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MAPAS
DISTRIBUCIÓN GEOFRÁFICA DE LOS TIPOS DE CLIMAS EN COLOMBIA SEGÚN KÔPPEN-GEIGER
MAPAS
ESQUEMA DE CLASIFICACIÓN BIOGEOGRÁFICA DE COLOMBIA
MAPAS
DISTRITOS BIOGEOGRÁFICOS DE COLOMBIA
MAPAS
DISTRIBUCIÓN MUNDIAL DE LOS PRINCIPALES BIOMAS TERRESTRES
MAPAS
REGIONES BIOGEOGRÁFICAS TERRESTRES Y ZONAS DE TRANSICIÓN
GLOSARIO
GRÁFICOS
DIVERSIDAD DE PLANTAS
DIVERSIDAD DE ORQUÍDEAS
GRÁFICOS
REFERENCIAS
CRÉDITOS
DIVERSIDAD DE FAUNA
GRÁFICOS
GRÁFICOS
DIVERSIDAD DE AVES
DIVERSIDAD DE ANFIBIOS
DIVERSIDAD DE MAMÍFEROS
GRÁFICOS
GRÁFICOS
GRÁFICOS
MAPAS
GRUPO DE PAISES MEGADIVERSOS
ESPECIES AMENAZADAS
DISTRIBUCIÓN DE LOS NIVELES DE AMENAZA DE LOS ECOSISTEMAS NATURALES EN COLOMBIA
MAPAS
LOS 10 PAISES MAS BIODIVERSOS
GRÁFICOS
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Achaparrado.Se dice de la vegetación, generalmente arbustiva, de porte bajo y ramificación extendida.
Angiospermas.Plantas vasculares que producen semillas, flores y frutos; constituyen el filo más diversificado del reino vegetal.
Antrópico(a). Relacionado con los seres humanos.
Antropogénico(a). Que procede o tiene origen en los seres humanos.
Artrópodo. Animal del grupo de invertebrados cuyo cuerpo de apéndices compuestos de piezas articuladas está cubierto por una cutícula.
Asteroide. Pequeño objeto rocoso que orbita al Sol, mucho más pequeño que los planetas. Hay muchos asteroides en nuestro sistema solar.
Bejuco.Enredadera o planta trepadora, propia de regiones tropicales.
Biodiversidad. Diversidad biológica, amplia variedad de seres vivos sobre la tierra.
Biogeográfico. Relativo a la biogeografía, ciencia que estudia la distribución de los seres vivos sobre la Tierra.
Biomasa. Cantidad de materia producida por fotosíntesis y presente en una comunidad biológica o en un ecosistema.
Biota.Conjunto de seres vivos de un país o de una localidad cualquiera, integrado por las plantas y los animales.
Cadena trófica. Mecanismo de transferencia de materia orgánica (nutrientes) y energía a través de las distintas especies de seres vivos que componen una comunidad biológica o un ecosistema.
Cícadas (Cycadophyta). Grupo de gimnospermas sobrevivientes del primer grupo de plantas seminíferas primitivas del Paleozoico tardío.
Circumglobal. Que se distribuye alrededor de todo el mundo.
Circumtropical. Que se distribuye en la franja tropical alrededor de todo el mundo.
Desarrollo sostenible. Modalidad de desarrollo que satisface las necesidades de la generación presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades.
Desierto. Zona terrestre en la cual las precipitaciones casi nunca superan los 250 milímetros al año y el terreno es árido. Puede ser considerado ecosistema o bioma.
Dosel.Cubierta superior más o menos continua, formada por las copas de los árboles en una selva o un bosque.
Dulceacuícola. Que vive o habita en el agua dulce.
Epífita.Planta que crece sobre otro vegetal u objeto usándolo solamente como sustrato de soporte, pero que no lo parasita nutricionalmente.
Espermatofitas (Spermatophyta). Plantas vasculares que producen semillas.
Ecosistema.Conjunto estable de un medio natural y los organismos animales y vegetales que viven en él.
Edáfico. Perteneciente o relativo al suelo, especialmente en lo que respecta a las plantas.
Enclave.Territorio incluido en otro cuyas características son diferentes.
Endémico. Propio y exclusivo de determinadas localidades o regiones geográficas.
Especiación.En general, proceso evolutivo que da lugar a la diferenciación de nuevas especies y subespecies.
Especie. Población o conjunto de poblaciones animales o vegetales que tienen un origen evolutivo común y una estructura genética similar y cuya identidad está definida por un aislamiento reproductivo.
Evolución.Proceso que permite que las poblaciones de especies modifiquen sus características a lo largo del tiempo.
Familia. Categoría o taxón constituido por varios géneros que poseen un gran número de caracteres comunes.
Florístico(a). Relacionado con la flora o vegetación.
Fotosíntesis. Proceso químico que tiene lugar en las plantas con clorofila y que permite, gracias a la energía de la luz, transformar un sustrato inorgánico en materia orgánica rica en energía.
Fósil. Resto orgánico o de las trazas de actividad orgánica, tales como huellas o pisadas de animales, que se conservan enterrados en los estratos terrestres anteriores al periodo geológico actual.
Género. Categoría taxonómica de clasificación de los seres vivos inferior a la de familia y superior a la de especie.
Gimnospermas. Plantas vasculares que producen semillas, pero no frutos ni flores.
Glaciación. Periodo de larga duración en el cual baja la temperatura global del clima de la Tierra, dando como resultado una expansión del hielo continental, los casquetes polares y los glaciares.
Gramínea.Planta del grupo de las angiospermas monocotiledoneas, con tallo cilíndrico, comúnmente hueco, interrumpido por nudos llenos de los que nacen hojas alternas y abrazan el tallo con flores muy sencillas.
Hábitat. Conjunto total de los factores físicos (o abióticos) y biológicos que caracterizan el espacio en que reside un individuo, una población de una especie, o una comunidad animal o vegetal.
Hematófago. Animal que se alimenta de sangre.
Hotspot. Punto caliente de biodiversidad. Área del territorio donde hay una especial concentración de biodiversidad.
Igapó. Término utilizado en Brasil para denominar los bosques amazónicos inundados por aguas negras. Por lo general, están presentes a lo largo de los tramos bajos de los ríos y alrededor de los lagos.
Intertropical. Que está situado entre los trópicos de Cáncer y Capricornio.
Hepáticas. Grupo primitivo de plantas no vasculares, de poca talla, con fuerte vínculo con el agua y la humedad.
Híbrido. Organismo que procede del cruce de dos individuos de un mismo género, pero de especies diferentes.
Liquen.Organismo resultante de la simbiosis de hongos con algas unicelulares, que crece en sitios húmedos y se extiende sobre las rocas o cortezas de los árboles en forma de hojuelas o costras.
Megafauna. Término que se refiere a animales gigantes, muy grandes o grandes, que se encuentran entre los 44 y 100 kilogramos.
Meteoroide. Fragmento de cometa o de asteroide que orbita alrededor del Sol.
Monoespecífico. Que está formado por una sola especie.
Nicho ecológico. Rango de condiciones ambientales, físicas y bióticas, en las cuales una especie puede vivir y perpetuarse exitosamente.
Orogenia. Parte de la geología que estudia la formación de las montañas y, por extensión, todo movimiento de la corteza terrestre.
Pajonal.Terreno cubierto de paja brava y otras especies asociadas.
Paleontológico. Relacionado con evidencias acerca del pasado de la vida sobre la Tierra, especialmente con los fósiles.
Pangea.Supercontinente conformado por microcontinentes que se fusionaron.
Pluviosidad. Cantidad de la precipitación de aguas en determinado lugar.
Polinización. Proceso de transferencia del polen desde los estambres hasta el estigma o parte receptiva de las flores en las angiospermas, donde germina y fecunda los óvulos de la flor, haciendo posible la producción de semillas y frutos.
Producción primaria. Producción de materia orgánica o de biomasa que realizan las plantas y ciertas bacterias a través de los procesos de fotosíntesis o quimiosíntesis.
Resiliencia ecológica. Capacidad de una comunidad biológica o de un ecosistema de asimilar perturbaciones sin alterar significativamente sus características de estructura y funcionalidad.
Simbiosis. Interacción estrecha y persistente entre organismos de diferentes especies; generalmente la relación es beneficiosa para ambas especies.
Sotobosque.Estrato de vegetación más cercano al suelo.
Taxonómico.Relacionado con la clasificación y la ordenación sistemática y jerarquizada de los organismos vivos.
Tectónico. Relativo a los movimientos y estructuras de las rocas o corteza de la Tierra.
Tejido vascular. Tejido complejo que en las plantas comunica los órganos de la raíz con las hojas y ramas, permitiendo un transporte efectivo de agua y nutrientes.
Trófico. De la nutrición o relacionado con ella.
Topografía.Conjunto de particularidades que presenta un terreno en su configuración superficial.
Várzea. Ecosistema de bosque inundado de la cuenca amazónica.
Xerofítica.Se aplica en botánica a la vegetación específicamente adaptada a la vida en un ambiente seco.
Xeromórfico. Vegetal que presenta órganos adaptados a ambientes secos.
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COMITÉ EDITORIAL BANCO DE OCCIDENTE
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GERARDO SILVA CASTRO
LINA MOSQUERA AGUIRRE


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I/M EDITORES

DIRECCIÓN CIENTÍFICA Y TEXTO
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DISEÑO Y DIAGRAMACIÓN
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FOTOGRAFÍA
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Hasta donde ha sido posible investigar, la Tierra es el único planeta del sistema solar donde existe vida tal como la conocemos, y aunque en nuestra galaxia y otras del universo es posible que haya otros planetas que alberguen seres vivos, es muy difícil que se presenten las condiciones para que esto ocurra.

Fue la coincidencia de una serie de circunstancias físicas y químicas en el tiempo y el espacio lo que produjo en nuestro planeta, hace alrededor de 3.500 millones de años, unos gérmenes simples, pero a su vez dotados de gran complejidad y capaces de autorreproducirse. A partir de esos primeros organismos la evolución desencadenó una búsqueda incesante de nuevas formas que pudieran vivir en las condiciones que se iban presentando, y que finalmente dio como resultado esa prodigiosa variedad de seres que conforman la biósfera y constituyen lo que hemos llamado biodiversidad.

La vida está presente prácticamente en todos los rincones de la superficie de la Tierra, pero es evidente que hay regiones donde prolifera más claramente que en otras; hay lugares donde más que abundancia se encuentra variedad, y otros en los que los seres vivos prosperan en una época y escasean en otra. En todo caso, cada especie que hoy existe en nuestro planeta es el resultado de un largo y complejo proceso de evolución, que ha tenido lugar por miles de millones de años mediante mecanismos naturales producidos por azar o por necesidad. Cada especie que habita hoy la Tierra se ha ganado el derecho de seguir existiendo, para lo cual sus individuos deben sortear todo tipo de amenazas —inclemencias del ambiente, catástrofes naturales, enfermedades, enemigos y depredadores—, pero quizás la más drástica de todas, para muchos organismos, es la que representa el dominio reciente de una especie particular y sus actividades sobre el planeta: el ser humano.

UN PLANETA PRIVILEGIADO

Nuestro sistema planetario consiste en una estrella de tamaño mediano, el Sol, y ocho planetas —Mercurio, Venus, Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno— que describen órbitas en torno a aquel con sus respectivos satélites, y cinco cuerpos menores pero con gravedad propia que también orbitan alrededor del Sol, denominados planetas enanos —Plutón, Ceres, Eris, Haumea y Makemake—, además de numerosos cometas, asteroides y meteoroides.

Mercurio, Venus, Tierra y Marte describen las órbitas más cercanas al Sol; su superficie está formada por rocas compactas y, exceptuando a Mercurio, están envueltos en una atmósfera gaseosa. Los otros cuatro planetas —Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno— son de mayor tamaño y están compuestos de grandes atmósferas de gases y fluidos que rodean pequeños núcleos sólidos metálicos o de rocas; por esta razón han sido denominados gigantes de gas.

En cuanto a la distancia del Sol, la Tierra es el tercer planeta, y cuando se le mira desde el espacio es una esfera dominada por tonos de azul, color que refleja el agua líquida de los océanos y lagos que cubren casi dos terceras partes de su superficie, y blanco que corresponde a las nubes, los casquetes polares y los glaciares. La Tierra es el único planeta del sistema solar que posee agua líquida en su superficie, y hasta donde se sabe, el único donde existe la vida, definida esta como formas de la materia que poseen una estructura molecular autoorganizada, capaz de intercambiar energía y materia con el entorno, a fin de mantenerse, renovarse y reproducirse.

Para dar origen a la vida y albergarla, un planeta requiere de una serie de condiciones mínimas. La primera es que debe ser de naturaleza rocosa, como son Mercurio, Venus, Tierra y Marte. La segunda, que debe mantenerse a una distancia del Sol, ni muy lejana ni muy cercana, de modo que la temperatura se mantenga en el intervalo adecuado que permita la existencia de agua líquida —entre 0 y 100 ºC—, imprescindible para los seres vivos. Marte, el vecino más cercano a la Tierra, aunque parece contener ciertas cantidades de hielo, ni siquiera en los periodos más cálidos del año adquiere la temperatura suficiente para derretirlo. Nuestro vecino más cercano al Sol, Venus, es demasiado caliente y solo posee agua en forma de vapor. Un tercer factor, no menos importante, es que el planeta debe tener un núcleo metálico sólido en la parte más interna y debe poseer una masa apropiada para generar un campo magnético lo suficientemente intenso como para protegerlo de vientos estelares y partículas cósmicas. Finalmente, debe existir una atmósfera gaseosa con alguna proporción de nitrógeno, dióxido de carbono, oxígeno y vapor de agua. No obstante, este último requisito parece ser bastante flexible, dadas las modificaciones significativas que puede experimentar la atmósfera de un planeta a lo largo de su historia, como en efecto ha ocurrido con la Tierra. La atmósfera juega un papel importante al absorber y reflejar la radiación cósmica de alta energía —rayos X, ultravioleta y gamma— que en altas dosis resulta letal para los seres vivos.

La distancia de la Tierra no es muy lejana ni cercana del Sol, su temperatura media es de 15 ºC, perfecta para que pueda fluir el agua en su superficie. Además, tiene un tamaño y una masa adecuados, posee un pequeño núcleo interno metálico sólido compuesto principalmente por hierro y níquel, rodeado por rocas incandescentes semilíquidas —núcleo externo— y está revestido de una corteza superficial de roca sólida. Si el planeta fuera más pequeño y careciera de un núcleo, su masa no alcanzaría a producir la atracción gravitacional suficiente para mantener una atmósfera protectora que, por su composición rica en ozono —un isótopo del oxígeno—, atrapa las radiaciones de alta energía, pero deja pasar la luz visible con la que las plantas realizan la fotosíntesis. La atmósfera actual de la Tierra es rica en oxígeno, lo que facilita la respiración, proceso vital común a todos los seres vivos animales y vegetales.

Las probabilidades para que las anteriores condiciones se presenten en un planeta, y al mismo tiempo, no son muy altas, pero considerando la inmensa cantidad de sistemas solares que existen en el universo, es muy probable que se presenten en otros planetas y que en estos haya vida. De hecho, en las últimas décadas han sido descubiertos algunos cuerpos celestes que, a juicio de los astrónomos, se encuentran en las zonas habitables de su sistema solar y parecen cumplir con todos los requisitos para albergar vida. El más reciente hallado por la NASA, en enero de 2020, a unos 100 años luz de distancia de la Tierra, en la constelación Dorado, fue bautizado como TOI 700 d.

BREVE HISTORIA DE LA VIDA

La biodiversidad que hay en la Tierra es el resultado de alrededor de 3.500 millones de años de evolución. Aunque el origen de la vida no se ha podido establecer con precisión, las evidencias científicas tienden a coincidir en que los primeros seres, una suerte de organismos similares a cierto tipo de bacterias, pudieron haber surgido hace entre 3.800 y 3.250 millones de años.

Aunque se sabe poco acerca de las circunstancias que acompañaron el origen de la vida, pues es muy limitada la información que proporcionan las rocas que han quedado de aquella época, el paso de materia inerte a materia viva debió de tomar varios cientos de millones de años. De las múltiples teorías que se han planteado en torno a las circunstancias que propiciaron el surgimiento de los seres vivos, la más plausible y comúnmente aceptada es la que postula que tuvo lugar en el medio acuático, probablemente salado, cálido, poco profundo y expuesto a fuertes radiaciones solares, rayos cósmicos y descargas eléctricas; un escenario equiparable a un auténtico laboratorio químico.

Hasta hace aproximadamente 600 millones de años —Precámbrico o Proterozoico—, toda manifestación de vida consistió en bacterias y microorganismos, pero en el transcurso del Cámbrico —hace entre 540 y 486 millones de años, una vez aparecieron los primeros organismos multicelulares como esponjas, hongos y algas— experimentó una prodigiosa diversificación. Así, durante esos 54 millones de años aparecieron prácticamente todos los filos o grandes grupos de animales modernos, incluyendo a los cordados que más tarde dieron origen a los vertebrados. Durante los siguientes 400 millones de años la biodiversidad global mostró un relativo avance, pero también estuvo marcada por eventos de extinciones masivas.

