El
gran desarrollo que en los últimos años
han tenido en el Llano la ganadería, la acuacultura,
el petróleo y la agricultura, cuyas inmensas plantaciones
de pino caribea, caucho, palma africana y extensos arrozales
son una fuente de riqueza, nos conduce a preguntarnos
si estos procesos que transforman el paisaje de la Orinoquia
colombiana, pueden alterar el frágil equilibrio
de los ambientes naturales de montaña, selva y
sabana y si en realidad tenemos el conocimiento suficiente
para determinar la magnitud del impacto que causan los
sistemas industrializados de producción. Aun estamos
lejos de encontrar la respuesta adecuada, porque carecemos
de la tecnología que nos permita aprovechar los
recursos sin alterar el equilibrio ecológico de
la región.
La información que se tiene acerca de la cuenca
del Orinoco, no es suficiente para lograr el manejo sostenible
de sus ecosistemas en el mediano y el largo plazo. Muchos
ambientes del piedemonte y del llano son prácticamente
desconocidos y no se cuenta con un inventario completo
de su vegetación y su fauna, debido a la gran extensión
de la zona, a la heterogeneidad ambiental y diversidad
de ecosistemas, a la compleja problemática social
y a la falta de fortalecimiento institucional y de centros
de investigación.
UN PEQUEÑO
HABITANTE DE MONTAÑA
Algunas especies de la fauna de la Orinoquia han comenzado
a desaparecer o sus poblaciones se encuentran muy disminuidas.
En los alrededores de la laguna de Chingaza habita el
sapito arlequín esmeralda, de apenas 4 cm de largo,
una especie endémica que era muy abundante en 1991;
vive en charcas correntosas y sus renacuajos poseen una
pequeña ventosa para adherirse a las rocas y evitar
que la fuerza del agua los arrastre; recientemente fue
catalogada en el Libro Rojo de los Anfibios de Colombia
como especie amenazada, por la rápida declinación
poblacional y porque su área de distribución
es pequeña, fragmentada o fluctuante.
En una situación similar se encuentran otros anfibios
como el sapito arlequín camuflado, de los parches
de bosques riparios cercanos a Guayabetal y la rana
Cryptobatrachus niceforoi, de la localidad de La
Salina, Casanare, llamada «marsupial» porque
los huevos, que según los investigadores tienen
gran valor medicinal, van adheridos a la espalda de la
hembra que posee sustancias de acción antibacteriana
y antihongos que protegen el desarrollo de sus renacuajos.
Algunos investigadores indican que existe una tendencia
global a la desaparición de los anfibios en los
ecosistemas de montaña, debido a que generalmente
son especies únicas, con distribuciones restringidas
y muy vulnerables a los disturbios.
REDES DE INTERACCIONES
ECOLÓGICAS VULNERABLES
En los ecosistemas de la Orinoquia se pueden observar
algunas interacciones entre insectos y plantas, predadores
y presas, que conforman complejas redes tróficas,
en las que sus componetes se benefician mutuamente y otras
donde compiten por el alimento. Los investigadores que
las han estudiado explican que su estructura condiciona
muchas de las funciones de los ecosistemas y concluyen
que las especies más conectadas desde un punto
de vista trófico son claves y su eliminación
tiene efectos negativos sobre la estabilidad y persistencia
de la red.
Entonces nos podemos preguntar ¿qué sucedería
si, por efecto de la sobrecaza y la degradación
del hábitat se extinguieran el manatí o
los cocodrilos y caimanes de los Llanos, los gatos de
monte o los micos, entre otras especies amenazadas? También
se puede pensar en los efectos que acompañarían
la reducción poblacional de los bagres del río
Meta por la sobrepesca. Tanto la reducción del
tamaño poblacional de una especie, como su extinción,
desencadenarían variaciones en los tamaños
poblacionales de otras especies dentro de la red trófica
y en muchos casos la desaparición de todos sus
integrantes, lo que causaría extinciones secundarias
de otras cadenas tróficas.
GRANDES AGROECOSISTEMAS
DEL LLANO
El reemplazo de los ecosistemas naturales de sabanas y
selvas de galería, por grandes extensiones de cultivos
monoespecíficos, necesariamente genera un fuerte
impacto ambiental en las actividades de su ciclo productivo
original. En este proceso, uno de los puntos más
polémicos gira en torno a la conservación
de la diversidad biológica de los ecosistemas intervenidos.
Los arrozales han transformado fuertemente el paisaje
de las llanuras de inundación y de algunos sectores
de la altillanura; los cultivos de palma africana se han
establecido principalmente en las sabanas y selvas del
piedemonte llanero y las plantaciones de caucho y pino
caribea en las sabanas de la altillanura.
