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MAPAS
RASGOS GEOGRÁFICOS DE LA CUENCA DEL CARIBE
MAPAS
PLACAS TECTÓNICAS EN LA AMÉRICA TROPICAL
MAPAS
CARIBE COLOMBIANO TERRESTRE
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CORRIENTES MARINAS DEL CARIBE
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TOPOGRAFÍA SUBMARINA DEL CARIBE COLOMBIANO
ECOSISTEMAS TERRESTRES EN EL CARIBE CONTINENTAL
ARCHIPIÉLAGO OCEÁNICO DE COLOMBIA
GLOSARIO
TABLAS
ESPECIES DE FLORA Y FAUNA
MAPAS
BIBLIOGRAFÍA
CRÉDITOS
MAPAS
MAPAS
COBERTURAS DEL SUELO EN LA REGIÓN CARIBE
Nombre común
Nombre científico
Distribución de las provincias biogeográficas en el territorio continental de Colombia.
Principales rutas de migraciones transfronterizas.
Nombre común
Nombre científico
Abisal (Lat. abyssus). Se dice de las zonas del mar profundo que se extienden más allá del talud continental, y corresponden a profundidades mayores de 2.000 metros.
Abrasión (Lat. abrádere, raspar). Erosión superficial que ejercen sobre las rocas diversos agentes externos como las olas del mar, el viento o el hielo.
Acantilado. geogr. Accidente que consiste en una pendiente o vertical abrupta del terreno. Normalmente está sobre la costa, pero también pueden ser considerados como tales los que existen en montañas, fallas y orillas de los ríos. Cuando un acantilado costero alcanza grandes dimensiones se le denomina farallón.
Achaparrada. adj. Se dice de la vegetación, generalmente arbustiva, de porte bajo y ramificación extendida.
Albufera. (Ár. hisp. albuháyra, y este del Ár. clás. buhayrah, dim. de bahr, mar). Laguna litoral, en costa baja, de agua salina o ligeramente salobre, separada del mar por una lengua o cordón de arenas.
Alevino (Fr. alevin, del lat. allevâre, criar). Cría de pez.
Alga. Organismo fotosintetizador de organización sencilla que vive en el agua o en ambientes muy húmedos.
Alisios. Vientos regulares que soplan del sector Este hacia el ecuador, sobre la parte oriental del Atlántico y del Pacífico.
Altitudinal (Lat. Altitūdo, -ĭnis, altura y -al). adj. geogr. Perteneciente o relativo a la altitud (elevación sobre el nivel del mar).
Aluvial. adj. Dicho de un terreno que queda al descubierto después de las avenidas, o que se forma lentamente por los desvíos o las variaciones en el curso de los ríos.
Anémona. Es un animal marino que se adhiere normalmente al sustrato del mar, en algunas ocasiones en la arena del fondo, en otras, en las rocas, y hasta en las conchas de crustáceos o moluscos. Llegan a medir desde 1.5 cm hasta 2 m de alto.
Amalgama (Lat. amalgama). f. Unión o mezcla de cosas de naturaleza contraria o distinta.
Arborícola (Lat. árbor, árboris = árbol; collare = habitar). Se aplica al animal que habita preferentemente en los árboles.
Arbusto (Lat. Arbustum). Vegetal leñoso de menos de 5 m de altura, sin un tronco preponderante, porque se ramifica a partir de la base.
Archipiélago (Gr. ἀρχιπέλαγος). m. Conjunto, generalmente numeroso, de islas agrupadas en una superficie más o menos extensa de mar.
Arcilloso (Lat. Argillosus). Abundante en arcilla. Tierra finamente dividida, constituida por agregados de silicatos de aluminio hidratados.
Arena (Lat. Arêna). Conjunto de partículas desagregadas de las rocas, sobre todo si son silíceas, y acumuladas, ya en las orillas del mar o de los ríos, ya en capas de los terrenos de acarreo.
Aridez. Cualidad de árido.
Árido (Lat. Arĭdus). adj. Seco, estéril, de poca humedad.
Ario (Sánscr. arya 'noble'). adj. Se dice del individuo perteneciente a un pueblo de estirpe nórdica, supuestamente formado por los descendientes de los antiguos indoeuropeos.
Arrecife (Ár. arraṣíf, empedrado). Banco o bajío casi a flor de agua en el mar, formado por piedras, escollos de roca o poliperos calcáreos y arborescentes.
Arrecifes coralinos. Los organismos coralinos, llamados pólipos se reproducen por gemación, de lo que resulta una ramificante colonia de miles de corales. Cada colonia suele edificar sobre los esqueletos rocosos de los pólipos muertos; de ese modo, la masa de coral crece y prolifera hasta formar un arrecife.
Astillero (de astilla). m. Establecimiento donde se construyen y reparan buques.
Bahía (Quizá del Fr. baie). Entrada de mar en la costa, de extensión considerable, que puede servir de abrigo a las embarcaciones.
Bajamar (De bajar y mar). Fin o término del reflujo del mar. Tiempo que este dura.
Banco de arena o bajío. Barra de arena formada por el arrastre costero o el arrastre de playa, que se acumula y prolonga delante de una bahía o un estuario.
Barlovento. En el mar, dirección de donde viene el viento, contrario a sotavento.
Basamento o complejo basal (Gr. basis = fundamento, cimiento, pedestal, piso). En geología, rocas indiferenciadas que subyacen bajo las rocas identificables más antiguas de cualquier región. Por lo común son silicates cristalinos, metamorfizados con frecuencia, aunque no necesariamente precámbricos.
Biodiversidad (Gr. bio–, vida, y Lat. diversitas, variedad). f. Diversidad biológica, amplia variedad de seres vivos sobre la Tierra.
Biogeográfico (Gr. bio–, vida, y Gea–, Tierra, y Graphein, describir). Relativo a la biogeografía, ciencia que estudia la distribución de los seres vivos sobre la tierra.
Biosfera (Gr. Bios, vida, y Lat. Sphaira, esfera). Parte de la Tierra en la que se manifiesta la vida. Delgada capa que sirve de hábitat a todos los organismos y que comprende la superficie terrestre, el espacio acuático del océano, 100 m por debajo del suelo y el espacio atmosférico que no supera los 8 a 10 km de altura.
Biota (Gr. Biota, naturaleza o condición de vida). Conjunto de seres vivos de un país o de una localidad cualquiera, integrado por las plantas y los animales.
Biótico. Referente o perteneciente a la biota.
Boreal (Lat. bóreas; Gr. boreas = viento norte). Relativo al bóreas. Septentrional: polo norte, hemisferio boreal.
Bosques de galería, o de ribera. Vegetación riparia o que sobrevive fundamentalmente por la humedad del suelo, y que crece, por lo general frondosamente, en las orillas de un río.
Cabo. Punta de tierra que penetra en el mar.
Caducifolio (Lat. Caducifolius, der. De caducus = próximo a caer; folium = hoja). Planta o vegetación leñosa que pierde su follaje durante la temporada desfavorable (estación fría o seca).
Calcáreo (Lat. Calcarius). adj. Que tiene cal.
Caníbal (de caríbal). adj. Se dice de los salvajes de las Antillas, que eran tenidos por antropófagos.
Caño. (De caña). Curso de agua de caudal irregular y lento, sin ribera arenosa, por el que desaguan los ríos y lagunas de las regiones bajas.
Cañón. En geomorfología y geología, un cañón es un accidente geográfico provocado por un río que a través de un proceso de epigénesis excava en terrenos sedimentarios una profunda hendidura de paredes casi verticales.
Cardonal. m. Terreno poblado de cardones (plantas bromeliáceas).
Cauce (Lat. Calix, tubo de conducción). Lecho por donde discurre un arroyo o río.
Caudal (Lat. Capitãlis, capital). Cantidad de agua que mana o corre.
Caudaloso (de caudal). adj. De mucha agua. Río, lago, manantial caudaloso.
Cayo. Cualquiera de las islas rasas, arenosas, frecuentemente anegadizas y cubiertas en gran parte de mangle, muy comunes en el mar de las Antillas y en el golfo de México.
Cerro (Lat. cirrus, copo). m. Elevación de tierra aislada y de menor altura que el monte o la montaña.
Ciclo (Lat. cyclus, círculo). Período de tiempo o cierto número de años que, acabados, se vuelven a contar de nuevo.
Ciénaga (Lat. coenum, cieno). Lugar o paraje pantanoso, lleno de cieno o barro.
Cobertura (Lat. Coopertūra). Cantidad o porcentaje abarcado por una cosa o una actividad.
Colina (Lat. Collīna, t. f. de Collīnus, del collado). Elevación natural de terreno, menor que una montaña.
Concha (Lat. conchŭla). f. Cubierta, formada en su mayor parte por carbonato cálcico, que protege el cuerpo de los moluscos y que puede constar de una sola pieza o valva, como en los caracoles, de dos, como en las almejas, o de ocho, como en los quitones.
Conífera (Lat. conifer-conus = cono). Orden de plantas al que pertenecen árboles y arbustos ramificados, de flores unisexuales y semillas en estróbilos (piñas).
Continente (Lat. contĭnens, -entis). m. Geogr. Cada una de las grandes extensiones de tierra separadas por los océanos.
Contrafuerte. m. Cadena secundaria de montañas.
Coral (Gr. Korallion, piedra marina roja). m. Nombre de los animálculos marinos que viven en colonias, y cuyas duras secreciones dan lugar a la formación de una serie de ramificaciones calcáreas de colores y formas muy variables.
Cosmogonía (Gr. kosmogonía – kosmos = universo; gen = dar origen a). Ciencia o sistema que trata del origen y la evolución del universo.
Cresta (Lat. crista). f. Cumbre de agudos peñascos de una montaña.
Crustáceo (Lat. crusta, costra y aceum, semejanza de). Extenso grupo de artrópodos con más de 67.000 especies como las langostas, camarones, cangrejos, langostinos y percebes. Son principalmente acuáticos.
Cuenca (Lat. Concha). Depresión en la superficie de la tierra y territorio cuyas aguas confluyen en un río, lago o mar.
Delta (Gr. delta. Por la semejanza con la forma de la letra griega delta mayúscula). Terreno comprendido entre los brazos de un río en su desembocadura.
Demersal. Adjetivo que define aquellos peces que viven cerca del fondo del mar.
Densidad (Lat. densĭtas, -ātis). fís. Magnitud que expresa la relación entre la masa y el volumen de un cuerpo. Su unidad en el Sistema Internacional es el kilogramo por metro cúbico (kg/m3).
Depresión. f. En un terreno u otra superficie, concavidad de alguna extensión.
Deriva continental (Lat. derivo=desviar una corriente de su cauce). Lento movimiento de los continentes de una parte del globo a otra a lo largo de grandes períodos de tiempo geológico. Este fenómeno se explica hoy por el desplazamiento de las placas tectónicas.
Desertización. Proceso evolutivo natural de una región hacia unas condiciones morfológicas, climáticas y ambientales reconocidas como desierto.
Detrito (Lat. Detrītus, desgastado). En biología, los detritos son residuos, generalmente sólidos permanentes, que provienen de la descomposición de fuentes orgánicas (vegetales y animales). Es materia muerta. En geología, es el llamado material suelto o sedimento de rocas. Son los productos de la erosión, el transporte, la meteorización —química y física— y de los procesos diagenéticos (procesos geológicos externos).
Diapausa. Estado fisiológico de inactividad con factores desencadenantes y terminantes bien específicos. Se usa a menudo para sobrevivir condiciones ambientales desfavorables y predecibles, tales como temperaturas extremas, sequía o carencia de alimento.
Diapirismo (Gr. diapeirein, perforar). También llamado halocinesis, es el proceso de ascensión tectónica de una roca poco densa y plástica a través de rocas subyacentes más densas y recientes.
Dorsales oceánicas (Lat. dorsum=lomo). Cordilleras submarinas que son los accidentes más extensos de la superficie de la Tierra; se conocen también como ridges.
Dosel (Fr. dossier, der. Lat. dorsum = espalda). Cubierta superior más o menos continua que forman las copas de los árboles, en un bosque o selva (=vuelo).
Duna (Neerl. duin, y este del Germ. dūno-, colina). Acumulación de arena, en los desiertos o el litoral, generada por el viento, por lo que tienen capas suaves y uniformes.
Ecológico (Gr. Oikos, habitación; logos, ciencia; ikos, perteneciente o relativo). adj. Propio de la ecología, ciencia que estudia la relación de los seres vivos y principalmente del hombre con su entorno.
Ecosistema (Gr. Oikos = morada, hogar; systéma, de sys = juntos y histemi = organizar) Conjunto estable de un medio natural y los organismos animales y vegetales que viven en él.
Edáfico (Gr. Edaphos = pavimento o piso y, por extensión, suelo o tierra; -ikos = relativo a, perteneciente a) Dícese de los relativo o perteneciente a las características del suelo.
Enclave. Territorio incluido en otro con diferentes características.
Endémico (Gr. en, en y demos, población). Especie animal o vegetal propia y exclusiva de una determinada zona.
Equinodermo (Gr. ἐχῖνος, erizo, y -dermo). adj. Zool. Se dice de los animales metazoos marinos de simetría radiada pentagonal, con un dermatoesqueleto que consta de gránulos calcáreos dispersos en el espesor de la piel o, más frecuentemente, de placas calcáreas yuxtapuestas y a veces provistas de espinas; p. ej., las holoturias y las estrellas de mar. En el dermatoesqueleto hay muchos y pequeños orificios por los que salen apéndices tubuliformes y eréctiles que a veces terminan en ventosa y están dispuestos en series radiales.
Erizo (Lat. ericĭus). m. Pez teleósteo del suborden de los Plectognatos, que tiene el cuerpo erizado de púas. Además de su vejiga natatoria dorsal, posee un saco ventral, que comunica con el estómago y puede llenarse de aire, lo que permite al animal flotar con el vientre hacia arriba. Es propio de los mares intertropicales.
Erosión (Lat. Erosus = carcomido, consumido) En geología y edafología, la pérdida de la capa superficial de tierra por acción de factores climáticos, viento, gravedad y aguas corrientes.
Escarpe. m. Declive áspero, abrupto y empinado de un terreno, con altura variable.
Especiación (Lat. species = especie). En general, proceso evolutivo que da lugar a la diferenciación de nuevas especies y subespecies.
Especie (Lat. Species = apariencia, forma, modelo) Población o conjunto de poblaciones animales o vegetales que tienen un origen evolutivo común y una estructura genética similar, cuya identidad está definida usualmente por un aislamiento reproductivo.
Estacionalidad. Relación de dependencia con respecto a una estación del año.
Estrecho (Lat. strictus). m. Geogr. Paso angosto comprendido entre dos tierras y por el cual se comunica un mar con otro.
Estribación. Estribo o ramal de montaña que deriva de una cordillera.
Estuario (Lat. aestuarium, de aestuo, burbuja, espuma y aestus, ola, marea). En general es la porción inferior del cauce de un río que se expande antes de alcanzar el litoral marino y se halla sujeta al influjo de las mareas; puede incluir un sistema de lagunas salobres y brazos fluviales.
Étnico (Lat. ethnĭcus, y este del Gr. ἐθνικός). adj. Perteneciente o relativo a una nación, raza o etnia.
Evolución (Lat. evolution, evolutionis, der. evolvere = desenvolverse, desplegarse). Proceso que permite que las poblaciones de especies modifiquen sus características a través del tiempo.
Extinción. Desaparición de todos los miembros de una especie animal o vegetal.
Falla (Lat. Falls, der. de Fallare, engañar, faltar). geol. Ruptura de la corteza terrestre, a lo largo de la cual las rocas de un lado se han desplazado con respecto a las del otro.
Fenología (Gr. φαίνειν, mostrar, aparecer, y -logía). f. Parte de la meteorología que investiga las variaciones atmosféricas en su relación con la vida de animales y plantas.
Fisionomía (Gr. Physis = naturaleza, condición; gnome = conocimiento, opinión) En el estudio de la vegetación es el conjunto de rasgos de las misma, según las formas biológicas o biotipos de sus componentes.
Fitoplancton (de fito- y plancton). m. Biol. Plancton marino o de agua dulce, constituido predominantemente por organismos vegetales, como ciertas algas microscópicas.
Flanco (Fr. flanc, ). m. Cada una de las dos partes laterales de un cuerpo considerado de frente.
Floración (de florar). Bot. Tiempo que duran abiertas las flores de las plantas de una misma especie.
Fluvial (Lat. Fluviälis, de Fluvius, río). Perteneciente o relativo al río.
Foraminífero. Zool. Dícese de protozoos rizópodos acuáticos, casi todos marinos, con seudópodos que se ramifican y juntan unos con otros para formar extensas redes y con caparazón de forma y composición química variadas; como la numulita.
Fosa tectónica (Gr. tektonikos, de tekton, tektonos=carpintero, constructor). Valle formado por el hundimiento del suelo entre dos fallas.
Fósil (Lat. fossilis, de fodio, fossum=cavar). Dícese del resto orgánico o de las trazas de actividad orgánica, tales como huellas o pisadas de animales que se han conservado enterrados en los estratos terrestres anteriores al período geológico actual.
Frugívoro (Lat. frux, frugis = fruto; voro, varare = comer). Animal cuya dieta alimenticia está constituida por frutos.
Geomorfológico (Gr. Gea, tierra y Morphé, forma y Logos, estudio). adj. Relativo a la geomorfología, estudio de la conformación de la corteza terrestre.
Glaciación (Lat. glacies, hielo). Período de larga duración en el cual baja la temperatura global del clima de la Tierra, dando como resultado una expansión del hielo continental, los casquetes polares y los glaciares.
Golfo (Gr. kolpos, regazo). Parte del océano o mar, de gran extensión, encerrado por puntas o cabos de tierra. Por su mayor extensión el golfo se distingue de la bahía.
Gradiente (De grado). Relación de la diferencia de presión barométrica entre dos puntos.
Grava (Del céltico Grava o francés Grève, playa arenosa). f. Conjunto de guijarros y cantos rodados.
Hábitat (Lat. Habitat, der. Hábito, habitare = habitar). Conjunto total de los factores físicos (o abióticos) y biológicos que caracterizan el espacio en que reside un individuo, una población de una especie dada, o una comunidad animal o vegetal.
Hematófago (Gr. Aimatos, sangre; y Phagein, comer). Que se nutre de sangre.
Hemisferio (Gr. hemi, mitad y sphaira, esfera). Cada una de las mitades en que se considera dividido el globo terrestre a partir de la Línea Ecuatorial.
Hidrología (Gr. Hydor, agua y Logos, razón). f. Ciencia geográfica que se dedica al estudio de la distribución y propiedades del agua en la Tierra.
Hito (Lat. fictus, part. pas. de figĕre, clavar, fijar). m. Mojón o poste de piedra, por lo común labrada, que sirve para indicar la dirección o la distancia en los caminos o para delimitar terrenos.
Hondonada (e hondón). f. Espacio de terreno hondo.
Humedal. m. Zona de tierras, generalmente planas, en la que la superficie se inunda permanente o intermitentemente, al cubrirse regularmente de agua.
Idiosincrasia. f. Rasgos, temperamento, carácter, etc., distintivos y propios de un individuo o de una colectividad.
