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CAPÍTULO 7

LA ORINOQUIA, UNA UTOPÍA POSIBLE

 

El gran desarrollo que en los últimos años han tenido en el Llano la ganadería, la acuacultura, el petróleo y la agricultura, cuyas inmensas plantaciones de pino caribea, caucho, palma africana y extensos arrozales son una fuente de riqueza, nos conduce a preguntarnos si estos procesos que transforman el paisaje de la Orinoquia colombiana, pueden alterar el frágil equilibrio de los ambientes naturales de montaña, selva y sabana y si en realidad tenemos el conocimiento suficiente para determinar la magnitud del impacto que causan los sistemas industrializados de producción. Aun estamos lejos de encontrar la respuesta adecuada, porque carecemos de la tecnología que nos permita aprovechar los recursos sin alterar el equilibrio ecológico de la región.

La información que se tiene acerca de la cuenca del Orinoco, no es suficiente para lograr el manejo sostenible de sus ecosistemas en el mediano y el largo plazo. Muchos ambientes del piedemonte y del llano son prácticamente desconocidos y no se cuenta con un inventario completo de su vegetación y su fauna, debido a la gran extensión de la zona, a la heterogeneidad ambiental y diversidad de ecosistemas, a la compleja problemática social y a la falta de fortalecimiento institucional y de centros de investigación.

UN PEQUEÑO HABITANTE DE MONTAÑA

Algunas especies de la fauna de la Orinoquia han comenzado a desaparecer o sus poblaciones se encuentran muy disminuidas. En los alrededores de la laguna de Chingaza habita el sapito arlequín esmeralda, de apenas 4 cm de largo, una especie endémica que era muy abundante en 1991; vive en charcas correntosas y sus renacuajos poseen una pequeña ventosa para adherirse a las rocas y evitar que la fuerza del agua los arrastre; recientemente fue catalogada en el Libro Rojo de los Anfibios de Colombia como especie amenazada, por la rápida declinación poblacional y porque su área de distribución es pequeña, fragmentada o fluctuante.

En una situación similar se encuentran otros anfibios como el sapito arlequín camuflado, de los parches de bosques riparios cercanos a Guayabetal y la rana Cryptobatrachus niceforoi, de la localidad de La Salina, Casanare, llamada «marsupial» porque los huevos, que según los investigadores tienen gran valor medicinal, van adheridos a la espalda de la hembra que posee sustancias de acción antibacteriana y antihongos que protegen el desarrollo de sus renacuajos. Algunos investigadores indican que existe una tendencia global a la desaparición de los anfibios en los ecosistemas de montaña, debido a que generalmente son especies únicas, con distribuciones restringidas y muy vulnerables a los disturbios.

REDES DE INTERACCIONES ECOLÓGICAS VULNERABLES

En los ecosistemas de la Orinoquia se pueden observar algunas interacciones entre insectos y plantas, predadores y presas, que conforman complejas redes tróficas, en las que sus componetes se benefician mutuamente y otras donde compiten por el alimento. Los investigadores que las han estudiado explican que su estructura condiciona muchas de las funciones de los ecosistemas y concluyen que las especies más conectadas desde un punto de vista trófico son claves y su eliminación tiene efectos negativos sobre la estabilidad y persistencia de la red.

Entonces nos podemos preguntar ¿qué sucedería si, por efecto de la sobrecaza y la degradación del hábitat se extinguieran el manatí o los cocodrilos y caimanes de los Llanos, los gatos de monte o los micos, entre otras especies amenazadas? También se puede pensar en los efectos que acompañarían la reducción poblacional de los bagres del río Meta por la sobrepesca. Tanto la reducción del tamaño poblacional de una especie, como su extinción, desencadenarían variaciones en los tamaños poblacionales de otras especies dentro de la red trófica y en muchos casos la desaparición de todos sus integrantes, lo que causaría extinciones secundarias de otras cadenas tróficas.

GRANDES AGROECOSISTEMAS DEL LLANO

El reemplazo de los ecosistemas naturales de sabanas y selvas de galería, por grandes extensiones de cultivos monoespecíficos, necesariamente genera un fuerte impacto ambiental en las actividades de su ciclo productivo original. En este proceso, uno de los puntos más polémicos gira en torno a la conservación de la diversidad biológica de los ecosistemas intervenidos. Los arrozales han transformado fuertemente el paisaje de las llanuras de inundación y de algunos sectores de la altillanura; los cultivos de palma africana se han establecido principalmente en las sabanas y selvas del piedemonte llanero y las plantaciones de caucho y pino caribea en las sabanas de la altillanura.