A medida que se fueron extendiendo y diversificando, los seres vivos se hicieron cada vez más eficientes para usar la energía, primero por fermentación o por síntesis químicas, luego por fotosíntesis y finalmente a través de la respiración. Solo tras el desarrollo de esta última, los animales pudieron abandonar el medio acuático y colonizar la tierra y el aire. Fue a partir de ese momento, probablemente a finales del periodo Ordovícico —hace unos 450 millones de años—, cuando la fotosíntesis y la respiración de los seres vivos comenzaron a transformar sustancialmente la composición de la atmósfera, hasta que se estabilizó para mantenerse con las propiedades y características actuales. Esa interacción ininterrumpida entre la atmósfera y la biósfera fue determinante para toda la evolución posterior de la vida. La fotosíntesis, que libera oxígeno y capta dióxido de carbono, es una de las reacciones bioquímicas más importantes que existen en la Tierra.

Según se deriva de la información suministrada por los fósiles , la época con mayor biodiversidad en la historia del planeta corresponde a los últimos 25 millones de años —periodos Neógeno y Cuaternario—. Las estimaciones más recientes sobre la cantidad de especies macroscópicas que hay en la actualidad sugieren una cifra de alrededor de 10 millones. Sin embargo, esta solo representa el 0,1 % de todas las que han existido en la Tierra; en otras palabras, se estima que el 99,9 % se extinguió en algún momento de la historia, la mayor parte durante alguno de los cinco cataclismos o eventos de extinción masiva de la biodiversidad, ocurridos hace 439, 364, 251, 214-199 y 65 millones de años —Silúrico temprano, Devónico tardío, Pérmico-Triásico, Triásico-Jurásico y Cretácico-Paleógeno, respectivamente—.

En síntesis, la biodiversidad es el resultado de un proceso histórico natural tan antiguo como la vida, y por esa sola razón toda especie tiene el derecho inalienable de continuar su existencia en la Tierra, al igual que lo tiene nuestra especie. El ser humano y su cultura, como producto y parte de esa diversidad, tiene el deber de protegerla y respetarla.

EL INACABADO RECUENTO DE LOS SERES VIVOS

La biósfera es esa delgada capa de la superficie de la Tierra que aloja a los seres vivos; en ella tienen lugar las más extraordinarias y complejas interacciones y transformaciones de la materia; es un intrincado tapiz de formas de vida que envuelve el planeta y se extiende como máximo entre los diez kilómetros de altitud en la atmósfera y los ocho kilómetros de profundidad en los océanos. En suma, la biósfera es el espacio de nuestro planeta que alberga la biodiversidad, entendida esta como la suma de todas las especies de animales, plantas, hongos y organismos microbianos.

Prácticamente todo rincón del planeta está ocupado por seres vivos; tanto en las grandes profundidades del océano, con sus animales de extrañas formas, como en las altas montañas tropicales, con sus plantas raquíticas, la vida se manifiesta. Es tal la variedad de seres, que nadie puede decir con certeza cuántas especies diferentes existen. Una estimación realizada por investigadores de la Universidad Dalhousie de Canadá en 2011 sugiere con relativa certeza que actualmente deben de existir alrededor de 8,7 millones de especies; no obstante, la verdad es que todavía estamos lejos de conocer una cifra precisa, ya que las divergencias de opinión entre los taxónomos al identificar, clasificar y agrupar a los seres vivos son todavía tan grandes, que apenas coinciden en admitir que el número total de especies debe de estar entre 3 y 25 millones.

Hasta el presente han sido descritas y catalogadas alrededor de 1.800.000 especies, incluyendo unas 950.000 de insectos, 280.000 de plantas, 70.000 de moluscos, 40.000 de crustáceos, 25.000 de peces, 7.400 de reptiles, 4.950 de anfibios, 9.960 de aves y 4.830 de mamíferos. El resto corresponde a un conjunto diverso de invertebrados marinos, hongos y microorganismos.

A medida que aumenta el número de especies conocidas, crece nuestro entendimiento de la biósfera. Es a través del conocimiento de sus atributos únicos, que incluyen sus patrones de distribución geográfica, como se pueden dilucidar los detalles acerca de la historia evolutiva de los seres vivos y de los procesos claves que han determinado la configuración de la biota —conjunto de especies de fauna, flora y otros organismos que ocupan un área geográfica— en las diversas regiones del planeta. Cuando se descubre dónde viven y cómo interactúan, es posible entender sus patrones de distribución geográfica y el funcionamiento de los ecosistemas.

Pero ¿por qué existen tantas especies?, ¿por qué la Tierra no se conformó con albergar únicamente las primitivas bacterias o, a lo sumo, unas pocas especies de plantas y animales? Las respuestas bien fundamentadas a estas preguntas, revestidas de una pasmosa inocencia, entrañan toda la complejidad que abarca gran parte de las ciencias de la vida, especialmente la biología molecular, la genética, la biología evolutiva y la ecología. Sin embargo, es solo cuando se percibe el mundo real en términos de totalidades y no de partes aisladas —perspectiva sistémica— cuando verdaderamente se empieza a reconocer que, a lo largo de la historia de nuestro planeta, la vida ha desplegado una prodigiosa creatividad generando formas de creciente complejidad y diversidad, y que todos los seres vivos tienen una marcada tendencia a innovar que puede conducir a adaptaciones más o menos refinadas a las cambiantes condiciones del ambiente. La fuente de toda innovación, de toda creación en la biósfera, son meros accidentes que ocurren al azar durante la recombinación de los genes; y es el ambiente, el entorno, con sus vicisitudes y crueldades, el que determina si las innovaciones resultan útiles o deben ser descartadas. Es la ley darwiniana de la selección natural, o de la supervivencia de los más aptos, la que decide si las especies se extinguen o si pueden continuar, al menos por un tiempo más, haciendo parte de la biósfera.

CONTINENTES Y CLIMA A TRAVÉS DEL TIEMPO

Las condiciones de la atmósfera terrestre y la configuración geométrica y distribución espacial de los continentes y océanos han experimentado cambios significativos casi desde el inicio de la historia de la Tierra, y ello ha jugado un papel muy importante en el desarrollo de la vida. Tal y como lo señaló James Lovelock, autor de la teoría Gaia, la evolución de los seres vivos está tan íntimamente vinculada a la de su entorno, que juntos conforman un único proceso evolutivo. Los cambios en la configuración relativa de continentes y océanos tienen una gran influencia en las condiciones de la atmósfera y del ambiente en general, como también en la distribución de los seres vivos y, por lo tanto, en el curso de la evolución biológica y en la diversidad de las especies.

En la actualidad sabemos cómo se han desplazado las masas continentales que en algunas épocas estuvieron fusionadas y formaron un solo gran bloque —Pangea —, que luego se fragmentó y dio lugar a continentes más o menos aislados durante algún tiempo, donde la fauna y la flora evolucionaron independientemente. Posteriormente, algunos continentes colisionaron o se unieron, lo cual permitió que las especies de unos y otros se integraran. África, Suramérica, Australia y Nueva Zelanda estuvieron unidos en el supercontinente Gondwana hasta hace 165 millones de años, y luego, se separaron uno por uno, primero África, luego Nueva Zelanda y finalmente Australia y Suramérica. El árbol evolutivo de algunos grupos de pequeños insectos muestra el mismo patrón, como ocurre con los mosquitos falsos de la familia Chironomidae de Suramérica y Australia, que están más estrechamente emparentados entre sí que con las especies de Nueva Zelanda, y las especies de estas tres masas de tierra, a su vez, están más estrechamente relacionadas entre sí que con las africanas. Como conclusión de esas evidencias, resulta asombroso constatar que este grupo de pequeños insectos, cuyo ciclo de vida dura apenas un par de semanas, dé testimonio acerca de los desplazamientos de los continentes hace decenas de millones de años. Varios casos similares salen a la luz cuando se estudian, a través de sus fósiles, las distribuciones actuales y pasadas de varios grupos de reptiles, anfibios, peces de agua dulce y plantas.

La dinámica de los continentes ha permitido explicar muchos aspectos de la distribución actual de plantas y animales. Por ejemplo, la travesía de la relativamente pequeña placa tectónica del Caribe, en dirección occidente-oriente, en medio de las placas de Norteamérica y Suramérica, permitió que algunos animales fueran transportados con las islas, de manera que hoy forman parte de la fauna típica de las Antillas, como los pequeños pájaros del género Todus y las ranitas coquis del género Eleutherodactylus. Al mismo tiempo, la margen occidental de la placa del Caribe formó hace alrededor de 3 millones de años el istmo de Centroamérica, que actuó como un puente biológico entre Norteamérica y Suramérica y permitió la mezcla y el intercambio de fauna y flora entre ambos continentes.

De manera similar, desde el comienzo de los tiempos ha habido muchos cambios climáticos que se han producido y continuarán sucediendo de manera natural, porque básicamente están relacionados con la dinámica de las placas tectónicas y los movimientos cíclicos del planeta con respecto al Sol. Sequías, inundaciones de grandes extensiones de terrenos, oscilaciones de la temperatura de la atmósfera y los océanos, que implican aumentos y reducciones de los glaciares y casquetes polares, y variaciones en el nivel del mar, se han producido muchas veces en el transcurso de los últimos 350 millones de años. Como consecuencia de los cambios climáticos, tales fenómenos han causado impactos más o menos drásticos sobre la biodiversidad, pero en todo caso han contribuido decididamente a moldear la composición y distribución geográfica de las especies de fauna y flora en todo el mundo.

DISTRIBUCIÓN GLOBAL DE LA BIODIVERSIDAD TERRESTRE

Salvo contadas especies cosmopolitas, como la mosca doméstica, la mayoría de las especies de fauna y flora no se distribuye de manera homogénea por todo el planeta. Mientras algunas áreas, como la selva amazónica y la de Borneo y los arrecifes coralinos de la Polinesia parecen rebosar de formas de vida, otras, como el desierto del Sahara, la tundra ártica o la zona central de la Antártida, parecen estar completamente deshabitadas. Aunque en la mayoría de los casos esos contrastes se deben a las diferencias de temperatura y pluviosidad, la cantidad de especies que se encuentra en un determinado lugar depende de una serie de factores físicos —nutrientes, luz, humedad, salinidad, altitud, naturaleza del terreno— y biológicos —disponibilidad de alimento, enfermedades, parásitos, depredadores— que actúan a nivel local y regional. Es lógico que en lugares donde las condiciones del entorno se consideran poco estresantes desde el punto de vista fisiológico y son favorables para suplir las necesidades de una amplia gama de organismos, aumenten las posibilidades de que exista un mayor número de especies y que estas desarrollen diversas habilidades para explotar de manera diferenciada los recursos.

Por lo general, las condiciones físicas del ambiente cambian en el espacio de manera gradual o pausada, y así mismo suelen presentarse cambios en la cantidad de especies; estos, a lo largo de gradientes físicos, pueden ser reconocidos con facilidad, como ocurre con la altitud y la latitud: la riqueza de especies de plantas, insectos, aves y otros animales suele disminuir gradualmente a medida que ascendemos por las montañas o nos desplazamos desde la zona tropical hacia los polos. En ambos casos parece obvio pensar que la temperatura es el factor responsable de ese patrón de distribución, pues disminuye con la altitud y a medida que nos alejamos del ecuador. Sin embargo, en la configuración de los patrones de distribución espacial de la biodiversidad intervienen también otros aspectos de diversa índole, ya sean climáticos, geológicos, edáficos, hidrogeográficos, oceanográficos o biológicos, que pueden actuar unidos o por separado y en mayor o menor medida según cada especie.

Con la expansión de las potencias europeas entre los siglos XVII y XIX, que hizo posible los viajes y las expediciones de naturalistas a muchas regiones del mundo hasta entonces inexploradas, comenzaron a hacerse evidentes las diferencias y similitudes en la composición de las biotas entre los distintos continentes. Aunque a lo largo del siglo XIX se llevaron a cabo diversos intentos a fin de poner orden a los conocimientos sobre la distribución geográfica de los seres vivos terrestres, fue el naturalista inglés Alfred R. Wallace quien en 1876 publicó el primer mapamundi que identifica las grandes regiones zoogeográficas terrestres del planeta. En líneas generales, con algunas modificaciones, la regionalización del mundo según la composición de la fauna terrestre propuesta por Wallace continúa vigente hasta nuestros días. La mayoría de los biogeógrafos actuales coincide en reconocer 11 regiones y 4 zonas de transición en los continentes y las áreas insulares del mundo. En el interior de cada región y zona de transición, es posible distinguir unidades más pequeñas según la presencia de conjuntos de especies particulares o de lugares donde habita una cantidad relevante de plantas o de animales endémicos, o que no se encuentran en ningún otro lugar.

Aquellas áreas del mundo donde se han identificado concentraciones inusuales de especies, muchas de las cuales son exclusivas de esos sitios y tienen distribución geográfica restringida —especies endémicas— se han denominado hotspots o puntos calientes de biodiversidad. Hasta hoy han sido identificados 34 terrestres en todo el mundo, nueve de ellos en Asia, ocho en África, siete en Australia y las islas del Pacífico suroccidental, cinco en Suramérica, cuatro en Norte y Centroamérica y una en Europa.

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El territorio de Colombia, incluidos cayos, islas e islotes, abarca una superficie de 1.141.748 km². Con esta área ocupa el vigesimosexto lugar en extensión del mundo y el séptimo de América; sin embargo, alberga más del 10 % de las especies de fauna y flora del planeta. Este privilegio se explica de múltiples maneras, pero en esencia tiene que ver con su localización en la zona intertropical , su historia geológica y climática y la complejidad de su relieve.

El país está ubicado en el extremo noroccidental de Suramérica, donde comienza el istmo de Panamá, puente terrestre que conecta nuestro subcontinente con Norteamérica. Su territorio es atravesado en parte por tres ramales de la cordillera de Los Andes y más de la mitad está cubierto por las vastas llanuras de la Orinoquia y de la Amazonia; además, posee costas sobre el mar Caribe y el océano Pacífico y cuenta con islas oceánicas en ambos espacios marítimos.

A través del tiempo, la evolución de los relieves, las oscilaciones climáticas y los movimientos migratorios de la fauna y la flora a nivel regional, dieron lugar a enclaves que quedaron aislados, a corredores por donde otras especies se dispersaron y a sucesivos procesos de expansión y contracción de selvas, praderas, desiertos, páramos y humedales, que propiciaron una extraordinaria diversificación de la biota.

DONDE LA NATURALEZA SE MANIFIESTA

La biodiversidad está directamente relacionada con la variedad ecosistémica. Del territorio emergido de Colombia, alrededor del 46 % está cubierto por bosques naturales, el 19 % por sabanas, zonas áridas y vegetación de humedales, el 34 % por zonas deforestadas y de uso agropecuario, y el restante 1 % por cuerpos de agua, glaciares y zonas urbanas. Esos tipos de cobertura generan una diversidad de ambientes tan grande que prácticamente todos los ecosistemas existentes en el mundo están representados en Colombia. La variabilidad y riqueza de formaciones vegetales y ecosistemas que se presentan en las cinco extensas regiones naturales continentales —Caribe, Andina, Pacífica, Orinoquense y Amazónica—, cada una con una alta heterogeneidad topográfica, climática y una enorme variabilidad de hábitats, le confieren a Colombia una posición privilegiada en el mundo, en términos de biodiversidad.

Esta diversidad de ecosistemas y especies se puede apreciar en la gran variedad de paisajes y climas que se encuentran en su territorio. Fue precisamente esa extraordinaria variabilidad espacial y de composición de la vegetación la que llamó la atención de numerosos exploradores y naturalistas europeos y norteamericanos que recorrieron el país en los siglos XIX y XX —Mutis, Humboldt, Goudot, Recluz, Codazzi, Schultes, Gentry, entre otros muchos— y es la que sigue fascinando a científicos y amantes de la naturaleza.

El solo hecho de que Colombia esté en la franja intertropical del planeta y cruzada por la línea ecuatorial, de manera que una parte de su territorio se encuentre en el hemisferio sur y la otra en el norte, hace que la estacionalidad térmica sea prácticamente inexistente —la diferencia de temperatura promedio entre el mes más frío y el más cálido es menor a 5 ºC—, pero debido a que latitudinalmente abarca desde los 4º S hasta los 12º N, y hasta los 16º N en el archipiélago caribeño de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, la estacionalidad de las lluvias es muy variada: bastante marcada en la región Caribe —con un periodo seco prolongado y otro de intensas lluvias— y prácticamente inexistente en el norte de la costa del Pacífico y partes de la Amazonia, donde llueve permanentemente. Además, la barrera orográfica constituida por las tres cordilleras genera climas locales y regionales de alta complejidad, lo que se traduce en una gran diversidad de formaciones vegetales y hábitats a lo largo de las zonas montañosas y de los valles interandinos.

Colombia es el cuarto país con mayores precipitaciones anuales, lo que, sumado a su compleja topografía, genera un intrincado sistema hidrográfico conformado por numerosos ríos que discurren hacia todos los puntos cardinales y crean grandes cuencas hidrográficas. Los ríos Magdalena y Sinú vierten al mar Caribe más agua y sedimentos que cualquier otro país, y el río San Juan es el más caudaloso de la cuenca del Pacífico de toda América.

Por si fuera poco, la variedad de tipos de rocas —volcánicas, metamórficas y sedimentarias—, sumada a la relativa juventud de sus montañas, genera una gran diversidad de suelos que dan sustento y condicionan en buena parte la composición y estructura de la vegetación. Once de los doce órdenes superiores de suelos existentes en el mundo, clasificados según su composición y evolución, están presentes en Colombia.

