialmente afectadas por insectos, aun en lugares donde abundan mamíferos como venados, zainos, conejos o dantas; de hecho, los «cortadores» como las hormigas y las orugas, entre otros, son capaces de consumir anualmente alrededor de tres cuartas partes de las hojas producidas en los bosques tropicales.

Las hormigas arrieras, de las cuales existen varias especies en los bosques secos del trópico, son, sin duda, los invertebrados herbívoros más importantes; paradójicamente, éstas no se alimentan exclusivamente de las hojas, sino que utilizan pedacitos de ellas para cultivar en sus colonias un hongo que constituye la única fuente de alimento para sus larvas y en parte para las obreras. Las arrieras no son muy selectivas en cuanto a la especie de planta de la cual obtienen el material, aunque obviamente muestran preferencia por hojas tiernas que sean más fáciles de cortar y la dimensión del daño que pueden causar es claro, si se tiene en cuenta que las obreras de una colonia grande pueden colectar hasta diez metros cuadrados de hojas en un solo día. El impacto a nivel del bosque depende de la densidad de colonias que existan, lo cual parece depender, al menos parcialmente, de las características del suelo; en algunos se pueden encontrar hasta media docena de colonias por hectárea.

Además de los cortadores, los insectos chupadores, en su mayoría homópteros, se alimentan de la savia y otros líquidos foliares y a pesar de que no dejan evidencia del daño causado, afectan considerablemente la vegetación. Los mamíferos herbívoros, entre los que se cuentan monos, roedores, venados y dantas, son los principales responsables del consumo de plántulas en los bosques tropicales; sin embargo, su impacto sobre la vegetación adulta no parece ser muy significativo, puesto que las hojas de los estratos altos son sólo accesibles a especies arborícolas o con grandes capacidades para trepar por los troncos y desplazarse por las ramas.

El daño que causan los herbívoros y organismos patógenos a la vegetación, la han obligado a desarrollar mecanismos de defensa cada vez más eficaces, para lo cual tiene que invertir parte de su energía metabólica. La diversidad de herbívoros que hay en los bosques secos tropicales y la presión que ejercen sobre las plantas es tal, que a pesar del amplio arsenal defensivo del que éstas disponen, las tasas de herbivorismo son de las más elevadas entre los ecosistemas terrestres.

Los mecanismos de defensa son diversos, pero los más fascinantes son sin duda los de índole química, constituidos por una serie de compuestos denominados metabolitos secundarios. Los taninos y los terpenos son quizás los metabolitos secundarios más difundidos y eficaces contra herbívoros y agentes patógenos, así como los alcaloides, entre los que se cuentan la cafeína, la cocaína y la nicotina, que son compuestos sintetizados por las plantas, para afectar el sistema nervioso de sus enemigos. Algunos imitan las hormonas de los insectos e inhiben su crecimiento y desarrollo y otros, los aminoácidos, actúan como repelentes tóxicos. Debido a que las hojas jóvenes, más tiernas y nutritivas, son las preferidas por los herbívoros, éstas suelen tener concentraciones defensivas hasta dos veces más altas que las de las hojas maduras; el color rojizo que las caracteriza se debe a su alto contenido de antocianina, un pigmento que previene el crecimiento de hongos patógenos.

Las ramas y hojas provistas de espinas son algunas de las defensas de índole física más comunes en los bosques secos y xerofíticos y son particularmente eficaces contra mamíferos herbívoros. Los vellos que tapizan las hojas de varias especies dificultan el accionar de los insectos cortadores y chupadores y en ocasiones adoptan forma de diminutos anzuelos con los que hieren de muerte los delicados tejidos de las orugas. El endurecimiento de las hojas mediante un elevado contenido de lignina y fibras es uno de los mecanismos más eficaces contra los herbívoros cortadores, puesto que así son más difíciles de masticar y contra los chupadores, debido a que son casi imposibles de penetrar; por otro lado, la lignina y las fibras no son digeribles, de modo que el que las consuma estará perdiendo una significativa cantidad de alimento del total de material ingerido.

