Hacia
el año 450 a.C., el historiador griego Heródoto,
al recorrer la
región de Egipto, tuvo la acertada percepción
de que la extensa región comprendida por el cauce principal y las ramificaciones
del Nilo en su desembocadura en el Mediterráneo,
tenía la forma de la letra griega delta —
Δ —; esto constituye un gran mérito
pues por aquel entonces no se tenía la posibilidad
de apreciar ese vasto territorio desde una altura superior
a la de alguna de las pirámides de la necrópolis
de Gizeh. Fue así como el término delta
quedó apropiadamente acuñado en la ciencia
de la geomorfología para referirse a las planicies
y otros rasgos del paisaje que caracterizan las zonas
costeras modeladas por la conjunción del mar y
los ríos caudalosos.
Por su parte, el término estuario —del latín
aestuarium, marisma o aguazal— se refiere a cuerpos
de agua semi-cerrados que tienen una conexión libre
con el mar abierto y dentro del cual el agua marina se
mezcla con el agua dulce proveniente del drenaje terrestre
y se crea un ambiente acuático muy particular debido
a los complejos procesos físicos y biológicos
que se desencadenan, lo que usualmente se manifiesta en
una inusitada abundancia de recursos pesqueros.
Los estuarios
y los deltas usualmente coinciden en el mismo lugar; de
hecho, mucha gente emplea ambos términos como sinónimos
que describen ambientes costeros de transición,
puesto que no son del todo continentales ni completamente
marinos y representan la máxima expresión
de la fusión gradual de estos dos ámbitos
tan contrastantes. Sin embargo, los deltas y los estuarios
pueden verse como términos completamente opuestos:
mientras que un estuario
es un brazo de mar que se extiende dentro de un río,
un delta es un brazo de tierra proyectado hacia el mar.
Desde el inicio de las civilizaciones, las áreas
aledañas a las desembocaduras de los ríos
caudalosos desempeñaron un papel importante en
su desarrollo. La conjugación de tierras fértiles
con grandes cursos de agua genera abundantes recursos
pesqueros y agrícolas y favorece las comunicaciones
fluviales y el comercio. Las grandes culturas de Egipto,
India, China y Mesopotamia nacieron en las zonas costeras
situadas en inmediaciones de las desembocaduras de los
ríos Nilo, Ganges, Yangtsé y la del Tigris
y el Éufrates
Actualmente, regiones con características similares
constituyen áreas de desarrollo demográfico,
como Bangla-Desh, y económico, como Barranquilla,
Guayaquil, Hamburgo y Rótterdam, entre muchos otros.
Desde el punto de vista geomorfológico, varias
de estas ciudades se localizan en deltas y otras, desde
el punto de vista hidrográfico, están situadas
a orillas de estuarios,
pero la mayoría de ellas reúnen ambas condiciones.
El papel económico de los deltas se ha incrementado
de manera notable en el transcurso de las últimas
cuatro décadas con el descubrimiento de nuevos
yacimientos de hidrocarburos, puesto que estos a menudo
se forman en importantes cuencas sedimentarias que favorecen
el depósito, la maduración y el entrampamiento
de gas y petróleo, de lo cual son claros ejemplos
las zonas deltaicas del Orinoco y del Mississippi.
Los deltas y los estuarios
representan la expresión geomorfológica,
paisajística y ecológica más evidente
de la interacción entre la tierra y el mar. Al
encontrarse el continente con el océano, cada uno
procura imponer su ley y entablan una lucha permanente
para medir sus fuerzas; unas veces domina uno de los contrincantes,
a veces el otro, pero nunca hay un vencedor. Es un proceso
dinámico en el que la configuración de la
costa, las características físicas y químicas
de las aguas y la vida acuática y terrestre se
encuentran en permanente cambio.