LA HERENCIA DE UN PASADO REMOTO

La configuración de una orografía compleja, sumada a la alternancia de periodos fríos secos con cálidos húmedos, especialmente durante el Cuaternario —últimos 2 millones de años—, crearon en la región noroccidental de Suramérica un escenario propicio para que la evolución biológica, a través de la especiación —proceso mediante el cual una población de una determinada especie da lugar a otra u otras especies— y la hibridación —cruce entre individuos de distintas especies o de constitución genética diferente—, tuviera efectos únicos sobre el medio natural y generara una gran diversificación de la biota, en comparación con otras regiones tropicales.

La biota terrestre más antigua de Suramérica tuvo su origen en Gondwana —bloque continental que resultó de la partición del supercontinente Pangea—, en el periodo Jurásico, hace alrededor de 150 millones de años. Por ese entonces, Suramérica todavía estaba fusionada con las grandes masas de tierra de África, la Antártida, Australia, India, Madagascar y Nueva Zelanda, que luego se fueron escindiendo. A mediados del Cretácico, hace unos 110 millones de años, poco antes de que Suramérica se separara definitivamente de África, su flora estaba dominada por helechos gigantes, cicadófitos —zamias y cicas, falsas palmas o palma de sagú— y coníferas —grupo de las araucarias y del pino colombiano—, mientras que los reptiles, incluyendo dinosaurios y los ancestros de los actuales cocodrilos, constituían el grupo de fauna mejor representado.

Los periodos de conexión y fragmentación de los bloques continentales de Gondwana produjeron una serie de intercambios bióticos a través de diferentes procesos de dispersión y transporte. Sin embargo, su separación paulatina terminó por aislar en mayor o menor grado las respectivas biotas, de manera que los linajes —secuencia de especies que forman una línea directa de descendencia— evolucionaron independientemente unos de otros, lo cual dio origen a muchas especies hermanas cuyo ancestro común existió en Gondwana. Así, por ejemplo, varias especies similares de winteráceas —plantas de la familia del canelo de monte— y de proteáceas —familia de la macadamia y del yolombó— se encuentran actualmente en todos los bloques continentales que conformaban Gondwana. Un componente importante de la flora y la fauna actuales de Suramérica deviene de ese proceso.

La conexión de Suramérica con Australia a través del corredor Antártico persistió hasta el final del Cretácico, hace 80 millones de años, y con la Antártida, hasta el Oligoceno, hace 33 millones de años. Esa secuencia quedó reflejada en la distribución actual de varios grupos de flora y fauna que se encuentran en Australia y Suramérica, pero no en África, como las hayas del sur del género Nothofagus, los helechos arborescentes del género Dicksonia, los mamíferos marsupiales y otros cuya reproducción es ovípara —monotremas—, los cuales se extinguieron en Suramérica pero aún viven en Australia; igual patrón de distribución revelan los fósiles de las tortugas gigantes de la familia Meiolaniidae.

Hace unos 60 millones de años, en el Paleoceno, la flora del norte de Suramérica ya estaba dominada por angiospermas y los bosques se semejaban bastante a los actuales, con presencia de leguminosas, cauchos, anonáceas —familia de la guanábana, la chirimoya y el anón—, palmas, sapotáceas, lauráceas —familia del aguacate—, jobos, cedros y caobos, entre otros. En esos bosques habitaban zarigüeyas, grandes marsupiales, perezosos, osos hormigueros, armadillos, gran variedad de ungulados —antecesores de los modernos caballos, tapires, llamas y ciervos—, aves del terror, cocodrilos terrestres y tortugas cornudas gigantes. Estos animales que dominaron hasta finales del Pleistoceno, hace 12 mil años, representan lo que se conoce como Primera fase de la fauna suramericana, la cual estaba constituida por los descendientes de los primeros inmigrantes o fauna original del continente.

Si bien durante el Paleoceno y el Eoceno, hace entre 40 y 65 millones de años, la distancia entre Suramérica y África se ampliaba cada vez más, varios grupos de animales terrestres africanos lograron colonizar Suramérica. Aunque no se sabe bien cómo lograron atravesar el Atlántico, se cree que fue un proceso gradual facilitado por la presencia de arcos de islas y de corrientes oceánicas en dirección oriente-occidente, que posibilitaron el paso de pequeños mamíferos y reptiles a bordo de troncos o islas de vegetación flotante, de una isla a otra hasta llegar a las costas americanas. Durante esta Segunda fase, o de los Saltadores entre islas, arribaron a Suramérica los linajes ancestrales de los platirrinos o monos del Nuevo Mundo y de los roedores caviomorfos —curíes, chigüiros y agutíes—, además de algunas serpientes y tortugas que posteriormente se diversificaron ampliamente y se adaptaron a muy diversos ambientes. Para los murciélagos y muchas aves, el Atlántico, que en aquellos tiempos era más estrecho que en la actualidad, no debió constituir una barrera muy efectiva, pues al menos seis familias de murciélagos y diversas aves, entre ellas los ancestros de los tucanes y del hoatzin o pava hedionda, arribaron a Suramérica a finales del Oligoceno, hace unos 26 a 30 millones de años.

Otro evento relevante en la historia de la biota suramericana, especialmente en la acuática, fue una incursión del mar en el continente, que tuvo lugar a mediados del Mioceno, hace 11 a 17 millones de años, la cual inundó amplias extensiones de la Amazonia occidental, incluyendo parte de los territorios de Colombia, Ecuador y Perú; durante ese tiempo solo permanecieron emergidas las elevaciones montañosas del Escudo Guayanés —mesetas y tepuyes del norte de Brasil, Venezuela y Colombia— y las partes más elevadas de la incipiente Cordillera de los Andes. Al retirarse el mar quedaron en los ríos amazónicos linajes de fauna marina adaptados al agua dulce: delfines, rayas, corvinas y otros peces. Por su parte, el paisaje se convirtió en una planicie de lagos, pantanos y bosques inundados —sistema lacustre de Pebas—, que era alimentado desde el occidente por los ríos que drenaban la naciente cordillera y desde el oriente por los provenientes del Escudo. Este sistema prevaleció hasta finales del Mioceno, hace 8 millones de años, cuando los sedimentos provenientes de Los Andes terminaron por colmatar la planicie y obligaron a los ríos amazónicos a fluir por terrenos cada vez mejor definidos hacia el oriente.

Un fenómeno muy significativo en la diversificación de la biota, particularmente en la región Andina, fue sin duda el levantamiento relativamente rápido de las cumbres más elevadas de la cordillera, en el transcurso de los últimos 5 millones de años. Cuando alcanzaron en la zona tropical altitudes de más de 1.500 metros, la hasta entonces vegetación característica de zonas bajas —palmas de moriche, ceibas y peralejos, entre otros— fue reemplazada por una serie de plantas originarias de la Patagonia, que gradualmente se dispersaron desde el sur del continente, a lo largo de las crestas de la cordillera, hasta latitudes tropicales. Entre las primeras que arribaron estaban el pino romerón y los encenillos, y más tarde, cuando las cumbres ya sobrepasaban los 3.000 metros, se sumaron la rascadera, la valeriana, el mortiño, los cojines de páramo y los árboles retorcidos de colorao. Además, la topografía cada vez más compleja generada por el vulcanismo y los movimientos tectónicos conformó barreras topográficas que aislaron muchas poblaciones de fauna y flora, lo cual favoreció decididamente su diversificación.

Durante el Plioceno, hace 2,4 a 5 millones de años, tuvo lugar un evento muy relevante en la historia de la biodiversidad del Nuevo Mundo: el llamado Gran Intercambio Biótico Americano —GABI, por sus siglas en inglés—. Como resultado del surgimiento del istmo centroamericano, Norte y Suramérica, que hasta entonces eran continentes separados, quedaron conectados, posibilitando así el intercambio de flora y fauna entre las regiones biogeográficas Neotropical y Neártica. Como parte del grupo de animales pioneros de ese intercambio figuran los primeros carnívoros verdaderos que llegaron a Suramérica, pertenecientes a las familias de los mapaches y de las mofetas, pequeños roedores de la familia Cricetidae y pecaríes o saínos. En dirección contraria, es decir desde Suramérica hacia Norteamérica, migraron algunos mamíferos megaterios o perezosos gigantes y aves del terror.

Sin embargo, en la última y más notable etapa del intercambio, al final del Plioceno, hace alrededor de 3 millones de años, tuvo lugar una gran oleada de especies invasoras de Norte a Suramérica, incluyendo ungulados —llamas, tapires, venados y caballos—, gonfotéridos —parientes de los mamuts—, grandes felinos, zorros, osos y comadrejas. En sentido inverso la migración fue menos exitosa; se redujo a algunos armadillos gigantes o gliptodontes, chigüiros, zarigüeyas y notoungulados —grupo extinto de grandes mamíferos herbívoros—. Al parecer, muchos de los animales que emigraron hacia Norteamérica no fueron capaces de competir por los recursos con las especies nativas y no fue cuantiosa la diversificación de los que lograron establecerse; en cambio, las especies provenientes del norte se establecieron con mayor éxito, causaron la extinción de una parte considerable de la fauna nativa y se diversificaron considerablemente. Después del encuentro, la fauna de Suramérica experimentó cambios radicales.

La mayor parte de las plantas septentrionales que arribaron a Suramérica, entre ellas los alisos y los robles, se establecieron en las zonas entonces más elevadas de la Cordillera de los Andes.

Hace entre 14.000 y 12.000 años, al final del Pleistoceno y del último periodo glaciar, tuvo lugar el más dramático acontecimiento en la historia de la fauna americana: la extinción en masa de la megafauna, que borró de la faz de la Tierra las aves del terror y varios de los grandes mamíferos que dominaban las praderas, sabanas y bosques de ambos subcontinentes, incluyendo caballos, megaterios, gliptodontes, mamuts, lobos y castores gigantes, y grandes felinos dientes de sable. Algunos grupos desaparecieron de buena parte de su área de distribución, pero sobrevivieron en lugares aislados; tal fue el caso del puma y el jaguar, felinos que desaparecieron de Norteamérica pero sobrevivieron en Suramérica. También el grupo de los roedores caviomorfos, como el chigüiro, que desaparecieron de muchas de las áreas que habían colonizado en el norte, sobrevivieron solamente en los humedales de las cuencas del Orinoco y del Amazonas. Los camélidos americanos —llamas, vicuñas, alpacas y guanacos—, las dantas o tapires y los osos del género Tremarctos, al que pertenece el oso andino o de anteojos, que eran originarios de Norteamérica, solo lograron sobrevivir en Suramérica.

Se estima que esta extinción afectó a todos los animales nativos de Suramérica de más de 65 kg y a todos los inmigrantes del norte de más de 450 kg. Muchos géneros de animales desaparecieron, pero surgieron otros —Tercera fase de la fauna suramericana—, que constituyen la actual fauna del subcontinente. Debido a la casi simultaneidad entre el calentamiento del clima al final del Pleistoceno, la expansión de la especie humana y su arribo a Suramérica y la extinción de la megafauna americana, se ha derivado la teoría de que esta extinción fue causada primordialmente por los humanos. Dicha teoría constituye uno de los pilares centrales del debate sobre la extinción al final del Pleistoceno.

GEOGRAFÍA DE LA BIODIVERSIDAD COLOMBIANA

En el territorio de Colombia se encuentran cerca de 1.200 diferentes formaciones vegetales —variedad de tipos de bosques, selvas, matorrales, pastizales— distribuidas en una superficie de 1.142.000 km², equivalente al 11,6 % de la de Estados Unidos, 13,4 % de la de Brasil, 14,8 % de la de Australia y 60 % de la de Indonesia, lo que le confiere el privilegio de ser uno de los países con mayor variedad de hábitats en el mundo. Tal variedad de tipos de cobertura es apenas una expresión simplificada de la extraordinaria diversidad de ecosistemas y de especies de fauna y flora que sitúan a Colombia en una posición tan destacada en el escalafón global de biodiversidad: son pocos los ecosistemas terrestres existentes que no están representados o no tienen su equivalente en el país, que es el más rico del mundo en especies de aves y anfibios; ocupa lugares destacados en reptiles y mamíferos y es el segundo en especies de angiospermas o plantas con flores; es también un referente mundial en diversidad en orquídeas, palmas, heliconias, bromelias, helechos, musgos y líquenes.

La localización latitudinal del país entre ambos hemisferios, la variedad de los relieves, de las condiciones climáticas y de suelos, y la amalgama de acontecimientos históricos que permitieron la dispersión, el intercambio y la diversificación de la biota, configuraron un intrincado mosaico biogeográfico en el territorio colombiano. Dicho mosaico encuentra su expresión espacial en la existencia de nueve unidades biogeográficas mayores o provincias biogeográficas terrestres, que pueden delimitarse de forma más o menos precisa, de acuerdo con los registros de diferentes especies y subespecies de fauna y flora, los cuales permiten deducir sus áreas y tendencias de distribución geográfica.

El esquema de clasificación biogeográfica de Colombia mejor ajustado a lo que se conoce de la realidad climática, topográfica, ecosistémica y biológica del país, fue propuesto por el insigne naturalista colombiano Jorge el Mono Hernández y colaboradores en 1992 y, pese a su antigüedad, no difiere sustancialmente de otros esquemas propuestos en años más recientes. El esquema también identifica tentativamente un total de 98 unidades biogeográficas menores o distritos biogeográficos en el interior de las nueve provincias, lo cual refleja la complejidad y diversidad de la biota en el territorio colombiano. Sobresalen los 43 distritos pertenecientes a la Provincia Norandina, lo que corrobora la extraordinaria exuberancia de la biodiversidad de los Andes tropicales.

Es probable que la cantidad de distritos propuestos y algunos de sus límites se modifiquen en la medida en que surja nueva información acerca de la distribución de especies de fauna y flora. Además, la deforestación y transformación de ecosistemas pueden eventualmente enmascarar los verdaderos límites de las unidades. De hecho, muchas áreas que hasta hace unas décadas mantenían extensas coberturas naturales han sido convertidas en terrenos para uso agroindustrial o ganadero, exterminando así los hábitats originales de la biota nativa y, por consiguiente, desdibujando los atributos específicos de los distritos. Sin embargo, varios de estos han sido relativamente poco intervenidos, todavía conservan coberturas originales y mantienen muchas de las particularidades bióticas que les dan su identidad. Ejemplo de esto son las comunidades vegetales asociadas a las formaciones rocosas de las serranías de la Macarena, La Lindosa y Chiribiquete, en los distritos Macarena y Complejo Vaupés de la provincia biogeográfica de la Guayana, caracterizadas por su riqueza en elementos endémicos como las vellozias y las bromelias del género Navia. Igualmente, el distrito Cañón del Chicamocha, de la provincia norandina, alberga cactáceas del género Melocactus que no existen en ningún otro lugar del mundo, al igual que la ceiba barrigona o baobab colombiano, y al menos una especie endémica de zamia.

Al observar nuestro planeta es posible distinguir sobre los continentes una serie de franjas con tonalidades de verde, marrón y amarillo, de anchura variable, que discurren de manera más o menos paralela al ecuador y que tienden a repetirse con la misma disposición en todos los continentes. Cada una de esas franjas corresponde a una zona en la que las características del clima —valores promedio y estacionalidad anual de temperatura y pluviosidad— son prácticamente iguales o no difieren significativamente entre un lugar y otro. Esto se traduce en una gran homogeneidad en la apariencia de la vegetación y en una similitud de las formas de vida de los organismos que habitan en una misma franja, con pocas diferencias entre un continente y otro. Estas zonas, con características climáticas y fisionomía de la vegetación homogéneas, se denominan biomas y constituyen la unidad espacial básica empleada en ecología para caracterizar los patrones de la biodiversidad. A nivel global se reconocen entre 16 y 18 biomas terrestres clasificados según la vegetación, entre los cuales se destacan por su extensión los bosques templados cuyos árboles pierden las hojas en otoño —caducifolios—, la selva húmeda tropical, la sabana, la tundra, la taiga y los desiertos. Cada bioma está compuesto por unidades más pequeñas o ecosistemas similares.

En el territorio colombiano confluyen siete de los grandes biomas mundiales: desierto semiárido, matorral xerofítico —vegetación estructuralmente adaptada a sequías prolongadas—, sabana, bosque seco tropical, selva húmeda tropical, bosques de montaña y tundra alpina; este último corresponde al páramo de la alta montaña tropical. El bioma que ocupa la mayor extensión es el de la selva húmeda tropical, principalmente concentrado en la Amazonia y la vertiente del Pacífico, con alrededor del 45 % del territorio colombiano, el cual incluye grandes áreas que han sido transformadas para ganadería y agricultura. En contraste, el gran bioma de desierto semiárido, concentrado en el extremo norte del territorio continental, abarca apenas el 0,65 %.

Si se aumenta la escala de detalle en la descripción de la biodiversidad y se consideran los procesos que la definen a nivel local, se pasa al ecosistema, que representa una unidad funcional en la cual toda la comunidad biológica —plantas, animales, hongos y bacterias— interactúa con su entorno para conformar un sistema dinámico. Junto con las categorías de especie y de variabilidad genética, la de ecosistema es uno de los niveles de la biodiversidad reconocido como fundamental en el marco del Convenio Internacional Sobre Diversidad Biológica. Los servicios que suministran los ecosistemas a las sociedades humanas, tales como el abastecimiento de agua y alimentos, la polinización y el control de la erosión, dependen del buen funcionamiento de estos

La versión más detallada y actualizada del Mapa de Ecosistemas Continentales, Costeros y Marinos de Colombia, elaborado en 2017 conjuntamente por los Institutos de Investigación del Sistema Nacional Ambiental, la Unidad de Parques Nacionales Naturales y el Instituto Geográfico Agustín Codazzi, distingue 86 tipos de ecosistemas generales en el territorio emergido del país, incluidas las áreas insulares, de los cuales 63 son naturales y 21 son transformados. A escala más individualizada, el mapa discrimina cerca de 8.000 ecosistemas específicos en todo el territorio, los cuales, si se observan en conjunto, transmiten una imagen extraordinariamente abigarrada de la geografía colombiana: un caleidoscopio de ecosistemas.