Mediante el ajuste tecnológico adecuado, estos
cultivos se han adaptado perfectamente al medio y muestran
niveles competitivos de producción. Sin embargo,
el gran reto es disminuir el uso de agroquímicos
y pesticidas y mantener niveles adecuados de producción,
pero quizás el aspecto más crítico
radica en mantener el equilibrio entre una buena producción
y un buen estado de conservación de los ecosistemas
originales. La ganadería con pastos mejorados y
los grandes agroecosistemas han contribuido a la desaparición
de cientos de hectáreas de sabanas naturales y
de selvas, con la consecuente pérdida de biodiversidad.
Por tal razón es imprescindible salvar grandes
áreas de estos ecosistemas dentro del sistema de
Parques Nacionales, o de áreas protegidas de nivel
regional.
En un país tropical como Colombia, la disminución
de la biodiversidad y el establecimiento de monocultivos
favorecen la proliferación de plagas y enfermedades,
debido a la pérdida de los agentes controladores
naturales; dicha disminución también afecta
la fertilidad de los suelos, puesto que se alteran algunos
procesos de las redes microbiológicas edáficas.
Este desequilibrio incrementa los costos para insumos
y control químico de plagas, aumenta el impacto
ambiental y a mediano plazo hará insostenible el
sistema de producción.
El mayor porcentaje —34%— de los costos en
el cultivo de arroz corresponde a fertilización,
eliminación de malezas y de plagas. Los estudios
de Corpoica han establecido que el control de las enfermedades
es primordial en el manejo del cultivo. Las condiciones
climáticas del trópico favorecen la proliferación
de patógenos y la utilización de algunas
variedades de arroz conduce a la ocurrencia de epidemias.
Su efecto principal se refleja en bajos rendimientos y
pobre calidad del grano; en orden de importancia, el sistema
se ve afectado por la piricularia, el virus de la hoja
blanca, el añublo de la vaina, el manchado del
grano, el retorcimiento del arroz, la mancha del cuello
de la panícula y la pudrición de la vaina.
Las plagas de insectos causan grandes daños a los
distintos sistemas de producción agrícola
y la necesidad de combatirlos mediante el uso de medios
químicos incrementa significativamente los costos,
reduce la diversidad de la fauna benéfica para
los cultivos, genera un desequilibrio entre insectos plaga
e insectos favorables, contamina las fuentes de agua y
causa trastornos fisiológicos en animales y humanos.
Los insectos dañinos son el sogata, el cucarro,
el barrenador, el minador de la hoja, las hormigas, el
raspador y los comedores de follaje.
Otro problema crítico para la producción
de arroz es la presencia de malezas nocivas, cuyas causas
están relacionadas con los métodos de labranza
utilizados, la escasa rotación de cultivos, el
manejo inadecuado de los herbicidas, el uso de semilla
no certificada, el deficiente manejo del agua en el sistema
de riego, el desconocimiento de las malezas en sus estados
iniciales y las aplicaciones tardías de los herbicidas
con la consecuente disminución en su efectividad.
Esto se refleja en altos costos de producción,
menores rendimientos por unidad de superficie, aparición
de malezas resistentes, reducción en la calidad
del producto, desvalorización de los predios y
contaminación ambiental.
En cuanto al manejo de suelos en los arrozales, Corpoica
indica que es notable la pérdida de la productividad
por deterioro de sus propiedades químicas, físicas
y biológicas. Este problema se caracteriza por
la combinación de factores como la compactación
del suelo, la pérdida de la estructura, el sellamiento
y encostramiento superficial, la pérdida de materia
orgánica y la nutrición inadecuada.
El manejo incorrecto del agua en las prácticas
de riego se traduce en costos de producción más
altos, mayores volúmenes de fertilizantes y deterioro
continuo de los suelos. En 1978, el investigador Pedro
Botero llamó la atención sobre los riesgos
que puede causar la agricultura en la llanura eólica
de Arauca y Casanare; según él, los suelos
son muy inestables e infértiles, tienen poca cohesión
y son propensos a solifluxión; la capa superficial
que sostiene la materia orgánica y las raíces
se destruye fácilmente y durante la época
seca los suelos quedan expuestos a una fuerte erosión
eólica, lo cual puede convertirlos en un desierto.
Esto quiere decir que antes de llegar a un punto crítico,
las llanuras eólicas deberían hacer parte
de áreas de conservación y manejo de la
fauna silvestre, los agroecosistemas llaneros incorporar
en sus sistemas de producción algunas estrategias
de cultivo mixto que involucren parches remanentes de
vegetación natural y corredores biológicos
a lo largo de caños y ríos, para mantener
cultivos más sanos, productivos y amigables con
el medio ambiente.