En los bosques caducifolios tropicales, ciertas plantas hacen frente al herbivorismo alterando los patrones temporales de producción de hojas; aunque parezca contradictorio, en razón de los problemas fisiológicos que implica, algunas de estas plantas optan por trasladar la producción de hojas a la época seca, cuando los herbívoros son más escasos y, como es lógico, se establecen en los sectores más húmedos o donde el suelo retiene por más tiempo la humedad; además, suelen tener raíces más profundas que las plantas que producen las hojas en la época de lluvias. Otras producen explosiva y sincrónicamente una gran cantidad de hojas que provocan una sobreoferta de alimento que sacia a sus predadores y les permite salvar una parte de sus hojas para que así puedan madurar. Es una inversión costosa que debe hacer la planta para contrarrestar los efectos del herbivorismo.

La necesidad imperiosa de las plantas por buscar herramientas para defenderse de sus atacantes, ha llevado a algunas de ellas a encontrar soluciones verdaderamente ingeniosas. El establecimiento de alianzas con animales enemigos de los herbívoros es quizás la que más admiración despierta y consiste en que la planta proporciona alguna recompensa, generalmente en forma de alimento, a ciertos insectos depredadores, a cambio de que éstos la defiendan de los herbívoros; este tipo de relación en la que ambas se benefician (++), se conoce como mutualismo. Ejemplos clásicos de esta alianza son los que establecen ciertas orquídeas, los yarumos y algunas acacias con las hormigas; uno de los más conocidos es el de Acacia collinsi, un arbusto muy común en los bosques secos tropicales de Centroamérica y del archipiélago de San Andrés y Providencia, conocido vulgarmente como cornezuelo, que posee grandes espinas huecas que semejan los cuernos de un toro. Cada planta mantiene obligatoriamente una colonia de hormigas que se alojan dentro de las espinas y tan pronto como un herbívoro es detectado, incluso cuando un ave se posa sobre una rama o un mamífero, incluido el hombre, hace contacto con la planta, las hormigas vigilantes alertan al resto de la colonia mediante una señal olfativa; acto seguido, miríadas de soldados abandonan las espinas a través de un pequeño agujero y se abalanzan sobre el intruso propinándole mordeduras dolorosas; la planta recompensa a las hormigas suministrándoles el néctar que secretan las glándulas especializadas que se sitúan en la base de las hojas, así como grasas, vitaminas y proteínas que exudan por los extremos de las hojas jóvenes. Una colonia distribuida en muchas espinas, puede albergar más de diez mil obreras, varios cientos de machos y varias reinas. Otras plantas, entre las que se encuentran algunas melastomatáceas o sietecueros del género Tococa han desarrollado en sus pecíolos unas cavidades llamadas domacios, las cuales son ocupadas por hormigas que patrullan permanentemente las ramas y hojas para capturar insectos herbívoros e incluso otras hormigas y almacenarlos dentro de los domacios; de esta manera la planta ofrece refugio a las hormigas y obtiene de ellas el beneficio de la defensa.

Algunos árboles como el cedro espinoso y la ceiba espinosa se defienden de los primates dificultando su acceso mediante troncos provistos de fuertes espinas; otros tienen troncos tan lisos y resbaladizos que hasta los monos tienen dificultades para encaramarse a ellos; de ahí, el nombre vernáculo del resbalamono o indio desnudo, que recibe la especie Bursera simaruba.

INTERACCIONES ENTRE PLANTAS

La interacción más simple y evidente entre dos organismos se da cuando uno de ellos se alimenta del otro (+-). Salvo unas pocas excepciones, las plantas obtienen sus nutrientes de la luz, el agua y el dióxido de carbono y no consumen otros organismos, por lo que constituyen la base de la intrincada red trófica de cualquier ecosistema; son los productores primarios. Sin embargo, tales elementos no están siempre disponibles de forma ilimitada y por lo tanto, las distintas especies vegetales deben desarrollar estrategias que les permitan ser competitivas frente a las demás.

