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CAPÍTULO 7

LOS MENSAJES DEL MAR

 

El poco conocimiento que poseemos acerca de nuestros océanos es el de las aguas superficiales y los ecosistemas y biomas próximos a la costa; de los ambientes más distantes tenemos datos muy fragmentarios e incompletos. La riqueza de nuestros océanos es inconmensurable; desde la superficie tropical, hasta las aguas profundas cercanas a los 7.000 m, poseemos la mayor parte de las especies, ecosistemas, biomas, formaciones y fenómenos que existen en los océanos del resto del planeta. Este panorama se complementa con la participación de Colombia en el Tratado Antártico, al cual pertenece gracias a su dominio sobre la isla de Malpelo; por tal motivo tenemos injerencia, no sólo en los 928.600km de nuestras aguas jurisdiccionales, sino también en aguas polares y de océanos abiertos, a través del marco normativo de este tratado suscritos con 36 naciones.

LA MAGIA DE NUESTRAS AGUAS OCEÁNICAS

Nuestros océanos conforman mundos maravillosos colmados de especímenes; mundos llenos de color, belleza y magia. Miles de millones de especies viven en nuestras aguas o las surcan temporalmente. Éstas se han adaptado a las condiciones de las diferentes zonas de vida que se encuentran en nuestros océanos y mares tropicales; muchas de ellas tienen la capacidad de viajar entre los diferentes estratos e incluso de pasar de las zonas próximas a la franja litoral, a los océanos abiertos; otras pueden desplazarse de las aguas superficiales a las profundas fosas de la región abisal y tenemos la posibilidad de recibir una gran cantidad de especies que proceden de los mares y océanos polares, o de otras latitudes dentro del mismo trópico. Somos, en otras palabras, como en el caso de nuestra porción territorial, un lugar de convergencia de todo lo biológico, lo cual hace que nuestras aguas sean especialmente ricas, en cuanto a su variedad de especies.

LOS GIGANTES DEL OCEÁNO

No existe mayor fascinación que la de entrar en contacto con las especies biológicas que pueblan las aguas oceánicas, pero sin duda alguna, las ballenas —ese tímido y ciclópeo ser, poseedor del corazón y el cerebro más grandes de la Tierra— constituyen la máxima experiencia para quienes observan las especies marinas.

A los mares y océanos tropicales llegan diversas especies de ballenas, escapando del invierno polar. A pesar de que su piel tiene gruesas capas de grasa para resistir condiciones extremas de temperatura, deben emprender cada año impresionantes viajes con el solo propósito de encontrar una pareja; de esta forma evitan que sus crías mueran de frío por no estar preparadas para resistir las heladas aguas árticas o antárticas, en su primera etapa de vida extrauterina.

A nuestras aguas llega la ballena azul, o rorcual azul gigante, el mamífero de mayor tamaño, que ha vivido en la Tierra. Las hembras, que tienden a ser algo mayores que los machos, pueden superar los 30 m de longitud; su cuerpo es gris con manchas pálidas y la tonalidad azul sólo aparece cuando están bajo el agua en un día soleado. Suelen cazar en parejas y se alimentan de plancton y peces, de manera similar al resto de las ballenas con barbas: abren su boca para dejar entrar la mayor cantidad de agua posible y cuando esto ocurre, los pliegues de la parte inferior de la garganta se expanden como un acordeón y forman una bolsa inmensa que se extiende desde el hocico hasta el ombligo; después cierran la boca casi por completo y únicamente dejan una abertura de unos 50 cm, por donde fuerzan el agua a pasar por las barbas para que el alimento quede atrapado en la zona filamentosa que tienen en su borde interno; una vez que el agua ha sido expulsada, la ballena traga la comida.

Entre enero y marzo las ballenas jorobadas también visitan, ocasionalmente, las aguas del Caribe tropical —es posible verlas desde Urabá hasta la Guajira—. Sin embargo, se pueden observar con mayor frecuencia en el Pacífico colombiano, entre Gorgona, Buenaventura, Bahía Solano, y la Ensenada de Utría, a donde llegan entre julio y octubre. Aunque nuestras costas son visitadas por otras ballenas como la orca, la piloto, la picuda de Antillas, la de Cuvier, la de Sei, la de Bryde, la Minke y el cachalote pigmeo, ninguna de ellas resulta tan notoria como esta ballena, que en realidad no tiene joroba alguna; se la conoce como jorobada por la la forma como arquea su lomo cuando asoma a la superficie y emprende una inmersión profunda.