Imago. Estado último o adulto de la metamorfosis de un insecto.
Inercia (Lat. inertĭa). f. Mec. Propiedad de los cuerpos de no modificar su estado de reposo o movimiento si no es por la acción de una fuerza.
Isla (Lat. insŭla). f. Porción de tierra rodeada de agua por todas partes.
Islote. m. Peñasco muy grande, rodeado de mar.
Isópodo. Zool. Dícese de pequeños crustáceos de cuerpo deprimido y ancho con los apéndices del abdomen de aspecto foliáceo.
Istmo (Lat. isthmus). Franja de tierra que une a través del mar dos continentes o una península con un continente.
Latitud (Lat. latitudo, de latus=extenso, ancho). Distancia media sobre la superficie de la Tierra en grados situados al norte y sur del ecuador geográfico.
Latitudinal. Perteneciente o relativo a la latitud.
Léntico. Cuerpo de agua cerrado que permanecen en un mismo lugar sin correr ni fluir. Comprende todas las aguas interiores como los lagos, las lagunas, los esteros y los pantanos.
Limo (Lat. Limus, barro). m. Lodo o cieno.
Litoral (Lat. Litorâlis). adj. Perteneciente a la orilla o costa del mar.
Litoral, zona (Lat. littoralis, littus, littoris=costa, playa). Parte de la playa que queda entre los niveles de pleamar y bajamar.
Longitud (Lat. longitudo, de longus=largo). Distancia medida sobre la superficie de la Tierra en grados situados al Este y el Oeste de una línea que une los polos geográficos norte y sur y pasa por la villa de Greenwich, Londres.
Lótico. Ecosistema de un río, arroyo o manantial. Incluido en el medio ambiente están las interacciones bióticas (entre plantas, animales y microorganismos) así como las interacciones abióticas (físicas y químicas).
Macizo. geol. Sección de la corteza terrestre, que está demarcada por fallas o fisuras, en áreas rocosas, o en materiales sólidos. En el movimiento de la corteza, un macizo tiende a retener su estructura interna al ser desplazado en su totalidad.
Madrevieja. Lecho antiguo de un río que a veces tiene agua estancada.
Manglar. Ecosistema o bioma formado por árboles muy resistentes a la sal. Ocupa la zona intermareal cercana a las desembocaduras de cursos de agua dulce en las costas tropicales de la Tierra.
Mangle (vocablo caribe). Arbusto risoforáceo, de raíces aéreas, que crece en algunas zonas de las costas de América tropical y subtropical.
Matorral. m. Campo inculto lleno de matas y malezas.
Meandro (Lat. meandros, y este del Gr. Máiandros, río de Asia Menor de curso muy sinuoso). Cada una de las curvas que describe el curso de un río.
Meridional (Lat. meridionālis). adj. Perteneciente o relativo al sur o mediodía.
Meseta. f. Planicie extensa situada a considerable altura sobre el nivel del mar.
Mesotrófico (de meso- y -trofia). Ecol. Propiedad de las aguas de lagos con poca transparencia y escasa profundidad, que no son ni oligotróficos ni eutróficos.
Mestizo (Lat. mixticius, mezclado). El que nace de padre y madre de razas diferentes, en especial de hombre blanco e india, o de indio y mujer blanca.
Migración (Lat. Migratio). Viaje periódico que realizan las aves, peces u otros animales.
Moluscos (Lat. Molluscus, blandito). Uno de los grandes filos del reino animal. Son invertebrados de cuerpo blando, generalmente simétrico, desnudo o protegido por una concha.
Morfología (Gr. morphé, forma y logos, estudio). Parte de la biología que trata de la forma de los seres orgánicos y de las modificaciones o transformaciones que experimenta.
Mulato. adj. Dicho de una persona: Que ha nacido de negra y blanco, o al contrario.
Nectarívoro (Lat. nectar, Gr. nektar = bebida de los dioses; Lat. voro, vorare = comer) Animal que se alimenta de néctar.
Nival (Lat. Nivalis). Relativo a la nieve. adj. Aplícase a las plantas, a la flora y a la vegetación que se halla por encima del límite climático inferior de las nieves perpetuas.
Nutriente. Algunas de las sustancias que participan activamente en las reacciones metabólicas para mantener las funciones del organismo.
Oasis (Gr. oasis). Zona con vegetación y agua que se encuentra aislada en los desiertos arenales.
Oligotrófico. Adj. calificativo ecológico de las plantas y sinecias que prosperan en medios pobres en asimilables sobre todo en nitrógeno, no siendo tampoco calcófilas. Suelen tener caracteres exteriores xeromorfos.
Organismo. Un conjunto de átomos y moléculas, organizado y complejo, que se relaciona con el ambiente mediante un intercambio de materia y energía, con la capacidad de desempeñar las funciones básicas de la vida como son la nutrición, la relación y la reproducción.
Orografía (Gr. ὄρος, montaña, y -grafía). f. Conjunto de montes de una comarca, región, país, etc.
Pajonal. Terreno bajo y anegadizo, cubierto de paja brava y otras especies asociadas, propias de los lugares húmedos.
Palenque (Cat. palenc, empalizada). m. Construcción de techo ancho y sin paredes que antes fue habitación de indígenas.
Pantano (De origen italiano; quizá voz prerromana en el nombre Pantânus, cierto lago de Italia antigua). Hondonada donde se recogen y naturalmente se detienen las aguas, con fondo más o menos cenagoso.
Páramo. Ecosistema andino de montaña que se ubica en el Neotrópico de manera discontínua, desde altitudes de aproximadamente 2.900 msnm, hasta la línea de nieves perpetuas, aproximadamente 5.000 msnm.
Península (Lat. paeninsula). Tierra cercada por el agua, y que solo por una parte relativamente estrecha está unida y tiene comunicación con otra tierra de extensión mayor.
Piedemonte. m. Terreno de pendiente suave situado al pie de una cadena montañosa y formado por materiales procedentes de la erosión.
Placa tectónica (Gr. tektonikos, de tekton, tektonos, carpintero, constructor). Parte externa de la Tierra, compuesta por la corteza y la parte superior del manto, que se desplaza como un bloque en respuesta a las corrientes de convección existentes en el interior del manto.
Plancton (Gr. plagkton=ambulante, errabundo). Conjunto de seres vivos marinos que flotan pasivamente en el agua. Pueden ser formas vegetales (fitoplancton) o animales (zooplancton).
Plataforma continental (Lat. continens=tierra que abarca todo). Repisa de tierra sumergida poco empinada que ciñe un litoral. Limita por tierra con la llanura costera y ya en el mar con la interrupción de la plataforma, donde ésta da paso al talud continental.
Playa (Lat. tardío plagîa) Ribera del mar o de un río grande, formada de arenales en superficie casi plana.
Pleamar (de plenamar). Fin o término de la creciente del mar. Tiempo de su duración.
Pluviosidad (Lat. Pluvia, lluvia). f. Cantidad de la precipitación de aguas en determinado lugar de la tierra.
Poliquetos. Cierta clase de anélidos, o gusanos marinos de respiración branquial.
Precipitación (Lat. Praecipitatio). f. Agua procedente de la atmósfera y que en forma líquida o sólida se acumula sobre la tierra.
Relicto (Lat. relictum, residuo, dejado). Remanente o porción de ecosistema que se mantiene.
Relieve. Hace referencia a las formas que tiene la corteza terrestre o litosfera en la superficie, tanto al referirnos a las tierras emergidas, como al fondo del mar.
Ribera (Lat. *riparĭa, de ripa). f. Margen y orilla del mar o río.
Rodal. Lugar, sitio o espacio pequeño que por alguna circunstancia particular se distingue de lo que le rodea.
Sabana. Llanura con un clima tal que la vegetación predominante son las gramíneas, salpicada por algún árbol, arbusto o matorral individual.
Salinidad. Cantidad proporcional de sales que contiene el agua del mar.
Sedimento (Lat. sedimentum, de sedeo=arraigar, sedimentar). Sustancia que, habiendo estado en suspensión en un líquido, se posa en el fondo.
Septentrional (Lat. septentrionālis). Perteneciente o relativo al septentrión. Del norte.
Serranía (de Serrano). f. Espacio de terreno cruzado por montañas y sierras.
Sésil (Lat. Sessillis). Dícese del órgano o parte orgánica que carece de pie o soporte.
Solsticio. Uno de los dos momentos del calendario, uno al inicio del invierno y otro al inicio del verano, coincidentes respectivamente con el día más corto y más largo del año.
Sotavento. En el mar, dirección hacia la cual sopla el viento, contrario a barlovento.
Sotobosque (Lat. saitus = bosque, selva; boscus = selva, bosque «bosque bajo el bosque) Vegetación arbustiva y herbácea que se encuentra bajo el dosel (=subsuelo).
Subtropical. Perteneciente o relativo a las zonas templadas adyacentes a los trópicos, caracterizadas por un clima cálido con lluvias estacionales.
Sustrato (Lat. substratum, lo que está debajo). Terreno o capa de terreno que queda debajo de otra.
Talud continental. (Lat. Talus, talón)..Parte de la morfología submarina ubicada entre los 200 a 4000 metros bajo el nivel del mar.
Tectónico (Gr. Tektonikos, de Tekton, Tektonos, carpintero, constructor). Relativo a los movimientos y estructuras de las rocas o corteza de la Tierra.
Temporal (Lat. temporālis). m. Tempestad, tormenta grande.
Termita (Lat. termes, -ĭtis, carcoma). m. Insecto del orden de los Isópteros, que, por su vida social, se ha llamado también, erróneamente, hormiga blanca. Roen madera, de la que se alimentan.
Terremoto (Lat. terraemōtus). m. Sacudida del terreno, ocasionada por fuerzas que actúan en lo interior del globo.
Topografía (Gr. topos, terreno y graphein, describir). Conjunto de particularidades que presenta un terreno en su configuración superficial.
Torrentoso. adj. Se dice un río o de un arroyo de curso rápido e impetuoso.
Tsunami. Maremoto. Agitación violenta del agua del mar provocada por un sismo con epicentro en el mar, que produce olas enormes y destructoras.
Turbulencia (Lat. Turbulentia). Cualidad de turbio o turbulento. Confusión, alboroto o perturbación.
Valle. Llanura situada entre dos montes o aledaña a la cuenca de un río.
Vertiente (Lat. Vértere, derramar). f. Declive por donde corre el agua, y cada falda de una montaña, o conjunto de las de una cordillera con la misma orientación.
Vulcanismo (Lat. Vulcanus, dios romano del fuego). m. Conjunto de fenómenos geológicos relacionados con los volcanes, su origen y su actividad.
Xerofítico. Perteneciente a las plantas xerófitas, que se adaptan a la sequedad, que son propias de climas secos o que soportan períodos más o menos largos de sequía.
Zancuda. adj. Se dice de las aves que tienen los tarsos muy largos y desprovistos de plumas, como la cigüeña y la grulla.
Zona de Convergencia Intertropical – ZCIT. Cinturón de baja presión que ciñe el globo terrestre en la región ecuatorial, formado por la convergencia de aire cálido y húmedo de latitudes al norte y al sur del ecuador.
FLORA MARINA
algas pétreas o coralináceas familia Corallinaceae
pasto manatí  Syringodium filiforme
pasto tortuga  Thalassia testudinum
FLORA TERRESTRE
aguacate  Persea sp.
ajonjolí  Sesamum indicum
algarrobos Hymenaea spp.
algodón  Gossypium spp.
anturios  Anthurium spp.
árbol del chicle  Manilkara zapota
árbol del pan Artocarpus altilis
árnica Arnica sp.
balazos  Monstera spp.
balazos trepadores  Monstera deliciosa
banano Musa paradisiaca
bejuco de playa Ipomoea pescaprae
bejuco herbáceo  Rourea glabra
bija o palo santo Bursera graveolens
cactus  familia Cactaceae
cactus columnares o cardones Stenocereus spp.
cafetos Coffea arabica
caña fístula  Cassia grandis
caña flecha Gynerium sagittatum
cañabrava  Arundo donax
cañagrias Costus spp.
caobo Swietenia macrophylla
caracolí  Anacardium excelsum
cardones  Acanthocereus pentagonus
cauchos  Ficus sp.
cedrillo Guarea trichiloides
cedro  Cedrela odorata
ceiba  Ceiba pentandra
ceiba blanca  Hura crepitans
ceiba espinosa Ceiba pentandra
chaparro o crab wood  Byrsonima crassifolia
chocho Ormosia sp. 
churumbelo Lonchocarpus punctatus
coco  Cocos nucifera
cucharo  Clusia major
dividivi Caesalpinia coriaria
encenillos Weinmannia sp.
enea  Typha latifolia
espuela de gallo o cock spur  Acacia collinsii
frailejón arborescente Libanothamnus occultus
frailejones  Espeletia spp.
gramínea de páramo Eragrostis ciliaris
guácimos Guazuma ulmifolia  
guamacho Pereskia guamacho 
guamos Inga sp.
guanábanos  Annona spp.
guayaba Psidium guajava
guayabillo  Eugenia acapulcensis
guayacán Tabebuia rosea
helecho endémico de Providencia Pteridium aquilinum
helechos división Pteridophyta
helechos arborescentes familia Cyatheaceae
hibisco  Hibiscus tiliaceus
indio desnudo o resbalamono Bursera simaruba
iraca Carludovica palmata
jobo  Spondias mombin
lavander Portulaca oleracea
lirio de playa  Hymenocallis caribaea
malvavisco o falso hibisco  Malvaviscus arboreus 
mamón  Melicoccus bijugatus
mangle blanco o salado  Laguncularia racemosa
mangle negro  Avicennia germinans
mangle rojo o colorao  Rhizophora mangle
mango Mangifera indica
matapalo Ficus spp.
matorral rastrero  Heterostachys ritteriana
millo o carrizo Pennisetum glaucum
mimosa arbustiva invasora Leucaena leucocephala 
musgos división Bryophyta
naranjuelo Neea sp.
nuez moscada  Myristica sp.
ñame Dioscorea spp.
olivos Capparis spp.
orquídeas  familia Orchidaceae
palma africana o palma aceitera Elaeis guineensis
palma endémica de Providencia Acoeloraphe wrightii 
palmas familia Arecaceae
palo Brasil Caesalpinia echinata
pino del Caribe Pinus caribaea
platanillos o heliconias Heliconia spp.
quiches Bromelia spp.
rabo de diablo Lycopodium sp.
romero  Rosmarinus officinalis
rosetillo o mostrenco  Randia aculeata
salvia marina  Tournefortia gnaphalodes
sapote Pouteria sapota
sietecueros Tibouchina lepidota
sorgo Sorghum spp.
suriana Suriana maritima
tabaco Nicotiana tabacum
tamarindo  Tamarindus indica
totumo Crescentia  cujete
trupillo  Prosopis juliflora
uvito de playa  Coccoloba uvifera
vara de piedra Casearia nítida
verdolaga  Sesuvium portulacastrum
verdolaga rastrera  Ipomoea pes-caprae
yarumos  Cecropia sp.
yuca  Manihot esculenta
INSECTOS
arañas  orden Araneae
abejas y abejorros orden Hymenoptera, familia Apidae
chicharras  orden Homoptera, familia Cicadidae
ciempiés subfilo Myriapoda, familia Xystodesmidae
hormigas orden Hymenoptera,  familia Formicidae
libélulas orden Odonata, varias familias
mariposas orden Lepidoptera, varias familias
termitas  orden Isoptera, varias familias
ANFIBIOS
rana endémica de las islas de
 Providencia y Santa Catalina
Leptodactylus insularis
REPTILES
babilla Caiman crocodylus
blue lizard  Cnemidophorus lemniscatus
boa  Boa constrictor
caimán Crocodylus acutus
cascabel Crotalus sp.
serpientes coral familia Elapidae
cuatronarices o mapaná Bothrops atrox 
serpientes falsa coral  familia Colubridae
gecos  familia Gekkonidae
glass snake, especie endémica de
 San Andrés y Providencia
Leptothyphlops goudotti magnamaculata
iguana común Iguana iguana
jack lizard  Ameiva ameiva fulliginosa
penny lizard, endémico de San
 Andrés
Anolis pinchoti 
lagarto "lobo pollero" o teyú  Tupinambis teguixin
ishilly  Ctenosaura similis multipunctata 
serpientes arborícolas Oxybelis spp.
tortuga carey Eretmochelys imbricata
tortuga morrocoy  Geochelone carbonaria
tortuga verde  Chelonia mydas
tortuga hicotea Trachemys callirostris
PECES
atunes Thunnus spp. 
bagres Pseudoplatystoma spp.
bocachico  Prochilodus magdalenae
cherna Epinephelus spp.,
 Mycteroperca spp.
corvinas familia Scianidae
guppys  Poecilia sp.
jurel Caranx latus
lisas Mugil spp.
machuelo Opisthonema spp.
mero  Epinephelus itajara
mojarra Eugerres plumieri
molinesias Molinesia spp.
nicuros Pimelodus clarias
pargos Lutjanus spp.
pargo pluma  Lachnolaimus maximus
gambusia endémico de San Andrés Gambusia aestiputeus 
róbalo Centropomus undecimalis
ronco Haemulon plumeri
sierra Scomberomorus regalis
tiburones familia Carcharhinidae
MOLUSCOS
caracol pala Strombus gigas
caracoles terrestres orden Pulmonata
almejas Polymesoda sp., 
chipi chipi Donax spp.,
 Heterodonax sp.
calamares Loligo spp.
ostra Crassostrea rhizophorae
pulpos Octopus spp.
babosas de mar  orden Nudibranchiata
OCTOCORALES
abanicos de mar Gorgonia ventalina
HEXACORALES
anémonas orden Actiniaria
EQUINODERMOS
lirios de mar orden Crinoidea
estrellas orden Asteroidea
pepinos de mar orden Holothuroidea
CRUSTÁCEOS
camarón Penaeus spp.
cangrejo terrestre  Gecarcinus ruricola
cangrejo fantasma Ocypode quadrata
cangrejo de las rocas  Grapsus grapsus
isópodos orden Isopoda
langostas Panulirus argus
ANÉLIDOS
gusanos marinos clase Polychaeta
CORALES
corales orden Hexacorallia
poliqueto árbol de navidad Spirobranchus sp.
AVES
águilas familia Accipitridae
atrapamoscas  familia Tyrannidae
azulejos familia Thraupidae
búhos  familia Estrigidae
cardenal guajiro ave emblemática
 de la Alta Guajira
Cardinalis phoeniceus
chorlitos de playa  Calidris spp.
 Pluvialis squatarola
colibrí endémico de la isla de San
 Andrés
Anthracothorax prevostii hendersoni
colibríes  familia Trochilidae
cuclillo endémico de la isla de San
 Andrés
Coccyzus minor abbotti
garzas  familia Ardeidae
gaviotín  Sterna fuscata
guacamayas Ara spp.
hormigueros  familia Formicaridae
loros familia Psittacidae
mariamulatas  Quiscalus mexicanus
pájaro bobo  Sula spp.
paloma endémica de la isla de San
 Andrés
Leptotila jamaicensis neoxena 
paloma de ala blanca Patagioenas corensis
petirrojo Pyrocephalus rubinus
rabihorcado o fragata  Fregata magnificens
tucanes familia Ramphastidae
MAMÍFEROS
ardillas Sciurus spp.
armadillos familia Dasypodidae
chigüiros  Hydrochoerus hydrochaeris
chuchas o faras orden Marsupialia
conejos Silvilagus brasiliensis
danta o tapir  Tapirus terrestris
foca monje (extinta) Neomonachus tropicalis
guagua o agutí Cuniculus paca
jaguar Panthera onca
manatí Trichechus manatus
marteja Aotus lemurinus
murciélagos orden Chiroptera
ñeque Dasyprocta fuliginosa
oso hormiguero Tamadua tetradactyla,
 Myrmecophaga tridactyla,
 Cyclopes didactylus
oso perezoso Bradypus spp.
puerco espines  Coendou rufescens,
 Echinoprocta rufescens
puma Felis concolor
ratones  familia Muridae
saíno o pecarí  Tayassu pecari
tigrillo Leopardus wiedii
zarigüeyas Didelphis marsupialis
FLORA
FAUNA
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COMITÉ EDITORIAL
BANCO DE OCCIDENTE
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Gerardo Silva Castro
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DIRECCIÓN EDITORIAL
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TEXTOS Y DIRECCIÓN CIENTÍFICA
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FOTOGRAFÍA
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DISEÑO Y DIAGRAMACIÓN WEB