DONDE EL CONTINENTE
SE DILUYE EN EL MAR
El agua de los ríos es el medio de transporte de
gran cantidad de partículas y materiales de distinta
naturaleza y tamaño, que realizan un largo viaje
desde las partes altas de las cuencas fluviales, que en
ocasiones abarcan miles de kilómetros en el continente
y desde allí se dirigen hasta su destino final
en el mar. A medida que el río desciende y avanza
por su cuenca, otros ríos le tributan sus aguas,
también cargadas de materiales que incrementan
no sólo su caudal, sino también la cantidad
y variedad de elementos transportados. Tal carga, constituida
por materiales flotantes, coloidales, suspendidos o disueltos,
consta principalmente de sedimentos, aunque por lo general
lleva también semillas, restos vegetales, desechos
orgánicos, bacterias, cadáveres de insectos
y otros animales, basuras sólidas y líquidas,
así como residuos de fertilizantes, plaguicidas
y otras sustancias tóxicas. Pero suelen ser los
sedimentos —partículas de arena y lodo—
los principales componentes de la carga transportada por
las aguas fluviales, la cual es entregada al mar que la
distribuye mediante las corrientes, las mareas y el oleaje,
a lo largo de la costa, o la deposita en las profundidades.
Anticipándose al encuentro con el mar, que quizás
no está preparado para digerir la enorme carga
de sedimentos a través de una sola boca, el río
suele hacerse lento, se bifurca, trifurca o forma un laberinto
de distributarios —los caños y canales que
se desprenden del cauce principal— que buscan desembocar
por distintos caminos para evacuar su carga. Los sedimentos
que no logran llegar al mar, son depositados en la costa
adyacente y forman barras, playones y espigas litorales
que a su vez pueden crear obstáculos al flujo de
las aguas; entonces encierran cuerpos de agua que se convierten
en caños, albuferas, ciénagas o lagunas
costeras de naturaleza estuarina. De esa forma, el delta
se expande y al ganarle terreno al océano, crea
nuevas tierras emergidas. Pero de vez en cuando el mar
toma revancha y es capaz de recuperar, incluso en pocos
instantes, parte del espacio cedido, borrando así
la paciente labor de años y décadas llevada
a cabo por el río.
El agua que descargan los ríos tiene una composición
química similar a la del océano, pero su
contenido de iones y sales disueltas es insignificante,
comparado con el que está presente en el agua marina,
salada por naturaleza. Por otra parte, las aguas fluviales
pueden contener altos niveles de material orgánico
y nutrientes que al fertilizar las aguas marinas desencadenan
todo un festival biológico. El encuentro de ambos
tipos de agua, cuando se presenta en condiciones especiales,
por ejemplo en una bahía semi-cerrada, generalmente
da como resultado un estuario.
Los deltas y los estuarios
son ambientes de transición, nunca completamente
terrestres ni del todo marinos; las aguas saladas y densas
se mezclan con las dulces y livianas, las turbias con
las claras y la vida marina se confunde con la dulceacuícola.
Allí no existen límites espaciales fácilmente
reconocibles ni permanentes, todo es cambiante.
EL AGUA
EN MOVIMIENTO
El caudal y la carga de sedimentos, cuya magnitud depende
de la cantidad acopiada durante su recorrido, constituyen
el arsenal energético de los ríos. En algunos,
los sedimentos transportados pueden incluso exceder el
volumen de agua. Por su parte, la energía del mar
se manifiesta a través del oleaje, generado principalmente
por la fricción constante del viento a través
de cientos y miles de kilómetros sobre la superficie
del agua y por las corrientes, especialmente las resultantes
del constante ascenso y descenso del nivel del mar al
ritmo de las mareas.
Las olas propagan energía; las fuerzas primarias
que las causan en la superficie del mar son el viento,
los sismos y las atracciones gravitacionales entre el
sol, la luna y la Tierra, pero es el viento el más
familiar y evidente de estos fenómenos y el que
genera la gran mayoría de las olas que observamos.
A mayor velocidad, duración del viento y extensión
de la superficie sobre la cual ha aplicado su fuerza,
distancia que se conoce con el nombre de fetch, el tamaño
de la ola aumenta.
La fricción de una suave brisa sobre una superficie
del agua en calma, genera inicialmente una serie de rizos
que pueden considerarse olas que se intercalan en un período
inferior a un segundo, tiempo que tardan dos crestas consecutivas
de ola en pasar por un punto. Tan pronto como el viento
tiene una superficie —los rizos— sobre la
cual puede ejercer mayor empuje, le transfiere más
energía y las olas empiezan a incrementar su tamaño;
así, a las pequeñas se les van incorporando
unas más grandes, con períodos más
largos; cuando el viento ha soplado con intensidad por
muchas horas y tiene un fetch considerable, que en el
caso del océano Pacífico puede alcanzar
una magnitud de varios miles de kilómetros, las
olas se hacen gigantescas y poderosas y descargan gran
cantidad de energía cuando arriban a las costas,
como ocurre en las playas de Hawai. Debido a que las características
de las olas —su altura, longitud, período
y dirección— varían con el tiempo
y en el espacio, familias de olas con características
diferentes se superponen en determinados lugares, anulando
o sumando las energías acumuladas.