Sociales por naturaleza, las ballenas jorobadas habitan en todos los mares, pero utilizan los nuestros como sitio de reproducción; vienen desde Labrador, New Foundland, Groenlandia, Islandia y el golfo Maine, en un recorrido de 16.751 km, o bien desde el Antártico —mar de Wendell, estrecho de Dreick y Estrecho de Magallanes— haciendo un recorrido de 14.000 km, durante los cuales no se alimentan, como tampoco lo hacen mientras dura su estadía reproductiva en nuestras aguas; al volver a su lugar de origen se alimentan de arenques, krill y capelín.

Forman parte del grupo de las grandes ballenas y pertenecen al Orden Cetacea, sub orden Mysticeti, que en lugar de dientes tienen unas enormes barbas. Adultas pueden medir unos 18 m y pesar entre 55 y 65 toneladas; entre sus características más notorias se encuentran su aparente joroba, sus largas aletas pectorales que pueden llegar a medir hasta 5 m y que les permiten una gran maniobrabilidad, y las protuberancias que tienen sobre y debajo de la cabeza donde les crece pelo y sus colas, absolutamente distintas en cada una de ellas —como las huellas digitales de los humanos—; no existen dos ballenas con el mismo patrón de manchas, lo que les ha permitido a los científicos seguir sus migraciones, documentar sus actividades y notar la aparición de nuevos ballenatos.

Pero la característica más singular es, sin duda, el canto de los machos durante la época de reproducción. Estas canciones, iguales para todas las ballenas de la misma área, responden a un complejo patrón de sonidos que dura unos 20 minutos y su ejecución ha sido relacionada con las actividades de cortejo y apareamiento. Las canciones parecen diferenciarse de acuerdo con las poblaciones a que pertenecen y se han podido constatar evolución y modificación paulatinas por los miembros de una misma población. Esta música estimula a las hembras a escoger pareja, mientras los machos compiten por ellas en un cortejo acrobático y musical; se mueven por los fondos llanos cuya profundidad es de 20 a 40 m; efectúan saltos, aleteos, coletazos y otras cabriolas acuáticas, en un gracioso esfuerzo por atraerlas. Algunos meses después los ballenatos nacen, generalmente en nuestras aguas más someras cerca de los arrecifes de coral.

Las ballenas jorobadas son una especie en peligro de extinción, pues sólo sobreviven unos 6.000 ejemplares alrededor del mundo. En Colombia, la Fundación Yubarta tiene un gran conocimiento de esta especie; las rastrea, graba sus canciones y documenta todo lo relacionado con este hermoso cetáceo. El Dr. Jorge Reynolds, con su proyecto de seguimiento satelital, ha estudiado durante 18 años la fisiología cardiovascular de este mamífero y ha logrado hacer importantes aportes a las comunidades médica y científica.

RITUALES DE ENTREGA Y DE SUPERVIVENCIA

En lo más profundo de nuestros mares, donde el fondo oceánico es oscuro y viscoso, habitan peces monstruosos, de fauces extremadamente grandes, dilatadas y con colmillos feroces; peces en forma de dragón o de víbora; peces con ojos intensamente sensibles a la luz, capaces de detectar el más ligero movimiento. Investigaciones incipientes dan cuenta de la existencia de melanostomias, también conocidos con el nombre de bostezantes o perezosos; eperlanes negros; linofrios; dientes de puñal o peces navaja; especies que tienen extraños esqueletos, formas y cabezas, pero todas con una clara razón de ser; con un metabolismo disminuido y unos sistemas especiales para mantener la flotación; algunas de estas especies consumen gran cantidad de desperdicios que caen desde la superficie y otras son depredadoras incluso de sus propios congéneres; estas criaturas tienen como característica fundamental, pequeños cuerpos con grandes mandíbulas y estómagos con capacidad de engullir de un solo bocado un espécimen de tres veces su tamaño.