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Santiago Montes Veira


ANEXOS
Pedro Nel Prieto Amaya

CORRECCIÓN DE ESTILO
Helena Iriarte Núñez

MAPAS Y DIBUJOS
Juan Carlos Piñeres Márquez

El origen del vocablo caribe no se ha dilucidado cabalmente, pero se sabe con certeza que a la llegada de los españoles los caribes conformaban una gran etnia, que poblaba algunas de las islas situadas al norte de Suramérica y que compartían con los arawak, otra etnia americana, una lengua similar.

Después del descubrimiento de América, las islas se conocieron como las Antillas debido a que los cartógrafos europeos de la época situaban una isla llamada Antilia en la región occidental del Atlántico; desde entonces el Caribe también fue conocido como Mar de las Antillas.

En un sentido geográfico estricto, el Caribe constituye una cuenca semicerrada del océano Atlántico, enmarcada por las costas de Centroamérica y del norte de Suramérica, al occidente y al sur; y por la cadena de islas que forma el arco de las Antillas, al oriente y al norte. Las aguas de este Mediterráneo americano ocupan una extensión de 2´754.000 km2, un volumen aproximado de 6,5 x 106 km3 y sus costas continentales e insulares se extienden a lo largo de 13.500 km. Su profundidad promedio es de 2.490 m y la máxima, en la fosa de Caimán, es de 7.680 m. Este espacio geográfico es compartido por 26 países y 19 territorios dependientes de Francia, Holanda, el Reino Unido y Estados Unidos, lo que determina en gran parte su diversidad social, cultural y lingüística.

En el ambiente tropical de la cuenca, determinado en parte por la influencia de un mar cálido, se albergan a lo largo y ancho de sus costas, poblaciones que representan una combinación de razas y culturas, que hacen del Caribe una región cuya identidad radica en la diversidad, tanto del entorno físico —paisaje, geología, oceanografía y ecología—, como de las tradiciones, formas lingüísticas, expresiones artísticas y temperamentos de sus habitantes.

Un complejo rompecabezas geológico

Los fondos marinos, de los cuales la mitad se encuentra a más de 3.600 m de profundidad y el 75% a más de 1.800 m, están divididos en cuatro cuencas profundas: Grenada, Venezuela, Colombia y Yucatán, que están separadas por crestas y serranías submarinas. Hacia el oriente y nororiente, los bancos e islas de las Antillas separan el Caribe del océano Atlántico y actúan como un cedazo para las masas de agua que ingresan desde el oriente, mientras que al noroccidente la corriente principal fluye hacia el golfo de México, a través del estrecho entre la península de Yucatán y la isla de Cuba.

La expansión del fondo oceánico, generada por la deriva de las placas tectónicas, ha moldeado desde el Jurásico —hace 207 a 145 millones de años— los fondos y las zonas costeras. Pese a que no se ha llegado a un acuerdo en relación con el origen y desarrollo de la placa del Caribe, las evidencias más recientes, basadas en geo-cronología y paleomagnetismo de la corteza oceánica, ciencias que determinan la edad y orientación de las rocas que forman el fondo marino en un determinado lugar, con respecto al polo magnético de la Tierra, sugieren que dicha placa se formó en el área adyacente al margen noroccidental del bloque continental de Suramérica durante el Cretácico superior —hace unos 98 a 65 millones de años—; esta explicación descarta la que postulaba que dicha placa se había originado en la región del Pacífico, a partir del flujo de rocas formadas al enfriarse el magma que afloró hacia la superficie desde el manto terrestre en inmediaciones de las islas Galápagos, durante el Mesozoico —hace 245 a 65 millones de años—, y de su posterior deriva hacia el oriente durante el Cenozoico —últimos 65 millones de años de la historia de nuestro planeta—.

La compleja estructura geológica de la región, aún no bien entendida, indica que ésta ha sido, durante millones de años, un escenario cambiante y dinámico, semejante a un rompecabezas cuyas piezas no encajan del todo, pero buscan incesantemente su acomodo, girando, empujándose, acuñándose.

La placa del Caribe, que se desplaza con respecto a sus vecinas de Norte y Suramérica en sentido occidente-oriente a razón de unos 2 centímetros por año, se encuentra encajada entre las placas continentales de Norteamérica al noroccidente, Suramérica al suroriente y las de Cocos y Nazca, al occidente. La placa de Cocos se desplaza hacia el norte, empuja la del Caribe y se sumerge debajo de ésta —subducción—, causando tensiones que generan la actividad sísmica y el vulcanismo característicos del istmo centroamericano. Algo similar ocurre en el margen oriental de la placa, pero en este caso son las placas de Norte y Suramérica las que se sumergen debajo de la del Caribe, en el fondo del océano Atlántico. Esto ha provocado un apilamiento de sedimentos, que combinado con la actividad sísmica y el vulcanismo, dio origen al arco de islas que conforma las Antillas Menores —Barbados, Granada, Martinica, Guadalupe, Dominica, Santa Lucía, San Vicente, Islas Vírgenes, entre otras—.

Los límites septentrionales y meridionales de la placa del Caribe no están muy bien definidos, pero son zonas donde el desplazamiento de la placa y el rozamiento contra las de Norte y Suramérica, producen desgarres y plegamientos de las rocas. Las fallas geológicas y varias de las cadenas montañosas costeras de Cuba, Hispaniola, Puerto Rico, norte de Colombia y Venezuela, así como las de las islas de sotavento, frente a las costas de Venezuela —Aruba, Bonaire, Curazao, La Orchila, Tortuga, Cubagua, Margarita— y la fosa de Caimán, que discurre de oriente a occidente, entre Cuba y Jamaica, son el resultado de las tensiones generadas por esta actividad tectónica.

La formación del istmo centroamericano fue uno de los eventos geológicos más significativos de la región Caribe; tuvo lugar en tiempos relativamente recientes —hace unos 3 a 5 millones años, a finales del Terciario y comienzos del Cuaternario— y generó efectos climáticos y oceanográficos a nivel global: dio origen al surgimiento de un puente terrestre que comunicó Norteamérica con Suramérica, lo que permitió el intercambio biológico más grande de la historia de nuestro planeta; transformó la estructura de los ecosistemas terrestres, la composición de la fauna y la flora y separó definitivamente las aguas tropicales de los océanos Atlántico y Pacífico, lo cual modificó radicalmente el régimen de las corrientes y la dinámica de los ecosistemas marinos; desde entonces, la fauna y la flora de ambos océanos debieron emprender caminos evolutivos independientes.

Oceanografía y clima

En términos generales, las aguas del Caribe se desplazan de oriente a occidente, aunque cerca de las costas se pueden presentar contracorrientes y en algunas áreas se forman amplios remolinos en sentido contrario al de las manecillas del reloj, como es el caso de la corriente circular permanente que se presenta frente a las costas de Costa Rica, Panamá y Colombia. Después de ingresar desde el Atlántico por entre las Antillas Menores, la denominada Corriente del Caribe incrementa gradualmente su velocidad a medida que fluye hacia el occidente, a la vez que sus aguas superficiales van adquiriendo mayor temperatura; luego abandonan la cuenca a través del canal de Yucatán y penetran en el golfo de México donde se convierten en la Corriente del Golfo; ésta, luego de hacer un giro al sur y al oriente, fluye hacía el Atlántico a través del estrecho de La Florida y sus aguas cálidas se abren paso a lo ancho del océano hasta alcanzar el noroccidente de Europa.

Las aguas del Caribe, en su mayoría claras y cálidas, son poco influenciadas por las mareas. En superficie, las temperaturas oscilan entre 27 y 29 ºC, pero en algunas zonas, frente a las costas de Colombia y Venezuela —La Guajira, Paraguaná, Cumaná, Isla Margarita—, pueden mantenerse por debajo de 23 ºC durante gran parte del año, debido al afloramiento de aguas frías por efecto de los vientos alisios que empujan las masas superficiales fuera de la costa. Por debajo de los 2.000 m de profundidad, la temperatura suele mantenerse alrededor de los 4 ºC. El mar Caribe es ligeramente menos salado que el océano Atlántico, debido a los aportes de agua dulce que hacen en su desembocadura importantes ríos como el Orinoco y el Magdalena. Dado que la región del Caribe se encuentra en latitudes tropicales a subtropicales, las temperaturas promedio varían poco a lo largo del año, por lo que el principal elemento meteorológico son las precipitaciones. En términos generales, el clima de la región está regulado por el ciclo anual de migración latitudinal de la celda de alta presión del Atlántico y de la Zona de Convergencia Intertropical, que determinan la estacionalidad de las lluvias y la intensidad de los vientos. En la mitad sur de la región del Caribe —entre 3º y 10º de latitud norte— se presentan dos épocas lluviosas y dos secas a lo largo del año, en tanto que en la mitad norte —entre 10º y 23,5º de latitud norte—, una sola estación de lluvias se manifiesta principalmente entre los meses de mayo y agosto, coincidiendo con el verano del hemisferio norte. Asociado con la mayor intensidad de los vientos Alisios, que en el Caribe provienen del oriente-nororiente, un ligero enfriamiento de las aguas y una reducción de la humedad del aire, generan durante los primeros meses del año, la época más seca en toda la región.

El régimen invierno seco-verano húmedo define el clima sólo en forma general, puesto que las montañas costeras suelen modificarlo sustancialmente en determinadas áreas. Así, por ejemplo, las laderas de barlovento —zona que enfrenta el viento— de las islas montañosas de las Antillas Mayores —Cuba, Hispaniola, Puerto Rico— reciben mayor cantidad de lluvia que las laderas de sotavento —a la sombra del viento— y que las islas no montañosas de las Antillas menores; así mismo, la vertiente norte de la Sierra Nevada de Santa Marta, en Colombia, es mucho más húmeda que sus flancos suroccidental y suroriental.

El más severo de los fenómenos meteorológicos que caracteriza al Caribe es el de los huracanes, vocablo derivado de Jurakán, que en la mitología maya designa al dios del fuego, el viento y las tormentas. Estos fenómenos, también llamados ciclones tropicales, son sistemas de baja presión con fuerte actividad lluviosa y eléctrica, cuyos vientos rotan a gran velocidad en dirección contraria a la de las manecillas del reloj; cuando sobrepasan los 120 km/h, las tormentas tropicales pasan a denominarse oficialmente huracanes y generalmente ocurren entre junio y noviembre.