En aguas profundas el movimiento de una ola superficial
no se ve influenciado por la topografía del fondo
oceánico, pero en cuanto incursiona en aguas someras,
cercanas a la costa, empieza a tropezar y la trayectoria
orbital del agua que se encuentra debajo de la ola ejerce
fricción sobre el fondo; entonces la ola pierde
velocidad, reduce su longitud —distancia entre dos
crestas consecutivas—, se comprime y gana en altura,
empinándose, como ocurre con los pliegues de un
acordeón cuando se cierra. La fricción hace
también que el movimiento de la ola hacia adelante
sea más lento en el fondo que en la superficie,
lo que sumado al empinamiento e incremento en altura,
causa la inestabilidad de la ola, que se precipita hacia
adelante y colapsa, lo que comúnmente conocemos
como rompiente. Cuando rompe, la ola descarga gran parte
de su energía, aunque no del todo, de modo que
es capaz de rearmarse en otra pequeña ola, la que,
a su vez, puede romper nuevamente antes de alcanzar la
línea de costa, para así disipar toda su
energía.
Las olas siempre tienden a arribar en dirección
perpendicular a la línea de costa, pero al encontrarse
con obstáculos como barras de arena, salientes
rocosas o acantilados, se reflejan, difractan o refractan,
de acuerdo con el ángulo con que incidan sobre
éstos. Sin embargo, especialmente en litorales
abiertos, es usual observar que la rompiente casi nunca
forma una línea perfectamente paralela a la playa,
sino que su colapso es progresivo a partir del lugar donde
se originó.
La dirección en que progresa el colapso es generalmente
siempre la misma para todas las olas en un determinado
lugar. Este fenómeno hace que se genere una corriente
paralela a la costa en el sentido en que se propaga la
rompiente, llamada corriente de deriva litoral, que acarrea
las partículas de sedimento del fondo y las suspendidas
en el agua a lo largo del litoral. La intensidad de la
corriente es tanto mayor, cuanto más pronunciado
es el ángulo de incidencia del oleaje y su nivel
de energía; la corriente de deriva es la responsable
de la migración permanente de los sedimentos a
lo largo de las playas, los cuales no encuentran reposo
final sino hasta cuando arriban a una zona donde la energía
del oleaje no es ya suficiente para mantenerlos en movimiento.
La energía del oleaje y la corriente de deriva
juegan entonces un papel importantísimo en la configuración
de las costas sedimentarias, al redistribuir continuamente
los sedimentos.
El nivel del mar crece y decrece cotidianamente a lo largo
de todas las costas del mundo con un ritmo regular, fenómeno
conocido como mareas, que se debe a la atracción
gravitacional que ejercen la luna y el sol sobre la Tierra.
Aunque la distorsión sobre la porción sólida
de la Tierra, producida por dichas fuerzas es imperceptible,
su efecto sobre los océanos es dramático
y se manifiesta como una enorme ola cuya longitud de onda
equivale a la mitad de la circunferencia terrestre. El
nivel del agua se eleva gradualmente hasta alcanzar un
nivel máximo —pleamar— y a continuación
desciende lentamente hasta su nivel más bajo —bajamar—.
La luna se traslada alrededor de la Tierra cada 27 días
y 8 horas. Puesto que aquella se mueve en la misma dirección
en que la Tierra rota sobre su eje cada 24 horas, esta
última debe rotar en cada ciclo 50 minutos más
para que determinado sitio sobre la Tierra llegue de nuevo
al mismo lugar con respecto a la luna. Este intervalo
de rotación es la duración del día
lunar, o del ciclo diurno de las mareas —24 horas
y 50 minutos—. En cualquier lugar del planeta, el
intervalo entre dos pleamares y dos bajamares corresponde
a la duración del ciclo semidiurno, o sea dos veces
por día. Diariamente, una pleamar sigue a la otra
cada 12 horas y 25 minutos y entre una pleamar y una bajamar
hay 6 horas y 12 minutos; no obstante, estos períodos
son sólo ideales, puesto que se basan en la situación
teórica de un planeta sin continentes y con un
océano de profundidad uniforme. Los tiempos reales
entre mareas, así como la diferencia de nivel entre
la pleamar y la bajamar dependen de factores muy complejos
y varían de un lugar a otro, de un día a
otro y de una estación a otra.
