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La inmensa disponibilidad de agua permite el desarrollo de una exuberante vegetación en las selvas de las tierras bajas del Chocó Biogeográfico.
Parque Nacional Natural Tatamá. El Chocó Biogeográfico se extiende hasta las altas cumbres de la cordillera Occidental.
La dinámica fluvio–marina ha dado origen a amplias planicies deltaicas en las costas de la mitad sur del Chocó Biogeográfico.
 
CAPÍTULO 1
UN LUGAR ÚNICO
EN EL PLANETA
 

En el ámbito científico, específicamente para geógrafos, biólogos y ambientalistas, el Chocó Biogeográfico es una región de América tropical caracterizada por la presencia de variados mosaicos de ecosistemas y hábitats que concentran una inusitada diversidad de especies de plantas y animales. Aunque sus límites difieren de acuerdo con la interpretación que hacen los diferentes especialistas, la mayoría de ellos coincide en que abarca desde la provincia de Darién, al occidente de Panamá, hasta la provincia de Manabí, en la costa nor-occidental de Ecuador y atraviesa toda la costa colombiana del Pacífico; en la vasta región se incluye además el Urabá, un tramo de la costa más meridional del mar Caribe, localizada entre el suroriente de Panamá y el noroccidente de Colombia. El límite occidental está definido claramente por el océano Pacífico, en cuyos ámbitos terrestres se contemplan la Isla Gorgona, situada frente a la costa colombiana, y las islas del Rey o archipiélago de Las Perlas, en territorio panameño. El límite oriental está demarcado, para algunos autores, por las estribaciones occidentales de la cordillera de Los Andes con altitudes inferiores a 1.000 metros y para otros, por la divisoria de aguas de los Andes occidentales en Colombia y Ecuador, que alcanza elevaciones por encima de 4.000 msnm. De este modo, la extensión total del Chocó Biogeográfico abarca alrededor de 175.000 km2.

Los rasgos característicos del Chocó Biogeográfico, una región con características prácticamente irrepetibles en el planeta, en cuanto a diversidad biológica y cultural, son la consecuencia de historias geológicas y climáticas particulares; de complejos procesos de migración, evolución y adaptación de las formas de vida y de procesos ecológicos, biológicos y etno–culturales que interactúan entre sí de manera muy particular.

El vocablo Chocó se refiere a un conjunto de pueblos aborígenes emparentados lingüísticamente y con características socioculturales semejantes, que habitaban las llanuras y colinas selváticas de Colombia, Panamá y Ecuador bañadas por el océano Pacífico. Los conquistadores denominaron «chocoes» a los pobladores de las partes altas de los cauces de los ríos Atrato y San Juan, autodenominados Embera y posteriormente ampliaron el apelativo para los Waunana, asentados en el cauce inferior del San Juan, debido a su gran similitud sociocultural. Así, el territorio ocupado por estas etnias era conocido en tiempos coloniales como la «provincia de los chocoes»; más tarde, el término se simplificó para designar como Chocó a una de las unidades mayores de la división político-administrativa de Colombia, vigente hasta nuestros días.

La porción del Chocó Biogeográfico en territorio colombiano, definida por la Ley 70 de 1993, mediante la cual se establecieron mecanismos para la protección de la identidad cultural y de los derechos de las comunidades negras de Colombia, comprende la totalidad del departamento de Chocó y jurisdicciones parciales de los departamentos de Valle del Cauca, Risaralda, Antioquia, Cauca y Nariño.

La excepcional riqueza biológica de esta región ha sido reconocida desde mediados del siglo pasado, especialmente a raíz de los descubrimientos del insigne botánico José Cuatrecasas, interpretados posteriormente y complementados con los trabajos de Alwin Gentry y otros investigadores, y de las minuciosas descripciones del geógrafo norteamericano Robert C. West. Aunque en extensión equivale a menos de una décima parte de toda la Amazonia, el Chocó Biogeográfico —que contiene la única selva lluviosa tropical continua en el Pacífico americano— es una de las regiones del planeta que posee la biota más diversa, con una riqueza excepcional de plantas, aves, reptiles, anfibios y mariposas, entre otros; también registra una de las más altas tasas de pluviosidad, que da origen a algunos de los ríos más caudalosos del continente, como el Atrato y el San Juan, que desembocan en el mar Caribe y el océano Pacífico respectivamente.