En algunas especies pelágicas de nuestros mares, la necesidad de procreación está sujeta a extrañas estrategias. Un claro ejemplo lo constituye el pejesapo, cuya hembra se aparea con un macho enano: en el momento de la reproducción, el macho se agarra a ella, ya sea en la cara, el dorso, el vientre o un costado, a través de su pequeña mandíbula. En unas horas su boca se funde al cuerpo de ella y jamás podrá volver a tener una vida propia; a partir de ese momento sólo será un parásito, un apéndice y en pocos días sus sistemas circulatorios se combinarán y terminará su existencia como un saco de esperma.

Las hembras del pejesapo se alimentan atrayendo a sus víctimas con un señuelo en forma de antena–látigo, localizado en la parte superior de su cabeza y provisto de un dispositivo que se ilumina por su alto contenido de bacterias luminosas; también pueden utilizar la aleta dorsal modificándola como un filamento luminoso y colocándola encima de su gran boca, con lo que obligan a su presa a entrar en ella; entonces los colmillos se doblan hacia adentro para que pueda pasar directamente al estómago, pero una vez adentro, los colmillos se convierten en barrotes infranqueables; se la tragan entera haciéndola morir por asfixia o por acción de los jugos gástricos.

MIMETISMO Y PROTECCIÓN

Permanecer oculto en el océano es uno de los mejores medios de defensa cuando cientos de depredadores están al acecho. Muchas especies marinas pasan la mayor parte de su tiempo ocultas en las algas, dentro de un arrecife coralino, bajo la arena o el fango o en la penumbra; algunas han adaptado el mimetismo a través de su piel, tomando colores e incluso texturas que les permiten asemejarse al fondo marino, a la superficie de un coral, a una roca o a la arena, para pasar inadvertidas.

En nuestras aguas, el pez sargazo parece un trozo de alga; el pez escorpión, el pez sapo o algunos pulpos pueden alterar la coloración de su piel y su textura para confundirse con el entorno. La sepia, por ejemplo, muy característica de nuestros arrecifes coralinos, tiene distintos pigmentos que le permiten cambiar de apariencia con una rapidez sorprendente; sus ojos reciben los colores de su entorno y su cerebro emite señales nerviosas a unas bolsas diminutas que tiene en la piel; cuando estas bolsas de pigmentos se contraen, su color se aclara y cuando se dilatan se oscurece, pudiendo así tomar el color de las rocas o del coral, al cual suele aferrarse.

Otro ejemplo de camuflaje y protección lo constituye el cangrejo ermitaño, que anteriormente se podía ver en casi todas nuestras zonas costeras. Este crustáceo muda su esqueleto externo y utiliza conchas de caracol desocupadas a manera de hogar; escoge conchas donde su cuerpo quede holgado y haya suficiente espacio en la apertura para guardar sus tenazas sin ninguna dificultad, a fin de escapar del peligro. Algunos cangrejos ermitaños no se mudan de concha, sino que fabrican anexos a su hogar, colocando una anémona cerca de la entrada o sobre su concha para camuflarse; la anémona, a su turno, lo acepta a cambio de alimentarse de los desperdicios del ermitaño. Otra curiosidad de éste, consiste en la particularidad que tiene su abdomen de poseer, sobre su extremo final, un gancho con el cual se ancla a la rendija más favorable del ápice del caracol, mientras que el otro extremo, muy próximo a la cabeza, está por fuera del caracol, para poder depositar las heces sin ensuciar su hogar.

Las medusas, famosas por sus picaduras que pueden llegar en algunas especies a ser mortales, pasan inadvertidas por ser totalmente trasparentes, casi invisibles; algunas son muy pequeñas y otras pueden tener tamaños considerables. En Colombia las encontramos desde la superficie marina hasta las grandes profundidades y en grupos que pueden pasar de unos pocos individuos a varios cientos de miles.

Un huésped muy connotado, especialmente de nuestros arrecifes no coralinos es el pez piedra, el cual se mimetiza entre las rocas y pasa desapercibido, gracias a que el aspecto de su piel es perfectamente pétreo y puede variar de tonalidad hasta hacerse idéntico al entorno. Este pez es uno de los seres más mortíferos del océano, pues su veneno, que inyecta mediante las espinas muy afiladas de su lomo, produce un dolor muy fuerte e intenso.