Las principales formaciones vegetales de los ecosistemas del bioma selva húmeda tropical, que se desarrollan de acuerdo con los suelos y su capacidad de retención de agua, son: la selva de piedemonte andino; la selva no inundable o de tierra firme, caracterizada por árboles de gran porte; la selva inundable periódicamente por sistemas fluviales, algunos de ellos ricos en nutrientes o de aguas blancas —bosques de várzea — y otros, pobres en nutrientes o de aguas oscuras y ácidas —bosques de igapó —; y los bosques inundados permanentemente —guandales de la planicie aluvial del sur de la costa del Pacífico—. A este bioma pertenecen también ecosistemas especiales no boscosos, concretamente los herbazales amazónicos de suelos arenosos con predominio de vegetación rala, y los afloramientos rocosos asociados al Escudo Guayanés —lajas, tepuyes, mesetas y cerros—, cuya comunidad florística se caracteriza por la variedad de arbustos achaparrados, bromelias, orquídeas y otras plantas especialmente adaptadas al sustrato rocoso y pobre en nutrientes, muchas de las cuales son endémicas.

Los ecosistemas del bioma de sabana se extienden en los llanos de la Orinoquia, en sectores de la planicie del Caribe y en áreas localizadas de la Amazonia y ocupan cerca de 190.000 km² —16,5 % del territorio de Colombia—. En ellos predominan los pastos, los arbustos y pequeños árboles dispersos, aunque a lo largo de las orillas de los ríos se desarrolla vegetación riparia o bosques de galería y en los lugares más húmedos, los pastizales se entremezclan en mayor o menor medida con matorrales —matas de monte— o con bosques. En la Orinoquia se distinguen claramente dos tipos de sabana: la inundable, característica de los llanos situados al norte del cauce del río Meta —departamentos de Casanare y Arauca—, que tiene poca capacidad para absorber el agua de las lluvias y por lo tanto su superficie, cubierta casi totalmente por gramíneas en forma de macolla de los géneros Axonopus, Andropogon —rabo de vaca— y Panicum, permanece encharcada entre cuatro y ocho meses al año. Este tipo de sabana alberga una rica fauna de reptiles, aves y mamíferos, muchos de los cuales hacen uso cíclico de los recursos y están adaptados a las cambiantes condiciones. El chigüiro, el garzón soldado, Jabiru mycteria, los ibis o corocoros, Eudocimus spp.,y la anaconda, Eunectes murinus, están entre los animales más emblemáticos de este ecosistema.

La sabana no inundable, bien drenada o altillanura, abarca alrededor de 100.000 km² y presenta una amplia variedad de paisajes en los departamentos de Meta, Vichada y Caquetá, que incluyen altillanura plana, altillanura ondulada, serranía y bosques de galería. El sistema de drenaje de estos llanos está formado por los llamados bajos, pequeños valles por donde generalmente discurren los caños, corrientes de agua permanente o intermitente según su caudal. La vegetación nativa que domina en estos ecosistemas consta de gramíneas de los géneros Trachypogon, Axonopus, Leptocoryphium y Paspalum, que crecen en forma de macolla y conforman extensos pajonales. El chaparro, Curatella americana, y el peralejo, Byrsonima crassifolia, son arbustos que crecen dispersos o en grupos reducidos. Los caños están a menudo flanqueados por bosques de galería y a lo largo de las hondonadas encharcadas de los cursos de agua o en los bordes de las lagunas, se desarrollan los morichales —bosques constituido por palmas de moriche, Mauritia spp.—. Entre la fauna característica de estos ambientes están los osos hormigueros, el ocarro o armadillo gigante, Priodontes maximus, y el venado coliblanco, Odocoileus virginianus. Los termiteros son a menudo elementos muy conspicuos en el paisaje de la sabana de la altillanura.

El bioma del bosque seco tropical se caracteriza porque la mayoría de la vegetación pierde sus hojas durante la estación seca, como estrategia para disminuir la pérdida de agua. Así, la apariencia del paisaje de este ecosistema es muy distinta en verano y en invierno, cuando se presenta como un bosque frondoso y verde. Este ecosistema está representado en Colombia principalmente en algunas serranías y montes bajos de la planicie del Caribe, en ciertas zonas bajas de la Sierra Nevada de Santa Marta, en algunos sectores de los valles de los ríos Magdalena y Cauca, entremezclado con las sabanas más orientales de la Orinoquia y en las islas de San Andrés y Providencia. En estos bosques se han contabilizado 2.569 especies de plantas vasculares pertenecientes a 1.049 géneros y 180 familias; de estas, las mejor representadas en cuanto a cantidad de especies son las fabáceas o leguminosas, las rubiáceas —familia del cafeto— y las malváceas. Los árboles de mayor porte en los bosques secos del Caribe suelen ser el indio desnudo, Bursera simaruba, el jobo, Spondias mombin, y la ceiba bonga; en los valles interandinos, el acotope, Inga punctata, y el cucharo blanco, Myrsine coriacea. En los llanos orientales los más prominentes suelen ser el flor morado, Tabebuia rosea, y el quebracho o amargoso, Astronium graveolens. La fauna asociada a estos bosques varía según la región, pero entre las especies residentes se destacan los monos tití, Saguinus spp., el armadillo, Dasypus novemcinctus, el zaino, Pecari tajacu y diversos largartos, serpientes, loros, carpinteros, búhos y multitud de insectos.

El bioma del matorral xerofítico se encuentra en Colombia en las zonas semiáridas que bordean la costa del Caribe entre Barranquilla y Santa Marta, en la mitad sur de la península de La Guajira y en sectores localizados de la Región Andina, como el cañón del Chicamocha, en Santander, el desierto de la Tatacoa, en el Huila, y el cañón del río Patía, en Nariño. En estos ecosistemas el suelo carece de pastos y son comunes los cactus y los arbustos con hojas pequeñas y espinas, como el trupillo, Prosopis juliflora, el guamacho, Pereskia guamacho, el dividivi, Caesalpinia coriaria, y el olivo o naranjuelo, Capparis odoratissima. La fauna más representativa está conformada por las lagartijas del género Ameiva, la iguana, Iguana iguana, serpientes, pequeños mamíferos y diversas aves.

El bioma de desierto semiárido se concentra en un área de alrededor de 65.000 km², en el extremo norte de la península de La Guajira. En sus zonas menos áridas, la vegetación predominante son los cactus columnares llamados localmente cardones, Stenocereus griseus, el trupillo y las tunas, Opuntia caracassana, mientras que en terrenos exclusivamente arenosos y zonas más expuestas a los fuertes vientos desecantes, la escasa vegetación consiste en rastrojos espinosos llamados localmente carúa, Castela erecta, que crecen dispersos sobre las dunas.

En medio del desierto semiárido de la Alta Guajira se levanta por encima de los 800 m de altitud la serranía de La Macuira, que alberga un ecosistema muy peculiar a partir de los 550 m. Se trata de una extensión de unos 15 km² que permanece la mayor parte del tiempo envuelta en una densa niebla y está cubierta por un bosque de árboles enanos y retorcidos de guayabillo, Myrcianthes fragrans, cucharo, Myrsine guianensis, una especie del género Guapira y de helechos arborescentes; los troncos y ramas de estos árboles están forrados de musgos, bromelias y orquídeas epífitas que retienen las gotitas de agua de la niebla y contribuyen a crear un ambiente húmedo, similar al de los bosques nublados altoandinos. En este bosque se han registrado 130 especies de aves, 17 de ellas endémicas; allí habitan el mono cariblanco, Cebus albifrons, el tigrillo, Felis pardalis, el gato pardo, Herpailurus yagouaroundi, venados, zaínos y diversas especies de ranas y serpientes. Este ecosistema constituye una isla biogeográfica por la cantidad de endemismos y por su aislamiento de otros ecosistemas similares.

Pese a que su presencia en Colombia no corresponde a más del 15 % de la superficie continental del país y que solo alrededor del 40 % conserva coberturas naturales, el bioma de bosque de montaña es el más numeroso y variado en ecosistemas. Estos se distribuyen a lo largo y ancho de las tres cordilleras del sistema andino y en las laderas de la Sierra Nevada de Santa Marta, entre 1.200 y 3.500 msnm. Según la altitud, los bosques de montaña en Colombia se subdividen en subandinos —entre 1.200 y 2.300 msnm—, andinos —entre 2.300 y 2.800 msnm— y altoandinos —entre 2.800 y 3.200 msnm—, los cuales difieren en mayor o menor grado en su composición y estructura. Además, la topografía de los altiplanos, laderas y valles y su orientación con respecto a los vientos dominantes, generan diversos climas locales, lo que, sumado a la variedad de suelos que se deriva de los múltiples tipos de roca que existen en cada sistema montañoso, se manifiesta en una prodigiosa variedad de ecosistemas boscosos.

A medida que se asciende de la selva de piedemonte al límite superior de los bosques montanos, se hacen notorios los cambios en la fisonomía de la vegetación: la altura del dosel se va reduciendo al igual que el tamaño de las hojas, pero aumenta el grosor de estas y la densidad de árboles; las lianas, que suelen abundar en la selva de tierras bajas, se vuelven escasas en el bosque subandino y prácticamente desaparecen en el bosque andino; por el contrario, la cantidad y variedad de bromelias, helechos y orquídeas epífitas aumentan en los bosques subandinos, pero vuelven a escasear en los bosques andinos, donde son reemplazadas por musgos y líquenes epífitos.

La mayoría de los bosques subandinos, andinos y altoandinos están conformados por muchas especies arbóreas, pero también existen algunos ecosistemas montanos que están dominados por unas pocas especies. Tal es el caso de los bosques de palma de cera, Ceroxylon quindiuense, que se encuentran en algunos valles de la cordillera Central, y de los robledales en algunas zonas subhúmedas de las vertientes cordilleranas que miran hacia los valles de los ríos Magdalena y Cauca. Pese al alto grado de intervención humana y transformación de la cobertura vegetal del piso altoandino, todavía se encuentran remanentes de bosques montanos dominados por el encenillo, Weinmannia tomentosa, el rodamonte, Escallonia myrtilloides, y el coloradito, Polylepis quadrijuga.

Finalmente, el bioma de tundra alpina está representado en Colombia por el páramo. Estos ecosistemas no boscosos de alta montaña se distribuyen discontinuamente en las tres cordilleras y en la Sierra Nevada de Santa Marta, desde 2.900 hasta 5.000 m de altitud, con ciertas diferencias según la latitud y el régimen climático del lugar. La composición y estructura de estos ecosistemas cambia significativamente según la altitud —páramo bajo o subpáramo, páramo propiamente dicho y páramo alto o superpáramo—, pero también de acuerdo con las condiciones de precipitación y humedad específicas del lugar. Así, aunque la apariencia o fisonomía de la vegetación de este bioma se caracteriza por la presencia de frailejones, Espeletia spp., Espeletiopsis spp., y de macollas de gramíneas , Calamagrostis spp., Festuca spp., que forman pajonales, existen diferencias significativas en la composición de especies entre páramos húmedos y secos, así como las hay entre los páramos de las distintas cordilleras, y entre los de la Sierra Nevada de Santa Marta y los cordilleranos. En general, estos ecosistemas albergan una cuota considerable de elementos endémicos, tanto de flora como de fauna; tan solo de frailejones se han registrado 69 especies en Colombia, la mayoría de ellas endémicas de un determinado páramo.

El páramo es el bioma característico de la alta montaña en Colombia, distribuido discontinuamente por encima de los 3.000 msnm en las tres cordilleras y en la Sierra Nevada de Santa Marta. Su extensión total en Colombia es de poco más de 29.000 km2, que equivalen apenas al 2,5 % del territorio continental del país, pero representan la mitad de los páramos del mundo. El páramo, con su vegetación característica, adaptada a cambios bruscos de temperatura, heladas, intensos vientos, acidez del suelo y fuerte radiación ultravioleta, se considera una fábrica de agua y pese a su modesta extensión, abastece del preciado líquido a más del 70 % de la población colombiana.

Los bosques de montaña de la zona tropical de Suramérica o bosques andinos varían considerablemente en su composición y fisonomía, de acuerdo con la altitud sobre el nivel del mar y la humedad atmosférica. En conjunto, los de las tres cordilleras y los de la Sierra Nevada de Santa Marta albergan la mayor cantidad de especies de plantas en Colombia, muchas de ellas endémicas. La mayor diversificación de la flora de los bosques andinos tuvo lugar entre el Plioceno medio —hace 5 a 7 millones de años— y el comienzo del Holoceno —hace 10.000 años—, a partir de linajes originarios de especies provenientes de Norteamérica y del sur de Suramérica

La selva húmeda tropical es el bioma mejor representado en la Amazonia y el Chocó biogeográfico, lugares donde el clima húmedo y cálido constante durante todo el año hace que estas selvas sean áreas particularmente exuberantes en vida vegetal. Los árboles de mayor tamaño —algunos superan los 60 m— retienen y reflejan la luz solar y el interior del bosque se mantiene casi en penumbra, lo que genera una dura competencia por la luz entre la vegetación menos alta. El insigne botánico francés Francis Hallé se refirió a la selva húmeda tropical como un lugar donde “nunca hace frío, nunca está seco, los días nunca son cortos y el viento nunca es fuerte: ningún factor físico se opone al desarrollo de un ser vivo; por el contrario, debe afrontar una inmensa cantidad de amenazas provenientes de los demás seres vivos que comparten su entorno”.

La sabana es el bioma predominante en las tierras bajas de la Orinoquia colombiana. En los Llanos Orientales anualmente se presentan dos estaciones bien marcadas, una seca y otra lluviosa. En estas sabanas predominan las praderas y los pajonales de gramíneas, pero algunos arbustos pueden crecer dispersos y aislados, o congregarse formando chaparrales, saladillales o congriales, según la especie dominante, o verse interrumpidos por arbustales y bosques de mayor tamaño, llamados matas de monte, o por bosques riparios o de galería que flanquean las corrientes de agua.

El bosque seco tropical es propio de tierras bajas donde las lluvias tienen una marcada estacionalidad, como ocurre en la planicie del Caribe, las islas de San Andrés y Providencia, los valles interandinos y partes de la Orinoquia. La vegetación de este tipo de bosques está adaptada al déficit de agua mediante estrategias como la de desprenderse del follaje durante la época de sequía. Además, son comunes las modificaciones físicas en sus estructuras, tales como hojas compuestas muy pequeñas, troncos dotados de aguijones o espinas y troncos con clorofila, capaces de asumir la fotosíntesis cuando el árbol pierde sus hojas.

El matorral xerofítico se desarrolla en zonas con marcada estacionalidad de las lluvias, con épocas críticas de sequía de hasta seis meses, temperaturas medias anuales superiores a 17 °C y donde la evapotranspiración potencial —cantidad máxima de agua capaz de ser perdida por la vegetación— es mayor que la precipitación media anual. En Colombia este bioma se encuentra tanto en tierras bajas —cinturón seco del Caribe, valles interandinos y algunos sectores de la Orinoquia—, como en enclaves secos de la cordillera Oriental a más de 2.000 msnm y en los cañones profundos de los ríos Patía y Juanambú, en el Nudo de Los Pastos, departamento de Nariño.

En Colombia se encuentran varios ecosistemas o ambientes que difícilmente pueden considerarse como parte de alguno de los siete grandes biomas terrestres del mundo que confluyen en el territorio emergido del país. Se puede afirmar que algunos de estos son extremos debido a que presentan condiciones —temperatura, luz, humedad, salinidad, radiación ultravioleta— muy cambiantes o muy difíciles para permitir la presencia de la mayoría de los seres vivos. Sin embargo, en ellos es posible encontrar especies adaptadas a esas condiciones ­—organismos extremófilos—, algunas de las cuales son endémicas o exclusivas de esos lugares.

Existe una relación geográfica entre la diversidad de especies vegetales y la humedad atmosférica: a mayor humedad, mayor diversidad de flora. Por esto, las regiones del mundo más ricas en especies de plantas son el suroriente de Asia, América tropical y el occidente de África, que también son las que mayores precipitaciones reciben. Por el contrario, en las zonas desérticas la diversidad vegetal tiende a ser baja.

Otro factor primordial es la temperatura. En líneas generales puede constatarse que a mayor temperatura, más diversa es la flora. En el caso de los trópicos, la temperatura depende fundamentalmente de la altitud, pues varía en promedio desde más de 30 ºC al nivel del mar, hasta valores bajo cero en las cimas nevadas de las montañas. Por lo tanto, puede decirse que existe un gradiente de diversidad vegetal que va desde zonas cálidas y húmedas hasta zonas frías y secas.