Los fuertes vientos, las marejadas y las lluvias torrenciales suelen producir inundaciones, deslizamientos de tierra y erosión en zonas litorales. Los huracanes, que se desarrollan y adquieren fuerza sobre extensas superficies de agua cálida y pierden su fuerza cuando se internan en la zona continental, pueden causar gran cantidad de pérdidas humanas y materiales, pero son determinantes en los regímenes de precipitaciones de la cuenca y llevan las lluvias necesarias a zonas que por lo general son muy secas. Las características de la vegetación terrestre y de los ecosistemas marino-costeros de las zonas que resultan más frecuentemente afectadas por el paso de huracanes en el Caribe, suelen ser distintas a las de territorios alejados de su área de influencia. Su trayectoria más común es de oriente a occidente y de suroriente a noroccidente, y las áreas más frecuentemente impactadas son las Antillas Menores y Mayores, las costas de la península de Yucatán y las zonas costeras del golfo de México y La Florida.

Ecorregiones y ecosistemas terrestres

La morfología, el relieve, la hidrología, los suelos y la exposición a los vientos en las zonas costeras y en las tierras influenciadas por el mar Caribe son muy variables. No obstante, puede decirse que los tipos principales de ecosistemas y hábitats terrestres son bastante similares, aunque presentan algunas diferencias notorias, especialmente entre el continente y las áreas insulares; estas son bastante diversas, debido a que la fauna y la flora de cada isla han experimentado procesos evolutivos hasta cierto punto independientes, pese a que todas ellas fueron colonizadas por elementos bióticos desde el continente.

Algunas islas caribeñas como Aruba, Bonaire, Curazao, Margarita e Islas Caimán, están localizadas en zonas muy secas, por lo que su vegetación muestra los rasgos xerofíticos propios de áreas tropicales semidesérticas, donde predominan los cactus y arbustos espinosos. En zonas que reciben mayor precipitación, como las islas antillanas montañosas, Martinica, Saint Vincent, Dominica, Guadalupe e Hispaniola, entre otras, se desarrollan bosques subhúmedos en las vertientes enfrentadas hacia el Atlántico y bosques secos en los flancos opuestos que miran al Caribe. Una situación similar, aunque con un carácter algo más seco, se observa en las islas del Caribe occidental, como Jamaica y Providencia, cuyos costados nororientales son más húmedos que los suroccidentales.

En las costas continentales, las variadas circunstancias ecológicas, topográficas y climáticas permiten una mayor diversidad de tipos de ecosistemas y hábitats. La influencia de los vientos alisios y el afloramiento de aguas frías frente a las costas del norte de Colombia y Venezuela, condicionan la presencia generalizada de una vegetación seca con rasgos xerofíticos, a lo largo de una franja que se extiende desde el noroccidente de Colombia hasta la costa nororiental de Venezuela —el llamado Cinturón Árido Pericaribeño—. En contraste, en las zonas elevadas de la Sierra Nevada de Santa Marta y de la cordillera costera de Venezuela, debido a la acumulación de nubosidad y a la mayor humedad en las laderas, se desarrollan bosques montanos subhúmedos y húmedos. En las costas centroamericanas predominan los bosques húmedos tropicales.

Con respecto a la fisonomía de la vegetación, una de las formaciones más extendidas del Caribe eran los bosques secos, ampliamente distribuidos por las Antillas y las costas del norte de Suramérica. Sin embargo, en la actualidad, la mayoría han sido erradicados o transformados en tierras agrícolas y pecuarias, por lo que se encuentran entre los ecosistemas más amenazados del trópico americano. Los bosques húmedos tropicales, también llamados de hoja ancha, se distribuyen principalmente en las vertientes de barlovento de las Antillas Mayores y Centroamérica y en el flanco norte de la Sierra Nevada de Santa Marta. En Cuba y algunas áreas de la costa septentrional de Centroamérica, Nicaragua, Honduras, Guatemala y México se desarrollan bosques de coníferas —pinos subtropicales nativos—. Las sabanas son formaciones vegetales dominadas por pastizales y árboles y matorrales dispersos, que en algunos casos permanecen inundadas durante algunos meses al año; se encuentran en zonas de Haití y Cuba, pero principalmente en la gran llanura de inundación del sistema fluvial Magdalena-Cauca-San Jorge, en Colombia, donde conforman un complejo mosaico de formaciones vegetales y humedales de gran riqueza biológica.

La diversidad de ecosistemas insulares y continentales del Caribe se complementa con una amplia gama de sistemas lóticos —ríos y otros sistemas de aguas corrientes— y lénticos —lagos, ciénagas y otros humedales de aguas no corrientes—. Los primeros van desde arroyos de montaña, de aguas claras, que descienden raudos por las laderas de las montañas costeras, hasta los grandes ríos de aguas turbias —la mayoría en Colombia— que discurren lentos y meándricos con una trayectoria de curvas sinuosas, por vastas llanuras hasta desembocar en el mar. Los sistemas lénticos comprenden una gran variedad de lagos, tanto de origen volcánico, como el Lago de Nicaragua y otros en Centroamérica, como los de origen glaciar: las lagunas de la parte alta de la Sierra Nevada de Santa Marta, además de ciénagas, lagunas costeras, zonas pantanosas y otros tipos de humedales.

Ecorregiones y ecosistemas marinos

Desde el punto de vista biogeográfico, el mar Caribe hace parte de la provincia del Atlántico noroccidental tropical, cuyos límites se extienden más allá de la cuenca, hasta las costas del Golfo de México, La Florida y las islas de Bermudas y Bahamas, en el norte, y las islas de Trinidad y Tobago, en el sur. Esto refleja la composición relativamente homogénea de la biota marina que habita estas aguas cálidas; no obstante, las tendencias de distribución de algunos ecosistemas y elementos faunísticos permiten reconocer al menos nueve subprovincias o ecorregiones en el interior de la provincia del Atlántico noroccidental tropical. Cinco de ellas —Caribe oriental, Caribe sur, Antillas Mayores, Caribe suroccidental y Caribe occidental— sectorizan al mar Caribe en áreas que presentan condiciones particulares y determinan la presencia o ausencia de algunas especies.

Los ecosistemas más emblemáticos del mar Caribe son los arrecifes de coral, cuya extensión suma alrededor de 26.000 km2, las praderas de pastos marinos, con un área que supera los 65.000 km2, y los manglares que se extienden a lo largo de numerosos tramos de costa y ocupan una extensión cercana a los 11.560 km2.

Aunque el Caribe ha sido considerado un mar oligotrófico —de aguas pobres en nutrientes y poco productivo biológicamente— evidencias recientes permiten calificarlo más bien como mesotrófico —aguas moderadamente nutritivas y productivas—. La penetración desde el sur, de masas de aguas ricas en nutrientes que provienen de la desembocadura del río Orinoco, sumadas a las que aportan otros grandes ríos directamente, como el Magdalena, el Sinú y el Atrato, generan amplias concentraciones de fitoplancton —algas microscópicas de diversas especies que viven suspendidas en el agua— que al ser transportadas y dispersadas por las corrientes, contribuyen a elevar la producción biológica en otras áreas.

Adicionalmente, los fuertes vientos alisios, que soplan durante los primeros meses del año en sentido paralelo a las costas de Venezuela y el norte de Colombia, generan corrientes que hacen aflorar a la superficie aguas frías que vienen enriquecidas con nutrientes que han recogido previamente del fondo de la plataforma continental, con lo cual se dispara la producción de fitoplancton y, en general, de toda la cadena alimenticia marina. Los hábitats de mar profundo en el Caribe incluyen amplias extensiones de fondos abisales, con profundidades que superan los 2.000 m cubiertos por lodo y fango, numerosos cañones, escarpes, montañas y mesetas submarinas.

La población humana

En términos demográficos, la población humana de las islas y de las zonas costeras del Caribe se estima en alrededor de 50 millones. Algunas de las islas caribeñas presentan grandes concentraciones con clara tendencia al aumento, lo que implica presiones crecientes sobre los ecosistemas y los recursos naturales y reducen drásticamente la capacidad de éstos para mantener la población y amortiguar los impactos de los fenómenos naturales —huracanes, tsunamis, vulcanismos e inundaciones, entre otros—. La densidad de población en Haití, República Dominicana, Islas Caimán, algunas Antillas Menores y la isla colombiana de San Andrés ha alcanzado niveles que superan la capacidad de carga de los ecosistemas; esto crea una dependencia casi completa de suministros provenientes de otras áreas y pone a estas islas en una situación crítica de vulnerabilidad y exposición a catástrofes naturales. La densidad de población se refleja en la cada vez menor cobertura de bosques naturales, cuyo promedio se estima actualmente en algo menos del 20%. El caso de Haití es particularmente crítico, pues su creciente población, que supera ya los 10 millones en un territorio de 27.750 km2 —equivalente al 3% del territorio continental de Colombia—, ha devastado sus bosques naturales hasta llevar su cobertura a menos del 4% de la original. Esto genera graves conflictos sociales y expone a la población a fuertes impactos derivados de fenómenos naturales extremos que son recurrentes en la región, como las tormentas tropicales y los huracanes.

La amalgama de razas y lenguas que se encuentra en el Caribe, refleja la historia de su poblamiento y ofrece una gran diversidad de culturas. Aunque en general predominan los mestizos y mulatos, en ciertas áreas predominan los negros, los indígenas o los de origen español; también se encuentran descendientes de chinos, hindúes y árabes. Oficialmente se reconocen seis idiomas en la región del Caribe. El español es la lengua oficial de Venezuela, Colombia, Cuba, República Dominicana, Puerto Rico y la mayoría de los países centroamericanos. El francés se habla en varias de las Antillas menores; el inglés en Jamaica, islas Caimán, San Andrés y Providencia, Trinidad y Tobago y otras Antillas Menores; el neerlandés y el papiamento, una especie de creole con fuerte influencia portuguesa y española, es oficial en Aruba, Bonaire, Curazao, Saba, San Eustasio y San Martín—; el francés y el creole, derivado del francés, se hablan en Haití. A nivel local existe también una suerte de creoles y patois divergentes, además de una serie de lenguas aborígenes que subsisten localmente en las zonas costeras de Centroamérica, Colombia y Venezuela.

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Independientemente de las divisiones político-administrativas y de las jurisdicciones de las autoridades territoriales, son las características del entorno físico —geología, relieve, hidrografía, clima, vegetación y suelos—, las que permiten distinguir en Colombia cinco regiones naturales relativamente bien diferenciadas: Caribe, Andina, Orinoquia, Amazonia y Pacífico.

La Región Caribe corresponde a la porción noroccidental del país y abarca los ámbitos: continental, que alberga casi todos los ecosistemas presentes de las zonas tropicales, insular, que incluye el archipiélago oceánico de San Andrés y Providencia y las islas y archipiélagos de la plataforma continental, y marino, que incluye las zonas poco profundas y los fondos oceánicos; estos, a pesar de sus obvias diferencias, comparten en gran medida una misma historia geológica, están decididamente marcados por la presencia y la influencia del mar Caribe y sometidos a procesos morfodinámicos, hidro-climáticos y ecológicos que interactúan muy estrechamente entre sí.

Historia geológica y relieve

Como parte de la gran cuenca del Caribe, los rasgos geológicos y el relieve de la Región Caribe colombiana son el resultado de la dinámica tectónica generada por la interacción de la placa del Caribe con el bloque continental de Suramérica y de los procesos hidro-geomorfológicos que han modelado el terreno desde la era Paleozoica, hace más de 150 millones de años.

Por aquel entonces, el mar cubría prácticamente todo el territorio de la actual Colombia, hasta la parte oriental de la Orinoquia. Posteriormente, ya en el Mesozoico, hace entre 135 y 70 millones de años, esta última también fue inundada por el mar cuando se inició el levantamiento de la actual Cordillera Central, causado por el choque frontal de las placas del Pacífico y de Suramérica. Más tarde, en el Paleoceno, hace unos 60 millones de años, surgió el macizo de Santa Marta y se depositaron grandes cantidades de sedimentos a lo largo del borde marino occidental, con lo cual la línea de costa se fue trasladando aproximadamente hasta la zona por donde discurre en la actualidad la falla de Romeral, que atraviesa longitudinalmente casi todo el territorio continental de Colombia, desde las inmediaciones de la ciudad costera de Barranquilla hasta muy cerca del límite fronterizo con Ecuador, al sur de la ciudad de Pasto.

Posteriormente, ya en el Cenozoico, hace unos 50 millones de años, a causa del vulcanismo, la erosión y los procesos de sedimentación que tuvieron lugar en la Cordillera Central, emergieron del mar los terrenos al oriente de esta falla, área ocupada en la actualidad por el valle del Magdalena, la Cordillera Oriental y parte de la Orinoquia.

Entretanto, en el borde occidental de la placa tectónica del Caribe, las tensiones producidas por el choque con la placa del Pacífico provocaban una serie de fracturas en la corteza oceánica, que dieron comienzo a los procesos que más tarde configuraron el istmo centroamericano. Las islas de San Andrés y Providencia y otras estructuras que hoy conforman ese archipiélago, los bancos y atolones de Quitasueño, Roncador, Serrana y Albuquerque, entre otros, se originaron aparentemente a partir de volcanes dispuestos a lo largo de las fracturas de la corteza oceánica, a mediados del Mioceno, hace unos 20 a 15 millones de años, cuando todavía el Caribe estaba conectado con el océano Pacífico y el istmo centroamericano apenas empezaba a desarrollarse gradualmente en sentido norte-sur. Al cesar transitoriamente la actividad volcánica en el archipiélago y hacerse más intensa al occidente, en el área del actual istmo el hundimiento paulatino de los basamentos de los volcanes insulares permitió su cubrimiento con arrecifes de coral y sedimentos formados a partir de esqueletos de corales, moluscos, algas y otros organismos marinos a lo largo de varios millones de años, desde finales del Terciario hasta ya iniciado el Cuaternario, hace entre 6 y 1.5 millones de años. Esto generó finalmente la formación de los bancos coralinos y atolones del actual archipiélago, uno de los cuales emergió del mar por movimientos tectónicos —la actual isla de San Andrés— y otros por reactivación del vulcanismo —islas de Providencia y Santa Catalina—.

En la costa del continente, después de un periodo de casi 40 millones de años de relativa calma en la actividad tectónica, a finales del Terciario, hace 6 a 2,5 millones de años, volvieron a darse importantes cambios físicos. Las tensiones entre las placas del Pacífico y del Caribe, por un lado, y entre esta última y la de Suramérica, por otro, terminaron por completar la formación del istmo centroamericano, con la consecuente separación de las masas de agua del Caribe y del océano Pacífico. Las mismas fuerzas produjeron el levantamiento y plegamiento de los sedimentos depositados en la plataforma continental, dando origen a las serranías de San Jerónimo y San Jacinto y a las colinas que hoy se elevan en inmediaciones de las actuales poblaciones de Luruaco en el departamento de Bolívar, San Antero en Córdoba y San Onofre en Sucre, así como a los altorrelieves de la plataforma continental sobre los que hoy en día se localizan los archipiélagos costeros de San Bernardo e Islas del Rosario. Simultáneamente, el mar inundaba periódicamente los valles formados entre las estribaciones de las cordilleras que empezaban a levantarse.

Más tarde, ya iniciado el Cuaternario, hace 1.5 a 1.0 millón de años, debido al máximo esfuerzo generado por los choques de las placas del Pacífico y Suramérica, se reactivaron los procesos orogénicos que levantaron considerablemente las cordilleras y el macizo de Santa Marta.

Los principales rasgos físicos de la región Caribe terminaron de modelarse en el último millón de años por las oscilaciones climáticas —periodos de glaciaciones alternados con periodos cálidos o interglaciales—, durante las cuales las aguas marinas se retiraron por algún tiempo, dejando descubiertas amplias extensiones de la plataforma continental, para ascender de nuevo, inundar las zonas bajas de las llanuras costeras y darle forma al litoral. También se incrementó el depósito de sedimentos fluviales en las partes bajas de las cuencas de los ríos Sinú, Cauca, Magdalena y San Jorge, a la vez que la Sierra Nevada de Santa Marta y las cordilleras continuaban levantándose.

Clima

Debido a que la Región Caribe Colombiana está situada en la franja tropical y recibe la influencia amortiguadora del mar, las oscilaciones de la temperatura promedio mensual en un mismo lugar son muy reducidas —menos de 2 ºC—, menores que las variaciones de temperatura a lo largo del día, que pueden superar los 15 ºC, por lo que el elemento meteorológico que mejor define el clima es la precipitación.

