La importancia de la biodiversidad, entendida en todas sus dimensiones, se ha comprendido considerablemente en el ámbito mundial a partir de las últimas décadas y se reconoce ampliamente que el ser humano es parte de los ecosistemas donde habita y que tanto los cambios genéticos, como las transformaciones que ocurren en los ecosistemas y en las poblaciones de todas las especies, pueden afectar su bienestar y su salud.
La biodiversidad, como base de todos los servicios y bienes que brindan los ecosistemas —agua, aire, reciclaje de nutrientes, paisaje, recreación, polinización, leña, madera, alimentos, fibras, etc.— y como fundamento del verdadero desarrollo sustentable, juega un papel de enorme importancia para mantener y mejorar la calidad de vida de millones de seres humanos en el mundo, de cualquier raza o condición socio–económica y ya sean habitantes del campo o de la ciudad. La biodiversidad representa gran parte del capital natural renovable sobre el que se fundamentan el sustento y el desarrollo. Sin embargo, la acelerada reducción y pérdida de biodiversidad que ha tenido lugar en el planeta, en las últimas décadas, ha menguado la capacidad de muchos ecosistemas para suministrar bienes y servicios y ha reducido las oportunidades para lograr el desarrollo sustentable en muchas regiones, particularmente en los países en desarrollo.
Uno de los grandes desafíos que debe afrontar Colombia, como país megadiverso, en particular las regiones cuya contribución es mayor en tal sentido, como el Chocó Biogeográfico, consiste en lograr el desarrollo y en mejorar el bienestar de su población mediante el aprovechamiento de los bienes y servicios derivados de la gran diversidad biológica aún disponible, sin que pierda sus atributos y su capacidad productiva. El reto consiste en balancear los valores culturales, económicos, sociales y ambientales de una manera tal que sea posible usar y a la vez conservar la biodiversidad actual y que, a la vez, ésta se mantenga disponible para las generaciones del futuro.
LA GRAN PARADOJA
A pesar de que muchas veces no se da cuenta cabal de ello, el hombre aprovecha en su vida cotidiana los beneficios de la biodiversidad ya que esta interviene decididamente en muchos aspectos de su sustento y bienestar, suministrando alimentos, fibras y muchos otros productos y materias primas, cuyo valor es ampliamente reconocido. Sin embargo, la biodiversidad representa un abanico mucho más amplio de servicios que por lo general desconocemos o subvaloramos. Los microbios que transforman la basura en productos útiles, los insectos que polinizan las flores y los cultivos, los manglares que protegen las costas de la erosión y los bosques que garantizan el suministro y la calidad del agua, son sólo algunos de ellos. Aunque todavía falta mucho por entender acerca de las relaciones entre los servicios ecosistémicos y la biodiversidad, es claro que si los bienes derivados de ésta, no se manejan con prudencia y eficiencia, las opciones para el futuro serán aún más limitadas y restringidas, para toda la población. No obstante, los sectores menos favorecidos serán los más afectados por el deterioro de los servicios ecosistémicos, por su dependencia directa de los ecosistemas locales y porque suelen vivir en zonas vulnerables a los cambios de éstos.
Es indudable que la descomunal diversidad biológica, étnica y cultural que posee el Chocó Biogeográfico, no sirve únicamente para exaltar y admirar las maravillas y misterios de la naturaleza y los modos de vida de sus habitantes, sino que representa uno de los más importantes activos que tiene Colombia y es un patrimonio de la humanidad. Las especies no sólo significan manifestaciones grandiosas de la vida, también pueden traducirse en valores de consumo, de uso productivo y de funcionamiento ecosistémico; como recurso, encierran un gran potencial para la seguridad alimentaria y el equilibrio ecológico, así como para la regulación del clima y del ciclo hidrológico. Por lo tanto, como otra de las posibilidades de desarrollo de los pueblos, es necesario incorporar los valores de la diversidad biológica, tanto los monetarios como los que se derivan de su riqueza genética.
El Chocó Biogeográfico, con alrededor de nueve habitantes por kilómetro cuadrado, es una de las regiones de Colombia con menor densidad de población, muy por debajo del promedio nacional que es de 32 habitantes por kilómetro cuadrado. Además, la proporción de población rural es considerablemente superior a la del resto del país y la situación social y económica es una de las más precarias, ya que tiene los niveles más bajos de alfabetismo, ingreso per cápita y aporte al producto interno bruto nacional; el índice de calidad de vida es muy inferior al del promedio del país, mientras que el de las necesidades básicas insatisfechas es superior. Poco alentador es el hecho de que estos indicadores se hayan mantenido prácticamente invariables en el transcurso de las últimas décadas y no muestren tendencia a mejorar.