Sin embargo, es importante mencionar que la posición
variable del sol con respecto a la luna ejerce un efecto
notable sobre las mareas. Dos veces por mes, durante las
fases de luna nueva y luna llena, el sol y la luna están
alineados con la Tierra y se suman sus fuerzas gravitacionales,
lo que produce máximos intervalos mareales —diferencias
máximas entre los niveles de pleamar y bajamar—,
fenómeno que en la costa del Pacífico colombiano
se conoce como pujas; por el contrario, cuando la luna
se encuentra en cuarto creciente y en cuarto menguante,
forma un ángulo recto en relación con la
Tierra y el sol y este último neutraliza en parte
la fuerza de gravedad que ejerce la luna sobre nuestro
planeta, de manera que se producen intervalos mínimos
entre los niveles mareales, fenómeno que se conoce
localmente como quiebras. La bahía de Fundy, en
las costas de Nueva Escocia, tiene el registro de mayor
diferencia entre niveles de marea de todo el mundo: 16
m; en contraste, esta es casi imperceptible en gran parte
de las costas del Mediterráneo y del Mar Caribe,
donde apenas superan los 40 cm. En la costa del Pacífico
colombiano, la diferencia oscila entre 2 y 4 m y ocasionalmente
llega a los 6 m.
El cambio rítmico del nivel del agua causado por
las mareas produce las llamadas corrientes de marea que
se tornan complejas y pueden adquirir gran velocidad cuando
penetran o salen de un fiordo, una bahía o la boca
de un río, trasladando de un lugar a otro masas
de agua, removiendo y movilizando grandes volúmenes
de sedimentos, por lo cual cumplen una función
primordial en la dinámica de los estuarios
y los deltas.
LA LUCHA
ENTRE EL MAR
Y EL RÍO
La conformación de los deltas y los estuarios
está fuertemente influenciada por los regímenes
del oleaje y las mareas, por la carga de sedimentos y
por el caudal de los ríos. En el frente exterior
de los deltas, la suerte de los sedimentos y del delta
mismo se decide con el transcurrir del tiempo a través
de una lucha incesante entre el río y el mar.
Las corrientes de marea que inundan las planicies que
separan los brazos y caños del delta, pueden arrastrar
los sedimentos allí acumulados, transportarlos
de regreso al mar y depositarlos en extensos bancos de
arena que se disponen costa afuera, perpendicularmente
a la misma. La olas de alta energía pueden generar
fuertes corrientes de deriva litoral que barren los sedimentos
a lo largo de los playones, alargándolos o formando
espigas.
El fenómeno conocido como progradación se
genera cuando la corriente del río domina las fuerzas
del mar y el exceso de sedimentos se deposita y acumula
para ganarle terreno al mar. Cuando, por el contrario,
los procesos marinos dominan sobre el río, el océano
dispersa los sedimentos lejos del área y el delta
pierde terreno; se erosiona.
Para que un delta crezca o mantenga al menos su tamaño,
el río debe ser vigoroso y descargar la suficiente
cantidad de sedimentos para compensar la que remueve el
mar. Pero las cantidades de agua y sedimento que descarga
dependen principalmente del clima, la topografía
y la disponibilidad de sedimentos en su cuenca de drenaje,
por lo que las sequías prolongadas en una cuenca
son nefastas para su delta. Por el contrario, las inundaciones
y avalanchas que ocurren en la cuenca causan el crecimiento
o progradación del delta.
Las actividades humanas tienen también hoy en día
una gran influencia sobre las condiciones de los deltas,
debido a la capacidad del hombre para controlar el caudal
de los ríos. El delta del Nilo, por ejemplo, viene
experimentando graves problemas de erosión desde
que se construyó la represa de Aswán, la
cual interrumpió el suministro de sedimentos.