El cultivo de la palma africana presenta un auge expansivo
en el piedemonte llanero. De acuerdo con el estudio de
la evolución de los mercados internacionales, elaborado
por Édgar Gerlein en el 2002, este cultivo en Colombia
pasa por un buen momento; su aceite es el de mayor comercialización
en el mundo y sus aplicaciones incluyen, entre otras,
aceites para freír, margarinas, confitería,
emulsificantes, jabones, cosméticos, resinas, lubricantes,
acelerantes, glicerina y concentrados para animales.
Los racimos de sus frutos pueden alcanzar producciones
de 4,2 toneladas durante su vida, lo que representa unas
600 toneladas acumuladas de fruta por hectárea,
cuando el proceso productivo se desarrolla en condiciones
óptimas de suelo, clima, nutrición, mantenimiento,
sanidad y administración. La producción
de racimos se inicia a partir de los 24 meses de la siembra.
Si se aplica un alto nivel de tecnología en el
manejo de los cultivos, se pueden producir alrededor de
10 toneladas de fruta por hectárea entre los 24
y 36 meses de edad de la palma.
De 21,2 millones de toneladas de aceite de palma africana
que se producen en el mundo, Colombia aportó 524.000
en el año 2000; de éstas, el 16,5% se exportó
y el resto se dedicó al consumo doméstico.
Las exportaciones crecen a un ritmo del 37% anual y para
el año 2020, el 80% de lo producido se destinará
a mercados externos. Los mayores consumidores son países
con altos índices de población; en primer
lugar India, seguida por Indonesia, China, Malasia y Pakistán.
El problema más apremiante de la palmicultura colombiana
es la inseguridad que aumenta los costos, disminuye la
inversión y destruye el capital físico y
humano. Sin embargo, los estímulos del gobierno
para incrementar este sistema de producción a través
de diversos tipos de crédito son muy atractivos.
Otros cultivos que han tenido buen desarrollo en la altillanura
son las plantaciones de pinos caribea para la extracción
industrial de oleorresinas y las plantaciones de caucho.
Sin embargo, se debe estudiar el impacto ambiental que
genera el desarrollo masivo de estos agroecosistemas e
implementar las acciones que garanticen la conservación
de la biodiversidad en las sabanas naturales y selvas
de galería y que preserven las tradiciones y la
diversidad étnica y cultural de la región.
EL
POTENCIAL DE LA FAUNA
SILVESTRE
La tradición llanera narra historias de güíos
negros o anacondas que acechan en las lagunas, del caimán
llanero, los temblones y las pirañas de los caños
o del encuentro con la mortal cuatronarices o el tigre
mariposo. Las corocoras rojas y blancas, el garzón
soldado, las bandadas de patos y las manadas de chigüiros
y venados siempre acompañan el paisaje llanero
y algunas leyendas han ayudado a conservar los grandes
mamíferos acuáticos que lograron sobrevivir
hasta nuestros días, como los manatíes y
los delfines de río o toninas.
En la realidad, la fauna de la Orinoquia y su hábitat
natural pasan por un momento crítico de conservación,
en la medida en que se han intensificado los procesos
de transformación del paisaje. Según el
registro histórico, durante la época de
la explotación del caucho, las tortugas y sus huevos
fueron aprovechados casi hasta agotarlos; cuando la moda
europea se vistió de plumas hacia finales de 1800,
las haciendas de Arauca se valoraban más por sus
garceros, que por su ganadería; sin embargo, la
sobreexplotación de este recurso llevó casi
al exterminio de las garzas, lo que incrementó
las plagas y enfermedades que afectaron el ganado. Otras
modas que siguieron con las pieles de tigres, cocodrilos,
caimanes, güíos y chigüiros, llevaron
a la peligrosa disminución de sus poblaciones.
Los peces ornamentales, las aves y más recientemente
los insectos, son objeto de tráfico y comercio
cada vez mayor, lo que está llevando a la extinción
de las especies y al agotamiento del recurso.
Esta crítica situación ha llamado la atención
de numerosas instituciones que están diseñando
propuestas orientadas hacia la zoocría, lo que
requiere de la investigación y el ajuste tecnológico
y de mecanismos de control adecuados para garantizar el
crecimiento sano y sostenible de las poblaciones y la
conservación de su diversidad genética.
En la educación ambiental estarían las bases
para alcanzar una mayor conciencia pública a través
de diferentes medios como los zoológicos, jardines
botánicos, reservas ecológicas y parques
nacionales. Se deben fortalecer las instituciones y autoridades
ambientales para que ejerzan un control más eficaz.
Finalmente, es prioritario buscar por todos los medios
la manera de armonizar las formas de uso de la tierra
y la conservación de la biodiversidad, para que
la Orinoquia de Colombia sea fuente de riqueza para el
país.