Con un promedio de 3.240 mm de lluvia al año —3.240 litros de agua por metro cuadrado de terreno—, Colombia ostenta el récord de ser el país más lluvioso del planeta. Ello se debe a que su territorio, que posee costas sobre el océano Pacífico y el mar Caribe, parte de la inmensa llanura amazónica, es atravesado por la cordillera de Los Andes y está ubicado en la Zona de Convergencia Intertropical —un ancho cinturón de baja presión donde convergen grandes masas de aire cálido y húmedo—, posee un clima que, aunque tiende a ser uniforme y cálido, resulta modificado en gran medida por el relieve de las tres cordilleras andinas y por otros macizos montañosos. Así, en las regiones más lluviosas del país —Chocó, sectores del valle medio del Magdalena, de la Amazonia y del piedemonte de la cordillera Oriental— las precipitaciones anuales superan los 5.000 mm, mientras que en la más seca —norte de la península de La Guajira— son inferiores a 500 mm. Puesto que las plantas adaptadas a condiciones secas son distintas a las que requieren ambientes muy húmedos, la flora en el territorio colombiano es muy diferente entre unos lugares y otros.

Con alrededor de 30.000 especies registradas, no resulta extraño que Colombia sea, después de Brasil, el segundo país con mayor diversidad florística del mundo; a esa cantidad, el grupo de las angiospermas —plantas que producen flores— aporta cerca de 26.000 especies, entre las que se destacan por su diversidad las familias Orchidaceae, Rubiaceae y Asteraceae. Es de suma importancia destacar que la riqueza de la flora colombiana, en lo que respecta a las 12 familias con mayor cantidad de especies en el mundo, representa cerca del 13 % del total.

En relación con las cinco regiones naturales que conforman el territorio emergido de Colombia, la Andina es la que concentra la mayor riqueza vegetal, con unas 11.500 especies de angiospermas, 44 de gimnospermas, 1.050 de helechos, 914 de musgos, 756 de hepáticas y 1.396 de líquenes. Le sigue la región de la Amazonia con cerca de 7.600 especies de angiospermas, 4 de gimnospermas, 510 de helechos, 174 de musgos, alrededor de 100 especies de hepáticas y 322 de líquenes. Por su parte, el Chocó biogeográfico alberga 4.525 especies de angiospermas, 9 de gimnospermas , 425 de helechos, 132 de musgos, 170 de hepáticas y 189 de líquenes. La región con menor diversidad de plantas es la Orinoquia, con 2.695 especies de angiospermas, 254 de helechos, 86 de musgos y 130 de líquenes.

La riqueza de la flora del Chocó biogeográfico y la singularidad de la alta montaña en Colombia se destacan a nivel global. La primera tiene la mayor concentración de especies de plantas leñosas por unidad de área, en el mundo, en tanto que los páramos colombianos albergan el 60 % de las especies de plantas de alta montaña de Centroamérica y de los Andes tropicales, con niveles excepcionales de endemismo.

La inmensa diversidad de plantas que conforman la flora colombiana solo ha sido parcialmente documentada, pero podemos hacer una aproximación a su verdadera magnitud e importancia, al conocer en detalle algunos datos de los grupos más representativos y emblemáticos.

Los briófitos —musgos y plantas afines— y los líquenes, por la discreción que les impone su tamaño reducido, suelen ser grupos vegetales ignorados o relegados a un segundo plano. Sin embargo, desempeñan un papel destacado como reguladores de agua y nutrientes y como acumuladores de dióxido de carbono en muchos ecosistemas. Cada día más los científicos descubren que estas plantas, cuyos ancestros salieron del agua por primera vez hace alrededor de 400 millones de años, tienen diversas aplicaciones en biotecnología; además han detectado que su presencia en los ecosistemas es un indicador de la buena calidad del aire..

Las pteridófitas son las plantas vasculares más primitivas que existen, y entre estas las más conocidas son los helechos, pero este grupo también está conformado por otro tipo de plantas como los licopodios, Lycopodium spp., las colas de caballo, Equisetum spp., y el helecho azul o doradilla, Selaginella spp. Las pteridófitas son plantas terrestres que no producen flores, frutos ni semillas, sino que se reproducen por medio de esporas. Los helechos prosperan en ambientes sombreados y húmedos y algunas especies son acuáticas.

Aunque Colombia no se destaca en absoluto por su riqueza en gimnospermas , sí es el país con la mayor diversidad de especies del género Zamia, el cual forma parte del grupo genéricamente conocido como las cícadas . Es un linaje muy antiguo de las plantas superiores con semilla, por lo cual son consideradas como fósiles vivientes. La mayoría de los linajes ancestrales de plantas con semilla que existían en el Mesozoico —hace entre 65 y 225 millones de años— se extinguieron, pero las cícadas han perdurado hasta hoy en algunos ecosistemas tropicales. Actualmente apenas sobreviven dos familias en todo el mundo: Cycadaceae y Zamiaceae, repartidas en 10 géneros y 340 especies. La familia Zamiaceae comprende 9 géneros y 206 especies, 76 de ellas pertenecientes al género Zamia, todas ellas distribuidas exclusivamente en la región neotropical. En Colombia se han registrado 21 especies, 13 de las cuales son endémicas del país. La región más rica es la Andina, con 11 especies, seguida por el Chocó biogeográfico, con seis, la Amazónica, con cuatro y la Caribe, con dos.

Las palmas —familia Arecaceae— constituyen uno de los grupos de angiospermas más conspicuos y ecológicamente importantes en muchos ecosistemas tropicales. Con 45 géneros y 252 especies registradas, Colombia es uno de los países con mayor riqueza de estas plantas en el mundo y es, después de Brasil, el más diverso en especies de palmas de toda América; están presentes en casi todos los tipos de vegetación y en todas las regiones, desde el nivel del mar hasta los 3.200 metros de altitud.

La región que alberga la mayor cantidad de especies es la Amazónica, incluyendo el piedemonte de la cordillera hasta 500 metros de elevación, con 106 especies, seguida muy de cerca por la región Andina, con los respectivos valles interandinos y la Sierra Nevada de Santa Marta, donde han sido registradas 105 especies; sin embargo, el Chocó biogeográfico se destaca por la extraordinaria riqueza a nivel de género, pues allí existen representantes de 33 de los 45 géneros presentes en Colombia. La flora de palmas del Chocó biogeográfico es casi tan diversa como la de la región Amazónica —98 y 106 especies respectivamente—, a pesar de que ocupa una extensión seis veces menor, razón por la cual el insigne botánico norteamericano A. H. Gentry la denominó Comarca de las Palmas.

De las 252 especies de palmas registradas en Colombia, 49 son endémicas, 27 de las cuales se encuentran exclusivamente en la región Andina, incluyendo las palmas de cera del Quindío, Ceroxylon quindiuense, —árbol nacional de Colombia— y la palma de cera de Sasaima, Ceroxylon sasaimae.

Las heliconias o platanillos —familia Heliconiaceae— constituyen uno de los elementos más característicos de los bosques de la región neotropical. Tienen cierta similitud morfológica con las plantas de plátano y de banano, pero en realidad son hierbas enormes cuyo tallo aparente está conformado por las vainas de las hojas. Poseen unas brácteas grandes y vistosas, dentro de las cuales se alojan pequeñas flores que generalmente son polinizadas por colibríes; en algunas especies las brácteas son erectas y en otras son colgantes. Existen aproximadamente 225 especies en el mundo, 115 de ellas presentes en Colombia —50 endémicas—. Con ello, el país ocupa el primer lugar en el mundo en cantidad de heliconias, que por sus atractivas formas y colores son objeto de comercio.

Las heliconias están presentes en todas las regiones naturales de Colombia, entre el nivel del mar y los 2.400 msnm, pero la mayor riqueza se concentra en la región Andina y en el Chocó biogeográfico, donde se han registrado 83 y 46 especies respectivamente.

Las bromelias, quiches o chupallas —familia Bromeliaceae— son plantas características de casi todos los ecosistemas boscosos del trópico americano. Muchas especies son epífitas, pero algunas crecen en el suelo, como la piña y las especies paramunas del género Puya, o incluso sobre sustratos rocosos —epilíticas—, como varias especies de los géneros Navia y Pitcairnia que habitan en los afloramientos rocosos del Escudo Guayanés en la región Amazónica, formación geológica que, además, es considerada como el lugar de origen de la familia Bromeliaceae. Esta consta de 58 géneros y unas 3.140 especies reconocidas. Con excepción de una sola especie que habita en la zona ecuatorial de África occidental, las bromelias se distribuyen exclusivamente en las Américas, desde el sur de los Estados Unidos hasta el norte de la Patagonia de Chile y Argentina, incluyendo las islas del Caribe.

Colombia, con 24 géneros y 492 especies, es quizás el segundo país del mundo más rico en bromelias, después de Brasil. De estas, 123 especies son endémicas y 74 tienen una distribución tan restringida que solo se las conoce en una o dos localidades. De nuevo, la región Andina es la que concentra la mayor cantidad de especies, unas 290, seguida por la Amazónica y el Chocó biogeográfico.

Las orquídeas —familia Orchidaceae— constituyen el grupo de angiospermas más diversificado del planeta, con un total estimado de entre 22.500 y 30.000 especies. En general, esta familia representa el culmen de la perfección en la evolución de las plantas en lo referente al grado de refinación en sus estratagemas para hacer que diversos insectos y aves polinicen sus flores, a menudo recurriendo al engaño. Exceptuando las zonas polares, las cumbres permanentemente nevadas y los desiertos, las orquídeas están presentes prácticamente en todos los ecosistemas terrestres del mundo. La mayor diversidad de especies se encuentra en las montañas tropicales, especialmente en los Andes septentrionales y en las montañas de Nueva Guinea.

Colombia ostenta sobradamente el primer lugar en riqueza de orquídeas en el mundo, con un total de 4.270 especies registradas, agrupadas en 274 géneros. Los géneros con más especies en Colombia son Epidendrum, Lepanthes, Stelis y Pleurothallis. La emblemática Cattleya trianae fue declarada en 1936 como la flor nacional de Colombia por la Academia Colombiana de Historia.

La región Andina es la que alberga el mayor número de especies de orquídeas con un total de 2.542, de las cuales 944 son endémicas del país, seguida del Chocó biogeográfico, con 533 especies y 98 endémicas. La región de la Orinoquia es la que menos diversidad registra, con 143 especies y 15 endémicas. Las regiones de la Amazonia y del Caribe albergan riquezas medias. La mayor concentración corresponde a las zonas bajas, entre el nivel del mar y 200 metros de elevación, aunque una inusitada cantidad de especies endémicas ha sido registrada en los bosques andinos húmedos entre 1.800 y 2.000 metros de altitud.

Desde que las angiospermas desarrollaron las flores, hace unos 130 millones de años, ese grupo de plantas no solo marcó el final de las gimnospermas como el grupo que dominó hasta entonces la vegetación terrestre del planeta, sino que se diversificó hasta el punto de que actualmente representan el 87 % de las especies de plantas existentes. Parte de su éxito radica en la gran flexibilidad reproductiva que tienen; son capaces de hacerlo asexual o sexualmente. Para esta última, debe ocurrir la polinización, es decir, que el polen se transporte de una planta a otra, para lo cual muchas angiospermas recurren a la ayuda de insectos, aves o murciélagos. Para atraer a estos polinizadores y asegurar el éxito reproductivo, las angiospermas han desplegado gran variedad de fórmulas para dotar sus flores de aromas, formas y colores.

Tanto el registro fósil como los estudios evolutivos que se han hecho sobre plantas y animales, demuestran que el origen de casi todos los grupos de organismos tuvo lugar en las regiones tropicales y que dichos grupos actualmente están compuestos por una mezcla de linajes antiguos y de otros derivados recientemente. Estos hallazgos concuerdan con la hipótesis de que los amplios territorios ocupados por ambientes tropicales durante los últimos 10 a 50 millones de años, junto con la relativa estabilidad climática, promovieron la especiación y mantuvieron relativamente bajas las tasas de extinción.

Además, es ampliamente conocido que la cantidad de biomasa vegetal y la diversidad de las plantas dependen en gran medida de la pluviosidad y la temperatura y que en los lugares donde abunda esta biomasa, la cantidad de animales herbívoros —desde pequeños insectos hasta grandes mamíferos— tiende a ser igualmente grande y, en consecuencia, también lo es la de carnívoros que se alimentan de herbívoros y la de carnívoros que se alimentan de otros carnívoros, en comparación con aquellos lugares donde la vegetación es escasa. En cuanto a la riqueza de especies animales, ya no con respecto a la biomasa o a la cantidad de estos, los ecólogos han constatado que la fauna terrestre tiende a ser más diversa en zonas donde la variedad de plantas es más elevada. Esta relación resulta obvia si se considera el infinito número de procesos ecológicos que tienen lugar en las comunidades vegetales donde intervienen animales, o la cantidad de refinadas relaciones que existen entre plantas y animales, como la herbivoría, el parasitismo, el mimetismo, la polinización y la dispersión de semillas. Por lo tanto, puede afirmarse que la cantidad y variedad de la vegetación de un determinado lugar inciden, junto con los factores abióticos —pluviosidad, humedad, temperatura—, en la diversidad de la fauna. El resultado de todo ello es que la fauna es un reflejo de la variedad de tipos de formaciones vegetales y de su riqueza florística.

El territorio colombiano representa un heterogéneo mosaico de 86 tipos de ecosistemas generales y cerca de 8.000 ecosistemas específicos, los cuales albergan, en conjunto, no menos de 30.000 especies de plantas, cantidad superada únicamente por Brasil, cuyo territorio es 7,5 veces mayor. Por lo tanto, tal diversidad ecosistémica y de especies de plantas se ve reflejada en una extraordinaria variedad de animales. En efecto, Colombia ocupa el primer lugar en el mundo en riqueza de especies de aves, el segundo en mariposas, peces de agua dulce y anfibios y el sexto en reptiles y mamíferos. Hasta ahora han sido registradas en Colombia unas 14.000 especies de animales exclusivamente terrestres, pero dicha cifra es susceptible de crecer muy significativamente a medida que aumenten las colectas en campo y las investigaciones zoológicas en nuestro territorio.

La extraordinaria diversidad de la fauna terrestre colombiana se percibe al conocer las estadísticas de algunas familias emblemáticas de los principales grupos zoológicos presentes en nuestro territorio.

De las cerca de 14.000 especies de animales terrestres registradas en Colombia, la mayor cantidad, como era de esperar tratándose del grupo zoológico más diversificado del planeta, corresponde a los insectos, con 6.457. Sin embargo, esa cifra probablemente representa menos del 10 % de la riqueza de invertebrados artrópodos presente en nuestro territorio. En efecto, son muchas las familias de insectos de las que se conoce muy poco en el país y continuamente se documentan hallazgos de especies desconocidas, que incluyen algunas nuevas para la ciencia. Varios entomólogos estiman que la riqueza de artrópodos en Colombia podría ascender a cerca de 350.000 especies, aproximadamente una tercera parte de todas las conocidas hasta ahora en el mundo. Como referencia, en Brasil se ha documentado la presencia de unas 90.300 especies y se estima que en realidad puede haber alrededor de 400.000.

El filo de los artrópodos, al que pertenecen los insectos, las arañas, los escorpiones y los crustáceos, tiene una larga historia evolutiva. Es el grupo más diverso del planeta y probablemente el pionero en establecer una relación íntima con las plantas. Su gran diversificación en los últimos 400 millones de años fue posible gracias al desarrollo del vuelo, lo cual permitió su dispersión por el mundo, a la posibilidad de plegar las alas sobre el abdomen y al desarrollo de refinadas estrategias sexuales de selección.

Las mariposas —orden Lepidoptera— son uno de los grupos más abundantes y diversificados. Se estima que pueden existir cerca de un millón de especies, divididas en mariposas diurnas —suborden Rhopalocera— y mariposas nocturnas o polillas —suborden Heterocera—. Particularmente diverso en Colombia es el grupo de las diurnas, con 3.270 especies, cifra que equivale al 19 % de todas las conocidas en el mundo, de ese grupo y al 46 % de las del Neotrópico. Dicha cifra es superada únicamente por Perú, con alrededor de 4.000 especies.

Dada su estrecha relación con las plantas, la diversidad de mariposas diurnas de un determinado lugar es directamente proporcional a la riqueza de su flora; por ello, sirven de indicadores de la estructura y del grado de conservación de la vegetación. La región que mayor riqueza concentra es la Andina, seguida por el Chocó biogeográfico. Alrededor del 80 % de las especies diurnas se encuentra entre los 300 y 900 m de altitud y su diversidad se reduce drásticamente a partir de los 1.600 m de altitud.

Las mariposas son los insectos más vistosos del planeta debido a sus alas con formas y colores llamativos. En su ciclo de vida la metamorfosis es completa: pasa del huevo a la fase de larva —oruga—, luego a la de pupa —crisálida— y finalmente a adulto. Para poner sus huevos, la hembra ubica las plantas apropiadas que servirán de alimento a las orugas; los huevos, que generalmente eclosionan entre 3 y 7 días, suelen ser depositados en grupos, a veces procedentes de varias hembras; la larva u oruga hila un capullo que aloja la pupa, de donde salen las mariposas adultas que se alimentan de néctar de flores y otros líquidos.

Con 846 especies —786 de ranas y sapos, 27 de salamandras y 33 de cecilias o serpientes ciegas—, Colombia es, después de Brasil, el segundo país más rico en anfibios. Unas 320 especies son endémicas del país. De nuevo, es en la región Andina donde se concentra la mayor cantidad de especies, con cerca del 73 %, seguida de lejos por el Chocó biogeográfico y la Amazonia, que albergan, cada una, alrededor del 20 %. Las ranas cutín o de hojarasca —familia Craugastoridae— conforman el grupo más diverso de anfibios en Colombia, con 259 especies de las 778 conocidas en el mundo, la mayoría de ellas endémicas. Su reproducción no requiere de cuerpos de agua, lo cual les ha permitido ocupar una amplia variedad de ambientes, incluyendo bosques secos y páramos.