En nuestras aguas existe una gran variedad de pulpos y calamares que pueden igualmente variar de coloración de acuerdo con sus necesidades; pero quizá lo más sorprendente es la capacidad que tienen de evadirse utilizando dos estrategias: desde un conducto tubiforme situado cerca de la cabeza lanzan una nube de tinta que se produce en una glándula unida al intestino, cuando se sienten realmente amenazados, y utilizan un sistema de propulsión a chorro para reducir al máximo su resistencia al agua y movilizarse a gran velocidad. En este caso, los pulpos y los calamares se impulsan colocando los tentáculos en sentido horizontal y despegando la propulsión a través de un sifón adosado en la parte superior del cuerpo; el sifón se mueve o se dobla hacia cualquier lado, con el propósito de facilitar y controlar la dirección del movimiento.

ASPECTOS INSÓLITOS DE NUESTRA REGIÓN OCEÁNICA

En la Colombia oceánica suceden fenómenos que resultan maravillosos, desconocidos o paradójicos. En los parches coralinos ocurre un curioso caso de simbiosis, debido a un pequeño animal que se confunde con una planta: el pólipo del coral, una de las pocas especies en las que la boca y el ano funcionan por el mismo conducto; a través de sus múltiples tentáculos introduce su alimento y expulsa los desechos. En la clasificación taxonómica, el coral no es considerado como pólipo individual, sino como un conjunto, según la forma final de su estructura.

Arquitecto infatigable de edificios coralinos, su permanente actividad determina, entre otras cosas, la regulación de la salinidad en los océanos, la productividad pesquera y la protección de buena parte de las especies tropicales; su estructura sirve, además, como barrera natural para proteger la estabilidad de costas y playas.

Como especie colonial no hay ninguna que la supere; en su conjunto ha establecido el mayor dominio consolidado sobre el planeta, construyendo arrecifes coralinos, atolones y barreras que pueden tener varios kilómetros de extensión. Este ser es el mayor constructor de la tierra después del hombre, aunque éste utiliza los depósitos de caliza generados por los corales tiempo atrás, para convertirlos en concreto para sus obras.

Aquello que sobresale en nuestros arrecifes coralinos no son los antagonismos sino las alianzas; el arrecife es un monumento a la colaboración: las paredes de cualquier arrecife están tapizadas de cientos y miles de organismos diferentes que conforman la estructura más destacada de todos los océanos. En este sentido, si los corales pétreos —hexacorales—, son los bloques de construcción de un arrecife, las algas calcáreas son, por así decirlo, el cemento; una simbiosis perfecta. Entre el arrecife conviven millones de especies que buscan refugio, con miles de depredadores; peces limpiadores, con aquellos que los limpian; oportunistas, con los que hacen del arrecife una verdadera jungla.

En el corazón del arrecife también se produce la simbiosis del pólipo constructor con las algas residentes llamadas zooxantelas —plantas unicelulares— de las cuales consiguen alimento y oxígeno; a su vez, estas pequeñas plantas se ocultan allí de los predadores y obtienen acceso a la luz solar, con lo cual pueden realizar sus procesos fotosintéticos. Los arrecifes cuyos corales contienen este tipo de algas crecen un 90% más rápido que los que no las tienen, puesto que éstas aceleran la producción de carbonato de calcio.

Hasta hace 40 años existieron en aguas del Caribe colombiano, en San Andrés y Providencia, una gran cantidad de focas monje o fraile de las Antillas, Monachus monachus; el último de estos ejemplares sobrevivió hasta finales de la década del cincuenta, cuando su muerte no tuvo mayor impacto. Las focas de aguas tropicales son difíciles de observar en la actualidad, puesto que sólo quedan ejemplares en las costas de África y en las reservas de las Antillas Mayores y Menores, que ocasionalmente llegan hasta el Mediterráneo y la costa oeste de los Estados Unidos. Nuestra extinta foca era de color achocolatado, con una gran mancha blanca en el pecho; en su etapa adulta su color se tornaba grisáceo y los recién nacidos eran de color negro; llegaba a pesar entre 250 y 350kg y su longitud total era de 2,80 a 3,80 m.