La gran concentración de formas de vida y de endemismos y el aún reducido grado de transformación de los sistemas naturales en esta región, se deben a su relativo aislamiento e inaccesibilidad, determinados por condiciones ambientales extremas. Sin embargo, esto no siempre ha evitado el surgimiento, a veces improvisado, de iniciativas para modernizarla e incorporarla al desarrollo económico del país, mediante grandes construcciones de infraestructura, o a través de la explotación de sus recursos minerales y forestales, lo cual ha despertado la atención de los conservacionistas a nivel mundial. El Chocó Biogeográfico figura entre las 25 regiones del mundo calificadas como prioritarias para la conservación de la naturaleza, por lo que ha sido denominada Punto Caliente de Biodiversidad (Biodiversity Hotspot).

LA UNIÓN DE DOS CONTINENTES

Los movimientos del magma en el interior de la Tierra, causados por las altas temperaturas en las capas internas, hacen que la corteza terrestre se fracture. Los fragmentos de corteza constituyen las denominadas placas tectónicas, las cuales se mueven separándose y chocando unas con otras a razón de entre tres y doce centímetros por año. Las zonas de ruptura, por donde emerge constantemente magma hacia la superficie y se solidifica formando nueva corteza terrestre, se manifiestan por la formación de volcanes, generalmente submarinos, alineados a lo largo de la fisura; estas zonas se conocen como cordilleras meso–oceánicas. Cuando la zona de fractura se encuentra debajo de un continente, éste se fragmenta en dos masas continentales que empiezan a separarse y paulatinamente se va formando un océano entre ellas.

El lugar donde dos o más placas chocan se caracteriza por una alta actividad sísmica y volcánica; la placa de menor espesor, como es el caso de las placas oceánicas, pasa por debajo de la de mayor espesor, como es el caso de las placas continentales y se sumerge formando una fosa oceánica, hasta que comienza a derretirse y fusionarse con el magma del manto terrestre. Entretanto, debido a la colisión y a la fricción causadas, la placa continental se engrosa formando cadenas montañosas y volcanes. Los límites entre dos placas que chocan se conocen como zonas de subducción.

Hasta hace unos 170 millones de años, a mediados del período Jurásico, casi todas las áreas emergidas de la Tierra estaban unidas en un solo «supercontinente» llamado Pangea. Treinta millones de años después, a comienzos del Cretácico, la Pangea se fracturó y se formó una cordillera meso–oceánica que separó a Europa, Asia, Norteamérica y Groenlandia —Laurasia—, de África, Suramérica, India, Australia y la Antártida —Gondwana— y se inició la formación del océano Atlántico norte. Más tarde, hace unos 100 millones de años, África y Suramérica también iniciaron su separación, dando origen al océano Atlántico sur.

Entre el océano Pacífico y las placas de Norte y Suramérica existe una zona de subducción que se extiende a lo largo de miles de kilómetros; el amplio espacio entre los dos continentes estaba ocupado por corteza oceánica y por un arco volcánico. Hace aproximadamente 65 millones de años, al iniciarse el período Terciario, la zona de subducción se fraccionó y dio lugar a una pequeña placa que se fue desplazando en dirección nororiente, a través de las dos masas continentales, arrastró consigo el arco volcánico y dio origen a un nuevo arco en su margen posterior. En su desplazamiento, esta placa denominada Caribe, colisionó con la barrera de las islas Bahamas y al no poder continuar con su movimiento, el arco volcánico frontal se levantó para formar las Antillas Mayores —Cuba, Hispaniola—, con lo que se inició el cerramiento del mar Caribe. A continuación, la placa desvió su dirección al oriente, formó un nuevo arco volcánico frontal y dio origen a las Antillas Menores.