El Chocó Biogeográfico no es el único lugar del mundo donde la presencia de una gran riqueza en recursos naturales coincide paradójicamente con niveles muy bajos de desarrollo social y económico de sus habitantes, como ocurre en algunas regiones del continente americano, en África y en el sur y sureste asiáticos. Cabe entonces preguntarse: ¿para qué sirve toda esa riqueza biológica y mineral, si no se traduce en bienestar para la población humana? ¿Por qué en medio de la riqueza somos tan pobres? ¿No existe la capacidad de aprovechar los privilegios que la naturaleza ha concedido? Lejos de ser un problema técnico–científico, la paradoja de la relación pobreza–biodiversidad tiene sus raíces en la política y en las relaciones de poder que giran alrededor de la conservación, del manejo y del uso de los recursos naturales por parte de los sistemas sociales y económicos. Así, las economías de muchos países en desarrollo no han logrado establecer un esquema que les permita superar la llamada «trampa de la pobreza», que da origen a la gran paradoja: son pobres porque son ricos en recursos naturales. Estos países le han apostado prioritariamente a la extracción de recursos naturales, muchas veces sin esquemas de sostenibilidad y al hacerlo han marginado otras formas de generación de riqueza fundamentadas más en el esfuerzo humano que en la generosidad de la naturaleza.
El Chocó Biogeográfico colombiano, cuya biodiversidad aún se conserva relativamente alta y ha sido poco explotada, representa todavía una gran oportunidad para revertir la ecuación y que la gran paradoja desaparezca. Pobreza o desarrollo, ecología o economía, son dos caras de la misma moneda, pero según quien la lance al aire, será una alternativa viable o descabellada.
EL CHOCÓ BIOGEOGRÁFICO COMO PERSPECTIVA ECONÓMICA
La región del Chocó Biogeográfico se ha caracterizado desde tiempos coloniales por ser una frontera económica que se integra a los mercados nacionales e internacionales como productora de materias primas —oro, platino, caucho, tagua, maderas, pescado— demandadas por mercados externos a la región, que las obtienen a bajo costo. Y los diferentes sectores de la sociedad ven la naturaleza y los ecosistemas en función de sus propias necesidades económicas, culturales y sociales.
Sin embargo, uno de los imaginarios más extendidos acerca del Chocó Biogeográfico colombiano, es que posee un gran potencial económico; incluso, no pocas veces se ha asegurado que el futuro económico del país se encuentra en esta región.
La pesca, que se sustenta en la gran productividad biológica de las aguas costeras del Pacífico y moldea el estilo de vida tradicional de muchas comunidades, a escala industrial podría incrementar los niveles actuales de captura y generar mayores ingresos, si se practicara de manera más responsable, tanto social como ecológicamente. Bien conocidas son las grandes riquezas mineras de la región, no sólo las de oro y platino —que están siendo extraídas desde hace siglos—, sino también las de otros minerales como cobre, manganeso, cromo, hierro y carbón, cuyo potencial de aprovechamiento es inmenso. Además, la cuenca del río Atrato y algunas zonas costa afuera, han sido objeto de prospección para hidrocarburos; se han estimado existencias de alrededor de 36 millones de barriles de petróleo y de 45 millones de metros cúbicos de gas.
Sin embargo, la mayor riqueza de la región radica sin duda en su biodiversidad y complejidad ecosistémica. Salvo las prácticas indígenas tradicionales y las de la mayoría de las comunidades ribereñas y costeras de afrodescendientes, gran parte de las intervenciones que han tenido lugar en los ecosistemas del Chocó Biogeográfico han carecido de esquemas de sostenibilidad ambiental, lo cual las hace inviables en el largo plazo. Los rendimientos económicos de muchas de estas intervenciones han sido sólo posibles gracias al subsidio que les ha otorgado la naturaleza, lo que se ha traducido en deterioro de la capacidad de autorregulación y prestación de servicios de los ecosistemas, además de las implicaciones sociales negativas que han tenido. Ejemplo de ello es la explotación maderera en algunas áreas concesionadas, donde se llevan a cabo la tala y la extracción indiscriminadas hasta que se agota el recurso, para luego trasladar la actividad a otro lugar; con ello, no sólo se causan severos daños al ecosistema, a veces irreversibles, sino que la gran mayoría de los recursos económicos generados se trasladan fuera de la región y la efímera bonanza deja su huella negativa en las sociedades y culturas locales.