El principal determinante de la estacionalidad climática en la región es la expansión y desplazamiento hacia el sur de la celda subtropical de alta presión atmosférica del Atlántico norte, con el simultáneo desplazamiento al sur de la Zona de Convergencia Intertropical —ZCIT—, lo cual sucede durante el invierno boreal, de diciembre a marzo y se manifiesta con la intensificación de los vientos alisios; también se produce el enfriamiento de la superficie del mar y la humedad del aire se reduce, por lo que durante ese lapso la región experimenta el periodo más seco del año. Con el inicio de la primavera boreal, a finales de marzo y comienzos de abril, la ZCIT inicia su desplazamiento gradual hacia el norte, a medida que la celda de alta presión del Atlántico norte se contrae y hace decrecer la intensidad de los alisios, con el consecuente calentamiento del mar y aumento de la humedad atmosférica. Este fenómeno desencadena paulatinamente el comienzo del periodo de lluvias, que, según el lugar, suele prolongarse sin grandes fluctuaciones hasta finales del año, como sucede generalmente en el archipiélago de San Andrés y Providencia. En algunos lugares se presenta un régimen bimodal, es decir, con una breve interrupción de las precipitaciones entre junio y julio —conocida como "veranillo de San Juan" —, coincidente con el solsticio de verano del hemisferio norte; este patrón es más notorio en el sur de la porción continental de la región. Las precipitaciones totales oscilan entre 200 y 2.500 mm en el año; los valores más bajos corresponden al extremo norte de la península de La Guajira y los más altos a la zona de altitud media del flanco norte de la Sierra Nevada de Santa Marta y a la costa del golfo de Urabá.

En el periodo de lluvias, cuando los vientos son generalmente débiles y de orientación variable, se presentan episódicamente perturbaciones atmosféricas, que van desde borrascas y tormentas tropicales de mayor o menor intensidad y cobertura, hasta huracanes que pueden tener repercusiones en toda la región e incrementar considerablemente la pluviosidad.

Aunque el régimen invierno seco – verano húmedo define bien la tendencia estacional de las lluvias a escala regional, el relieve y la elevación del terreno lo modifican significativamente a nivel subregional. La topografía interactúa con la circulación atmosférica general para producir variaciones locales en la distribución de las lluvias y la precipitación anual. Es por esto que el flanco norte de la Sierra Nevada de Santa Marta recibe más lluvias a lo largo del año que los costados suroriental y suroccidental; igualmente, la costa montañosa del costado occidental del golfo de Urabá es más húmeda que la del costado oriental, que tiene un relieve relativamente plano. Las temperaturas promedio, si bien oscilan levemente a lo largo del año, muestran una considerable variabilidad de acuerdo con la elevación del terreno respecto al nivel del mar y, en menor proporción, con la distancia del mar o el grado de continentalidad del lugar. Por regla general, las zonas situadas por debajo de 1.000 msnm, que constituyen la gran mayoría, se consideran 'tierra caliente', con temperaturas promedio superiores a 24 ºC y localmente pueden superar los 30 ºC, como ocurre en el sur de La Guajira. En la Sierra Nevada de Santa Marta se encuentran también los pisos térmicos templado, altitudes entre 1.000 y 2.000 msnm y temperaturas promedio entre 17 y 24 ºC; frío, altitudes entre 2.000 y 4.500 msnm y temperatura entre 5 y 16 ºC; y nival, por encima de 4.000 msnm y temperatura promedio inferior a 5 ºC.

Ámbitos y subregiones

La Región Caribe colombiana puede dividirse claramente en tres grandes ámbitos geográficos. Por una parte, el mar Caribe: un amplio espacio eminentemente acuático, tridimensional, en el que Colombia posee jurisdicción sobre 590.000 km2 que incluyen Zona Económica Exclusiva, Zona Contigua, Mar Territorial y Mar Interior, área que corresponde a más de una quinta parte del total de la cuenca marina del Caribe. Esta zona marina está limitada al suroriente por la costa continental, mientras que al nororiente, sur, occidente, noroccidente y norte, sus límites están convencionalmente definidos por líneas imaginarias limítrofes con las Zonas Económicas Exclusivas de Venezuela, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, Jamaica y la República Dominicana. Desde la perspectiva del entorno físico y ecológico, el mar Caribe colombiano puede ser subdividido, a su vez, en dos ámbitos: el primero comprende las aguas cercanas a la costa, poco profundas, influenciadas por la afluencia de aguas dulces y sedimentos desde el continente o las islas; el segundo, las aguas oceánicas de mar abierto, más allá de la plataforma continental, con profundidades mayores a 200 m.

Inmersas en el ámbito oceánico se encuentran las tierras emergidas —islas y cayos— del archipiélago de San Andrés y Providencia, situadas a más de 600 km de la costa continental colombiana y a 200 km de la de Centroamérica. Aunque la extensión total ocupada por las islas, islotes y cayos del archipiélago no suma más de 53 km2, conforman una unidad administrativa como departamento de San Andrés, Providencia y Santa Catalina. Además, su considerable distancia del continente y naturaleza insular oceánica les imprime unas características ecológicas y biogeográficas particulares. La zona continental constituye la porción suroriental de la región Caribe de Colombia. Está dominada por una amplia llanura aluvial de la que sobresalen el imponente macizo de la Sierra Nevada de Santa Marta y una serie de colinas y serranías de menor elevación. La llanura se extiende hacia el oriente y sur hasta las estribaciones bajas de los tres ramales de la cordillera andina, y hacia el occidente y norte hasta el mar Caribe. El litoral se prolonga a lo largo de casi 1.600 km, desde Cabo Tiburón —hito limítrofe con Panamá— hasta Castilletes —límite fronterizo con Venezuela—. Esta porción del Caribe que habitualmente se denomina Costa Atlántica o Región Costeña, está enmarcada por los paralelos 7º 80´ y 12º 60´ de latitud norte y los meridianos 71º y 75º de longitud oeste, y abarca una extensión de 132.218 km2, que corresponde aproximadamente al 11,5% del territorio continental de Colombia.

Sin considerar las divisiones político-administrativas de los siete departamentos que hacen parte del ámbito continental de la región Caribe —Antioquia, Atlántico, Bolívar, Cesar, Córdoba, Chocó, La Guajira, Sucre y Magdalena—, ni la composición étnica de los habitantes, los rasgos culturales y lingüísticos de la población, en el Caribe continental colombiano pueden reconocerse ocho subregiones más o menos diferenciadas de acuerdo con su cercanía al mar, relieve, clima y paisaje: la península de La Guajira, la Sierra Nevada de Santa Marta, el delta del río Magdalena, las sabanas del Caribe, los valles de los ríos Sinú y alto San Jorge, la Depresión Momposina, el Golfo de Urabá y las islas de la plataforma continental.

Distribución de la biota terrestre

La distribución de las especies nativas de fauna y flora responde a complejos procesos evolutivos, determinados por circunstancias climáticas, geológicas y geográficas del pasado y también a las características ecológicas regionales y de los hábitats particulares donde se encuentran en el presente.

En cuanto a la diversidad biológica o cantidad de especies que habitan en un área terrestre determinada, existe una clara relación con la pluviosidad y la humedad, al igual que con la temperatura. Así, las áreas más lluviosas y calientes tienden a presentar mayor diversidad de plantas y animales que las más secas y frías. En concordancia con ello, en la Región Caribe la mayor riqueza de especies de plantas, insectos, aves, anfibios, reptiles y mamíferos está en áreas de baja altitud que reciben las mayores cantidades de lluvia; dichas áreas corresponden a las zonas que bordean el golfo de Urabá y a ciertos sectores del piedemonte del flanco norte de la Sierra Nevada de Santa Marta. Debido a la variedad de condiciones que ofrece su topografía y a que en distancias relativamente cortas se presentan todos los pisos térmicos —desde el cálido hasta el nival—, este macizo montañoso representa en conjunto un enclave reconocido por su extraordinaria biodiversidad, donde los elementos de fauna y flora muestran un notorio parentesco con los de la Región Andina.

En contraste, las áreas con menor riqueza de especies corresponden a la parte norte de la península de La Guajira, donde se presentan altas temperaturas y la más baja pluviosidad de la región y del país, y a las zonas más elevadas de la Sierra Nevada de Santa Marta, donde reinan las temperaturas bajo cero.

El origen de la fauna y la flora terrestres de la Región Caribe está relacionado con los eventos paleogeológicos y paleoclimáticos que marcaron la configuración del continente americano. Desde el punto de vista biogeográfico, la biota de Suramérica y el Caribe conforma una unidad, denominada Región Neotropical. Una parte de dicha biota tiene afinidad con la Paleotropical o Región Tropical Afroasiática, puesto que ambas regiones conformaban un solo continente, Gondwana, hasta hace unos 90 millones de años; la Neártica o de Norteamérica, debido al intercambio de elementos faunísticos y florísticos a través del istmo centroamericano, desde hace 5 millones de años, y la Andina, por el arribo desde el sur de elementos provenientes de la región patagónica a lo largo de la cordillera de Los Andes.

En el interior de la Región Neotropical hay una serie de subdivisiones o provincias, de las cuales, según la clasificación biogeográfica de Colombia, propuesta por el naturalista Jorge 'el Mono' Hernández, cuatro están representadas en la Región Caribe. La primera corresponde a la Provincia Insular Oceánica Caribeña, que incluye las islas y cayos del archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina y otras áreas insulares del Caribe central y suroccidental pertenecientes a otras naciones. La Provincia del Chocó-Magdalena, conocida como Chocó Biogeográfico, que se extiende desde la zona central de Panamá, hacia el oriente y sur a lo largo de la costa y vertiente del Pacífico de Panamá, Colombia y Ecuador y hacia el nororiente por la zona del Darién y la llanura costera del Caribe, hasta la Depresión Momposina. Más al nororiente comienza la Provincia del Cinturón Árido Pericaribeño, que circunda el macizo de Santa Marta, se prolonga hacia la península de la Guajira y continúa al oriente a lo largo de la costa norte de Suramérica y las islas antepuestas a ésta: Aruba, Bonaire, Curazao, Coche, Los Roques, entre otras, hasta la península de Araya y la Isla Margarita, en el oriente de Venezuela. Finalmente, la Sierra Nevada de Santa Marta, por su condición de macizo montañoso, con un amplio gradiente altitudinal, térmico y pluvial y aislado del sistema cordillerano andino, constituye per se una provincia biogeográfica, inmersa en la del Cinturón Árido Pericaribeño.

No obstante lo anterior, la ocupación humana, que data de hace muchos siglos, en el transcurso de los últimos tres ha transformado en gran medida la cobertura vegetal y los hábitats naturales en terrenos agrícolas y ganaderos; ha desfigurado considerablemente los rasgos biogeográficos originales y reducido las poblaciones de muchas especies de fauna y flora silvestres, incluso de especies que tradicionalmente representaban emblemas de la cultura, como las tortugas hicotea y morrocoy, el manatí, el caimán y varias especies de monos.

Distribución de la biota marina

Antes de la formación definitiva del istmo centroamericano, las aguas del Caribe estaban comunicadas con las del Océano Pacífico y la fauna y flora marinas conformaban una misma región biogeográfica. Sin embargo, una vez perdida la conexión entre ambos mares, hace alrededor de 4 millones de años, las biotas marinas del Caribe y el Pacífico Oriental Tropical han experimentado procesos evolutivos, de extinción y especiación independientes, y han sido sometidas a condiciones ambientales diferentes. En la actualidad solamente comparten una cantidad de especies relativamente pequeña.

El mar Caribe, después del Pacífico Occidental Tropical y el Indopacífico, es considerado una de las regiones de mayor biodiversidad marina del mundo. La distribución general de las especies en el interior de este mar es bastante homogénea y, aunque se pueden diferenciar algunas áreas de mayor riqueza y concentración de elementos endémicos —con presencia restringida a áreas pequeñas—, en términos generales está determinada por las condiciones de temperatura, salinidad, profundidad y turbidez del agua y por la distribución de los hábitats que suelen formar complejos mosaicos a lo largo de las costas continentales e insulares de todo el mar Caribe.

En el Caribe colombiano están representadas prácticamente todas las condiciones y hábitats que hay en el resto del Caribe y, por lo tanto, en sus aguas se encuentra una gran proporción de especies de fauna y flora que están ampliamente distribuidas en la cuenca. La presencia o ausencia de una especie depende de las características físico-químicas del agua y a que se encuentre en el hábitat de su preferencia; entre los hábitats marinos más representativos del Caribe colombiano están los manglares, las praderas de pastos marinos, las formaciones de coral, el litoral rocoso, el litoral arenoso y las zonas profundas.

Por tratarse de una cuenca marina semicerrada y relativamente pequeña, cuyas aguas permanecen en movimiento, el mar Caribe ofrece condiciones ambientales bastante homogéneas para la biota. No obstante, existen áreas bien diferenciadas debido a condiciones oceanográficas y ecológicas particulares, como las que se presentan en las zonas que reciben aportes de agua dulce y sedimentos de los grandes ríos, o las que tienen influencia decididamente oceánica con aguas transparentes de mayor salinidad, o aquellas donde afloran masas de agua fría ricas en nutrientes desde las profundidades.

Independientemente de las implicaciones geopolíticas actuales y de la evolución del diferendo con Nicaragua sobre límites jurisdiccionales, a Colombia le pertenece una porción considerable del Caribe sur-central, equivalente al 20% de la cuenca —unos 541.000 km2—. En ese espacio, complejos procesos oceanográficos y otra serie de circunstancias favorecen la presencia de todos los ecosistemas y hábitats característicos del Caribe en nuestros dominios marítimos y permiten la existencia de la gran mayoría de especies de fauna y flora que lo habitan.

Características oceanográficas

Como suele ocurrir en los mares tropicales, las aguas del Caribe son estratificadas verticalmente, es decir, están dispuestas a manera de capas superpuestas, cada una de las cuales tiene temperaturas y/o salinidades diferentes; es decir, que se diferencian por su densidad. La temperatura del agua en la superficie, a cierta distancia de la costa, dependiendo de la época del año y de la localidad, se mantiene generalmente entre 27 y 29 ºC y su salinidad —cantidad de sal, en gramos, disuelta en un litro de agua— es de 32. Sin embargo, la temperatura desciende rápidamente en los primeros 150 a 200 m hasta unos 18 ºC, a la vez que la salinidad aumenta ostensiblemente hasta 37, lo que conjuntamente hace que el agua se vuelva más densa. Más abajo, hasta los 600 m de profundidad, la temperatura alcanza aproximadamente 8 ºC, pero la salinidad disminuye levemente hasta estabilizarse alrededor de 36. Más allá de esa profundidad, la temperatura continúa descendiendo muy lentamente, hasta que a 1.500 m de profundidad alcanza los 4 ºC y la salinidad se mantiene sin cambio significativo. A mayores profundidades, tanto la temperatura como la salinidad se mantienen estables.

La principal fuerza motriz que impulsa las corrientes marinas es el viento, por lo que el patrón de circulación de la capa superficial del agua —los primeros 150 a 200 m— es consistente con la dirección predominante de los vientos Alisios, que soplan casi todo el año de manera persistente desde el oriente-nororiente. La Corriente del Caribe, un ramal de la Corriente Ecuatorial Sur, que confluye con la de Guayana, ingresa a la cuenca por entre las Antillas Menores. Luego de bañar las costas de Venezuela, las Islas de Sotavento y el norte de la península de La Guajira, continúa fluyendo al occidente. Al aproximarse a los bancos y atolones septentrionales del archipiélago de San Andrés y Providencia, situados en los contrafuertes de una cordillera submarina —Dorsal de Nicaragua o Centroamericana—, se bifurca. Así, mientras el flujo principal prosigue al noroccidente, hacia el estrecho de Yucatán, un ramal vira a la izquierda y toma dirección al suroccidente, atraviesa entonces las islas, bancos y atolones meridionales del archipiélago de San Andrés y Providencia, baña las costas de Nicaragua, Costa Rica y Panamá y se convierte en un sistema de circulación ciclónico —en sentido contrario al de las manecillas del reloj—. Al aproximarse por el suroccidente a la costas colombianas, la denominada Contracorriente Panamá-Colombia, se enrumba al nororiente y se desplaza paralelamente a la costa de Colombia, hasta la desembocadura del río Magdalena, donde generalmente pierde su fuerza debido a que se encuentra con aguas impulsadas por los vientos Alisios, que soplan en dirección contraria. Sin embargo, en la segunda mitad del año, cuando éstos pierden fuerza, la Contracorriente Panamá-Colombia puede prolongar su flujo más al noreste, hasta las costas de la península de La Guajira.