La obtención de la cantidad y la calidad de luz adecuadas para la fotosíntesis en un bosque constituido por muchas especies de plantas es de por sí un reto. Los árboles de mayor talla solucionan el problema ocupando el estrato más alto del bosque; sin embargo, para éstos no es conveniente tener vecinos muy cercanos de su misma especie u otros de su misma talla, que eventualmente les quiten parte de la luz; el árbol que más rápido crece inhibe con su sombra el crecimiento de sus vecinos, incluso de sus «hermanos», que deben conformarse con alcanzar una menor talla o no logran prosperar y mueren. Cuando los árboles producen semillas, no es conveniente que éstas caigan cerca y germinen al pie del árbol madre, por cuanto la sombra de éste atentaría contra la descendencia exitosa de la especie; por esto, las de la mayoría de especies de los estratos emergentes del bosque son anemócoras —transportadas por el viento— son livianas y tienen dispositivos que les permiten «volar» hasta lugares apartados.

Plantas de escasa talla que no invierten demasiada energía en su crecimiento, pero que requieren alta luminosidad, obtienen la de luz adecuada aprovechándose de las que más se esfuerzan en crecer; es el caso de muchas bromeliáceas o quiches, orquídeas y plantas parásitas, que se alojan en las ramas altas de los árboles. Las lianas, los bejucos y las enredaderas no necesitan tener tallos robustos para elevarse hasta los estratos más altos del bosque, pues se valen de sofisticadas artimañas para llegar a las alturas. En estos casos, podría pensarse que la relación es (+0), beneficiosa para la liana o la enredadera e inocua para el árbol; sin embargo, en ocasiones puede resultar perjudicial para éste, que puede eventualmente verse estrangulado o su follaje ser tapado por el de la enredadera.

FRUTAS, UN OBSEQUIO DE LAS PLANTAS A LOS ANIMALES

Muchas plantas que no producen semillas voladoras, establecen una relación amistosa con los animales para aprovechar su movilidad y así dispersar su especie; la manera más usual de hacer que un animal les sirva de medio de transporte a estas semillas, denominadas zoócoras, es envolverlas de una pulpa que sirve de alimento a éste, o sea, producir frutas.

El animal puede tomar el fruto directamente del árbol, como efectivamente hacen los murciélagos, los monos y algunas aves, o del suelo, como las iguanas, los lagartos, los roedores, los armadillos y otros mamíferos. Por lo general la semilla es ingerida junto con la pulpa, por lo que debe ser resistente a la dentadura y los jugos gástricos, para que sea depositada intacta con las heces. La probabilidad de germinación parece ser mayor cuando las semillas pasan por el tracto digestivo, debido a la remoción de estructuras carnosas y al tratamiento fisicoquímico de que son objeto; por ello, no es de extrañar que las plantas hayan desarrollado frutos que premian a los frugívoros que diseminan sus semillas; es de nuevo una relación de mutualismo. La planta debe esforzarse en producirlos lo suficientemente atractivos, pero a la vez tiene que construir una semilla que resista el trajín al que será sometida; adicionalmente debe ingeniarse la manera de atraer a los frugívoros y a la vez mantenerlos a cierta distancia, para evitar que depositen todas las semillas al pie de la planta progenitora. La forma más fácil es fabricando frutas con el adecuado balance en carbohidratos, grasas y proteínas; el tiempo de digestión de los primeros y segundos es muy corto, por lo que conviene añadir una dosis, aunque pequeña, de proteína, cuya digestión toma más tiempo y el animal pueda alejarse y depositar sus heces a cierta distancia. Una sobredosis de proteína disminuiría la probabilidad de que el frugívoro retornara al mismo árbol.