Aunque paralelamente a las actividades extractivas han surgido o crecido otros sistemas productivos «importados», como la ganadería, el cultivo de palma africana, la cría de camarones, etc., la estructura económica regional que configuran, no contribuye a un desarrollo económico estable y sostenible, pues las ganancias generadas no se invierten en la región y provocan graves daños ambientales y conflictos sociales y culturales dramáticos. En todo caso, han sido muy contadas las iniciativas de desarrollo relativamente exitosas y adecuadamente articuladas a la economía nacional, generadoras de procesos estables y sostenidos de desarrollo económico, que redunden en una mejora sustancial de la calidad de vida de las gentes de la región.
Hay un sinnúmero de ejemplos que demuestran que, gracias al conocimiento adquirido a lo largo de muchas generaciones que han interactuado con el medio natural, las comunidades tradicionales asentadas en los territorios son administradores muy eficientes de los ecosistemas y de los recursos de la biodiversidad. Por ello, su participación en la formulación de los planes de uso y manejo de los recursos en sus territorios no es únicamente parte del reconocimiento que debe hacerse de sus derechos e intereses, sino también un insumo clave para la toma de decisiones correctas y el logro de una distribución más justa y equitativa de los beneficios y costos de la utilización de los ecosistemas.
La biodiversidad y los recursos ecosistémicos, sumados al conocimiento ancestral de los habitantes del Chocó Biogeográfico acerca del medio natural y a las herramientas jurídicas disponibles en el marco de la Constitución Política de 1991 y de la Ley 70 de 1993, que reconoce la propiedad colectiva de los territorios y los derechos étnicos, sociales y culturales de las comunidades afrocolombianas, constituyen verdaderas oportunidades para generar procesos endógenos que impulsen el desarrollo en la dirección más conveniente. Los planes territoriales de etnodesarrollo, formulados por las comunidades mismas, son indudablemente un primer gran paso en ese sentido.
LA AMENAZANTE MANO DEL HOMBRE
Diversos intereses de orden geopolítico, económico, comercial y militar han proyectado e impulsado varios macroproyectos en la región del Chocó Biogeográfico desde hace varias décadas. Algunos, como el corredor vial Pasto–Tumaco, la zona bananera de Urabá y la base naval de Bahía Málaga han llegado a concretarse, mientras que otros fueron postergados y recientemente han recobrado vigencia. Entre estos últimos, se encuentran la construcción de carreteras de acceso a la costa del Pacífico —Ánimas–Nuquí, Urrao–Buchadó–Cupica, Popayán–López de Micay— y del tramo faltante de la carretera panamericana, el canal interoceánico Atrato–Truandó, los puertos de Urabá, Cupica, Tribugá y Bahía Málaga e hidroeléctricas —Mutatá, Alto Atrato–Alto San Juan, Calima II, río Garrapatas—. A estos proyectos se suman las iniciativas del sector agroindustrial para establecer amplias extensiones de cultivos de palma africana con destino a los mercados emergentes de biocombustibles. La mayoría de estos proyectos han sido diseñados eufóricamente desde perspectivas meramente progresistas, muchas veces alentadas por los intereses de grupos económicos externos a la región. Tales proyectos, por lo general, no solamente son el origen de conflictos territoriales y chocan fuertemente con las visiones de las comunidades afrocolombianas e indígenas, sino que significan una serie de impactos, más o menos severos, sobre la integridad ecológica y la biodiversidad de la región. Varios de ellos, de concretarse, afectarían incluso áreas protegidas ya declaradas para la conservación de la biodiversidad.
El Chocó Biogeográfico, debido a su unidad de identidad cultural, a las características topográficas e hidrográficas y a los patrones predominantes de distribución de los principales ecosistemas, paisajes y grupos humanos, es una región que se lee territorialmente en sentido norte–sur. Los ríos Atrato, San Juan y Baudó, así como la línea de costa y los canales de los esteros, discurren en tal sentido y representan corredores de gran importancia en las relaciones entre las comunidades locales. La construcción de viaductos en sentido oriente–occidente, para comunicar la región andina con la costa del Pacífico, significa no sólo cortar transversalmente los corredores naturales, sino también abrir frentes de colonización. El acceso de modos de apropiación territorial distintos de los tradicionales de la región, seguramente afectaría en gran medida la estructura socio–cultural de las comunidades negras e indígenas. Además, dichos viaductos y la colonización asociada causarían la fragmentación de los bosques y la interrupción de la conectividad ecológica en áreas aún bien conservadas.