El mayor o menor alcance de la Contracorriente se refleja en la dirección que adoptan las aguas del río Magdalena cuando desembocan en el mar. En la primera parte del año, la pluma de sedimentos —mancha de las aguas superficiales que aporta el río— se dirige al suroccidente, lo que hace evidente el escaso alcance de la Contracorriente; en cambio, en la segunda mitad del año, cuando la Contracorriente adquiere mayor impulso, ésta se dirige usualmente al oriente. Un fenómeno oceanográfico muy peculiar, que condiciona decisivamente las características ecológicas del ámbito marino-costero, ocurre durante casi todo el año frente a la costa noroccidental de la península de La Guajira, debido a que los vientos Alisios, que soplan en sentido paralelo a la línea de costa, ejercen una fricción sobre la capa superficial de agua, la cual se ve obligada a desplazarse a la derecha, costa afuera; de esta manera, aguas que se encontraban en zonas profundas ascienden para remplazar las que se alejan de la costa —fenómeno de surgencia—. Las aguas que ascienden son más frías —22 a 24 ºC— y saladas que las superficiales que han desplazado y además vienen enriquecidas con nutrientes que han recogido del fondo de la plataforma continental. Este fenómeno es especialmente intenso en la época seca, cuando los vientos soplan con mayor velocidad y son persistentes.

Otros focos de surgencia, aunque de menor extensión e intensidad, se presentan en la época de brisas fuertes, entre enero y marzo, frente al cabo de La Aguja, en inmediaciones de la ciudad de Santa Marta y frente a la costa del Parque Nacional Natural Tayrona.

Los nutrientes que llegan desde las profundidades elevan la producción de plancton vegetal y algas, lo que se traduce en una extraordinaria abundancia de organismos marinos; estas zonas se caracterizan por ser muy ricas en recursos pesqueros, como camarones, almejas, ostras, corvinas y atunes.

La dirección, la longitud de onda y la altura de las olas en el Caribe colombiano están muy relacionadas con el régimen de los vientos. Bajo condiciones normales, el oleaje en mar abierto proviene del nororiente o del oriente-nororiente, en el mismo sentido que los vientos Alisios; su altura, que depende de la época del año, oscila entre 1,2 y 2,4 m, aunque puede incrementarse considerablemente durante los temporales o como consecuencia del paso de huracanes.

Las mareas en el Caribe son casi imperceptibles, con un intervalo que no supera los 30 centímetros entre la pleamar y la bajamar y tienen un régimen predominante mixto semidiurno, esto es, se presentan dos pleamares y dos bajamares en un lapso de 24 horas.

La plataforma continental y el mar profundo

A lo largo de la costa continental colombiana sobre el Caribe, entre el golfo de Urabá y la península de La Guajira, se extiende por más de 1.100 km la plataforma continental; es un plano levemente inclinado que se prolonga bajo el mar desde la línea de costa hasta aproximadamente 150 m de profundidad. Su amplitud varía desde menos de un kilómetro, en la zona donde la Sierra Nevada de Santa Marta se sumerge abruptamente en el mar, al este de la ciudad de Santa Marta, hasta más de 40 km, frente al golfo de Morrosquillo y algunos sectores de la península de La Guajira. El fondo de la plataforma no es del todo plano; en algunos sectores hay promontorios generados por el vulcanismo de lodo —proceso conocido como diapirismo arcilloso, debido a la compresión tectónica de las capas profundas de la plataforma continental, que hace fluir gases y sedimentos finos hacia la superficie del fondo marino—, fenómeno que se observa entre el nororiente del golfo de Urabá y la zona frente a la Ciénaga Grande de Santa Marta, con manifestaciones tanto en tierra como submarinas. En algunos de estos domos o altorrelieves, se han desarrollado formaciones coralinas, que constituyen amplios bancos o bajíos, cuyas porciones emergidas corresponden a Isla Fuerte, las islas de San Bernardo y las islas del Rosario.

El margen externo de la plataforma continental está delimitado por un cambio más o menos súbito del ángulo de inclinación, que forma un talud que se precipita hasta profundidades que superan los 3.000 m. El relieve relativamente plano de la plataforma se interrumpe en algunos lugares por cañones o valles submarinos de laderas pronunciadas dispuestos transversalmente, algunos de los cuales fueron antiguos cauces formados por ríos relativamente caudalosos durante la última gran glaciación del Pleistoceno —hace unos 20.000 años—, cuando el nivel del mar descendió más de 100 m por debajo del actual; en otros casos se trata de las huellas labradas por el flujo abrasivo de los sedimentos que descargan ríos como el Magdalena y el Sinú.

Tanto la plataforma como el talud están constituidos por sedimentos acumulados a lo largo de los últimos 2,6 millones de años, cuyo espesor puede alcanzar más de 3.000 m y que, a su vez, cubren capas de sedimentos más antiguos, del Mioceno-Plioceno, hace entre 26 y 2,6 millones de años. Donde termina el talud continental se inicia una extensa planicie abisal, denominada cuenca de Colombia, la cual ocupa el sector suroccidental de la placa del Caribe. Esta zona presenta profundidades entre 3.500 y 4.000 m y la mayor parte de su fondo está cubierta por limo muy fino.

Donde el mar y la tierra se encuentran

Debido a su gran extensión, la costa continental del Caribe colombiano, que se extiende a lo largo de 1.642 km, presenta características geomorfológicas, geológicas, hidrológicas y climáticas muy variables. Casi el 70% está conformada por playas generadas por depósitos de sedimentos de diversa naturaleza, cuya coloración y tipo dependen del tipo de roca que les da origen. Cuando el material acumulado es principalmente terrígeno, las playas adoptan una coloración de grisácea a marrón claro y son características de las zonas influenciadas por las descargas de grandes ríos, como Magdalena, Sinú y Atrato, los cuales forman, además, amplias extensiones deltaicas y barras arenosas a lo largo del litoral.

Las playas de tonalidad amarilla y rojiza predominan en las costas de zonas desérticas, como la península de La Guajira, donde las rocas sufren desgaste por el sol y el viento. Las playas de color blanco son depósitos de arena de origen biológico, producto de la desintegración de conchas y esqueletos calcáreos —constituidos principalmente por carbonato de calcio—, fabricados por diversos organismos marinos, que incluyen ciertas algas, foraminíferos, corales, moluscos, erizos y estrellas de mar; estas playas caracterizan las áreas influenciadas por la presencia de arrecifes de coral, como las de las islas y cayos de los archipiélagos de San Andrés y Providencia, San Bernardo y El Rosario, Isla Fuerte y la península de Barú, cerca de Cartagena.

Por otra parte, la textura del sustrato de las playas —tipo de arena, grava o fango— depende fundamentalmente de la turbulencia del agua que genera el oleaje cuando descarga su energía al arribar a la línea de costa. Las de grava y arena de grano grueso se localizan en lugares con fuerte oleaje: las del litoral del norte de la península de La Guajira, las localizadas al oriente de la ciudad de Santa Marta y las que hay entre las ciudades de Barranquilla y Ciénaga; por el contrario, las playas constituidas mayoritariamente por arenas finas, son características de sectores donde predominan condiciones de menor turbulencia.

Debido al escaso intervalo de las mareas en el Caribe, no existe una zonación ecológica marcada en las playas. No obstante, en las partes bajas y húmedas de muchas de ellas, encuentran su hábitat almejas pequeñas conocidas como 'chipi chipi', así como gusanos poliquetos y crustáceos que permanecen enterrados en el sedimento; las partes altas, más secas, son frecuentadas por los cangrejos fantasma. También allí crecen a menudo hierbas dispersas, enredaderas rastreras y verdolaga playera, vegetación que tolera bien los suelos salinos.

El litoral rocoso y los acantilados representan aproximadamente el 15% de la línea de costa del Caribe colombiano. La mayor concentración de este tipo de costa se asocia con formaciones montañosas, entre las que se destacan la serranía del Darién, cerca del límite con Panamá, la Sierra Nevada de Santa Marta y la serranía del Carpintero, cuya estribación occidental forma el Cabo de La Vela, en La Guajira. Algunas islas, como San Andrés, Providencia o Isla Fuerte, poseen sectores con litoral rocoso escarpado.

El litoral rocoso alberga comunidades biológicas bastante características y diversas. En la zona superior, fuera del alcance de las olas, pero donde alcanza a percibirse la rociadura, los únicos organismos marinos que se desarrollan son pequeños caracoles del género Littorina, los cuales viven agrupados en los resquicios de la roca; más abajo, donde las olas golpean con frecuencia y el sustrato permanece siempre mojado, abundan las algas, los inquietos cangrejos del género Grapsus y una variedad de especies de moluscos, erizos y crustáceos que se adhieren firmemente a la roca o llevan una vida totalmente sésil, cementados al sustrato para evitar ser desplazados por la turbulencia del agua.

Manglares y estuarios

En los litorales donde ríos y lagunas entran en contacto con el mar y las aguas se tornan salobres, crecen formaciones boscosas constituidas por árboles de mangle que, al permanecer la mayor parte del tiempo bajo el agua o anegados, han desarrollado adaptaciones fisiológicas, reproductivas y anatómicas que les permiten tolerar la salinidad y colonizar sustratos inestables. Sus troncos, ramas y raíces crean una intrincada maraña que atrapa y retiene sedimentos, hojarasca y material flotante, lo que contribuye a la formación de nuevo suelo.

Los manglares, además de ser ecosistemas de altísima productividad biológica con una composición y estructura muy característicos, en muchos casos marcan la transición entre los ámbitos marino y terrestre. Son el hábitat de una gran variedad de animales, tanto terrestres —insectos, aves zancudas, iguanas, lagartijas, caimanes, serpientes, osos perezosos y zorros, entre otros— como marinos —esponjas, poliquetos, anémonas, cangrejos, caracoles, peces y muchos más—.

Por su gran producción de biomasa, detritos y compuestos orgánicos solubles, que son aprovechados por un sinnúmero de organismos, los manglares desempeñan un papel primordial en la cadena alimenticia de las zonas costeras. Igualmente importante es la función de salacuna que cumple el sistema sumergido de troncos y raíces de las especies del género Rhizophora, conocidos vulgarmente como mangle rojo, pues brinda albergue y alimento a un sinnúmero de invertebrados y peces en su etapa juvenil, muchos de los cuales posteriormente abandonan este hábitat para completar su ciclo de vida en otros ambientes costeros como arrecifes de coral, praderas de algas, pastos marinos y fondos profundos de la plataforma continental. Además, los manglares constituyen una barrera muy eficiente que amortigua los embates del oleaje sobre la costa e impide la erosión del litoral, atributo que cobra particular importancia para contrarrestar el retroceso de la línea costera, debido al ascenso del nivel del mar generado por el cambio climático, proceso que ya es evidente en muchos lugares de la costa colombiana.

Los manglares ocupan en la actualidad una extensión aproximada de 863 km2 en las costas del Caribe colombiano y aunque en estos bosques se encuentran seis especies de mangle, las mejor representadas son el mangle rojo o colorado, el mangle blanco o salado y el mangle negro. Las mayores extensiones de humedales de manglar se localizan en áreas deltaicas e influenciadas por la desembocadura de grandes sistemas fluviales como el Atrato, el Sinú, el Canal del Dique y el Magdalena. También se encuentran bordeando bahías, ensenadas y lagunas costeras del departamento de La Guajira, cerca de las ciudades de Santa Marta y Cartagena, en el sector de Barbacoas y también formando pequeños rodales en algunas islas de los archipiélagos de San Andrés y Providencia, El Rosario y San Bernardo.

Los que se desarrollan en áreas deltaicas forman franjas de mayor o menor amplitud que bordean pantanos o cuerpos de agua semicerrados como lagunas costeras, albuferas y ciénagas, que están sometidos a fluctuaciones de salinidad del agua, debido a que allí confluyen y se mezclan las aguas dulces provenientes del continente con las saladas del mar, por lo que se los puede considerar como estuarios. Estos humedales de agua salobre, comúnmente llamados ciénagas, cuya extensión total en el Caribe colombiano suma unos 1.554 km2, son ecosistemas de gran productividad biológica y hábitats de gran importancia para las aves acuáticas, muchas de ellas migratorias. Además, en los estuarios abunda una amplia gama de recursos pesqueros, entre los que se destacan camarones, jaibas, ostras, almejas y diversas especies de peces.

El sistema laguno-estuarino más extenso del Caribe colombiano es el complejo de humedales y manglares de la Ciénaga Grande de Santa Marta, con casi 500 km2. Las ciénagas de Mallorquín, cerca de Barranquilla, La Virgen, en Cartagena, y las bahías de Barbacoas, contigua a la de Cartagena, y Cispatá, en el antiguo delta del río Sinú, son también estuarios rodeados por manglares, de gran importancia ecológica y económica.

Formaciones coralinas

Las formaciones coralinas son estructuras que tapizan algunas áreas del fondo marino en aguas poco profundas, claras y cálidas de los mares tropicales. Han sido construidas por invertebrados marinos coloniales, principalmente corales, en el transcurso de cientos y miles de años. Estos pequeños organismos se asientan y desarrollan sobre los esqueletos calcáreos dejados por generaciones, antecedentes de individuos de su misma o de otras especies, hasta formar colonias pétreas de variados tamaños y formas —ramificadas, laminadas, hemisféricas, costrosas—, las cuales van configurando un complejo andamiaje que con el tiempo se convierte en un arrecife tridimensional. Cierto tipo de algas, que incorporan carbonato de calcio en sus tejidos, llamadas algas pétreas o coralináceas, también contribuyen a la construcción del edificio arrecifal.

A su vez, los arrecifes coralinos brindan una amplia gama de hábitats a una gran diversidad de organismos como algas, esponjas, abanicos de mar, gusanos, equinodermos, moluscos, crustáceos y peces, entre otros, los cuales ocupan prácticamente todos los espacios disponibles, incluyendo oquedades y resquicios. Las estructuras de coral constituyen la expresión más avanzada de la biodiversidad marina y, junto con las selvas húmedas tropicales, son el laboratorio natural más refinado de la evolución de los seres vivos; muchos organismos que habitan en este ecosistema han encontrado fórmulas de supervivencia muy sofisticadas, como estrategias para cazar presas, para evitar ser presa, para engañar o advertir al enemigo, para acaparar el espacio y hasta para suplantar las funciones de otros. Estas estrategias encuentran su máxima expresión en los vivos colores y las formas bizarras de muchos habitantes de los arrecifes coralinos. Estos sistemas se estima que son el hogar de alrededor del 40% de la biodiversidad marina del mundo y del 5% de todas las especies de fauna y flora conocidas en nuestro planeta.

Casi el 80% de las formaciones de coral en el Caribe colombiano — unos 1.900 km2— se encuentra formando bancos y atolones o alrededor de las islas y cayos del archipiélago de San Andrés y Providencia. Tanto los rasgos morfológicos, como la estructura ecológica y la distribución de las especies en las formaciones coralinas de ese archipiélago, están marcadamente influenciadas por el régimen de oleaje y la recurrencia más o menos frecuente de tormentas y huracanes. Los vientos Alisios, que soplan del nororiente, con fuerza constante, producen grandes olas cuya energía es descargada cuando rompen contra las estructuras coralinas que encuentran a su paso. Esto se traduce en el desarrollo generalizado de barreras y arrecifes en los costados del oriente y nororiente o zona de barlovento de todos los bancos, atolones e islas del archipiélago.

Las óptimas condiciones ambientales en esta área del Caribe han favorecido el desarrollo de arrecifes de grandes proporciones, como la barrera coralina de Providencia, que es la segunda en extensión de toda la cuenca del océano Atlántico. En la construcción de estas estructuras participan más de 50 especies de corales pétreos, 40 de octocorales, entre los que se cuentan los abanicos de mar, más de 100 de esponjas y diversas algas calcáreas. Estas formaciones albergan, además, incontables especies de otros organismos, entre los que se destacan no menos de 300 de algas, sin contar las microscópicas del plancton, 400 de peces, 500 de moluscos como calamares, pulpos, almejas, caracoles y babosas de mar, 100 de crustáceos —cangrejos, camarones, langostas, isópodos—, 50 de equinodermos —estrellas, pepinos y lirios de mar— e incontables representantes de otros grupos de invertebrados marinos.

Con historias geológicas distintas y de edad más reciente y por lo tanto con menor desarrollo del andamiaje arrecifal, las formaciones coralinas de la costa continental del Caribe colombiano se hallan dispersas a lo largo de la plataforma continental, desde el golfo de Urabá, muy cerca del límite con Panamá, hasta la región septentrional de la península de La Guajira. A pesar de que las aguas costeras reciben en mayor o menor grado la influencia de agua dulce y sedimentos descargados por los ríos, lo cual implica una serie de obstáculos para el desarrollo óptimo de los corales, en algunos sectores se han desarrollado arrecifes de proporciones considerables, cuya diversidad de organismos puede ser equiparable o incluso superar a la de las del archipiélago de San Andrés y Providencia.

