El
poco conocimiento que poseemos acerca de nuestros océanos
es el de las aguas superficiales y los ecosistemas y biomas
próximos a la costa; de los ambientes más
distantes tenemos datos muy fragmentarios e incompletos.
La riqueza de nuestros océanos es inconmensurable;
desde la superficie tropical, hasta las aguas profundas
cercanas a los 7.000 m, poseemos la mayor parte de las
especies, ecosistemas, biomas,
formaciones y fenómenos que existen en los océanos
del resto del planeta. Este panorama se complementa con
la participación de Colombia en el Tratado Antártico,
al cual pertenece gracias a su dominio sobre la isla de
Malpelo; por tal motivo tenemos injerencia, no sólo
en los 928.600km de nuestras aguas jurisdiccionales, sino
también en aguas polares y de océanos abiertos,
a través del marco normativo de este tratado suscritos
con 36 naciones.
LA MAGIA DE NUESTRAS AGUAS OCEÁNICAS
Nuestros océanos conforman mundos maravillosos
colmados de
especímenes; mundos llenos de color, belleza y
magia. Miles de millones de especies viven en nuestras
aguas o las surcan temporalmente. Éstas se han
adaptado a las condiciones de las diferentes zonas de
vida que se encuentran en nuestros océanos y mares
tropicales; muchas de ellas tienen la capacidad de viajar
entre los diferentes estratos e incluso de pasar de las
zonas próximas a la franja litoral, a los océanos
abiertos; otras pueden desplazarse de las aguas superficiales
a las profundas fosas de la región abisal y tenemos
la posibilidad de recibir una gran cantidad de especies
que proceden de los mares y océanos polares, o
de otras latitudes dentro del mismo trópico. Somos,
en otras palabras, como en el caso de nuestra porción
territorial, un lugar de convergencia de todo lo biológico,
lo cual hace que nuestras aguas sean especialmente ricas,
en cuanto a su variedad de especies.
LOS GIGANTES DEL OCEÁNO
No existe mayor fascinación que la de entrar en
contacto con las especies biológicas que
pueblan las aguas oceánicas, pero sin duda alguna,
las ballenas —ese tímido y ciclópeo
ser, poseedor del corazón y el cerebro más
grandes de la Tierra— constituyen la máxima
experiencia para quienes observan las especies marinas.
A los mares y océanos tropicales llegan diversas
especies de ballenas, escapando del invierno polar. A
pesar de que su piel tiene gruesas capas de grasa para
resistir condiciones extremas de temperatura, deben emprender
cada año impresionantes viajes con el solo propósito
de encontrar una pareja; de esta forma evitan que sus
crías mueran de frío por no estar preparadas
para resistir las heladas aguas árticas o antárticas,
en su primera etapa de vida extrauterina.
A nuestras aguas llega la ballena azul, o rorcual azul
gigante, el mamífero de mayor tamaño, que
ha vivido en la Tierra. Las hembras, que tienden a ser
algo mayores que los machos, pueden superar los 30 m de
longitud; su cuerpo es gris con manchas pálidas
y la tonalidad azul sólo aparece cuando están
bajo el agua en un día soleado. Suelen cazar en
parejas y se alimentan de plancton y peces, de manera
similar al resto de las ballenas con barbas: abren su
boca para dejar entrar la mayor cantidad de agua posible
y cuando esto ocurre, los pliegues de la parte inferior
de la garganta se expanden como un acordeón y forman
una bolsa inmensa que se extiende desde el hocico hasta
el ombligo; después cierran la boca casi por completo
y únicamente dejan una abertura de unos 50 cm,
por donde fuerzan el agua a pasar por las barbas para
que el alimento quede atrapado en la zona filamentosa
que tienen en su borde interno; una vez que el agua ha
sido expulsada, la ballena traga la comida.
Entre enero y marzo las ballenas jorobadas también
visitan, ocasionalmente, las aguas del Caribe tropical
—es posible verlas desde Urabá hasta la Guajira—.
Sin embargo, se pueden observar con mayor frecuencia en
el Pacífico colombiano, entre Gorgona, Buenaventura,
Bahía Solano, y la Ensenada de Utría, a
donde llegan entre julio y octubre. Aunque nuestras costas
son visitadas por otras ballenas como la orca, la piloto,
la picuda de Antillas, la de Cuvier, la de Sei, la de
Bryde, la Minke y el cachalote pigmeo, ninguna de ellas
resulta tan notoria como esta ballena, que en realidad
no tiene joroba alguna; se la conoce como jorobada por
la la forma como arquea su lomo cuando asoma a la superficie
y emprende una inmersión profunda.