Una de las mayores amenazas vigentes en la actualidad es la relacionada con la expansión de los cultivos ilícitos. Su carácter ilegal y las altas ganancias que producen, desestabilizan las organizaciones sociales y distorsionan los procesos económicos. Además, esta actividad es altamente destructiva de la cobertura boscosa y una fuente de contaminación de aguas.
LAS AMENAZAS NATURALES
Entre las amenazas naturales que afectan la región, se destacan las relacionadas con la actividad tectónica y el cambio climático. El Chocó Biogeográfico es una región geológicamente joven, que por estar situada a lo largo de la zona donde colisionan la placa oceánica de Nazca y la masa continental de Suramérica, se caracteriza por una elevada actividad sísmica que causa frecuentemente derrumbes y movimientos en masa, y ocasionalmente puede modificar los cauces de los ríos en sus partes bajas. No obstante, los impactos más dramáticos que pueden esperarse de la actividad sísmica, particularmente para las ciudades y poblados costeros, tienen que ver con la eventualidad de los tsunamis —gigantescas olas generadas por sismos ocurridos en la corteza oceánica fuera de la costa—. Aunque muy esporádicos, los tsunamis ya han causado grandes destrozos y muchas víctimas humanas en algunas poblaciones costeras de la región, como Tumaco, Guapi y Bahía Solano. Sin embargo, los impactos de la actividad sísmica en general, sobre los ecosistemas y la biodiversidad, se consideran poco relevantes y se asumen como perturbaciones naturales que hacen parte de su dinámica.
El cambio climático, una realidad que no puede ya desconocerse, tiene su causa principal en el calentamiento de la atmósfera global, fenómeno exacerbado por la creciente emisión de gases que producen el efecto de invernadero procedentes de las actividades humanas. Aún se desconocen a ciencia cierta muchos de los posibles efectos que tendrá el cambio climático en regiones específicas; sin embargo, se prevé que en Colombia, además de un incremento generalizado de las temperaturas, el régimen de lluvias experimentará modificaciones en muchas regiones. Los modelos predictivos sugieren que la pluviosidad tenderá a disminuir en las regiones secas, como la planicie del Caribe, en tanto que aumentará en las regiones donde ya de por sí las lluvias son abundantes, como en el Chocó Biogeográfico. Las consecuencias que esto ocasionará son todavía difíciles de pronosticar, pero seguramente implicarán un aumento de los caudales de los ríos, así como de la superficie inundada y la duración de las épocas de inundación en los planos aluviales. De los aumentos de temperatura se puede esperar un leve y gradual ascenso de los tipos de vegetación y de la fauna asociada por los flancos de la cordillera; con ello se reducirá ostensiblemente la superficie actual de los páramos.
El aumento de la temperatura atmosférica se trasmite a la superficie del mar, donde muchos organismos acuáticos son susceptibles a las variaciones térmicas incluso muy ligeras, lo que puede traer diversas consecuencias: que algunas especies emigren, que otras se hagan más propensas a contraer ciertas enfermedades o sufran el fenómeno del blanqueamiento —como en el caso de los corales— y que otras, como ciertas microalgas tóxicas, se favorezcan al propiciarse el crecimiento exagerado de sus poblaciones. También es posible que el incremento de la temperatura en las aguas costeras favorezca el arribo de especies exóticas invasoras que pueden competir con las nativas y desplazarlas.
Al incrementarse la temperatura del agua marina, ésta se expande y al aumentar su volumen se produce el ascenso del nivel del mar. Se estima que éste se elevará a razón de entre 30 y 80 mm por año en el presente siglo y es un hecho palpable que ya está ocurriendo. Este fenómeno constituye un problema muy serio para las zonas costeras bajas –planos deltaicos y llanuras aluviales costeras. Y es precisamente este tipo de costas el que predomina en la mitad sur del Chocó Biogeográfico, por lo que es altamente probable que allí el fenómeno tenga severas repercusiones en los ecosistemas y en la población humana. Las aguas saladas del mar penetrarán a mayor distancia aguas arriba de los ríos, lo que causará un avance de los ecosistemas marinos —como los manglares— en dirección del continente, modificando así la composición y la estructura de los humedales de agua dulce y de los bosques inundados, a la vez que salinizará amplias extensiones de suelos productivos. Un ascenso de 1 cm en el nivel del mar implica en las zonas litorales planas un retroceso de la línea de costa de aproximadamente 1 m, lo cual, no sólo obligará a la reubicación de asentamientos humanos y de infraestructura, sino que afectará posiblemente la longitud y la amplitud de las playas y playones a lo largo de toda la costa, con las correspondientes consecuencias para el turismo, la pesca y la anidación de tortugas marinas, entre otros.