Hace 20 millones de años, la placa del Pacífico se fraccionó en dos partes que constituyeron las actuales placas de Cocos y de Nazca; la primera se desplaza hacia el nororiente empujando la placa del Caribe y la segunda se mueve hacia el oriente y choca frontalmente con la placa de Suramérica, cofigurando una zona de subducción que es la responsable de la actividad sísmica y volcánica a lo largo de las costas y montañas de Colombia y Ecuador. Como resultado de la interacción entre las placas de Cocos y Caribe, hace 15 millones de años, en el Mioceno, entre el sur de México y Costa Rica se fue levantando gradualmente una cadena de volcanes que emergió formando un archipiélago, el cual, hace unos ocho millones de años se había extendido hasta Suramérica. Tras cuatro millones de años de activo tectonismo, ya finalizando el Mioceno, la mayoría de las islas del archipiélago se unieron configurando un istmo; la comunicación entre el océano Pacífico y el mar Caribe se restringió solamente a tres corredores marinos. Uno de ellos se localizaba a través de una depresión en el sur de Nicaragua, actualmente ocupada por el lago del mismo nombre; el segundo, aproximadamente por donde discurren actualmente el Canal de Panamá y el Lago Gatún y el tercero y más amplio, aparentemente el último en cerrarse, se extendía a lo largo de una profunda depresión llamada Geosinclinal de Bolívar, que va desde el actual golfo de Urabá, en el norte, hasta la región de Buenaventura y el área donde desemboca el río San Juan, en la costa colombiana del Pacífico.

La formación completa del istmo y con ello la separación definitiva del mar Caribe y el océano Pacífico, ocurrió hace tan solo tres millones de años, durante el Plioceno. Luego vendría el Pleistoceno con sus glaciaciones y cambios en el nivel del mar, lo que contribuyó decisivamente a la creación del puente terrestre entre Norte y Suramérica y al aislamiento de los mares a ambos lados del istmo.

LA HISTORIA CLIMÁTICA

El surgimiento del istmo centroamericano tuvo consecuencias dramáticas, puesto que desencadenó toda una serie de eventos que actuaron de manera simultánea para afectar de manera decisiva el clima y la vida en todo el planeta.

Antes del surgimiento del istmo, la corriente ecuatorial del Atlántico ingresaba al Caribe por el oriente y fluía directamente al Pacífico, pero al levantarse el istmo centroamericano se generó un obstáculo infranqueable, que la obligó a desviarse hacia el noroccidente para convertirse en lo que hoy conocemos como la Corriente del Golfo de México; desde entonces, esta corriente es la responsable de que los países de Europa occidental y central gocen de un clima menos frío. Además, la Corriente del Golfo suministró mayor humedad a la atmósfera, que al convertirse en nieve, aportó a la formación de grandes glaciares durante las edades de hielo del Pleistoceno.

El surgimiento del istmo modificó sustancialmente las características del Caribe y del Pacífico tropical americano. El primero se transformó en un mar cerrado, con poca influencia de las mareas, cálido y pobre en nutrientes, que estimuló el desarrollo de arrecifes de coral y praderas de pastos marinos, en tanto que el Pacífico se tornó más frío por la influencia de la corriente de Humboldt y el afloramiento de aguas profundas en algunas áreas del recién formado Golfo de Panamá, más rico en nutrientes y con mucha mayor influencia mareal, que no favoreció el asentamiento y desarrollo de estructuras coralinas ni de lechos poblados por pastos.