La mayor concentración de formaciones coralinas en la costa continental colombiana se encuentra en el sector central, sobre una serie de altorrelieves del fondo de la plataforma continental, a cierta distancia de la costa, y forma los archipiélagos de San Bernardo y del Rosario, las islas Tortuguilla y Fuerte y los bajos de Salmedina, Tortugas y Bushnell, entre otros. Otras formaciones coralinas importantes y de cierta magnitud se distribuyen bordeando las costas montañosas, donde se alternan ensenadas o bahías con cabos de acantilados rocosos, como en la parte noroccidental del golfo de Urabá y la zona al oriente de la ciudad de Santa Marta, en el Parque Nacional Natural Tayrona.

Praderas de pastos marinos

Los pastos marinos, plantas similares a las hierbas terrestres, viven y completan sus ciclos totalmente sumergidos en el agua salada; de hecho, estas plantas han evolucionado de la tierra firme al mar, en etapas progresivas de adaptación al agua, primero a la dulce, luego a la salobre y finalmente a la del mar. A menudo forman extensas praderas que se desarrollan sobre fondos de arena o lodo, en aguas claras de escasa profundidad y cerca de la costa. Aunque existen siete especies en el Caribe, las más abundantes son el pasto tortuga, de hojas alargadas, en forma de cinta, y el pasto manatí, de hojas cilíndricas y muy delgadas.

Las praderas, que desempeñan un papel muy importante como fuente de alimento para ciertas tortugas, manatíes, caracoles y algunos peces, son lugares ideales para la cría de juveniles de muchos peces e invertebrados, entre ellos las langostas. Además de contribuir a estabilizar los sedimentos del fondo marino y de restarle energía al oleaje, evitan la erosión del litoral. En algunas áreas se desarrollan en cercanías de los manglares que bordean las costas continentales o insulares, así como en las proximidades de las formaciones coralinas, lo cual genera importantes relaciones ecológicas y crea mosaicos de hábitats compuestos por praderas, corales y manglares.

En el Caribe colombiano, las praderas de pastos marinos ocupan algo más de 43.000 hectáreas que están distribuidas discontinuamente; el 95% se encuentra en zonas particulares de la costa continental o rodeando las islas adyacentes a ésta, mientras que el restante 5% se localiza en el archipiélago de San Andrés y Providencia, principalmente alrededor de las dos islas mayores. El área de máxima extensión de praderas en Colombia es la plataforma continental adyacente al borde costero noroccidental de la península de La Guajira, que reúne casi 35.000 hectáreas —aproximadamente el 80% del total existente en Colombia— entre la línea de costa y los 12 metros de profundidad. Otros sectores que concentran extensiones importantes se encuentran en inmediaciones de Cartagena, el golfo de Morrosquillo, Isla Fuerte, los archipiélagos de San Bernardo y El Rosario y las bahías al oriente de Santa Marta, en el Parque Nacional Natural Tayrona.

El área continental de la región Caribe de Colombia es cercana a los 133.000 km2 y consta de una amplia llanura que se extiende desde el litoral hacia el oriente y el sur, hasta los ramales cordilleranos. El relieve plano es interrumpido abruptamente por el macizo de la Sierra Nevada de Santa Marta y en menor medida por algunas serranías, cerros aislados y colinas; islas dispersas y dos archipiélagos costeros completan el inventario de esta vasta región que representa el 11,5% del territorio continental colombiano, la cual se subdivide en siete subregiones o grandes paisajes: península de La Guajira, Sierra Nevada de Santa Marta, delta del río Magdalena, sabanas del Caribe, valles de los ríos Sinú y alto San Jorge, Depresión Momposina, Golfo de Urabá e islas de la plataforma continental. Políticamente está dividida en ocho departamentos: Antioquia, Bolívar, Cesar, Córdoba, Chocó, La Guajira, Magdalena y Sucre.

Desde el punto de vista ecológico, la región alberga un complejo mosaico de ecosistemas terrestres y acuáticos que es bastante heterogéneo debido a que cada una de las subregiones presenta unos rasgos climáticos, hidrológicos y topográficos bien diferenciados. Mientras que los ambientes terrestres se catalogan por su cobertura vegetal predominante, la cual va desde bosques densos, hasta pastizales y matorrales semidesérticos, los acuáticos comprenden las aguas corrientes o fluviales —sistemas lóticos— y los cuerpos de agua más o menos cerrados —sistemas lénticos—.

Selva húmeda tropical

Este ecosistema, caracterizado por su exuberancia y por albergar una de las mayores diversidades de flora y fauna del mundo, está presente en algunas zonas bajas —de 0 a 1.000 msnm—, cálidas y húmedas, del piedemonte del flanco norte de la Sierra Nevada de Santa Marta, en el bajo río Atrato y en la serranía del Darién, esta última en la parte más meridional de la región. Antiguamente, este tipo de bosques también se extendía por las laderas bajas de la cordillera Occidental y a lo largo de las riberas del Magdalena y otros ríos de la planicie del Caribe. Sin embargo, en su mayoría han sido remplazados por áreas de cultivo y ganadería.

En estas selvas, algunos árboles presentan alturas extraordinarias hasta de 50 m, que sobresalen del dosel para formar el estrato emergente. El dosel mismo es muy cerrado y está conformado por diversos árboles de gran porte —entre 25 y 30 m de altura— y con frondas de hoja ancha. Debajo de éste, pueden reconocerse además un estrato de sotobosque y otro a nivel del suelo.

En la selva húmeda tropical rara vez se encuentran especies dominantes de árboles, pero las familias de las leguminosas —guamos, chochos— y las moráceas o higuerones son por lo general las mejor representadas. También suelen abundar las anonáceas —familia de los guanábanos—, caobos, guayacanes, miristicáceas —familia de la nuez moscada—, palmas, sapotáceas —sapotes, árbol del chicle—, lauráceas —familia del aguacate— y algunas ceibas. Los ejemplares de cada especie rara vez se encuentran juntos, sino más bien dispersos, pero una gran variedad de plantas, más de 100, pueden estar presentes en una sola hectárea. Los troncos de los árboles de mayor porte suelen tener amplios contrafuertes o raíces en forma de tablones, cuya función es darles sostén cuando se desarrollan sobre suelos poco profundos.

En el estrato del sotobosque son comunes platanillos o heliconias, cañagrias, anturios y aráceas de grandes hojas —balazos y afines—; también abundan diversos arbustos de las familias del cafeto, los sietecueros y los cordoncillos. Entre las abundantes plantas epífitas que crecen sobre los troncos y ramas de los árboles se destacan las bromelias o quiches, los balazos trepadores, los bejucos, los helechos, las orquídeas y gran variedad de musgos.

La selva húmeda tropical alberga un sinnúmero de animales, especialmente insectos, arañas y ciempiés, muchos de los cuales adoptan formas y coloraciones para camuflarse con el entorno, o para advertir y confundir a sus enemigos imitando a otras especies que son ponzoñosas o de mal sabor. Las mariposas, particularmente diversas y vistosas, añaden colorido en la penumbra del sotobosque y las chicharras contribuyen a resaltar la exuberancia de la selva con sus estridentes sonidos; diversas especies de hormigas, algunas solitarias y otras en grupos de miles de individuos, deambulan veloces por el suelo; las termitas construyen abultadas colonias en los árboles; las arañas fabrican sus redes entre las ramas o en el suelo; abejas y abejorros revolotean en busca de flores; las libélulas, los moscos y zancudos invaden el espacio aéreo. Entre los anfibios sobresalen las ranas y sapos, con muchas especies que son de hábitos diurnos; algunas especies deambulan por el suelo o en la hojarasca húmeda y otras son arborícolas. Entre los reptiles, que son igualmente diversos, sobresalen las lagartijas, los gecos y las serpientes.

La abundante y variada oferta de alimento en la selva húmeda se refleja en la gran cantidad de aves que alberga. Entre las más vistosas están las que se alimentan de frutos —guacamayas, loros, tucanes, azulejos y petirrojos entre otras— y las que lo hacen de néctar como los colibríes, o las insectívoras como los atrapamoscas y los hormigueros. También se encuentran algunas carnívoras como los búhos y las águilas.

Entre los mamíferos, la mayor cantidad de especies pertenece al grupo de los murciélagos, muchos de los cuales cumplen funciones similares a las de las aves, pero durante las noches, cuando salen de sus madrigueras localizadas en oquedades de los troncos, debajo de las hojas grandes de las palmas o en cavernas, para alimentarse de insectos, frutas o néctar; los hematófagos o vampiros son la minoría, pues a lo sumo se encuentran tres especies. Los mamíferos trepadores, como los monos, osos perezosos, martejas, ardillas, puerco espines y los marsupiales —zarigüeyas, chuchas o faras—, son las especies más numerosas en estas selvas.

Con excepción de varias especies de musarañas y roedores, que incluyen ratones y ñeques, los mamíferos que habitan sobre el suelo, como el saíno o pecarí y la guagua o agutí, son ya escasos o están amenazados de extinción; especialmente preocupantes son los casos de la danta, el jaguar, los tigrillos y el puma.

Bosque seco tropical

El bosque seco tropical es la formación boscosa más característica de toda la región caribeña aunque su extensión actual es mínima, si se compara con la que tenía hace algunos siglos. Su desarrollo está relacionado con la marcada estacionalidad de las lluvias que caracteriza la mitad septentrional de la región, especialmente por el prolongado periodo seco que se presenta en los primeros meses del año, cuando, además, los fuertes vientos alisios tienen un efecto secante sobre el suelo y la vegetación. Amplias áreas de la planicie costera, incluyendo las partes bajas de los valles de los ríos Magdalena, Cesar, Sinú y San Jorge, estaban originalmente cubiertas por bosques secos, al igual que el sur de la península de La Guajira, los piedemontes de los flancos suroriente y suroccidente de la Sierra Nevada de Santa Marta, las islas costeras y el archipiélago de San Andrés y Providencia. Sin embargo, de su cobertura original solo se conserva menos del 5% disperso por algunos relictos de los alrededores de la Sierra Nevada de Santa Marta, los Montes de María y la isla de Providencia.

El dosel de estos bosques alcanza alturas entre 15 y 25 m, con elementos emergentes aislados que pueden superar los 30; generalmente se encuentran de tres a cuatro estratos vegetativos. Entre las especies que dominan los estratos superiores, se destacan el resbalamono o indio desnudo, la bija o palo santo, las ceibas blanca y espinosa, el guásimo, el caracolí y los guayacanes. En el subdosel suelen predominar ciertas leguminosas, como el algarrobo, el trupillo y el dividivi; menos frecuentes son el totumo, el naranjuelo, el mamón y el vara de piedra. Estos bosques comparten en gran medida algunas características de la selva húmeda tropical y muchas de las especies de fauna y flora. La principal diferencia radica en la escasez de plantas epífitas y palmas, así como en las adaptaciones de la vegetación para sobrevivir a la sequía durante periodos prolongados, como los árboles de madera dura, en su mayoría caducifolios —pierden las hojas durante la estación seca— y la existencia de ciclos de floración y fructificación bien marcados.

A su vez, los ciclos de floración y fructificación de las plantas obligan a las aves frugívoras y nectarívoras, así como a los insectos y a algunos mamíferos herbívoros a desplazarse hacia otros bosques donde puedan hallar alimento y agua durante la sequía. Muchos insectos sincronizan su desarrollo con la estacionalidad de las lluvias y hacen coincidir la sequía con la diapausa —etapa en la que la actividad metabólica se reduce a un mínimo—, ya sea en la fase de huevo, larva, pupa o la de imago. Los caracoles terrestres y algunos sapos optan por reducir su metabolismo y pasan esa difícil temporada en estado de letargo, bien sea enterrados en el suelo, ocultos bajo la hojarasca o resguardados en las oquedades de los troncos.

Debido al alto grado de fragmentación de los bosques remanentes, cada uno de ellos presenta en la actualidad una composición de especies y estructura particulares y en muchos de ellos no está representada la totalidad de las especies típicas de este ecosistema. Por lo tanto, en términos de conservación, cada remanente tiene gran importancia si se desea preservar la mayor parte de las especies de estos bosques del Caribe colombiano.

La riqueza original de especies arbóreas de madera dura y fina, idóneas para la construcción de viviendas, muebles, utensilios y embarcaciones, así como de cortezas y bejucos para obtención de fibras y colorantes, sumados a los buenos suelos generados por la acumulación de hojarasca y materia orgánica, aptos para las actividades agrícolas y ganaderas, fueron los motivos para que grandes extensiones de bosque seco se transforman en potreros y campos de cultivo.

Bosque bajo denso

Sobre la planicie de la península de La Guajira, en su parte septentrional se levanta, hasta más de 800 msnm, la serranía de La Macuira. El flanco nororiental de este promontorio montañoso enfrenta los vientos Alisios que se han saturado de humedad en su recorrido sobre el mar Caribe; al ser obligados a remontar las laderas de la serranía, el aire se enfría y condensa y da lugar a la formación de una densa neblina que invade las partes medias y altas de las montañas. Las finísimas gotas de agua que forman la neblina propician el desarrollo de un enclave ecológico muy particular y único, pues las plantas epífitas recogen el agua directamente del aire hasta quedar empapadas y luego el líquido escurre hasta el suelo y lo penetra, para que la humedad sea aprovechada por una variedad de pequeños árboles, arbustos y hierbas que hacen de esta formación una isla con vegetación exuberante en medio de un amplio desierto.

Este bosque bajo y denso está conformado, en las zonas de altitud baja-media de la serranía, especialmente por churumbelos —conocidos localmente como anai—, árboles que alcanzan hasta 12 m de altura, que en algunos lugares se entremezclan con dividivi, guayacán aceituno, trupillo y salero. La floración masiva de estos árboles, que ocurre generalmente en octubre, cuando se inicia el único periodo de lluvias en esta región, tiñe de color violeta las laderas de la serranía, para ofrecer un espectáculo extraordinario. Más arriba, por encima de 500 msnm, donde la humedad es mayor, el bosque de churumbelos es remplazado por un bosque enano de niebla, constituido por varias especies de arbustos achaparrados, principalmente escudero, guayabillo y matapalo, cuyos troncos y ramas están literalmente recubiertos por gran variedad de epífitas, principalmente musgos, bromelias y helechos.

Este enclave húmedo del bosque bajo denso es la formación vegetal más diversificada de la Media y Alta Guajira, con más de 120 especies de plantas, varias de ellas endémicas, representa una suerte de oasis en el que encuentra refugio y alimento una gran variedad de aves e insectos.

Bosques de montaña y páramo

Los bosques montanos del Caribe colombiano se restringen a las zonas de altitud media de la Sierra Nevada de Santa Marta y comparten muchas características con la selva húmeda tropical, especialmente entre los 1.000 y 2.000 msnm, pero sus árboles tienen menor envergadura y el grupo de las palmas suele ser el dominante. El estrato arbóreo está generalmente compuesto por cedros, guácimos, yarumos y guayacanes, mientras que en el subdosel y estratos bajos abundan las heliconias y las palmas.

A medida que se asciende sobre los flancos de la Sierra, las diferencias florísticas y estructurales con la selva tropical se acentúan; aparecen entonces los bosques nublados que caracterizan los pisos andino y altoandino, donde las especies de hoja grande y ancha son gradualmente sustituidas por otras de hojas más pequeñas, la diversidad y cantidad de palmas disminuye y la de plantas epífitas, como las bromelias, helechos, orquídeas y musgos, aumenta. Por encima de 2.400 msnm, donde la temperatura promedio anual es inferior a 12 ºC y el ambiente es frecuentemente invadido por la niebla, la vegetación arbórea, dominada por encenillos, sietecueros, cedrillos y helechos arborescentes, disminuye su porte y se vuelve cada vez más achaparrada, hasta adoptar un aspecto de matorral leñoso en el límite con el páramo.

En la parte más alta de la Sierra, por encima de 3.200 m, donde la temperatura media no sobrepasa los 8 ºC, desaparece el estrato arbóreo, aunque de manera dispersa crecen arbustos como el romero y la cola de pavo y el paisaje es dominado por pastizales y pajonales, que marcan el inicio del páramo.

En éste pueden reconocerse tres sectores altitudinales. La franja inferior o subpáramo, entre 3.200 y 3.400 msnm, donde todavía prevalece la vegetación leñosa y arbustiva, pero entremezclada con macollas de paja y hierbas, la cual puede considerarse como una transición entre el bosque altoandino y el páramo propiamente dicho.

El páramo típico, entre 3.400 y 4.300 msnm, se caracteriza por la predominancia de gramíneas que crecen en forma de macolla, hierbas rastreras, frailejones y otras plantas cuyo follaje es velloso y adopta forma de roseta, como una estrategia para amortiguar los cambios de temperatura y concentrar el calor en las partes germinales de la planta. Los frailejones constituyen quizás la vegetación más emblemática de los páramos; en la Sierra Nevada de Santa Marta se destacan varias especies endémicas que incluyen una arborescente, que desarrolla varias rosetas en un mismo tronco. En las depresiones encharcadas formadas por remanentes de lagunas glaciares, se desarrolla una vegetación dominada por pequeñas plantas que crecen agrupadas formando abultados "cojines", musgos y plantas flotantes.