HACIA LA CONSERVACIÓN Y EL USO SOSTENIBLE
En la actualidad, existen en el Chocó Biogeográfico colombiano ocho áreas del Sistema Nacional de Áreas Protegidas, todas ellas bajo la categoría de Parque Nacional Natural: Sanquianga, Isla Gorgona, Munchique, Farallones de Cali, Tatamá, Utría, Las Orquídeas, Los Katíos y Paramillo. Estas áreas suman en total 860.825 Ha, equivalentes al 8% de toda la región; ciertas porciones de los Parques Nacionales Naturales Isla Gorgona y Utría abarcan también zonas marinas. Además, existen en la región cerca de 40 iniciativas privadas que suman poco más de 7.000 Ha destinadas a la conservación; entre ellas, la Reserva de La Planada, en el departamento de Nariño, donde existen cerca de 3.200 Ha de bosques andinos nublados que colindan con resguardos indígenas de la etnia Awa.
A pesar de que el conjunto de áreas protegidas del Chocó Biogeográfico colombiano cubre menos del 10% de la superficie de la región —proporción mínima recomendada por los organismos internacionales para la preservación de los remanentes de ecosistemas naturales terrestres—, los resguardos indígenas —1´850.975 Ha— y los territorios colectivos de afrodescendientes —4´589.169 Ha—, presentan todavía una buena cobertura de bosques y alojan gran parte de la biodiversidad regional, lo cual equivale al 58% de la superficie de la región y representa una gran oportunidad para la conservación y el acondicionamiento de los planes de desarrollo que se pretendan implementar, pero también exige de las comunidades étnicas, la responsabilidad y el liderazgo en los procesos de conservación y desarrollo en sus territorios.
La riqueza del Chocó Biogeográfico colombiano, en términos de biodiversidad, lo sitúa en un lugar privilegiado para lograr la adecuada utilización de una amplia gama de bienes y servicios, tales como la absorción de carbono, los atractivos para el ecoturismo y el biocomercio sostenible de productos, incluidos los bioquímicos, fibras, aceites esenciales, resinas y extractos medicinales, entre otros. En materia de servicios ambientales, por ejemplo, en caso de que se defina la opción de incluir los bosques naturales o las zonas no deforestadas en las negociaciones internacionales para controlar las concentraciones de gases de efecto invernadero en la atmósfera, la conservación de unos dos millones de hectáreas de bosques en el Chocó Biogeográfico posibilitaría, según los cálculos de expertos, obtener una media de cerca de 51 millones de dólares.
El manejo sostenible de la flora y la fauna silvestres, si se practica con responsabilidad y se acompaña de actividades de seguimiento y evaluación periódicas, es una alternativa concreta y viable que contribuye a solucionar parte de las necesidades económicas de las comunidades locales y a la vez garantiza la conservación de algunas especies de fauna silvestre que pueden ser aprovechadas racionalmente por las comunidades como fuente de alimento y materia prima para la elaboración de diversos artículos y constituyen atractivos para el turismo ecológico. La flora silvestre, utilizada bajo criterios de sostenibilidad, permite no sólo la explotación de la madera, sino que encuentra en el mercado de las plantas ornamentales y medicinales, en las fibras, los colorantes y el ecoturismo una amplia gama de posibilidades. Todas estas iniciativas deben estar respaldadas por una clara voluntad política y un marco jurídico adecuado que las promuevan y faciliten su efectiva implementación. Así, por ejemplo, es necesario contar con los mecanismos que favorezcan la distribución justa y equitativa de las ganancias y beneficios derivados de tales actividades. Además, es imperativo disponer de mayores recursos para la investigación científica en el campo de la biodiversidad y estimular el vínculo entre las comunidades, la academia y la empresa, para que el biocomercio y el ecoturismo produzcan óptimos rendimientos.