Hace alrededor de 1,8 millones de años, repentinas y amplias oscilaciones climáticas marcaron el inicio del Pleistoceno, la primera época del Cuaternario. Éste se caracterizó precisamente por la alternancia de períodos fríos, denominados fases glaciales o glaciaciones y cálidos, llamados interglaciales. Aunque a escala planetaria la información acopiada por los climatólogos y paleontólogos confirma la ocurrencia de cuatro glaciaciones principales durante el Pleistoceno, los estudios basados en la composición de polen en los sedimentos acumulados en el altiplano Cundiboyacense, realizados por Thomas van der Hammen y colaboradores, han documentado una veintena de fases glaciales en Colombia en los últimos dos millones de años. La última, conocida como la glaciación de Würm–Wisconsin, se prolongó durante más de cien mil años —entre 120.000 y 10.000 años antes del presente—, tuvo la fase más fría hace entre 24.000 y 14.000 años y fue la que mayor impacto causó en la composición de la biota y en la configuración actual del paisaje en la mayoría de las regiones colombianas, incluido el Chocó Biogeográfico.

Durante la glaciación de Würm–Wisconsin, debido a que una mayor proporción del agua del planeta se hallaba congelada en los glaciares y en los casquetes polares, el mar descendió 120 metros o más por debajo del nivel actual, con lo cual amplias extensiones de la plataforma continental quedaron expuestas y muchas de las islas, entre ellas Gorgona y las del archipiélago de Las Perlas, quedaron unidas al continente.

Con base en los resultados de los estudios palinológicos y otras evidencias, se acepta que en el norte de Suramérica las glaciaciones provocaron no sólo un avance considerable de los glaciares por las laderas de la cordillera andina, sino también una disminución generalizada de la pluviosidad, creando así condiciones de sequedad en muchas áreas. Ello determinó una expansión de la vegetación no boscosa, una disminución de las áreas ocupadas previamente por las selvas húmedas y favoreció la ampliación de las zonas desérticas y semidesérticas a lo largo de las costas y llanuras del Caribe de Suramérica. La porción oriental del istmo y la región de Urabá, aunque no experimentaron condiciones tan secas como las de la planicie costera del Caribe, seguramente se vieron desprovistas en su mayor parte de vegetación arbórea; predominó allí probablemente un ambiente similar al que se aprecia actualmente en las sabanas de la Orinoquia, lo que propició una conexión para la biota de ambientes secos entre la llanura Caribe y la región ístmica. Las serranías del Darién y Limón, que seguramente actuaban como barreras que retenían y condensaban la humedad, recogida y traída por los vientos Alisios del norte, constituían presumiblemente enclaves húmedos provistos de una densa vegetación selvática.

Durante la última gran glaciación de Würm–Wisconsin se asume que ocurrió un desplazamiento del llamado ecuador climático hacia el sur, la zona de baja presión atmosférica donde convergen los vientos Alisios del hemisferio norte con los del sur, de unos 3 grados de latitud, o sea de unos 330 km, lo que causó condiciones mucho más secas que las actuales a lo largo de la costa colombiana del Pacífico y focos de afloramiento de aguas frías en el mar adyacente. Puesto que el mar se encontraba muy por debajo del nivel actual, tales condiciones propiciaron la formación de un angosto corredor seco, sin vegetación boscosa, a lo largo del litoral del Pacífico entre Panamá y Ecuador, el cual debía contrastar con las condiciones subhúmedas y húmedas que imperaban en las zonas montañosas costeras y en las estribaciones occidentales de la cordillera andina.

Finalizada la última glaciación e iniciado ya el período Holoceno, hace diez mil años, sobrevino un incremento paulatino de la temperatura que se prolongó por cerca de cinco mil años y creó condiciones incluso más cálidas que las actuales, lo cual hizo que el mar ascendiera en ese lapso hasta cinco metros por encima del nivel actual, desconectando definitivamente del continente las áreas insulares de Gorgona y del archipiélago de Las Perlas. Poco después, hace unos tres mil años, las condiciones se estabilizaron y salvo algunas oscilaciones cortas y de escasa magnitud, el clima se ha mantenido prácticamente constante hasta hoy. La pluviosidad en el Chocó Biogeográfico se intensificó considerablemente y generó las condiciones hiperhúmedas que lo caracterizan hoy en día, las cuales incentivaron la reinvasión de las selvas en las áreas semiáridas y de sabana y la reconexión de los bosques que habían permanecido aislados durante la glaciación. Únicamente unos pocos enclaves secos, localizados en pronunciados valles de la cordillera que permanecen aún hoy «a la sombra» de las lluvias, mantuvieron una cobertura en su mayoría desprovista de árboles e incluso con rasgos xerofíticos, como es el caso del valle del río Dagua.