Mediante el ajuste tecnológico adecuado, estos cultivos se han adaptado perfectamente al medio y muestran niveles competitivos de producción. Sin embargo, el gran reto es disminuir el uso de agroquímicos y pesticidas y mantener niveles adecuados de producción, pero quizás el aspecto más crítico radica en mantener el equilibrio entre una buena producción y un buen estado de conservación de los ecosistemas originales. La ganadería con pastos mejorados y los grandes agroecosistemas han contribuido a la desaparición de cientos de hectáreas de sabanas naturales y de selvas, con la consecuente pérdida de biodiversidad. Por tal razón es imprescindible salvar grandes áreas de estos ecosistemas dentro del sistema de Parques Nacionales, o de áreas protegidas de nivel regional.

En un país tropical como Colombia, la disminución de la biodiversidad y el establecimiento de monocultivos favorecen la proliferación de plagas y enfermedades, debido a la pérdida de los agentes controladores naturales; dicha disminución también afecta la fertilidad de los suelos, puesto que se alteran algunos procesos de las redes microbiológicas edáficas. Este desequilibrio incrementa los costos para insumos y control químico de plagas, aumenta el impacto ambiental y a mediano plazo hará insostenible el sistema de producción.

El mayor porcentaje —34%— de los costos en el cultivo de arroz corresponde a fertilización, eliminación de malezas y de plagas. Los estudios de Corpoica han establecido que el control de las enfermedades es primordial en el manejo del cultivo. Las condiciones climáticas del trópico favorecen la proliferación de patógenos y la utilización de algunas variedades de arroz conduce a la ocurrencia de epidemias. Su efecto principal se refleja en bajos rendimientos y pobre calidad del grano; en orden de importancia, el sistema se ve afectado por la piricularia, el virus de la hoja blanca, el añublo de la vaina, el manchado del grano, el retorcimiento del arroz, la mancha del cuello de la panícula y la pudrición de la vaina.

Las plagas de insectos causan grandes daños a los distintos sistemas de producción agrícola y la necesidad de combatirlos mediante el uso de medios químicos incrementa significativamente los costos, reduce la diversidad de la fauna benéfica para los cultivos, genera un desequilibrio entre insectos plaga e insectos favorables, contamina las fuentes de agua y causa trastornos fisiológicos en animales y humanos. Los insectos dañinos son el sogata, el cucarro, el barrenador, el minador de la hoja, las hormigas, el raspador y los comedores de follaje.

Otro problema crítico para la producción de arroz es la presencia de malezas nocivas, cuyas causas están relacionadas con los métodos de labranza utilizados, la escasa rotación de cultivos, el manejo inadecuado de los herbicidas, el uso de semilla no certificada, el deficiente manejo del agua en el sistema de riego, el desconocimiento de las malezas en sus estados iniciales y las aplicaciones tardías de los herbicidas con la consecuente disminución en su efectividad. Esto se refleja en altos costos de producción, menores rendimientos por unidad de superficie, aparición de malezas resistentes, reducción en la calidad del producto, desvalorización de los predios y contaminación ambiental.

En cuanto al manejo de suelos en los arrozales, Corpoica indica que es notable la pérdida de la productividad por deterioro de sus propiedades químicas, físicas y biológicas. Este problema se caracteriza por la combinación de factores como la compactación del suelo, la pérdida de la estructura, el sellamiento y encostramiento superficial, la pérdida de materia orgánica y la nutrición inadecuada.

El manejo incorrecto del agua en las prácticas de riego se traduce en costos de producción más altos, mayores volúmenes de fertilizantes y deterioro continuo de los suelos. En 1978, el investigador Pedro Botero llamó la atención sobre los riesgos que puede causar la agricultura en la llanura eólica de Arauca y Casanare; según él, los suelos son muy inestables e infértiles, tienen poca cohesión y son propensos a solifluxión; la capa superficial que sostiene la materia orgánica y las raíces se destruye fácilmente y durante la época seca los suelos quedan expuestos a una fuerte erosión eólica, lo cual puede convertirlos en un desierto.

Esto quiere decir que antes de llegar a un punto crítico, las llanuras eólicas deberían hacer parte de áreas de conservación y manejo de la fauna silvestre, los agroecosistemas llaneros incorporar en sus sistemas de producción algunas estrategias de cultivo mixto que involucren parches remanentes de vegetación natural y corredores biológicos a lo largo de caños y ríos, para mantener cultivos más sanos, productivos y amigables con el medio ambiente.