Pasaban la mayor parte del tiempo dentro del agua, incluso retiradas de la zona costera. Sólo salían a las playas de nuestro archipiélago para tener a la luz sus crías, cortejarse y mudar de pelo. Excelentes buceadoras y pescadoras, dominaron como mamíferos la representatividad como género en estas aguas. Especie extinta en Colombia, pero bien representada en otras partes del mundo, presenta la particularidad de poder sumergirse a grandes profundidades y permanecer durante mucho tiempo —más de 30 minutos— sin aire en los pulmones. A diferencia de los buceadores humanos, las focas vacían totalmente sus pulmones gracias a la disposición del diafragma y sus costillas, lo cual les permite llevar a cabo la inmersión, mejor que cualquier otro mamífero; con ello evitan la enfermedad o mal de las profundidades.

Cuando nuestras focas se sumergían, la actividad del corazón se reducía a un décimo o incluso a un quinceavo de lo normal. La sangre apenas circulaba almacenada en las cavidades venosas del abdomen y el escaso oxígeno disuelto en el torrente circulatorio antes de la inmersión, era utilizado en su totalidad para el riego del cerebro. El secreto para evitar la coagulación de la sangre se debía a la capacidad de tolerancia al anhídrido carbónico, pero ante todo a la capacidad de formación de ácido láctico, el cual sustituye la generación de actividad energética.

Resulta fascinante el dato, recientemente comprobado científicamente, de los peces que en la isla Gorgona salen a las playas a desovar en las noches de luna llena. En las playas de Yundigua al nororeste de esta fértil y fulgurante isla, con mucha periodicidad la hembra del pez agujo, sale a desovar en cierta playa de pequeños cantos rodados. Apenas empieza a bajar la marea, cientos de hembras inician su bulliciosa acción; su esfuerzo es inmenso y a medida que el agua desciende, se hace mayor; poco a poco van saliendo del agua a dejar sus huevos sobre este colchón de pequeñas piedras, hasta que el lugar queda totalmente tapizado con una fina capa viscosa. Posteriormente salen los machos, e inician su eyaculación sobre esta playa; son sorprendentes el aleteo y el chapuceo que utilizan con un serpenteante movimiento entre las rocas, para llegar a todos los sitios donde han quedado los huevos. Un poco después todo ha pasado y los peces regresan al agua sin mayor problema. Algunas horas más tarde, la marea volverá a invadir la playa y se llevará consigo cientos de miles de millones de huevos fertilizados, muchos de los cuales eclosionarán algún tiempo después en el agua, para dar inicio a una nueva historia especial y única entre todas las que suceden diariamente en nuestras aguas oceánicas.

En la Isla de Malpelo, la directora del Parque descubrió recientemente un temible y enorme tiburón aún no identificado plenamente. Inicialmente se supuso que se trataba del célebre tiburón blanco, uno de los animales más antiguos de la Tierra, conocido como la muerte blanca. El ejemplar visto por primera vez a mediados de 1999 presentaba características similares a las del blanco; es decir, cuerpo fusiforme, más de 6 m. de longitud, una boca grande y armada con poderosos dientes muy afilados, un perfil irregular y con forma de sierra. Su color es gris azuloso y blanco por debajo. La fama del tiburón blanco estriba en su capacidad de matar a un hombre, pero contrariamente a las creencias populares, este animal es un depredador selectivo y el hombre no forma parte de su dieta alimenticia y sus ataques a humanos son muy esporádicos.

Se llegó a pensar que, por el tamaño excesivo de este ejemplar y de otros que se encontraron en diferentes exploraciones, se trataba del megadolón, terrible escualo, dos o tres veces mayor que el tiburón blanco, que podría alcanzar los 24 m de largo, aunque otros calculan su tamaño en 15 m. Marineros y nativos polinesios hablan de fugaces visiones de unos tiburones gigantes, de aspecto similar al del gran tiburón blanco, pero mucho mayores; esto ha llevado a varios zoólogos a aceptar la posibilidad de que el megalodón no se haya extinguido. Pese a estas sospechas, el interés por el Carcharodon megalodon no ha dado origen hasta el momento a ningún estudio científico. La palabra megalodón hace referencia a sus enormes dientes triangulares y hasta hace poco se creía que había desaparecido hace 100.000 años, pero el descubrimiento de restos de dientes, a finales de los años cincuenta, fijó su extinción 10.000 años atrás. Algunos investigadores creen posible que hayan perdurado y su hábitat está en las aguas abisales. Con base en las informaciones logradas hasta el momento, el tiburón gigante de Malpelo puede ser una nueva subespecie —Odontaspis ferox— o puede tratarse de un endemismo especial, o una especie nueva.

 
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