La elevada pluviosidad produjo una de las hidrografías más impresionantes de la geografía americana, caracterizada por multitud de ríos y quebradas que drenan los flancos cordilleranos y las montañas costeras, o que surgen caprichosamente del inmenso tapiz verde de las selvas y desembocan tanto en el océano Pacífico como en el Caribe. Los sedimentos acarreados por los caudalosos ríos y la dinámica fluvio–marina, han dado origen en el transcurso del Holoceno a extensas llanuras aluviales y deltas que, ayudados por la densa vegetación de mangles que atrapa los sedimentos y evita la erosión de la costa por el oleaje, ha ido ganándole terreno al mar.

EL ENCUENTRO BIOLÓGICO DE DOS MUNDOS

Desde fines del Cretáceo y durante gran parte del Terciario, Suramérica era un continente-isla y en esa época su rica flora evolucionó independientemente de la de África. En el Mioceno, el levantamiento sucesivo y final de la cordillera de Los Andes causó el aislamiento progresivo de las zonas bajas caracterizadas por vegetación selvática tropical localizadas en el occidente; es decir, el Chocó Biogeográfico actual, de la región amazónica y del valle medio del Magdalena. Al retener la humedad proveniente del océano Pacífico, el promontorio de la cordillera transformó también el clima de esta región en uno más lluvioso, debido a lo cual se desarrollaron, en relativo aislamiento, unas biotas de extraordinaria riqueza y con abundantes elementos endémicos a ambos lados de la cordillera.

El surgimiento del istmo centroamericano en el Plioceno y los subsiguientes acontecimientos climáticos ocurridos durante el Pleistoceno y el Holoceno, desempeñaron un papel importantísimo en la configuración de la extraordinaria riqueza biológica del Chocó Biogeográfico.

El istmo produjo, no sólo la interrupción del flujo de aguas del mar Caribe hacia el océano Pacífico, sino la separación definitiva de la biota marina tropical del hemisferio occidental. Hasta el Plioceno, la fauna marina que habitaba en la zona tropical americana era considerablemente rica en especies y bastante homogénea en su distribución; conformaba lo que se conoce como la provincia biogeográfica marina del Terciario del Caribe, descrita y documentada por el paleontólogo norteamericano Wendell P. Woodring, con base en observaciones comparativas de los moluscos fósiles hallados en depósitos y yacimientos miocénicos del Caribe, del Pacífico y de la zona del Canal de Panamá. A partir del surgimiento del istmo, ambas biotas emprendieron caminos evolutivos divergentes y experimentaron procesos completamente independientes de extinción y de aparición de nuevas especies. Sin embargo, aún existe una cierta cantidad de especies de moluscos, crustáceos y peces a ambos lados del istmo, que se han diferenciado muy poco unas de otras, por lo que se hace difícil distinguirlas a simple vista; incluso unas cuantas especies han permanecido como tales en las costas de ambos mares; son las especies conocidas como anfiamericanas.

Lo que significó una barrera infranqueable para la biota marina, se convirtió para la terrestre en una oportunidad para expandir su área de distribución y colonizar nuevos espacios. El establecimiento de un puente entre Norteamérica y Suramérica posibilitó, con el tiempo, que miles de especies animales y vegetales migraran en ambos sentidos. El encuentro de la fauna de dos mundos que habían estado separados por millones de años, desde la desmembración de la Pangea, debió de ser un acontecimiento ecológicamente fascinante y dramático, que remodeló notablemente la composición de especies en ambos continentes. Titanis, una enorme ave carnívora, incapaz de volar, osos perezosos inmensos y acorazados y un armadillo gigante, además de puercoespines, chigüiros y mamíferos marsupiales, migraron desde el sur hacia Norteamérica, aunque para muchos de ellos esa aventura, sumada a otros factores, los condujo a la extinción y posiblemente propició la desaparición de elementos de la fauna nativa.