Sociales por naturaleza, las ballenas jorobadas habitan
en todos los mares, pero utilizan los nuestros como sitio
de reproducción; vienen desde Labrador, New Foundland,
Groenlandia, Islandia y el golfo Maine, en un recorrido
de 16.751 km, o bien desde el Antártico —mar
de Wendell, estrecho de Dreick y Estrecho de Magallanes—
haciendo un recorrido de 14.000 km, durante los cuales
no se alimentan, como tampoco lo hacen mientras dura su
estadía reproductiva en nuestras aguas; al volver
a su lugar de origen se alimentan de arenques, krill y
capelín.
Forman parte del grupo de las grandes ballenas y pertenecen
al Orden Cetacea, sub orden Mysticeti, que en lugar de
dientes tienen unas enormes barbas. Adultas pueden medir
unos 18 m y pesar entre 55 y 65 toneladas; entre sus características
más notorias se encuentran su aparente joroba,
sus largas aletas pectorales que pueden llegar a medir
hasta 5 m y que les permiten una gran maniobrabilidad,
y las protuberancias que tienen sobre y debajo de la cabeza
donde les crece pelo y sus colas, absolutamente distintas
en cada una de ellas —como las huellas digitales
de los humanos—; no existen dos ballenas con el
mismo patrón de manchas, lo que les ha permitido
a los científicos seguir sus migraciones, documentar
sus actividades y notar la aparición de nuevos
ballenatos.
Pero la característica más singular es,
sin duda, el canto de los machos durante la época
de reproducción. Estas canciones, iguales para
todas las ballenas de la misma área, responden
a un complejo patrón de sonidos que dura unos 20
minutos y su ejecución ha sido relacionada con
las actividades de cortejo y apareamiento. Las canciones
parecen diferenciarse de acuerdo con las poblaciones a
que pertenecen y se han podido constatar evolución
y modificación paulatinas por los miembros de una
misma población. Esta música estimula a
las hembras a escoger pareja, mientras los machos compiten
por ellas en un cortejo acrobático y musical; se
mueven por los fondos llanos cuya profundidad es de 20
a 40 m; efectúan saltos, aleteos, coletazos y otras
cabriolas acuáticas, en un gracioso esfuerzo por
atraerlas. Algunos meses después los ballenatos
nacen, generalmente en nuestras aguas más someras
cerca de los arrecifes de coral.
Las ballenas jorobadas son una especie en peligro de extinción,
pues sólo sobreviven unos 6.000 ejemplares alrededor
del mundo. En Colombia, la Fundación Yubarta tiene
un gran conocimiento de esta especie; las rastrea, graba
sus canciones y documenta todo lo relacionado con este
hermoso cetáceo. El Dr. Jorge Reynolds, con su
proyecto de seguimiento satelital, ha estudiado durante
18 años la fisiología cardiovascular de
este mamífero y ha logrado hacer importantes aportes
a las comunidades médica y científica.
RITUALES DE ENTREGA Y DE SUPERVIVENCIA
En lo más profundo de nuestros mares, donde el
fondo oceánico
es oscuro y viscoso, habitan peces monstruosos, de fauces
extremadamente grandes, dilatadas y con colmillos feroces;
peces en forma de dragón o de víbora; peces
con ojos intensamente sensibles a la luz, capaces de detectar
el más ligero movimiento. Investigaciones incipientes
dan cuenta de la existencia de melanostomias, también
conocidos con el nombre de bostezantes o perezosos; eperlanes
negros; linofrios; dientes de puñal o peces navaja;
especies que tienen extraños esqueletos, formas
y cabezas, pero todas con una clara razón de ser;
con un metabolismo disminuido y unos sistemas especiales
para mantener la flotación; algunas de estas especies
consumen gran cantidad de desperdicios que caen desde
la superficie y otras son depredadoras incluso de sus
propios congéneres; estas criaturas tienen como
característica fundamental, pequeños cuerpos
con grandes mandíbulas y estómagos con capacidad
de engullir de un solo bocado un espécimen de tres
veces su tamaño.
En algunas especies pelágicas de nuestros mares,
la necesidad de procreación está sujeta
a extrañas estrategias. Un claro ejemplo lo constituye
el pejesapo, cuya hembra se aparea con un macho enano:
en el momento de la reproducción, el macho se agarra
a ella, ya sea en la cara, el dorso, el vientre o un costado,
a través de su pequeña mandíbula.