Los anuros, orden al que pertenecen ranas y sapos, constituyen el grupo más diversificado de los anfibios, con unas 6.608 especies en el mundo. Su tamaño varía desde menos de 1 cm, como el de algunas especies del género Eleutherodactylus, hasta más de 30 cm.

Por su llamativa coloración, mediante la cual advierten a los depredadores de su peligrosidad —coloración aposemática— y el elevado número de especies presentes en Colombia, las ranas venenosas, ranas de dardo o punta de flecha —familia Dendrobatidae—, endémicas de Centro y Suramérica, son uno de los grupos más emblemáticos y atractivos de la fauna colombiana. Su nombre se debe a que producen y almacenan alcaloides tóxicos en las glándulas granulares de la piel. Algunos grupos indígenas impregnan con este veneno las puntas de las flechas o de los dardos para cazar.

En Colombia han sido registradas 94 de las 184 especies conocidas de dendrobátidos —incluida la Phyllobates terribilis, de color dorado, productora de uno de los venenos más potentes del reino animal y endémica de las selvas del Chocó biogeográfico—. Aunque se distribuyen prácticamente en todas las regiones del país, hasta los 2.000 m de altitud, la mayor riqueza de este grupo de ranas se concentra en los bosques de niebla, en las selvas húmedas del Chocó biogeográfico y en la Amazonia. Las diferentes especies ocupan una amplia variedad de ambientes como la parte alta de los árboles, la hojarasca húmeda de los bosques y el suelo cercano a las quebradas. Las hembras depositan entre 1 y 40 huevos en pequeños charcos, que luego son celosamente cuidados por esta o por el macho. Una vez eclosionan, los renacuajos se trepan en la espalda de alguno de los padres para ser transportados hasta las cisternas con agua de las bromelias que crecen sobre los troncos o ramas de los árboles, o hasta algún cuerpo de agua, donde completan su desarrollo. Su alimento principal lo constituyen pequeños insectos, especialmente hormigas y termitas, lo cual tiene relación con la efectividad del veneno secretado por la piel. Este es un neurotóxico —batracotoxina— que no es sintetizado por la rana misma, sino que proviene de los pequeños insectos que ingiere y se va acumulando con el tiempo.

El comercio ilegal de estos anfibios para surtir el mercado de mascotas domésticas o como fuente de sustancias para estudios farmacológicos, se ha incrementado considerablemente en los últimos años, lo cual ha puesto en riesgo de extinción a varias especies.

Los dendrobátidos, conocidos popularmente como ranas dardo o ranas punta de flecha se caracterizan por su piel brillante y coloreada. Con sus colores aposemáticos, que van desde naranja luminoso y negro azulado, hasta amarillo y rojo, advierten a sus depredadores de la potencia de su veneno.

Colombia ocupa el sexto lugar en el mundo en riqueza de reptiles, con 620 especies terrestres y 6 marinas. De este total, 296 son serpientes —una de ellas marina—, 288 lagartos, 36 tortugas —incluidas cinco especies marinas— y 6 son cocodrilos y caimanes. Las lagartijas del género Anolis, las culebras no venenosas del género Atractus y las serpientes de coral del género Micrurus son los grupos más diversificados. Las regiones Andina y Amazónica concentran la mayor cantidad de especies de reptiles.

La cantidad de serpientes en Colombia asciende a casi 300 especies. De estas, 30 pertenecen a la familia Elapidae, que comprende las comúnmente conocidas como corales, rabo de ají o coralillos, y una especie marina, la Pelamis platurus, presente en aguas costeras del Pacífico colombiano. Las 29 serpientes coral registradas en Colombia representan una tercera parte del total de especies de este grupo en el mundo y el 40 % de las conocidas en toda América. En general, son serpientes pequeñas, pero algunas del Chocó biogeográfico y de la Amazonia, como Micrurus ancoralis y Micrurus surinamensis, pueden alcanzar 1,5 m de longitud. La coloración es variable según las especies, pero casi todas poseen un patrón de anillos rojos, negros y amarillos o blancos alternantes. Su alimento principal consiste en otras serpientes, ranas y lagartijas. Las toxinas de todos los elápidos son muy potentes, pero la letalidad por mordeduras de estas serpientes es muy baja debido a que en su mayoría son tímidas y huidizas, viven ocultas entre las piedras o la hojarasca y su pequeña mandíbula no permite una mordedura amplia. Las corales están distribuidas en todo el país hasta los 2.000 m de altitud, pero la Amazonia alberga la mayor riqueza, con 16 especies, seguida por el Chocó biogeográfico con ocho y la Orinoquia con cinco.

Con 31 órdenes, 94 familias, 741 géneros y 1.954 especies de aves registradas en su territorio continental e insular, 82 de ellas endémicas, Colombia es el país más rico en aves en el mundo. De esta cifra, 1.657 especies son residentes permanentes, 125 son migratorias de Norteamérica, 15 provienen del sur de Suramérica, 78 son viajeras transfronterizas y su presencia en Colombia se considera eventual, producto de situaciones anormales durante su vuelo, 4 son exóticas introducidas y 71 carecen de evidencia para confirmarlas —especímenes, fotografías o grabación de vocalizaciones—, pero han sido avistadas circunstancialmente. De la cifra total debe restarse una especie endémica ya extinta, el patico zambullidor andino, Podiceps andinus. En las islas caribeñas del archipiélago oceánico de San Andrés, Providencia y Santa Catalina se han registrado 157 especies, muchas de ellas migratorias o erráticas, y en la isla de Malpelo, en el Pacífico, otras 5 especies.

Al igual que en la mayoría de países de América, excepto Canadá y Estados Unidos, la familia de aves más diversa en Colombia es la Tyrannidae o de los atrapamoscas, con 207 especies de las 422 conocidas en el mundo, seguida por la Thraupidae o de las tángaras, con 172 de las 377 existentes, y la Trochilidae o de los colibríes, con 166. Se estima que el 41 % de las aves presentes en el país se encuentra en la región Andina y un porcentaje similar en la Amazonia, mientras que el 37 % habita en la región Caribe, el 34 % en la región Pacífica y el 25 % en la Orinoquia. Se debe tener en cuenta que varias especies se encuentran en dos o más regiones, razón por la cual la suma de los porcentajes mencionados es mayor a 100.

Para sobrevivir en muchos hábitats diferentes, las aves han desarrollado variadas estrategias y han adoptado una diversidad morfológica espectacular.

Colombia se destaca como el país con mayor cantidad de especies de colibríes o picaflores en el mundo, con 166 de las aproximadamente 345 existentes. Este emblemático grupo de pequeñas aves nectarívoras ha coevolucionado con las flores de ciertas plantas a las que polinizan hasta alcanzar un elevado grado de especialización. La forma y el tamaño del pico suele guardar relación con el tamaño y la forma de las flores que visita para obtener el néctar. Casi todas las flores polinizadas por colibríes tienen forma tubular y son de color rojo, naranja o rosado brillante —flores ornitófilas—.

Por su plumaje de colores iridiscentes o metálicos, las distintas especies de colibríes reciben nombres de gemas preciosas o de metales. Estas pequeñas aves desempeñan un papel fundamental en la conservación de la flora, por su función como polinizadoras.

Colombia alberga 54 de las 173 especies de loros, guacamayas y pericos —familia Psittacidae— que existen en el mundo —11 en África y 168 en el Neotrópico—. Son animales que cumplen una función muy importante como dispersores de semillas y aunque la mayoría de las especies prefiere los ambientes boscosos de tierras bajas, los bosques de montaña hasta los 3.500 m de altitud son el hábitat de varias de ellas. Cuatro loros de la región Andina y uno de la Sierra Nevada de Santa Marta son endémicos del país. El loro orejiamarillo o loro palmero, Ognorhynchus icterotis, es la única especie existente de su género en el mundo y una de las más exigentes en cuanto a los requerimientos de hábitat; su distribución histórica es discontinua en los bosques andinos nublados de Colombia y del norte de Ecuador, entre 1.500 y 3.400 metros de altitud, con abundante presencia de palmas de cera, en cuyos troncos construye sus nidos. Sin embargo, actualmente este lorito está aparentemente extinto en Ecuador, mientras que en Colombia solo subsisten tres poblaciones aisladas que reúnen unos 2.500 individuos.

Los psitácidos poseen un pico de forma curvada, la mandíbula superior con una movilidad reducida que se empalma con el cráneo y su postura generalmente es erguida. Se destacan por su gran capacidad craneal, lo que hace de ellos uno de los grupos de aves más inteligentes. Suelen formar parejas permanentes.

Un total de 518 especies registradas hasta ahora, sitúan a Colombia como el sexto país del mundo en riqueza de mamíferos y el cuarto en América después de Brasil. Dicha cifra no incluye las dos especies de roedores —la rata y el conejo doméstico— y el hipopótamo, que fueron introducidas al país de manera accidental o intencional y viven actualmente de forma libre en el medio natural, asilvestradas. Si se descuentan las 35 especies de mamíferos exclusivamente acuáticos —delfines, ballenas, cachalotes, manatíes y lobos marinos—, las 483 especies nativas de mamíferos terrestres se distribuyen en 12 órdenes y 42 familias. De esas especies 57 son endémicas —31 roedores, 10 primates, 8 murciélagos, 5 musarañas y 3 zarigüeyas—. Los murciélagos —orden Chiroptera— y los roedores —orden Rodentia—, con 209 y 132 especies respectivamente, acaparan casi el 65 % de la riqueza de mamíferos en Colombia. En contraste, los sirénidos o manatíes —orden Sirenia— y los lagomorfos o conejos —orden Lagomorpha— están representados solamente por dos especies cada uno.

Entre los mamíferos más emblemáticos e icónicos de Colombia se encuentran el oso andino o de antojos, Tremarctos ornatus, único representante suramericano de la familia Ursidae u osos verdaderos, la danta o tapir amazónico, Tapirus terrestris, el jaguar, Panthera onca, el venado coliblanco, Odocoileus virginianus, el oso palmero u hormiguero gigante, Myrmecophaga tridactyla y el chigüiro, Hydrochoerus hydrochaeris.

Después de Indonesia, Colombia es el segundo país más diverso en murciélagos. Este grupo está representado en el país por 9 de las 17 familias existentes en el mundo, 72 géneros y 209 especies. Los quirópteros tienen un espectro alimenticio muy variado, pues unas especies son insectívoras, otras nectarívoras o frugívoras y las hay también pescadoras, cazadoras de ranas y de mamíferos pequeños, y solamente tres especies en Colombia son hematófagas o chupadoras de sangre, aunque solamente el vampiro común, Desmodus rotundus, es localmente abundante. Al interactuar con una amplia gama de organismos, los murciélagos desempeñan funciones ecológicas muy importantes: las especies insectívoras, en el control de las poblaciones de diversos insectos, las frugívoras contribuyen a la dispersión de semillas y las nectarívoras a la polinización de muchas plantas. Por lo tanto, pese a la animadversión que suelen despertar en la mayoría de la gente, desempeñan un papel fundamental en el mantenimiento y la regeneración de los bosques. La mayor riqueza de murciélagos en Colombia se concentra en el Chocó biogeográfico, donde habita el 60 % de las especies.

De las más de 200 especies de murciélagos que se encuentran en Colombia, solo tres son “chupasangre” o hematófagas; entre ellas el vampiro común, Desmodus rotundus, distribuido por todo Colombia, especialmente en zonas ganaderas de tierras bajas.

Con 38 especies y 45 subespecies, Colombia ocupa el sexto lugar a nivel global en riqueza de primates y el tercero en el Nuevo Mundo después de Brasil y Perú. De las 38 especies, 10 son endémicas, entre ellas el mono tití cabeciblanco, Saguinus oedipus, de los bosques secos del Caribe; el mono tití gris, Saguinus leucopus, de los bosques ribereños del Bajo Magdalena, y el mono maicero cariblanco de Santa Marta, Cebus malitiosus. La Amazonia es la región que concentra una mayor cantidad de especies.

Los primates desempeñan un papel muy importante en la dinámica de los bosques donde habitan, al contribuir con el transporte de una gran cantidad de semillas de diversas plantas lejos de sus árboles parentales.

Los platirrinos o monos del Nuevo Mundo comprenden cinco familias de primates nativos de América Central y del Sur. Son monos de tamaño pequeño a mediano que se alimentan principalmente de frutas y complementan su dieta con hojas e insectos. Muchas especies muestran organizaciones tribales territoriales.

La Tierra está experimentando cambios rápidos y sin precedentes causados por las actividades del ser humano. Es la primera vez en los 3.500 millones de años de historia de la vida sobre el planeta, que una sola especie, Homo sapiens, adquiere y ejerce el poder de modificar las condiciones de toda la naturaleza y de poner en riesgo la existencia de decenas de miles de especies, incluida la suya. Los impactos que el hombre está causando por el consumo de recursos y la creciente demanda de espacio, suelo, agua y energía, afectan profundamente la biodiversidad y el funcionamiento de todos los sistemas naturales. El deterioro es de tal magnitud, que muchos científicos han optado por denominar esta nueva era geológica como Antropoceno: la era del hombre.

Es innegable que mientras la humanidad ha progresado en el campo de la salud y han aumentado la longevidad de la especie, la riqueza material, la disponibilidad de alimentos y la seguridad, también la desigualdad en la distribución de esos beneficios y el daño a los ecosistemas se ha hecho mayor. La naturaleza está sustentada en la biodiversidad y brinda a la sociedad moderna una gran cantidad de servicios básicos; sin embargo, también ha perdido, a un ritmo alarmante, la capacidad de prestarlos.

La vertiginosa expansión del consumo por parte de la humanidad es el principal motor que impulsa los cambios sin precedentes que estamos viviendo. La llamada huella ecológica, un indicador de consumo que se utiliza para conocer el impacto de determinados estilos de vida sobre la naturaleza, proporciona una imagen del uso general de los recursos. Los productos que consumimos, los materiales con que han sido elaborados, la forma como se extraen y fabrican y las cadenas de suministro, están causando un perjuicio profundo.

Pese a que el cambio climático representa una amenaza cada vez mayor, las principales causas de la pérdida de biodiversidad son la sobreexplotación de especies, la agricultura y la degradación del suelo. Se estima que actualmente tan solo un 25 % de la superficie emergida del planeta no ha sido alterada sustancialmente por las actividades humanas, y en caso de que la tendencia actual continúe, se prevé que para 2050 dicha superficie habrá disminuido al 10 %. Aunque a nivel mundial la tasa de pérdida de bosques ha mermado en las últimas décadas, gracias a las acciones de reforestación y a las plantaciones forestales, en las regiones tropicales, donde se concentran los niveles de biodiversidad más elevados de la Tierra, la deforestación continúa en aumento.

Las evaluaciones más recientes que se han hecho sobre el estado de la biodiversidad mundial muestran que las poblaciones de especies de vertebrados terrestres y de agua dulce —peces, anfibios, reptiles, aves y mamíferos— se redujeron en general en un 60 % entre 1970 y 2014. De acuerdo con el informe Planeta Vivo–2018, del Fondo Mundial para la Naturaleza —WWF—, esta reducción fue más pronunciada en las regiones tropicales, particularmente en Centro y Suramérica, donde la pérdida de bosques alcanzó la dramática cifra de 89 % en menos de medio siglo.

La causa principal de la disminución de las poblaciones de especies a escala global es la degradación y pérdida de hábitats, es decir, la modificación del ambiente donde viven, debido a su fragmentación o completa eliminación, o a la disminución de la calidad o de las características esenciales del hábitat. En segundo lugar está la sobreexplotación de las especies, que incluye la caza insostenible y las capturas legales e ilegales, para la subsistencia o el comercio. Las invasiones de especies exóticas y las enfermedades son también factores de pérdida de la diversidad, principalmente en el caso de anfibios, reptiles y mamíferos, al igual que la contaminación de cuerpos de agua y de suelos para aves y anfibios.

Si bien, los efectos del cambio climático sobre la fauna y la flora son todavía relativamente moderados y poco predecibles, ya se han detectado tendencias de disminución de las poblaciones de algunos mamíferos y aves en todo el mundo, relacionadas con el incremento de la temperatura. El calentamiento global se está acelerando y podría ocasionar la reconfiguración de las comunidades biológicas y del conjunto de la biodiversidad en el mediano y largo plazo.

A pesar de los numerosos estudios científicos que se han realizado a nivel internacional y de los múltiples acuerdos políticos que ratifican que la conservación y el uso sostenible de la biodiversidad son una prioridad global, los indicadores del estado de la naturaleza continúan empeorando. Y el tiempo para que se logre revertir dicha tendencia se está agotando. Por lo tanto, lo que el mundo requiere de manera urgente son metas atrevidas y bien definidas, así como una serie de acciones decididas y creíbles para restaurar el medio ambiente, a niveles que permitan el bienestar generalizado de los seres humanos y de la naturaleza misma.