TIPOS DE DELTA
El efecto combinado del oleaje, las mareas y el río
en la distribución de los sedimentos descargados
por este último, determina la forma general del
delta. La forma característica de cada delta es
el reflejo de la lucha entre estas tres fuerzas, de modo
que si se conoce aproximadamente la magnitud relativa
de cada una de ellas, es posible catalogar los deltas,
de acuerdo con un sencillo esquema, ideado por el geólogo
norteamericano William Galloway en 1975.
Dicho esquema consiste en un triángulo cuyos vértices
representan respectivamente la influencia del río,
la del oleaje y la de las mareas en el largo plazo. Cualquier
delta especialmente afectado por uno de los tres factores
se sitúa en el vértice correspondiente,
mientras que un delta con una interacción balanceada
de las tres fuerzas lo hace en el centro del triángulo.
Aquellos dominados por la influencia fluvial poseen una
planicie deltaica con varios brazos distributarios que
se proyectan hacia el mar como los dedos de una mano,
por lo que se los conoce como deltas de tipo pata de ave.
Las condiciones que conducen a la formación de
este tipo de delta son básicamente la existencia
de un río con alto caudal de agua y sedimentos
y de un mar calmo con intervalos de marea muy estrechos.
El delta del Mississippi es el ejemplo clásico
de este tipo de deltas, al cual también pertenecen
los del Danubio, en el mar Negro, del Amarillo o Huang,
en China y del Po, en Italia. En Colombia, el del río
Atrato, que desemboca en el golfo de Urabá, en
el extremo meridional del mar Caribe, corresponde perfectamente
a esta configuración.
Los deltas dominados por las mareas se desarrollan donde
el amplio intervalo entre la pleamar y la bajamar produce
fuertes corrientes de marea que fluyen perpendicularmente
a la costa; la energía del oleaje es baja o moderada,
de manera que las corrientes de deriva son débiles.
Por lo tanto, la descarga de agua dulce se ve represada
por las corrientes de marea que penetran desde el mar
y tienden a acumular los sedimentos a lo largo de barras
arenosas paralelas al curso del río y perpendiculares
a la línea de costa. En este tipo de deltas es
donde mejor se desarrollan los estuarios
que generan, además de zonas pantanosas y acumulaciones
de arenas y lodos en la zona de mareas —zona intermareal—
extensas marismas en las latitudes extratropicales y manglares
en las costas del trópico. El mayor de los deltas
de este tipo es el del Ganges-Brahmaputra, en la bahía
de Bengala, India, que es alimentado por dos grandes sistemas
fluviales. Los deltas de la costa pacífica de Colombia,
algunos de considerables dimensiones, tienden igualmente
a estar dominados por la influencia mareal, aunque el
efecto del oleaje y del río es también evidente.
Los deltas dominados por el oleaje son por lo general
más pequeños que los anteriores, tienen
usualmente una línea de costa más bien rectilínea,
formada
por playas amplias y ocasionalmente dunas de arena, y
el plano deltaico se caracteriza por la presencia de un
único cauce o a lo sumo de unos pocos distributarios.
A medida que el río descarga sus sedimentos, las
corrientes de deriva litoral transportan la arena a lo
largo de la costa rectilínea, mientras que los
lodos y las partículas de grano fino son dispersadas
aún más lejos. Este modelo de deltas adquiere
dos tipos de configuración de acuerdo con la manera
cómo se distribuyen los sedimentos: cuando las
olas enfrentan la costa con un ángulo muy reducido
o frontalmente, el delta toma la forma de un arco simétrico
debido a que no se generan corrientes de deriva en una
dirección definida; un típico ejemplo es
el delta del río São Francisco, en el sur
de Brasil y el del río Sinú, en la costa
Caribe de Colombia. En contraste, cuando el oleaje predominante
enfrenta la costa con un ángulo más abierto,
genera fuertes corrientes de deriva en una dirección,
lo que hace desviar el curso del río en el mismo
sentido y crea una espiga litoral o barrera arenosa que
se puede prolongar hasta por decenas de kilómetros
y que frecuentemente propicia la formación de un
pantano, una albufera o una ciénaga costera de
características estuarinas en su costado interno.
El río Senegal, en la costa occidental africana
y el antiguo sistema deltaico del río Magdalena,
en el Caribe colombiano, tipifican esta configuración.