En unas horas su boca se funde al cuerpo de ella y jamás
podrá volver a tener una vida propia; a partir
de ese momento sólo será un parásito,
un apéndice y en pocos días sus sistemas
circulatorios se combinarán y terminará
su existencia como un saco de esperma.
Las hembras del pejesapo se alimentan atrayendo a sus
víctimas con un señuelo en forma de antena–látigo,
localizado en la parte superior de su cabeza y provisto
de un dispositivo que se ilumina por su alto contenido
de bacterias luminosas; también pueden utilizar
la aleta dorsal modificándola como un filamento
luminoso y colocándola encima de su gran boca,
con lo que obligan a su presa a entrar en ella; entonces
los colmillos se doblan hacia adentro para que pueda pasar
directamente al estómago, pero una vez adentro,
los colmillos se convierten en barrotes infranqueables;
se la tragan entera haciéndola morir por asfixia
o por acción de los jugos gástricos.
MIMETISMO Y PROTECCIÓN
Permanecer oculto en el océano es uno de los mejores
medios de defensa cuando cientos de depredadores están
al acecho. Muchas especies marinas pasan la mayor parte
de su tiempo ocultas en las algas, dentro de un arrecife
coralino, bajo la arena o el fango o en la penumbra; algunas
han adaptado el mimetismo a través de su piel,
tomando colores e incluso texturas que les permiten asemejarse
al fondo marino, a la superficie de un coral, a una roca
o a la arena, para pasar inadvertidas.
En nuestras aguas, el pez sargazo parece un trozo de alga;
el pez escorpión, el pez sapo o algunos pulpos
pueden alterar la coloración de su piel y su textura
para confundirse con el entorno. La sepia, por ejemplo,
muy característica de nuestros arrecifes coralinos,
tiene distintos pigmentos que le permiten cambiar de apariencia
con una rapidez sorprendente; sus ojos reciben los colores
de su entorno y su cerebro emite señales nerviosas
a unas bolsas diminutas que tiene en la piel; cuando estas
bolsas de pigmentos se contraen, su color se aclara y
cuando se dilatan se oscurece, pudiendo así tomar
el color de las rocas o del coral, al cual suele aferrarse.
Otro ejemplo de camuflaje y protección lo constituye
el cangrejo ermitaño, que anteriormente se podía
ver en casi todas nuestras zonas costeras. Este crustáceo
muda su esqueleto externo y utiliza conchas de caracol
desocupadas a manera de hogar; escoge conchas donde su
cuerpo quede holgado y haya suficiente espacio en la apertura
para guardar sus tenazas sin ninguna dificultad, a fin
de escapar del peligro. Algunos cangrejos ermitaños
no se mudan de concha, sino que fabrican anexos a su hogar,
colocando una anémona cerca de la entrada o sobre
su concha para camuflarse; la anémona, a su turno,
lo acepta a cambio de alimentarse de los desperdicios
del ermitaño. Otra curiosidad de éste, consiste
en la particularidad que tiene su abdomen de poseer, sobre
su extremo final, un gancho con el cual se ancla a la
rendija más favorable del ápice del caracol,
mientras que el otro extremo, muy próximo a la
cabeza, está por fuera del caracol, para poder
depositar las heces sin ensuciar su hogar.
Las medusas, famosas por sus picaduras que pueden llegar
en algunas especies a ser mortales, pasan inadvertidas
por ser totalmente trasparentes, casi invisibles; algunas
son muy pequeñas y otras pueden tener tamaños
considerables. En Colombia las encontramos desde la superficie
marina hasta las grandes profundidades y en grupos que
pueden pasar de unos pocos individuos a varios cientos
de miles.
Un huésped muy connotado, especialmente de nuestros
arrecifes no coralinos es el pez piedra, el cual se mimetiza
entre las rocas y pasa desapercibido, gracias a que el
aspecto de su piel es perfectamente pétreo y puede
variar de tonalidad hasta hacerse idéntico al entorno.
Este pez es uno de los seres más mortíferos
del océano, pues su veneno, que inyecta mediante
las espinas muy afiladas de su lomo, produce un dolor
muy fuerte e intenso.