En sentido contrario, o sea desde el norte, la cantidad de «invasores» que arribó con el tiempo a Suramérica fue aparentemente mucho mayor y su éxito se vio reflejado en una extraordinaria multiplicación de especies. Entre la fauna proveniente del norte se encontraban, entre otros, dantas, felinos, venados, osos, roedores, camellos, caballos, elefantes y mastodontes. De éstos, muchos se adaptaron o son los antecesores de otras especies que hoy día son exclusivas de Suramérica, como las llamas, las vicuñas, los curíes y algunos felinos. Algunas fueron menos exitosas y dejaron en el continente unas pocas especies descendientes, como el oso de anteojos, la marteja y algunas ardillas; otras se extinguieron, como los mastodontes, elefantes, el tigre de dientes de sable y los caballos; estos últimos fueron reintroducidos posteriormente por los conquistadores españoles.

Los dramáticos cambios climáticos durante el Pleistoceno y el surgimiento del istmo también provocaron cambios de la vegetación de Suramérica, en particular un notable enriquecimiento de la flora andina. Entre los elementos florísticos más conocidos, que llegaron del norte a través del istmo, se cuentan los alisos y los robles. Por su parte, la llegada del hombre a Suramérica, aunque no se conoce aún con precisión, debió de ocurrir en las postrimerías del Pleistoceno durante la glaciación de Würm–Wisconsin, pero muy probablemente antes del último plenigacial, esto es, hace entre 25.000 y 50.000 años. Es probable que varias especies de plantas y animales que hoy se conocen como propios de la biota de Suramérica y de Colombia, hayan arribado acompañando la inmigración humana.

No se sabe con claridad cuándo aparecieron los primeros asentamientos humanos en el Chocó Biogeográfico, pero es obvio que por su cercanía al istmo pudo ser muy temprano. Aunque sin dar fechas precisas, los antropólogos consideran que el primer pueblo aborigen que se asentó en la región pertenecía a la etnia Cueva, posteriormente absorbido por los Tules, mal llamados Kunas, que ya en el siglo XVI fueron desplazados por los Embera, de quienes se sospecha inmigraron desde la cuenca amazónica cruzando la cordillera a través del Nudo de Los Pastos, colonizaron el valle del río Atrato y pasaron a Panamá. El poblamiento humano de raza no aborigen en el Chocó Biogeográfico se disparó con el advenimiento de la explotación de oro en el siglo XVI y el empleo de esclavos traídos desde África ecuatorial, proceso que condujo en el transcurso de pocas décadas a que la raza negra se convirtiera en el factor mayoritario de la población. Europeos, árabes, asiáticos y caribeños han contribuido a conformar la rica amalgama de razas que habita actualmente esta rica región.

En síntesis, puede decirse que la extraordinaria riqueza biológica del Chocó Biogeográfico consiste en una mezcla llamativa de elementos florísticos y faunísticos producida a lo largo del tiempo por una serie compleja de eventos geológicos y climáticos que, a su vez, han interactuado de muchas maneras, generando procesos de migración, extinción y especiación que todavía no son del todo bien conocidos; en la flora y la fauna de la región se combinan elementos de variado origen: algunos tropicales, otros también tropicales adaptados a las zonas altas y frías, elementos propios de ambientes secos que se mantienen en unos pocos enclaves, aquellos derivados de los anteriores pero adaptados a ambientes húmedos y los que han migrado desde las zonas templadas, principalmente del hemisferio norte hacia la zona tropical. De forma análoga, la diversidad racial y sociocultural del Chocó Biogeográfico es el resultado de una compleja sucesión de acontecimientos históricos, menos remotos y poco influenciados por la evolución geoclimática.

 
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