LA TRANSFORMACIÓN DEL ENTORNO NATURAL DE COLOMBIA

Desde la época precolombina, la planicie de la región Caribe, los valles interandinos, la franja de clima templado de los flancos de las cordilleras que miran hacia dichos valles y los altiplanos, se han caracterizado por mantener densidades de población relativamente elevadas con respecto al resto del territorio colombiano. Esto explica por qué la mayor transformación de los ecosistemas originales ha tenido lugar en esas áreas. Por el contrario, la Amazonia, la Orinoquia, el Chocó biogeográfico y gran parte de las vertientes externas del conjunto cordillerano han mantenido durante más tiempo coberturas importantes de su vegetación original.

Según estimaciones realizadas en 2008 por el ecólogo Andrés Etter y colaboradores, el área transformada por la acción humana en el territorio de la actual Colombia, antes del arribo de los conquistadores europeos a comienzos del siglo XVI, era de unos 15 millones de hectáreas, equivalentes aproximadamente al 14,4 % de la superficie total del territorio. Cinco siglos después, en el año 2000, la superficie transformada abarcaba 42 millones de hectáreas, es decir, el 40,4 %. La alteración generalizada de los ecosistemas terrestres en Colombia comenzó con actividades más o menos dispersas de agricultura de subsistencia, continuó después con la ganadería extensiva y la introducción de pasturas originarias de África, y más tarde, a medida que se ampliaba la red vial, la agricultura industrial —banano, palma africana, arroz— ha ido ocupando nuevas áreas y sustituyendo parcialmente las previamente intervenidas por la ganadería extensiva. La pérdida de bosques alcanzó las mayores cifras entre 1990 y 2015, periodo en el que, según el Sistema de Información Ambiental de Colombia, su extensión se redujo en 5,3 millones de hectáreas, a una tasa promedio de casi 230.000 anuales.

De acuerdo con las estadísticas del IDEAM, en Colombia se han perdido en promedio, durante el último lustro, alrededor de 180.000 hectáreas de bosques al año, superficie equivalente a casi el doble de la que ocupa la ciudad de Bogotá. La región de la Amazonia concentra alrededor del 70 % de la problemática actual, principalmente en los departamentos de Caquetá, Guaviare y Meta. Particularmente preocupante es el hecho de que el 10 % de la deforestación está ocurriendo en áreas protegidas del Sistema de Parques Nacionales Naturales. Según el IDEAM, las principales causas de deforestación en el país radican en la potrerización orientada a la usurpación y al acaparamiento de tierras, la siembra de cultivos ilícitos, las malas prácticas de ganadería extensiva, la minería ilegal y la extracción de madera.

Se calcula que casi el 34 % del área ocupada por los ecosistemas terrestres del país ha sufrido alguna transformación de origen antrópico a lo largo de la historia, principalmente en las regiones Caribe y Andina.

ESPECIES EN PELIGRO

El hecho de que casi la mitad de los ecosistemas terrestres de Colombia que todavía no han sido sustancialmente transformados, o que en gran medida conservan sus atributos, es decir, que mantienen intactos sus componentes originales, incluidos los abióticos, la biodiversidad y los procesos que determinan su funcionamiento, se encuentren amenazados en su integridad, significa que el suministro de servicios ecosistémicos a la sociedad, como alimentos, agua, madera, fibras, paisajes, recreación, control de inundaciones, erosión, pérdida de suelos y reciclaje de nutrientes, se ve también cada vez más amenazado y comprometida la supervivencia de muchas especies.

En los Libros rojos de especies amenazadas de Colombia figuran 325 animales terrestres bajo alguna categoría de amenaza: 92 mamíferos, 140 aves, 55 anfibios, 44 reptiles, 36 insectos y 8 arácnidos. En el caso de los invertebrados, resulta muy preocupante el hecho de que 11 especies de abejas se encuentren En Peligro, lo que constituye una seria advertencia sobre la alteración de las funciones críticas de los ecosistemas, considerando el importante papel de estos insectos en la polinización de las plantas.

Con respecto a los vertebrados, llama la atención que 14 de las 55 especies de anfibios que figuran en el correspondiente Libro Rojo se encuentren En Peligro Crítico y otras 26 En Peligro. La reducción de las poblaciones de anfibios se atribuye principalmente al aumento de la exposición a los rayos ultravioleta debido a la pérdida de cobertura boscosa, al aumento de las temperaturas como consecuencia del cambio climático y a la pérdida y contaminación de los cuerpos de agua dulce. En situación similar se encuentran los reptiles, con 11 especies En Peligro Crítico, entre ellas el caimán llanero, Crocodylus intermedius, y la serpiente de San Andrés, Coniophanes andresensis; otras 16 están En Peligro. La caza indiscriminada y la alteración de sus hábitats, como resultado de la conversión de ecosistemas a la agricultura y a la ganadería, son los principales factores de amenaza para estos animales.

De las 1.954 especies de aves registradas hasta ahora en Colombia, 140 figuran en alguna categoría de amenaza; 17 de ellas En Peligro Crítico y 56 En Peligro. En estas dos categorías están incluidas 7 especies de colibríes, el loro orejiamarillo, Ognorhynchus icterotis, la tingua bogotana, Rallus semiplumbeus, el zambullidor plateado, Podiceps occipitalis, y el paujil de pico azul, Crax alberti. Las poblaciones de cóndor andino, Vultur gryphus, ave emblemática que estuvo al borde de la extinción hace unas décadas, han logrado ser recuperadas en varias localidades de las cordilleras Central y Oriental y en la Sierra Nevada de Santa Marta.

En cuanto a los mamíferos, siete especies figuran en la categoría de En Peligro Crítico, 10 en la de En Peligro y 25 en la de Vulnerable. Entre las especies más amenazadas están el tití cabeciblanco, Saguinus oedipus, el mono araña o marimonda del Magdalena, Ateles hybridus, y la danta chocoana o de Centroamérica, Tapirus bairdii. La deforestación y la cacería son los principales factores conducentes a la disminución de las poblaciones de estos animales.

A pesar de que diversos grupos de plantas no han sido todavía evaluados en cuanto a su estado de amenaza, en particular los helechos y afines —pteridófitas— y muchos grupos de angiospermas, en los Libros rojos de plantas de Colombia figuran 814 especies amenazadas de extinción: 696 de angiospermas, 51 de hepáticas, 42 de musgos y 25 de gimnospermas. La situación de varios grupos de plantas endémicas es particularmente preocupante, como ocurre con 14 especies de zamias de las 21 presentes en el país, que están en alguna categoría de amenaza; siete de ellas figuran como en En Peligro Crítico. La transformación del hábitat y la extracción de su medio natural con fines comerciales para el mercado de las plantas ornamentales, son los principales causantes de su disminución en el medio natural.

El caso de las bromelias, chupallas o quiches no es muy diferente, pues de las 492 especies registradas en Colombia, 160 están amenazadas y 123 de ellas son endémicas; tampoco lo es el de las pasifloras —familia de la curuba, la granadilla y el maracuyá—, con 154 especies registradas y 23 amenazadas, 20 de ellas endémicas. Lo mismo podría decirse de la familia Labiatae, a la que pertenecen la chía y varias salvias medicinales; de las 203 especies de esta familia presentes en Colombia, 72 están amenazadas y 57 de ellas son endémicas.

También es preocupante el caso de las orquídeas, grupo en el que Colombia ostenta en el mundo el primer lugar en riqueza. De las 4.270 especies que figuran en el Plan para el estudio y la conservación de las orquídeas en Colombia, publicado en 2015, 207 están en alguna categoría de amenaza y 137 se encuentran en peligro de extinción. Si bien, el principal factor de amenaza es la modificación de su hábitat natural, 54 especies, incluyendo cuatro En Peligro Crítico y 24 En Peligro, están amenazadas principalmente por la recolección excesiva con fines comerciales. Más preocupante aún es el hecho de que la gran mayoría de las orquídeas presentes en Colombia no ha sido aún evaluada en cuanto a su estado de conservación.

Otro grupo de plantas que presenta un panorama inquietante es el de los frailejones. De las 69 especies de estas emblemáticas plantas de nuestros páramos, 36 están amenazadas y siete se encuentran En Peligro Crítico. Las razones de ello tienen que ver con el rápido deterioro que han experimentado los páramos, debido a la expansión de los cultivos de papa, cebolla larga y arveja, y al incremento de la ganadería, así como a las quemas intencionadas o accidentales de los pajonales. En el caso de las palmas, 38 de las 252 especies presentes en Colombia están amenazadas y seis de ellas en la categoría En Peligro Crítico. La ganadería extensiva ha sido el factor determinante para la pérdida del hábitat de las palmas, especialmente en la región Andina y la Orinoquia.

UNA RESPONSABILIDAD COMPARTIDA POR TODOS

La pérdida y transformación de hábitats y ecosistemas a nivel global tiene su origen en los modelos actuales de producción insostenible, en los estilos de vida derrochadores y en la ejecución de políticas inadecuadas de ocupación y utilización del territorio, que han agudizado problemas de colonización y ampliación de la frontera agrícola. En Colombia, a lo anterior hay que sumarle la siembra de cultivos ilícitos, la construcción de megaproyectos, la producción de madera y leña y la minería. Por otra parte, no se pueden despreciar los efectos del cambio climático ni los de las especies exóticas invasoras.

Durante demasiado tiempo hemos aceptado como una realidad absoluta que la naturaleza está al servicio de los seres humanos y que su capacidad de ofrecer bienes y servicios es inagotable; esta visión debe cambiar radicalmente. El ser humano y la naturaleza están unidos y enlazados íntimamente desde su origen y en relación con su destino. Nuestra generación es la primera que tiene una imagen clara de la grave situación que enfrentamos y también es la primera que logra por fin entender a cabalidad que al proteger la naturaleza salvaguardamos nuestra propia existencia. Esto se pone de manifiesto al observar que cada día un mayor número de agendas de conservación ambiental convergen con las de desarrollo humano. Pero también, quizás, seamos la última generación que pueda hacer algo para detener y revertir el proceso de pérdida de la naturaleza, porque el tiempo se está agotando.

La conservación y el cuidado de la biodiversidad no es ya un asunto exclusivo de las autoridades ambientales u otras instituciones de Gobierno, de las ONG ambientalistas y de las agencias de cooperación internacional. Es un asunto que trasciende a los Estados mismos: nos afecta y compromete a cada uno de nosotros. Es imprescindible que la conciencia colectiva crezca rápidamente para que las acciones individuales sumadas contribuyan cada día y de manera efectiva a proteger y a recuperar la todavía prodigiosa biodiversidad que puede encontrarse a lo largo y ancho del planeta, pero muy especialmente en los países que, como Colombia, albergan las mayores riquezas. En cuanto a lo que se relaciona con nosotros, es necesario que entendamos que tanto las personas como todas las plantas y animales que compartimos este territorio debemos poder tener cabida en el caleidoscopio de biodiversidad que es Colombia.

La conservación de la naturaleza tiene que convertirse, entonces, en una hermosa y necesaria responsabilidad de todos.

En la Tierra viven actualmente alrededor de 7.600 millones de seres humanos que comparten el hábitat con innumerables organismos de otras especies, cuya cantidad es indeterminada. Desde bacterias hasta ballenas y descomunales árboles de sequoia, millones y millones de plantas y animales ensamblan la infraestructura de la vida: la biosfera, y con ella los pilares de nuestra propia existencia.

Es sorprendente que al final de la segunda década del siglo XXI sepamos tan poco acerca de la biosfera. Tan solo en las selvas tropicales existen miles de especies desconocidas de insectos; aún no ha sido catalogada o descrita gran parte de los invertebrados marinos; muchos peces de las profundidades de los océanos y numerosos grupos de plantas y animales habituales en nuestro medio no han sido clasificados. La incertidumbre de las cifras a escala global se debe, en buena parte, a la gran dificultad para disponer de inventarios relativamente completos en aquellas regiones del planeta caracterizadas por albergar la mayor riqueza de especies, como es el caso de Colombia.

No obstante, es conveniente presentar un punto de partida que nos permita tener una idea de la magnitud de las cifras mediante las cuales es posible valorar la naturaleza que nos rodea. A fin de apreciar nuestro patrimonio natural en términos de biodiversidad, es particularmente útil compararlo con el de otras regiones del mundo.

UN PLANETA EN PERMANENTE CAMBIO

La cantidad de especies que ha vivido en la Tierra a lo largo de su historia se calcula entre 100 y 750 millones, y actualmente solo vive entre un 3 y un 5 % de ellas. Además de las extinciones aisladas de especies particulares, en el planeta han ocurrido varios episodios de dimensiones catastróficas —de origen climático, geológico o astronómico— que han provocado el exterminio de miles y millones de especies: las llamadas extinciones masivas. El registro fósil sugiere que ha habido por lo menos cinco eventos en los últimos 500 millones de años. Además, se considera que las proporciones de la actual pérdida de biodiversidad, causada principalmente por el impacto de las actividades humanas, representa una sexta extinción masiva.

LA BIODIVERSIDAD EN EL MUNDO ACTUAL

Los reinos de la naturaleza corresponden a una clasificación convencional de todos los seres vivos en cinco grupos, de acuerdo con las características compartidas. El monera incluye los organismos más simples y primitivos: las eubacterias y arqueobacterias. El fungi, los llamados hongos, consta de todos los organismos que poseen células con núcleo bien definido —organismos eucariotas— y tienen una pared celular de quitina que absorbe los alimentos y secreta enzimas que descomponen la materia orgánica del lugar donde se ubican. El reino plantae está compuesto por organismos eucariotas que obtienen su energía a partir de la luz solar mediante la fotosíntesis —autótrofos—. El reino animalia agrupa los organismos eucariotas con células envueltas en una delgada membrana; carecen de pared celular y adquieren sus alimentos por ingestión de otros seres vivos —heterótrofos—. El reino protista o protoctista incluye organismos eucariotas constituidos por una o muchas células que no pueden ser clasificados ni como animales, plantas u hongos, y agrupa un conjunto diverso, tanto de autótrofos como de heterótrofos, muy difícil de caracterizar; las algas y los protozoarios —paramecios, amebas y muchos parásitos unicelulares— forman parte de estos.

La distribución de las especies conocidas revela que el reino predominante es el animalia, que comprende más de tres cuartas partes de todas las especies conocidas. Dentro de los animales, los artrópodos —insectos, cangrejos y arácnidos— son el grupo con mayor número de especies descritas, con cerca de 1.350.000, de las cuales alrededor de 1.004.900 son insectos, lo que representa el 86 % del total de los animales conocidos. Su éxito se debe a una larga historia evolutiva de más de 400 millones de años, a sus variadas estrategias de vida y a su respuesta a las extinciones en masa. Les siguen los moluscos —caracoles, almejas, pulpos y calamares—, con alrededor de 85.000 especies, y en tercer lugar están los vertebrados, el grupo al que pertenece nuestra especie, formado por unas 61.000 —menos del 4 % de todas las especies—.

Las plantas representan el 17 % de las especies catalogadas, con 292.000 aproximadamente. Estas incluyen diferentes grupos: las angiospermas, que forman semillas, flores y frutos, alcanzan el 87 % de todas las especies de plantas; las gimnospermas, que no desarrollan flores y sus semillas maduras no se encuentran encerradas en un fruto, poseen apenas 0,3 % de las especies conocidas; los pterófitos o helechos y afines, que carecen de crecimiento secundario y no generan semillas durante sus ciclos vitales, sino que se reproducen mediante esporas, tienen el 4,3 % de las especies, y los briófitos o musgos y afines llegan a ser el 9 % de las plantas.

Aunque los seres vivos están presentes prácticamente en cualquier lugar de la superficie de la Tierra, la variedad, riqueza o diversidad de organismos no está repartida equitativamente. Existen zonas de concentración —hotspots— en las que la evolución ha hecho confluir una cantidad especialmente numerosa de formas de vida.

Los países de las zonas tropicales y subtropicales son los que cuentan con los mayores tesoros naturales, aunque también algunos de la zona templada, como China y Estados Unidos, debido a la gran extensión de sus territorios, poseen una biodiversidad significativa. Como un mecanismo de consulta y cooperación para promover las prioridades de preservación y uso sostenible de la diversidad biológica, el Convenio sobre la Diversidad Biológica —ratificado por 193 países, mediante la Declaración de Cancún— creó en 2002 el Grupo de Países Megadiversos, del cual actualmente forman parte 17 naciones, incluida Colombia. En cada uno de sus territorios habita por lo menos una de cada 10 especies vivientes; en otras palabras, poseen por lo menos un 10 % de la biodiversidad mundial. Se estima que estas naciones albergan conjuntamente casi el 70 % de todas las especies existentes en el mundo.

La biodiversidad global atraviesa en la actualidad por una crisis sin precedentes desde que nuestra especie hizo su aparición, hace alrededor de 200.000 años. La Tierra está experimentando una extinción masiva, la primera desde la desaparición de los dinosaurios hace unos 65 millones de años y la sexta en los últimos 500 millones de años, y la causante directa e indirecta de esta crisis es la expansión exponencial de la población humana y sus actividades. La dimensión de la crisis puede documentarse en unas cuantas cifras:

- Según el World Resources Institute, en 2018 fueron arrasadas 12 millones de hectáreas de selva tropical en el planeta. De esa cifra, dos millones correspondieron a los países latinoamericanos, encabezados por Brasil, que también lidera el escalafón mundial de deforestación, con más de 1.300.000 hectáreas. Colombia figura en cuarto lugar con casi 177.000 hectáreas perdidas, seguida por Bolivia, en el quinto puesto, con 154.000 hectáreas; y no muy distante está Perú, en séptimo lugar, con 140.000 hectáreas.