En nuestras aguas existe una gran variedad de pulpos y
calamares que pueden igualmente variar de coloración
de acuerdo con sus necesidades; pero quizá lo más
sorprendente es la capacidad que tienen de evadirse utilizando
dos estrategias: desde un conducto tubiforme situado cerca
de la cabeza lanzan una nube de tinta que se produce en
una glándula unida al intestino, cuando se sienten
realmente amenazados, y utilizan un sistema de propulsión
a chorro para reducir al máximo su resistencia
al agua y movilizarse a gran velocidad. En este caso,
los pulpos y los calamares se impulsan colocando los tentáculos
en sentido horizontal y despegando la propulsión
a través de un sifón adosado en la parte
superior del cuerpo; el sifón se mueve o se dobla
hacia cualquier lado, con el propósito de facilitar
y controlar la dirección del movimiento.
ASPECTOS INSÓLITOS DE NUESTRA REGIÓN
OCEÁNICA
En la Colombia oceánica suceden fenómenos
que resultan maravillosos, desconocidos o
paradójicos. En los parches coralinos ocurre un
curioso caso de simbiosis, debido a un pequeño
animal que se confunde con una planta: el pólipo
del coral, una de las pocas especies en las que la boca
y el ano funcionan por el mismo conducto; a través
de sus múltiples tentáculos introduce su
alimento y expulsa los desechos. En la clasificación
taxonómica, el coral no es considerado como pólipo
individual, sino como un conjunto, según la forma
final de su estructura.
Arquitecto infatigable de edificios coralinos, su permanente
actividad determina, entre otras cosas, la regulación
de la salinidad en los océanos, la productividad
pesquera y la protección de buena parte de las
especies tropicales; su estructura sirve, además,
como barrera natural para proteger la estabilidad de costas
y playas.
Como especie colonial no hay ninguna que la supere; en
su conjunto ha establecido el mayor dominio consolidado
sobre el planeta, construyendo arrecifes coralinos, atolones
y barreras que pueden tener varios kilómetros de
extensión. Este ser es el mayor constructor de
la tierra después del hombre, aunque éste
utiliza los depósitos de caliza generados por los
corales tiempo atrás, para convertirlos en concreto
para sus obras.
Aquello que sobresale en nuestros arrecifes coralinos
no son los antagonismos sino las alianzas; el arrecife
es un monumento a la colaboración: las paredes
de cualquier arrecife están tapizadas de cientos
y miles de organismos diferentes que conforman la estructura
más destacada de todos los océanos. En este
sentido, si los corales pétreos —hexacorales—,
son los bloques de construcción de un arrecife,
las algas calcáreas son, por así decirlo,
el cemento; una simbiosis perfecta. Entre el arrecife
conviven millones de especies que buscan refugio, con
miles de depredadores; peces limpiadores, con aquellos
que los limpian; oportunistas, con los que hacen del arrecife
una verdadera jungla.
En el corazón del arrecife también se produce
la simbiosis del pólipo constructor con las algas
residentes llamadas zooxantelas —plantas unicelulares—
de las cuales consiguen alimento y oxígeno; a su
vez, estas pequeñas plantas se ocultan allí
de los predadores y obtienen acceso a la luz solar, con
lo cual pueden realizar sus procesos fotosintéticos.
Los arrecifes cuyos corales contienen este tipo de algas
crecen un 90% más rápido que los que no
las tienen, puesto que éstas aceleran la producción
de carbonato de calcio.
Hasta hace 40 años existieron en aguas del Caribe
colombiano, en San Andrés y Providencia, una gran
cantidad de focas monje o fraile de las Antillas,
Monachus monachus; el último de estos ejemplares
sobrevivió hasta finales de la década del
cincuenta, cuando su muerte no tuvo mayor impacto. Las
focas de aguas tropicales son difíciles de observar
en la actualidad, puesto que sólo quedan ejemplares
en las costas de África y en las reservas de las
Antillas Mayores y Menores, que ocasionalmente llegan
hasta el Mediterráneo y la costa oeste de los Estados
Unidos. Nuestra extinta foca era de color achocolatado,
con una gran mancha blanca en el pecho; en su etapa adulta
su color se tornaba grisáceo y los recién
nacidos eran de color negro; llegaba a pesar entre 250
y 350kg y su longitud total era de 2,80 a 3,80 m.
Pasaban la mayor parte del tiempo dentro del agua, incluso
retiradas de la zona costera. Sólo salían
a las playas de nuestro archipiélago para tener
a la luz sus crías, cortejarse y mudar de pelo.
Excelentes buceadoras y pescadoras, dominaron como mamíferos
la representatividad como género en estas aguas.