Debido a que en un bosque coexisten muchas plantas, la competencia para producir los frutos más atractivos y a la vez más eficientes para la dispersión de semillas, puede convertirse en una carrera suicida que las llevaría a invertir toda su energía en esto. Por lo tanto deben recurrir a mecanismos que eviten la disputa; la estrategia más obvia y extendida es la de especializarse en fabricarlos para determinados animales, lo que, a su vez, obliga a éstos a especializar su dieta. Así, algunas familias de plantas producen frutas con una gran proporción de carbohidratos, mientras otras lo hacen con mayor concentración de grasas. Por su parte, la fauna tiene preferencias de acuerdo con la composición de nutrientes: los monos muestran una clara predilección por frutas con alto contenido de sacarosa, en tanto que las aves prefieren las de mayor contenido de glucosa y fructosa; algunas pueden contener compuestos secundarios para atraer a ciertos frugívoros y repeler a otros. La variedad de diseños y cantidad de frutas que producen las distintas especies de plantas, no son más que el reflejo de los intentos que éstas hacen por seleccionar a los que de mejor manera contribuyan a dispersar sus semillas.

Debido a la marcada estacionalidad hídrica en el bosque seco tropical, la producción de semillas y frutos de una especie de plantas rara vez es permanente, por lo que muchos animales deben cambiar su dieta a lo largo del año, como lo hacen varias aves y murciélagos, al recurrir a los insectos como fuente de alimento, o a combinar indistintamente ambas fuentes. Las ardillas y otros roedores que se alimentan de semillas acumulan muchas de éstas para la época de escasez, enterrándolas bajo el suelo. En estos casos, la planta juega con la probabilidad de que la ardilla olvide algunas de las semillas y éstas germinen exitosamente. Al disminuir la oferta, los frugívoros con mayor capacidad de movimiento, como los monos y algunas aves, emigran a otras zonas en donde sus plantas preferidas se encuentran en la fase productiva.

Pero no todos los frugívoros tienen una relación amistosa o de mutualismo con las plantas. Algunos mamíferos, como ciertos ratones y la zarigüeya o zorro chucho, pueden destruir las semillas con sus poderosos dientes; sin embargo, son los insectos los que mayor amenaza representan para la eficaz descendencia de las plantas, aunque muchos de ellos las aprovechan únicamente durante una etapa de su vida. El daño que pueden infringir varía desde aquellos que sólo se alimentan de la pulpa y dejan la semilla intacta, hasta los que consumen el endospermo y los cotiledones de la semilla y destruyen los embriones. En el primer caso podría pensarse que se trata de una interacción de tipo (0+), pero el atractivo de la fruta para los frugívoros amigos puede disminuir si ha sido atacada por insectos; algunos pájaros y monos desechan las frutas roídas o que contienen larvas de insectos. De nuevo, las plantas han tenido que evolucionar inventando mecanismos para defenderse de los frugívoros enemigos, a la vez que los insectos han desarrollado maneras de evadir los mecanismos de defensa de las plantas sin necesidad de retribuirles beneficios. Vista de esta manera, la relación entre los insectos y las plantas productoras de frutas es de parasitismo (+-).

Los mecanismos de las plantas para defender sus semillas de los insectos son muy variados; algunas forran sus frutos con espinas, pelos, protuberancias o cáscaras duras y coriáceas, otras poseen un rico arsenal de armas químicas que hacen repelente la fruta para los insectos, otras recurren a medidas más drásticas, como la de abortar selectivamente las semillas o las frutas, ante la presencia de plagas que ponen en serio riesgo la obtención de descendencia. En tal caso, la planta opta por guardar sus energías para otra ocasión más favorable.

No todas las plantas son víctimas de los animales oportunistas en relación con la dispersión de sus semillas. Lo contrario, aunque menos extendido ocurre también, pues ciertas herbáceas que crecen en los claros del bosque aprovechan la movilidad de los animales, especialmente mamíferos, para dispersar sus semillas sin ofrecerles recompensa o incluso, perjudicándolos; en este caso, la planta se vuelve un parásito (+-). En lugar de producir frutos alimenticios, envuelve sus semillas en una cáscara provista de diminutos ganchos o anzuelos que se adhieren con facilidad a la piel del animal que roza la planta. Luego de un determinado tiempo, la cáscara se reseca y se abre liberando las semillas en un lugar apartado del de la progenitora.