El cultivo de la palma africana presenta un auge expansivo en el piedemonte llanero. De acuerdo con el estudio de la evolución de los mercados internacionales, elaborado por Édgar Gerlein en el 2002, este cultivo en Colombia pasa por un buen momento; su aceite es el de mayor comercialización en el mundo y sus aplicaciones incluyen, entre otras, aceites para freír, margarinas, confitería, emulsificantes, jabones, cosméticos, resinas, lubricantes, acelerantes, glicerina y concentrados para animales.

Los racimos de sus frutos pueden alcanzar producciones de 4,2 toneladas durante su vida, lo que representa unas 600 toneladas acumuladas de fruta por hectárea, cuando el proceso productivo se desarrolla en condiciones óptimas de suelo, clima, nutrición, mantenimiento, sanidad y administración. La producción de racimos se inicia a partir de los 24 meses de la siembra. Si se aplica un alto nivel de tecnología en el manejo de los cultivos, se pueden producir alrededor de 10 toneladas de fruta por hectárea entre los 24 y 36 meses de edad de la palma.

De 21,2 millones de toneladas de aceite de palma africana que se producen en el mundo, Colombia aportó 524.000 en el año 2000; de éstas, el 16,5% se exportó y el resto se dedicó al consumo doméstico. Las exportaciones crecen a un ritmo del 37% anual y para el año 2020, el 80% de lo producido se destinará a mercados externos. Los mayores consumidores son países con altos índices de población; en primer lugar India, seguida por Indonesia, China, Malasia y Pakistán.

El problema más apremiante de la palmicultura colombiana es la inseguridad que aumenta los costos, disminuye la inversión y destruye el capital físico y humano. Sin embargo, los estímulos del gobierno para incrementar este sistema de producción a través de diversos tipos de crédito son muy atractivos.

Otros cultivos que han tenido buen desarrollo en la altillanura son las plantaciones de pinos caribea para la extracción industrial de oleorresinas y las plantaciones de caucho. Sin embargo, se debe estudiar el impacto ambiental que genera el desarrollo masivo de estos agroecosistemas e implementar las acciones que garanticen la conservación de la biodiversidad en las sabanas naturales y selvas de galería y que preserven las tradiciones y la diversidad étnica y cultural de la región.

EL POTENCIAL DE LA FAUNA SILVESTRE

La tradición llanera narra historias de güíos negros o anacondas que acechan en las lagunas, del caimán llanero, los temblones y las pirañas de los caños o del encuentro con la mortal cuatronarices o el tigre mariposo. Las corocoras rojas y blancas, el garzón soldado, las bandadas de patos y las manadas de chigüiros y venados siempre acompañan el paisaje llanero y algunas leyendas han ayudado a conservar los grandes mamíferos acuáticos que lograron sobrevivir hasta nuestros días, como los manatíes y los delfines de río o toninas.

En la realidad, la fauna de la Orinoquia y su hábitat natural pasan por un momento crítico de conservación, en la medida en que se han intensificado los procesos de transformación del paisaje. Según el registro histórico, durante la época de la explotación del caucho, las tortugas y sus huevos fueron aprovechados casi hasta agotarlos; cuando la moda europea se vistió de plumas hacia finales de 1800, las haciendas de Arauca se valoraban más por sus garceros, que por su ganadería; sin embargo, la sobreexplotación de este recurso llevó casi al exterminio de las garzas, lo que incrementó las plagas y enfermedades que afectaron el ganado. Otras modas que siguieron con las pieles de tigres, cocodrilos, caimanes, güíos y chigüiros, llevaron a la peligrosa disminución de sus poblaciones. Los peces ornamentales, las aves y más recientemente los insectos, son objeto de tráfico y comercio cada vez mayor, lo que está llevando a la extinción de las especies y al agotamiento del recurso.

Esta crítica situación ha llamado la atención de numerosas instituciones que están diseñando propuestas orientadas hacia la zoocría, lo que requiere de la investigación y el ajuste tecnológico y de mecanismos de control adecuados para garantizar el crecimiento sano y sostenible de las poblaciones y la conservación de su diversidad genética. En la educación ambiental estarían las bases para alcanzar una mayor conciencia pública a través de diferentes medios como los zoológicos, jardines botánicos, reservas ecológicas y parques nacionales. Se deben fortalecer las instituciones y autoridades ambientales para que ejerzan un control más eficaz. Finalmente, es prioritario buscar por todos los medios la manera de armonizar las formas de uso de la tierra y la conservación de la biodiversidad, para que la Orinoquia de Colombia sea fuente de riqueza para el país.

 
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