Especie extinta en Colombia, pero bien representada en
otras partes del mundo, presenta la particularidad de
poder sumergirse a grandes profundidades y permanecer
durante mucho tiempo —más de 30 minutos—
sin aire en los pulmones. A diferencia de los buceadores
humanos, las focas vacían totalmente sus pulmones
gracias a la disposición del diafragma y sus costillas,
lo cual les permite llevar a cabo la inmersión,
mejor que cualquier otro mamífero; con ello evitan
la enfermedad o mal de las profundidades.
Cuando nuestras focas se sumergían, la actividad
del corazón se reducía a un décimo
o incluso a un quinceavo de lo normal. La sangre apenas
circulaba almacenada en las cavidades venosas del abdomen
y el escaso oxígeno disuelto en el torrente circulatorio
antes de la inmersión, era utilizado en su totalidad
para el riego del cerebro. El secreto para evitar la coagulación
de la sangre se debía a la capacidad de tolerancia
al anhídrido carbónico, pero ante todo a
la capacidad de formación de ácido láctico,
el cual sustituye la generación de actividad energética.
Resulta fascinante el dato, recientemente comprobado científicamente,
de los peces que en la isla Gorgona salen a las playas
a desovar en las noches de luna llena. En las playas de
Yundigua al nororeste de esta fértil y fulgurante
isla, con mucha periodicidad la hembra del pez agujo,
sale a desovar en cierta playa de pequeños cantos
rodados. Apenas empieza a bajar la marea, cientos de hembras
inician su bulliciosa acción; su esfuerzo es inmenso
y a medida que el agua desciende, se hace mayor; poco
a poco van saliendo del agua a dejar sus huevos sobre
este colchón de pequeñas piedras, hasta
que el lugar queda totalmente tapizado con una fina capa
viscosa. Posteriormente salen los machos, e inician su
eyaculación sobre esta playa; son sorprendentes
el aleteo y el chapuceo que utilizan con un serpenteante
movimiento entre las rocas, para llegar a todos los sitios
donde han quedado los huevos. Un poco después todo
ha pasado y los peces regresan al agua sin mayor problema.
Algunas horas más tarde, la marea volverá
a invadir la playa y se llevará consigo cientos
de miles de millones de huevos fertilizados, muchos de
los cuales eclosionarán algún tiempo después
en el agua, para dar inicio a una nueva historia especial
y única entre todas las que suceden diariamente
en nuestras aguas oceánicas.
En la Isla de Malpelo, la directora del Parque descubrió
recientemente un temible y enorme tiburón aún
no identificado plenamente. Inicialmente se supuso que
se trataba del célebre tiburón blanco, uno
de los animales más antiguos de la Tierra, conocido
como la muerte blanca. El ejemplar visto por primera vez
a mediados de 1999 presentaba características similares
a las del blanco; es decir, cuerpo fusiforme, más
de 6 m. de longitud, una boca grande y armada con poderosos
dientes muy afilados, un perfil irregular y con forma
de sierra. Su color es gris azuloso y blanco por debajo.
La fama del tiburón blanco estriba en su capacidad
de matar a un hombre, pero contrariamente a las creencias
populares, este animal es un depredador selectivo y el
hombre no forma parte de su dieta alimenticia y sus ataques
a humanos son muy esporádicos.
Se llegó a pensar que, por el tamaño excesivo
de este ejemplar y de otros que se encontraron en diferentes
exploraciones, se trataba del megadolón, terrible
escualo, dos o tres veces mayor que el tiburón
blanco, que podría alcanzar los 24 m de largo,
aunque otros calculan su tamaño en 15 m. Marineros
y nativos polinesios hablan de fugaces visiones de unos
tiburones gigantes, de aspecto similar al del gran tiburón
blanco, pero mucho mayores; esto ha llevado a varios
zoólogos a aceptar la posibilidad de que el megalodón
no se haya extinguido. Pese a estas sospechas, el interés
por el Carcharodon megalodon no ha dado
origen hasta el momento a ningún estudio científico.
La palabra megalodón hace referencia a sus enormes
dientes triangulares y hasta hace poco se creía
que había desaparecido hace 100.000 años,
pero el descubrimiento de restos de dientes, a finales
de los años cincuenta, fijó su extinción
10.000 años atrás. Algunos investigadores
creen posible que hayan perdurado y su hábitat
está en las aguas abisales.
Con base en las informaciones logradas hasta el momento,
el tiburón gigante de Malpelo puede ser una nueva
subespecie —Odontaspis ferox— o puede
tratarse de un endemismo especial, o una especie nueva.