LOS ANIMALES Y LA VIDA SEXUAL DE LAS PLANTAS

Una de las interacciones más fascinantes entre vegetales y animales es la que se relaciona con el proceso de fecundación sexual entre las plantas: la polinización, que implica la transferencia de polen desde el órgano reproductor masculino —la antera— al órgano femenino —el estigma— de la misma planta o de otra diferente. Aunque en algunas especies puede efectuarse con el viento, son los animales los principales involucrados en el proceso de polinización; abejas, moscas, mariposas, pájaros y murciélagos se cuentan entre los principales polinizadores, aunque se pueden incluir escarabajos y pequeños roedores que son atraídos a las flores que exhiben los estigmas y anteras y obtienen como recompensa néctar y polen; algunas partes de su cuerpo como las patas, el pico o la lengua se impregnan del polen que luego se desprende y adhiere al estigma de la próxima flor que sea visitada.

Para garantizar la fertilización, la planta debe procurar que los polinizadores visiten muchas flores y evitar así que se sacien de néctar o polen de unas pocas; para esto debe ofrecer pequeñas cantidades, puesto que un visitante apurado y sub–alimentado, pero fiel, es lo ideal para la planta. Por otro lado, los polinizadores buscan maximizar la obtención de alimento gastando un mínimo de energía, es decir, obtener la mayor cantidad de recompensa con la menor cantidad de movimiento. Este contraste entre el comportamiento de la planta y el del polinizador es el motor evolutivo que moldea la mayoría de las relaciones entre los dos «amigos».

Atraer a los polinizadores hacia las flores implica la producción de compuestos como néctar, pigmentos y fragancias, que no tienen otro propósito que el de hacer efectiva la polinización, o sea que implica un gasto de energía para la planta. Las flores que son visitadas por los colibríes parecen hechas a la medida de sus puntiagudos y alargados picos; suelen ser colgantes, de forma tubular o de campana, de coloración roja, rosada o anaranjada y producen abundante néctar. Las de color rojo y amarillo son particularmente atractivas para aves y mariposas. Algunas especies tienen flores de colores poco llamativos, pero en vez de eso liberan fragancias que atraen a polinizadores más sensibles a las señales olfatorias, como el cedro espinoso y la bonga o majagua, que producen flores grandes pero poco conspicuas y muy efímeras, que se abren a primeras horas de la noche y desprenden un olor almizclado que atrae a ciertos murciélagos, como Glossofaga soricina; cada flor permanece abierta una o dos noches a lo sumo, pues pronto pierde sus pétalos y estambres. Aunque poco frecuentes en el bosque seco, existen algunas especies de orquídeas que engañan a los insectos polinizadores para atraerlos; sus flores tienen patrones de coloración que simulan a la hembra del respectivo polinizador, hasta el punto que el macho realiza todo el cortejo y el acto copulatorio sobre la flor, impregnándose abundantemente de polen.

Una vez recompensados, los polinizadores devuelven el favor visitando otras flores y transfiriendo el polen. Las especies que son polinizadas por animales, presentan frecuentemente estructuras que anuncian la recompensa para los visitantes y la evolución ha desarrollado un conjunto de adaptaciones morfológicas, fisiológicas y de conducta entre la planta y su visitante, que propician un equilibrio entre las ventajas de ser amigos —mutualismo— y el conflicto de intereses entre uno y otro.

No faltan los animales que sacan ventaja de la amistad entre las plantas y sus polinizadores. Algunos pájaros se especializan en obtener el néctar destinado a los colibríes, perforando con su pico la base de la flor para acceder al depósito de néctar; obvian así el impedimento que representa la forma tubular de la flor e introducen su corto pico hasta el fondo de ésta. Estos oportunistas en muchas ocasiones dañan irreparablemente la flor, que es incapaz de retener el nuevo néctar producido.

Otros oportunistas son los llamados anti-polinizadores; se trata en su mayoría de insectos depredadores, particularmente avispas, que se camuflan entre las flores y para acechar a los polinizadores, generalmente adoptan formas y coloraciones que les permiten mimetizarse. Existen también anti-polinizadores facultativos, menos especializados y evidentes, pero que aprenden a sacar provecho de la atracción floral. En esta categoría se pueden contar las arañas, que tejen sus redes cerca de las ramas florecidas para interceptar en el vuelo a los insectos o inclusive, las serpientes arborícolas, como las bejuquillo, que suelen merodear entre las ramas de las plantas en flor, al acecho de colibríes o abejorros.