- En promedio, desde hace 100 años desaparecen anualmente de la faz de la Tierra dos especies de animales vertebrados —peces, aves, mamíferos, anfibios y reptiles—, es decir, en el transcurso de un siglo han desaparecido 200 especies de vertebrados. Entre ellas se encuentran la foca monje del Caribe, Neomonachus tropicalis, el pez graso de Tota, Rhizosomichthys totae, el pato zambullidor de la cordillera Oriental, Podiceps andinus, y posiblemente el colibrí heliangelus de Bogotá, Heliangelus zusii.

- De las 91.523 especies que figuran en la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN), actualizada en 2017, 25.821 (28,2 %) han sido clasificadas como Amenazadas. De ese total, 5.583 se encuentran en categoría En peligro crítico, 8.455 En peligro y 11.783 Vulnerables.

- Las poblaciones de 3.706 especies de vertebrados han disminuido por lo menos en un 60 % desde 1970.

- Cerca del 41 % de las especies de anfibios, casi una cuarta parte de las de mamíferos, el 15 % de las de aves y el 11,4 % de las de reptiles del mundo están amenazadas de extinción.

COLOMBIA Y SU BIODIVERSIDAD EN NÚMEROS

El Escalafón Mundial Oficial de Países Megadiversos es solo una de las muchas formas de clasificación, puesto que hay otros parámetros para establecerlo. Aunque este Escalafón compara las cifras generadas por países o regiones que poseen diferentes capacidades para llevar a cabo sus inventarios de biodiversidad, lo que incide en la calidad y precisión de los datos y de la información, resulta conveniente adoptarlo, pues es un método sencillo que permite establecer un índice ponderado de los grupos de animales más conspicuos y mejor conocidos a nivel global —peces, anfibios, reptiles, aves y mamíferos— y del gran grupo de las plantas superiores o vasculares, las que presentan vasos conductores por donde circulan el agua y los nutrientes —no incluye los musgos—.

Cada país se clasifica por el porcentaje de especies de cada grupo registrado en su territorio, con respecto al número total de especies conocidas en el mundo. Desde luego, el método es imperfecto puesto que no contempla los hongos, los insectos, los moluscos ni otros grupos de invertebrados que poseen numerosas especies, y tampoco considera niveles de endemismo o variedad e integridad de ecosistemas, pues todo ello requiere unos niveles de conocimiento de la biodiversidad muchísimo más refinados. Sin embargo, muchos biólogos coinciden en que el método permite hacer una aproximación válida y comparativa del patrimonio de las naciones, en biodiversidad.

En dicho Escalafón, Brasil ocupa el primer lugar. Sus extensas selvas, arbustales, zonas pantanosas y gran variedad de otros ecosistemas terrestres lo sitúan a la vanguardia en riqueza de especies de plantas vasculares y anfibios, segundo en mamíferos y tercero en aves, reptiles y peces. Lo sigue Colombia que, con su gran variedad de ecosistemas de montaña y de zonas bajas, es el primero en aves y segundo en anfibios y plantas vasculares en el mundo. En tercer lugar, con más de 15.000 islas en el Pacífico occidental, figura Indonesia, que es primero en mamíferos, segundo en peces y tercero en plantas vasculares.

Dado que la cantidad total de especies en un país depende en buena parte de la superficie que este ocupa, el Escalafón tiende a privilegiar a los de mayor tamaño como Brasil, China y Estados Unidos. Pero si el índice de biodiversidad se calcula en relación con su área, algunos países muy pequeños ostentarían los primeros lugares: Brunei, Gambia, Belice, Jamaica, El Salvador y Costa Rica encabezarían la lista. En este caso, nuestro país ocuparía un modesto lugar en la casilla 51 y Brasil, el indiscutido campeón de la biodiversidad terrestre, estaría apenas en la posición 146.

ALGUNAS CIFRAS DE LA BIODIVERSIDAD EN COLOMBIA

Hasta el presente, en Colombia existen alrededor de 7.800.000 registros fidedignos o documentados de especies de seres vivos, los cuales dan cuenta de la presencia de aproximadamente 53.000 especies nativas o autóctonas. De estas, alrededor de 30.100 corresponden a plantas, 18.960 a animales, 1.758 a hongos y 292 a algas. Además, se tienen registros de 922 especies exóticas o introducidas desde otros países. No obstante, el país está todavía muy lejos de tener un inventario más o menos completo de su biodiversidad, especialmente en lo que se refiere a varios grupos de plantas, insectos, arácnidos y algunos grupos de invertebrados marinos.

En el grupo de las plantas se destacan por su diversidad las angiospermas, con cerca de 26.000 especies, y entre ellas las familias con mayor número de especies son las Orchidaceae —orquídeas—, las Rubiaceae —familia del cafeto, el borojó y la quina, entre otras— y las Asteraceae —familia de las margaritas, los frailejones, el diente de león y muchas más—. Colombia, con sus 4.270 especies de orquídeas y 115 de heliconias o platanillos, es el primer país del mundo en diversidad de esos dos grupos de emblemáticas plantas; ocupa el segundo lugar en el mundo en riqueza de especies de bromelias o chupallas, con 492, y es, después de Brasil, el segundo con mayor número de especies de palmas de toda América, con 252.

Un estudio reciente determinó que actualmente se conocen 60.065 especies de árboles en todo el mundo, lo que representa el 20 % de todas las angiospermas y gimnospermas. Geográficamente, Brasil, Colombia e Indonesia son los que tienen la mayor cantidad de especies de árboles en el mundo, con 8.715, 5.776 y 5.142 respectivamente; una gran proporción de estas son endémicas o exclusivas de cada uno de estos países. Por ejemplo, el roble rosado o andino, Quercus humboldtii, y el roble negro, Colombobalanus excelsa, son los únicos robles que existen en Suramérica, y ambos se hallan exclusivamente en Colombia. Igualmente, el comino crespo, Aniba perutilis, de madera muy apreciada, y el ébano colombiano, Caesalpinia ebano, crecen exclusivamente en nuestro país.

En cuanto a la fauna, el grupo con mayor cantidad de especies registradas en Colombia es el de los insectos, con 6.457. Cerca de la mitad de ellas, exactamente 3.270, son mariposas diurnas, cifra que corresponde al 19 % del total global y que nos sitúa como el segundo país del mundo más rico en estos insectos después de Perú; además, 350 de nuestras mariposas son endémicas. Otros insectos cuyas cifras son muy altas en Colombia son: los coleópteros o escarabajos, con 1.192 especies, las hormigas, con cerca de 1.200, las moscas y mosquitos o dípteros, con 793, y las abejas, con 550.

Con 1.954 especies de aves registradas en su territorio continental e insular, 82 de ellas endémicas, Colombia es en el mundo el país más rico en aves, las cuales se distribuyen en 31 órdenes, 94 familias y 741 géneros . La familia más diversa es la Tyrannidae, con 207 especies, seguida por la Thraupidae, con 172 y la Trochilidae, con 166.

Después de Brasil, Colombia es el segundo país más rico en anfibios, concentrados principalmente en la región Andina. Se ha registrado un total de 846 especies —330 endémicas— discriminadas en tres órdenes: del orden Anura —ranas y sapos—, 14 familias con 786 especies; del orden Caudata —salamandras—, dos familias con 27 especies; y del orden Gymnophiona —cecilias o serpientes ciegas—, cinco familias con 33 especies.

En cuanto a reptiles, Colombia es el sexto país con 626 especies registradas. De estas, 296 son serpientes, 288 son lagartos, 36 son tortugas y seis son cocodrilos y caimanes. De las 626, 168 son endémicas y la mayoría de ellas son culebras no venenosas, serpientes de coral y lagartos que se distribuyen por la región Andina.

Colombia también es el sexto país del globo con mayor cantidad de mamíferos: 518 especies —incluyendo 35 exclusivamente acuáticas­—, 42 de las cuales son endémicas. El orden Chiroptera, que agrupa a los murciélagos, está representado por 209 especies, ocho de ellas endémicas, lo que sitúa al país en el segundo lugar a nivel mundial, después de Indonesia. Le siguen en riqueza los órdenes Rodentia o de los roedores con 132 especies, Didelphimorphia —chuchos y zarigüeyas— con 38, Carnivora —felinos, zorros, osos, nutrias, comadrejas, coatíes y otros— con 34 y Primates con 38. En este último grupo, Colombia ocupa el quinto lugar a nivel global y el tercero en América después de Brasil y Perú; además, 10 de sus especies y subespecies son endémicas.

La prodigiosa riqueza biológica de Colombia, como la de muchas regiones del planeta, ha experimentado significativas transformaciones debido a la intervención irresponsable y exagerada del ser humano. En las cinco regiones naturales de Colombia, dicha intervención ha dejado huellas profundas en el estado de los ecosistemas, la flora y la fauna.

Según la Lista Roja de Ecosistemas de Colombia, el 46 % de los ecosistemas terrestres se encuentra altamente amenazado —categorizados como En peligro o En peligro crítico—. Estos ecosistemas abarcan en total un 10 % de la extensión del territorio emergido del país y se concentran principalmente en las planicies del Caribe y de la Orinoquia. Otro 26 % de los ecosistemas, que ocupan el otro 22 % del territorio nacional, se encuentran en estado Vulnerable.

La diversidad de ecosistemas se ve reflejada en la gran cantidad de seres vivos que habita en ellos. Por lo tanto, la intervención humana en los ecosistemas ha puesto en riesgo la supervivencia de buena parte de la fauna y la flora nativas del país. Actualmente, a pesar de que no ha sido evaluado el estado de conservación de más del 6 % de las 53.000 especies registradas en el país, 1.139 de ellas —814 plantas y 325 animales— se encuentran bajo algún nivel de amenaza de extinción, en los Libros Rojos de Especies Amenazadas de Colombia.

La evaluación periódica del estado de la biodiversidad, mediante el monitoreo de indicadores —cobertura vegetal, riqueza de aves, mariposas, u otros grupos—, es una herramienta fundamental para poder tomar decisiones políticas y económicas bien fundamentadas, basadas en información científicamente sólida, que garantice la protección y el manejo respetuoso del patrimonio natural. Por lo tanto, debe ser una prioridad del Estado estimular el desarrollo de trabajos académicos que contribuyan a completar y a mantener los inventarios.

En medio de un inmenso tapete verde urdido por las selvas de la Amazonia, surge imponente la majestuosa Serranía de Chiribiquete. Aguas de ríos caudalosos, aparentemente calmas, se ven interrumpidas por rápidos y saltos que caen desde tepuyes con paredes de más de 600 metros de altura.

En la península de La Guajira, las dunas doradas y los extensos terrenos salpicados con vegetación xerofítica contrastan con los bosques nublados de la Serranía de la Macuira, y más al sur, rompiendo la monotonía de las sabanas del Caribe, se levanta la Sierra Nevada de Santa Marta, la montaña de litoral más alta del mundo. También el Chocó biogeográfico, morada de selvas húmedas tropicales, ofrece paisajes cambiantes: al norte las serranías del Baudó y Los Saltos se incrustan en las profundidades del océano Pacífico, y al sur, en un litoral muy plano, crecen los manglares más extensos del país.

Al occidente de Colombia los llanos del Orinoco muestran un horizonte infinito con pastizales solo interrumpidos por morichales y matas de monte. Los llanos del Casanare se diferencian de estos en que se inundan en las temporadas de invierno y en las de verano quedan completamente secos.

Pero donde confluye una mayor variedad de escenarios es en los tres ramales de la cordillera de Los Andes: cumbres nevadas, volcanes, profundos cañones, fértiles valles, altiplanos, páramos, laderas de bosques nublados y zonas áridas de tierras rojas, entre otros.

Todo en este país es diversidad. En cada uno de estos grandes ambientes se desarrollan ecosistemas variados, que son singulares universos donde plantas y animales crecen, interactúan y nos sorprenden con sus diversos colores y formas.

La verdadera dimensión de la biodiversidad colombiana solo se puede apreciar y comprender cuando se recorre su territorio, cuando visitamos sus regiones naturales y tenemos la oportunidad de admirar la inmensa variedad de paisajes que se presenta ante nuestros ojos. Este libro es una pequeña muestra de lo diversa que es la naturaleza del país. Nuestra responsabilidad es preservar este tesoro. Esperamos que al recorrer sus páginas te animes a hacerlo.

El Editor

El largo proceso de evolución de la vida sobre la Tierra ha generado una inmensa biodiversidad que se manifiesta en todos los rincones del planeta, especialmente en algunos lugares que ofrecen las condiciones ideales para el desarrollo de una gran cantidad de especies, tanto de flora como de fauna

Colombia es uno de los 17 países que gracias a que posee algo más del 10 % de las especies de seres vivos, ha sido denominado Megadiverso por el Centro del Seguimiento de la Conservación Mundial del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente.

Con la publicación del libro COLOMBIA TERRITORIO DE BIODIVERSIDAD, este año el Banco de Occidente quiere hacer un homenaje a nuestra naturaleza, la mayor riqueza que tenemos los colombianos, fruto de la privilegiada localización en plena zona ecuatorial, en el punto de unión de Norte y Suramérica e igualmente de la presencia de cinco grandes regiones biogeográficas —Andina, Amazonia, Orinoquia, Pacífica y Caribe—, donde se desarrollan siete de las principales formaciones vegetales: selva húmeda tropical, sabana, bosque seco tropical, matorral xerofítico, desierto semiárido, bosque andino y páramo.

Esta variada geografía, donde se presentan 86 ecosistemas generales y cerca de 8.000 ecosistemas específicos, alberga infinidad de plantas y animales, lo cual nos permite destacarnos en el contexto mundial como una de las grandes potencias de la naturaleza. Somos el segundo país más biodiverso del planeta, el segundo en cantidad de plantas vasculares, el primero en orquídeas y heliconias y el segundo en bromelias y palmas. En cuanto a la fauna, somos el más rico en aves, el segundo en mariposas y anfibios y el sexto en reptiles y mamíferos.

Este libro complementa la colección de obras dedicadas a los temas ambientales que el Banco de Occidente ha publicado durante 36 años, con el propósito de entregarle al país una memoria de su más preciado tesoro; dicha colección está conformada por los siguientes títulos: 1984, La Sierra Nevada de Santa Marta; 1985, El Pacífico colombiano; 1986, Amazonia, naturaleza y cultura; 1987, Frontera superior de Colombia; 1988, Arrecifes del Caribe colombiano; 1989, Manglares de Colombia; 1990, Selva húmeda de Colombia; 1991, Bosque de niebla de Colombia; 1992, Malpelo, isla oceánica de Colombia; 1993, Colombia, caminos del agua; 1994, Sabanas naturales de Colombia; 1995, Desiertos, zonas áridas y semiáridas de Colombia; 1996, Archipiélagos del Caribe colombiano; 1997, Volcanes de Colombia; 1998, Lagos y lagunas de Colombia; 1999, Sierras y serranías de Colombia; 2000, Colombia, universo submarino; 2001, Páramos de Colombia; 2002, Golfos y bahías de Colombia; 2003, Río Grande de La Magdalena, Colombia; 2004, Altiplanos de Colombia; 2005, La Orinoquia de Colombia; 2006, Bosque seco tropical, Colombia; 2007, Deltas y estuarios de Colombia; 2008, La Amazonia de Colombia; 2009, El Chocó biogeográfico de Colombia; 2010, Saltos, cascadas y raudales de Colombia; 2011, Colombia, paraíso de animales viajeros; 2012, Ambientes extremos de Colombia; 2013, Cañones de Colombia; 2014, Región Caribe de Colombia; 2015, Colombia, naturaleza en riesgo; 2016, El Escudo Guayanés en Colombia; 2017, Microecosistemas de Colombia, biodiversidad en detalle; 2018, Región Andina de Colombia y 2019, Praderas submarinas de Colombia.

COLOMBIA TERRITORIO DE BIODIVERSIDAD es el resultado de una profunda investigación del biólogo Juan Manuel Díaz Merlano, con fotografías de Fredy Gómez Suescún, Diego Miguel Garcés Guerrero, Angélica Montes Arango y Juan Manuel Renjifo Rey, entre otros, que nos permite conocer la verdadera dimensión de la biodiversidad colombiana y valorar la base que sustenta la vida.

Nuestra especie ha producido daños descomunales a la salud del planeta, hasta el punto de haber amenazado incluso nuestra propia existencia. El cambio climático global, la deforestación acelerada de las selvas tropicales y la sexta extinción masiva de la fauna y la flora son una realidad, y los esfuerzos por contrarrestar la tendencia de devastación han sido hasta ahora demasiado tímidos, como lo muestra el letargo de la mayoría de países para avanzar en el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible —ODS— de las Naciones Unidas.

La pandemia del Covid-19 nos ha mostrado que nuestro modo de vida y lo que creíamos asegurado puede cambiar drásticamente, y que ignorar todas las advertencias de desastres avizorados desde tiempo atrás, constituye una gran irresponsabilidad con nosotros mismos y con las generaciones futuras.

Los cambios obligados en nuestros hábitos y comportamientos durante esta crisis han conducido a disminuciones sin precedentes de la contaminación en el mundo, por lo menos desde la Segunda Guerra Mundial. Esta coyuntura constituye, entonces, una oportunidad única para que los gobiernos y las sociedades adopten medidas que contribuyan a acelerar la transición hacia el uso de energías limpias y a un mundo sin emisiones de gases de efecto invernadero.

 


César Prado Villegas
Presidente
Banco de Occidente

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