TIPOS DE ESTUARIO
Los estuarios
se definen como cuerpos de agua semi-cerrados con una
conexión, al menos intermitente, con el mar, donde
se mezclan las aguas saladas con las dulces provenientes
del drenaje terrestre. Pueden ser clasificados con base
en su origen geológico o en la circulación
y la forma como ocurre la mezcla de aguas.
De acuerdo con los rasgos geológicos, hay estuarios
de planicies costeras, de origen tectónico, construidos
por barras y fiordos. Los primeros se formaron al final
de la última glaciación, hace unos 12.000
a 10.000 años, cuando, al derretirse los hielos,
el mar invadió las partes bajas de los valles fluviales.
Existen numerosos ejemplos de este tipo de estuarios
en las latitudes templadas, entre ellos los de la bahía
de Chesapeake, en la costa oriental de Estados Unidos,
el Támesis y el Sena en Europa, el Si-Kiang (Hong
Kong), en Asia y el Murray, en Australia.
La corteza terrestre está en permanente movimiento,
lo que se conoce como tectonismo. Ese movimiento causa
la ruptura o fallamiento y el plegamiento de las rocas
que componen la corteza, lo que produce el hundimiento
o subsidencia del terreno; los estuarios
tectónicos se desarrollan cuando el mar llena la
depresión o cuenca formada por el hundimiento del
terreno. La bahía de San Francisco, en la costa
occidental de Estados Unidos, y el Golfo Dulce, en el
Pacífico de Costa Rica, son buenos ejemplos de
estuarios
tectónicos.
Los estuarios
construidos por barras se forman cuando grandes cantidades
de arena se depositan a lo largo de la costa, aislando,
en su parte de atrás, las aguas que fluyen del
mar abierto. Este tipo de estuarios,
por lo general poco profundos, están comúnmente
asociados a deltas y a él pertenece la gran mayoría
de los estuarios
existentes en Colombia.
Los fiordos son valles estrechos y de fuertes pendientes
que han sido labrados profundamente por la acción
de los glaciares y posteriormente invadidos por el mar.
Poseen una barrera de poca profundidad en el área
de su boca, lo que restringe el intercambio de aguas entre
la zona profunda del fiordo y el mar. Estas formaciones
se localizan en regiones que antiguamente estuvieron cubiertas
por glaciares, como era el caso de las costas del sur
de Chile, Canadá, Alaska, Groenlandia, Noruega
y Siberia.
La clasificación de los estuarios
según las características de sus aguas es
la más extendida y quizás la más
apropiada desde el punto de vista ecológico. La
mayoría de los estuarios
muestran intervalos de salinidad —contenido de sal
en el agua— que van desde aguas marinas saladas
hasta aguas prácticamente dulces. En razón
de que el agua que fluye hacia el estuario
desde el continente tiene poco contenido de sal, es menos
densa y cuando se encuentra con la proveniente del mar,
flota por encima de ésta y se forman dos capas
superpuestas cuya densidad, salinidad y hasta temperaturas
son distintas. Las características del cuerpo de
agua, la magnitud de las mareas, el flujo del río
y el viento determinan la manera como ambas capas de agua
se mezclan, por lo cual los estuarios
pueden ser de cuña salina —estratificados—,
parcialmente mezclados —moderadamente estratificados—
y bien mezclados —sin estratificación.
Los estuarios
de cuña salina se forman cuando la boca de un río
fluye directamente al mar y hace retroceder o frena la
masa de agua salada; entonces se crea un límite
muy definido que separa una capa superior de agua dulce,
o menos salada, de otra capa más salada y pesada
que se introduce en forma de cuña por debajo y
puede adentrarse en el río a cierta distancia.
Los estuarios
parcialmente mezclados poseen un flujo mareal tal que
les permite erradicar la cuña salina, de modo que
se mezclan al ir el agua salada hacia arriba y la dulce
hacia abajo. En los bien mezclados o sin estratificación,
que generalmente son poco profundos, ambos tipos de agua
se confunden completamente gracias a que predominan corrientes
de marea muy fuertes y el caudal del río es reducido;
la mezcla es tan homogénea que no hay prácticamente
ninguna diferencia entre las salinidades en la superficie
y en el fondo y el gradiente se evidencia sólo
en sentido horizontal.