Debido a que la floración en el bosque seco tropical suele ser sincrónica y explosiva en todos los individuos de una especie y a que muchas plantas florecen por poco tiempo durante una época del año, los polinizadores, al igual que los frugívoros, se ven obligados a realizar continuas migraciones o a diversificar sus dietas.

LOS RECICLADORES DEL BOSQUE

La gran cantidad de material vivo o biomasa producida en los bosques, que está representada en la flora y la fauna que allí vive y que se transforma a medida que pasa a través de la cadena trófica y de una generación a otra, debe ser reconvertida en los compuestos orgánicos e inorgánicos originales, para recomenzar su ciclo como nutrientes de las plantas. Este proceso no sería posible sin la ayuda de una serie de seres vivos especializados en nutrirse de los cadáveres y desechos de los habitantes del bosque.

Los hongos y las bacterias son los principales descomponedores o recicladores de biomasa en casi todos los ecosistemas. En los bosques secos tropicales los hongos juegan un papel preponderante en la descomposición de la hojarasca, la madera y los cadáveres de insectos, mientras que las bacterias son más importantes en la descomposición de cadáveres de animales vertebrados. La diversidad de hongos en los bosques tropicales es abrumadora y aunque la gran mayoría son microscópicos, algunos sobresalen por sus formas y coloración viva; en su mayoría pertenecen a los Ascomicetos, como los dedos de muerto y a los Basidiomicetos, que incluyen los hongos de sombrilla, la oreja de palo y las royas, que se han especializado en nutrirse no sólo de hojarasca sino también de hojas frescas. Los comúnmente llamados mohos pertenecen al grupo de los Oomicetos, que producen sustancias que ayudan a descomponer las proteínas de los cadáveres, principalmente de insectos e invertebrados acuáticos, muchas de las cuales son tóxicas.

Los hongos cumplen un papel muy importante en la descomposición de la madera y la hojarasca; para ello producen enzimas que desintegran la lignina y la celulosa y las convierten en moléculas más simples, que al ser incorporadas al suelo son asimilables por las plantas. La mayoría requiere una atmósfera húmeda para llevar a cabo su ciclo vital; por lo tanto, muchos de ellos pasan la estación seca en un estado de latencia subterránea. Con las primeras lluvias afloran del suelo o de los troncos en proceso de descomposición, las sombrillas que los caracterizan. Otros, como los que viven adheridos a la superficie de los troncos, adquieren una pared leñosa y se protegen de la desecación.

Los actinomicetos, que en realidad son bacterias, juegan un papel muy importante al asociarse con las raíces de algunas especies de árboles, especialmente leguminosas, para fijar nitrógeno del aire y ponerlo a disposición de la planta en forma de compuestos asimilables por ésta. Dichas bacterias son las responsables del característico «olor a tierra» que emana del suelo cuando se humedece.

El humus es la capa más superficial de los suelos donde se acumula la materia orgánica en vías de descomposición, la cual se transforma en moléculas simples y solubles en agua para que sean absorbidas por las raíces y asimiladas por las plantas. En el proceso de formación del humus participan un sinnúmero de bacterias especializadas en desintegrar las moléculas complejas que retienen de manera no asimilable por las plantas, los compuestos nitrogenados y fosforados, así como los iones de hierro, calcio, magnesio y otros elementos esenciales para el metabolismo de las plantas. Puede decirse que las bacterias descomponedoras tienen una relación de mutualismo con todo el bosque y a pesar de lo poco notoria, es en el fondo la más armónica y desinteresada de todas las interacciones existentes entre organismos vivos. No está mediada por lazos de falsa amistad, no hay enemigos, ni tampoco oportunistas malintencionados. Sencillamente, todos ganan.

 
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