Por encima de los 4.300 msnm, está el superpáramo, zona abandonada en tiempos relativamente recientes por los glaciares o cubierta en puntos específicos por hielo, donde desaparece gran parte de la vegetación; solamente unas pocas especies, como el árnica, el rabo de diablo y algunos musgos y líquenes, especialmente adaptadas para soportar las difíciles condiciones que imponen el clima y la deficiencia de nutrientes en el suelo, crecen al abrigo de los afloramientos rocosos. Por encima de 4.800 a 5.000 msnm, el suelo está parcial o permanentemente cubierto de nieve o hielo y solo ocasionalmente, en grietas abrigadas, crecen ciertos musgos y hierbas rasantes.

Los bosques de montaña y páramos de la Sierra Nevada de Santa Marta se destacan por su gran diversidad y endemismo de especies, debido al aislamiento geográfico del macizo con respecto al sistema montañoso de las cordilleras. Se estima que alrededor del 26% de las plantas de los bosques y páramos son endémicos, al igual que varias especies de aves, reptiles, anfibios y pequeños mamíferos. Por otra parte, debido también al aislamiento geográfico, varios animales característicos de la región andina, como el oso de anteojos, no lograron colonizar la Sierra.

Pastizales y sabanas

El ecosistema de sabana se asocia en Colombia con la Orinoquia, donde sus vastas planicies de gramíneas son intercaladas con árboles y formaciones boscosas de reducido tamaño y surcadas por bosques de galería o riparios, a lo largo de las riberas de los ríos. Sin embargo, en las planicies del Caribe también existen sabanas muy similares en su aspecto a los Llanos Orientales con los que comparten muchas especies, especialmente de flora. Las del Caribe colombiano ocupaban originalmente algunas áreas en la planicie colinada de los departamentos de Bolívar, Sucre y Córdoba, pero han sufrido una profunda transformación por el uso agropecuario y en muchas partes la deforestación del bosque seco tropical y los potreros abandonados han dado lugar a pastizales cuyo aspecto y composición se asemeja al de las sabanas. Hoy en día, estos pastizales se distribuyen por casi toda la planicie costera, intercalados con bosques secos y humedales.

Las especies vegetales características de las sabanas, en su mayoría gramíneas y pequeños arbustos achaparrados, tienen distribución amplia y forman comunidades relativamente resistentes a las perturbaciones, particularmente al fuego y a las inundaciones. En estas sabanas es frecuente observar árboles frondosos de gran envergadura, especialmente ceibas, que son utilizados por el ganado y los mamíferos silvestres para guarecerse del calor durante el día. Desafortunadamente, la cacería y la transformación del hábitat han erradicado muchas especies de fauna características de las sabanas del Caribe colombiano, como venados, armadillos, osos hormigueros, chigüiros y tortugas morrocoy, entre otros.

Matorral espinoso y desierto

Los matorrales espinosos con marcados rasgos xeromórficos —vegetación adaptada a la escasez permanente de agua— son característicos del paisaje del cinturón árido pericaribeño, del cual la zona costera de la mitad septentrional del Caribe colombiano hace parte. El área aledaña a la ciudad de Barranquilla, la franja costera entre ésta y Santa Marta y gran parte de la de la península de La Guajira presentan déficit hídrico, lo que se refleja en su vegetación, que va de arbustales muy secos hasta cardonales abiertos subdesérticos, donde a veces predominan el sustrato desnudo y las dunas de arena.

En el matorral espinoso, como su nombre sugiere, una importante proporción de la cobertura vegetal está constituida por plantas espinosas, con hojas pequeñas y duras, usualmente con adaptaciones para acumular agua, evitar su pérdida y resistir la sequía. En esta formación vegetal, entre las copas de los trupillos, dividivis, guamachos y olivos, sobresalen con frecuencia las altas siluetas de los cactus columnares o cardones.

En la zona costera del extremo septentrional de la península de La Guajira, región que menos precipitaciones recibe en Colombia, el déficit de agua y el efecto de los fuertes y persistentes vientos propician la formación de campos de médanos o dunas y de condiciones de extrema aridez, donde muy pocas plantas son capaces de colonizar el sustrato inestable y de prosperar prácticamente en ausencia de agua, como es el caso de la gramínea Eragrostis ciliaris y del matorral rastrero Heterostachys ritteriana, que crecen dispersos y aislados sobre la arena.

Dadas las condiciones adversas y a veces extremas en estas áreas, la fauna que allí habita es menos diversa que en los ecosistemas boscosos, pero posee varios elementos endémicos, principalmente aves, como el vistoso cardenal guajiro y la paloma de ala blanca. Entre los mamíferos se destaca por la cantidad de especies el grupo de los murciélagos y, aunque más escasos, se encuentran conejos, venados, zainos, zarigüeyas, osos hormigueros, armadillos y varias especies de ratones. Particularmente diverso es el grupo de los reptiles, representado por varias especies de gecos, lagartijas y lagartos, entre ellas la iguana y el lobo pollero, así como de serpientes, incluyendo verdaderas y falsas corales, boa, cascabel, cuatronarices y algunas especies arborícolas.

Ríos y humedales

Los principales ecosistemas de agua dulce en el ámbito continental del Caribe colombiano son los sistemas fluviales y sus planicies inundables, que involucran los cauces de los ríos, las ciénagas y otros humedales del plano de inundación y los caños que los interconectan. Adicionalmente, existe una serie de ríos de trayecto corto y turbulentos que descienden de la Sierra Nevada de Santa Marta y de la serranía del Darién y desembocan directamente en el mar o en cuerpos de agua mayores, sin formar planos inundables de consideración.

Las planicies aluviales de los ríos Sinú y Atrato, pero principalmente la vasta hondonada de la llanura donde confluyen el San Jorge y el Cauca, conocida como La Mojana —en territorios de los departamentos de Sucre, Córdoba y Bolívar— y la zona donde estos ríos vierten sus aguas al Magdalena, llamada la Depresión Momposina —en territorios de los departamentos de Magdalena y Bolívar—, son vastas áreas en las que los cauces de los ríos, madreviejas, ciénagas y caños conforman complejos sistemas de humedales y mosaicos de ecosistemas acuáticos que van desde los espejos de agua permanentes y los pantanos, hasta los bosques inundables, que albergan una extraordinaria diversidad de animales y plantas.

La dinámica de estos complejos ecosistemas acuáticos está controlada en buena parte por la estacionalidad de las lluvias y, por supuesto, de los caudales de los ríos, los cuales, durante los períodos secos, se reducen y restringen su cauce a un canal principal, pero en época de lluvias, a medida que aumenta la cantidad de agua, ésta penetra por los caños e incrementa el nivel de las ciénagas, las cuales se expanden e inundan la planicie adyacente dando lugar a vastas áreas pantanosas. Las aguas renovadas y nutritivas de las ciénagas, contribuyen al desarrollo de una exuberante vida vegetal y animal, incluyendo peces, caimanes, babillas, tortugas, manatíes e infinidad de aves acuáticas y zancudas. Al llegar de nuevo la época seca, el nivel desciende, las ciénagas se contraen y los peces abandonan ese hábitat transitorio para emprender una de las migraciones reproductivas más fascinantes; cantidades asombrosas de peces de diferentes especies —bagres, nicuros, bocachicos, entre otras— remontan el cauce de los ríos por cientos de kilómetros mientras maduran sexualmente en los primeros meses del año, para generar un fenómeno conocido comúnmente como subienda; una vez en la parte alta del río o en uno de sus tributarios, en la Región Andina, descargan sus huevos. Luego, los alevinos recién nacidos se dejan arrastrar por la corriente mientras crecen y se desarrollan, hasta arribar a la planicie aluvial justo cuando el nivel de las aguas ha ascendido lo suficiente para permitirles ingresar a las ciénagas, donde encuentran abundante alimento para completar su desarrollo y dar inicio a un nuevo ciclo.

Los humedales de las planicies del río Sinú son menos extensos que los de La Mojana y los de la Depresión Momposina, pero su complejidad y dinámica es similar. Las ciénagas de Betancí y Lorica son sus principales cuerpos de agua dulce, que también están sometidos a variaciones pulsantes en el nivel de las aguas y en su extensión al ritmo de las fluctuaciones estacionales del caudal del río. Estas ciénagas son el hábitat de babillas, caimanes, varias especies de tortugas acuáticas, manatíes y gran cantidad de aves zancudas. Los Zenúes y otras culturas precolombinas desarrollaron considerablemente la agricultura en estas áreas mediante el manejo hidráulico de estos sistemas, lo que les permitió alcanzar altos niveles de organización social.

En cambio, los humedales de la planicie aluvial del Atrato, uno de los ríos más caudalosos del mundo con relación al tamaño de su cuenca, debido a que recoge aguas de una de las regiones con mayor pluviosidad en el planeta, funcionan de manera algo diferente a la de los otros ríos del Caribe colombiano. La principal razón de ello radica en que su caudal no presenta fluctuaciones estacionales tan marcadas; por consiguiente, las ciénagas y pantanos de la cuenca baja tampoco experimentan variaciones significativas en el nivel de las aguas. Por ello mismo, son sistemas menos productivos que los de otros ríos, lo que se manifiesta en menor abundancia de peces y de otros componentes de la fauna, como aves y reptiles.

Los ríos torrentosos y de tramo corto que descienden de la Sierra Nevada de Santa Marta y de la serranía del Darién rara vez forman planicies aluviales, o estas son muy pequeñas. No obstante, varios de ellos tienen en su desembocadura pequeñas lagunas costeras que constituyen zonas de refugio para muchas aves acuáticas. Algunos de los cursos de agua que discurren por el costado norte de la Sierra Nevada hacia la llanura de la península de La Guajira son estacionales, es decir, solo llevan agua durante la época de lluvias, de manera que las lagunas costeras en su desembocadura permanecen secas gran parte del año o son invadidas por aguas marinas, las cuales, al evaporarse, dan lugar a albuferas* o sistemas hipersalinos.

En el Caribe suroccidental, a más de 700 km de distancia de la costa continental colombiana y a 200 de las de Centroamérica, se localiza un archipiélago oceánico compuesto por tres islas principales: San Andrés, Providencia y Santa Catalina, algunos islotes rocosos y una serie de cayos de arena y escombros coralinos. A pesar de que en total tienen una extensión territorial de apenas 52,5 km2, equivalentes al 0.005% del territorio emergido de Colombia, constituyen una unidad administrativa aparte: el departamento de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, cuya capital y centro administrativo es San Andrés. Con una superficie de sólo 25 km2 y una población que ronda los 75.000 habitantes, San Andrés es probablemente una de las islas más densamente pobladas de todo el Caribe, mientras que Providencia mantiene una población relativamente constante de unos 4.500 habitantes en sus 20 km2 de extensión. Todo el archipiélago ha sido declarado por la UNESCO como Reserva de la Biosfera, con el nombre Seaflower, que fue tomado de la embarcación en la que arribaron los primeros puritanos ingleses.

Las islas nunca estuvieron habitadas por aborígenes caribe, pero eran visitadas esporádicamente por indígenas Miskito habitantes de la costa centroamericana, para pescar y cazar tortugas en los bancos coralinos del archipiélago. Se cree que fueron vistas por Cristóbal Colón durante el cuarto viaje en 1502, pero su real descubrimiento, al igual que el nombre de Santa Catalina, se atribuye a Diego de Nicuesa, en 1510. Los primeros asentamientos europeos en las islas datan de 1629, cuando puritanos ingleses y contrabandistas holandeses llegaron de Bermudas y Barbados y se instalaron en Providencia —Old Providence—. San Andrés permaneció durante más tiempo despoblada, pero ya era conocida con el nombre de Henrietta.

Entre 1641 y 1822 las islas pasaron repetidas veces de ser posesión de España o de Inglaterra y fueron conquistadas ocasionalmente por piratas franceses e ingleses, entre ellos por el temido Henry Morgan. Aunque geográficamente el archipiélago es más cercano a Centroamérica, pertenece a Colombia desde 1822. Mediante el tratado Esguerra-Bárcenas, Colombia y Nicaragua establecieron en 1928 sus límites marítimos por el meridiano 82; no obstante, ante la impugnación de Nicaragua de dicho tratado, el Tribunal Internacional de La Haya reconoció, en 2012, la soberanía de Colombia sobre las Islas y cayos, pero otorgó a Nicaragua una porción de mar abierto cercana a los 75.000 km2, que modifica parcialmente la continuidad geográfica de la Zona Económica Exclusiva de Colombia. Hasta el momento, el fallo es considerado inaplicable hasta cuando se suscriba un nuevo tratado binacional.

San Andrés, naturaleza transformada

La isla de San Andrés, cuya longitud es de 12,5 km y su anchura máxima es de 3 km, tiene una forma alargada en sentido sur-norte. Una cresta o cadena de colinas, constituida por los depósitos calcáreos del antiguo atolón coralino que dio origen a la isla en el Mioceno —hace unos 15 millones de años—, conocida localmente como La Loma o The Hill, domina la parte central. Dicha cresta, que define claramente las dos vertientes de la isla, alcanza sus mayores elevaciones en el sur —Wright Hill, 103 msnm— y en el norte —May Hill, 80 msnm—, y está circundada por una plataforma costera de rocas calcáreas, conformadas por fósiles de coral que datan del Pleistoceno —hace unos 120.000 años—. Esta plataforma rocosa es particularmente evidente en el litoral del costado occidental, donde forma un acantilado escarpado de poca altura. Aunque la isla está rodeada por fondos de arena coralina donde existen varios cayos formados por acumulación de sedimentos sobre la plataforma insular —Johnny Cay, Heines Cay y El Acuario—, sólo una pequeña proporción del litoral del norte y del oriente presenta playas con arenas de color blanco crema. En San Andrés no hay corrientes de agua permanentes, pero durante la época de mayor precipitación se forman pequeños cauces, como los de La Rada y de El Cove, en el costado occidental de la isla y algunos drenajes menores que fluyen hacia la zona pantanosa del costado oriental. El único cuerpo de agua dulce superficial —The Pond— se localiza en una depresión de la colina central de la isla.

La vegetación original de San Andrés ha sido considerablemente modificada a causa de la urbanización y del uso agrícola del suelo. Buena parte del bosque seco tropical fue sustituido en el siglo XIX por cultivos de algodón, coco, plátano, yuca y especies frutales como mango, cítricos, guayaba y árbol del pan, entre otras, que en su mayoría no hacían parte de la vegetación nativa. No obstante, en algunos sectores de las zonas menos pobladas subsisten pequeños remanentes de bosque con especies nativas como la ceiba, el indiodesnudo, el guásimo y el jobo. El Jardín Botánico de San Andrés, de la sede de la Universidad Nacional de Colombia, realiza esfuerzos para conservar muestras representativas de la flora original de la isla.

El borde litoral reúne una serie de hábitats importantes para gran cantidad de plantas y animales, tanto terrestres como marinos, entre los cuales se destacan los manglares, las playas y el litoral rocoso. Los primeros están concentrados en la zona central del borde costero en el flanco oriental de la isla y albergan varias especies de garzas y otras aves zancudas, además de cangrejos y moluscos. Las playas, pese a que están en su mayoría impactadas por el turismo, son lugar de descanso para varias especies de aves migratorias, como los chorlitos de playa.

La vegetación del borde costero posee ciertas características que le permiten soportar las condiciones de escasez de agua dulce, la salinidad del aire y el suelo y la fuerza del viento; allí predominan las hierbas, los arbustos de bajo porte y las plantas rastreras. Las hojas de algunas plantas, como la Suriana marítima, son vellosas, otras están recubiertas de una sustancia cerosa, como el lirio de playa, estrategias que les permiten disminuir la pérdida de agua. Algunas especies poseen hojas suculentas para acumular líquido, como la verdolaga, o poseen glándulas en las hojas y tallos para excretar el exceso de sal, como los mangles. Entre las enredaderas rastreras se destaca el bejuco de playa, de flores color violeta y forma de trompeta.

De acuerdo con la teoría del equilibrio insular, postulada hace varias décadas por los biólogos norteamericanos R. McArthur y E.O. Wilson, la biota terrestre de las islas, especialmente las de tamaño reducido, es muy vulnerable a la extinción, más aún cuando sus hábitats son sometidos a altos niveles de intervención humana y a la introducción de especies exóticas; en tal sentido, San Andrés representa un buen ejemplo. Al igual que la vegetación, su fauna nativa se ha visto afectada radicalmente por la sobrepoblación, las transformaciones en la cobertura vegetal y la introducción de especies de fauna y flora de otras regiones. La fauna original no debió ser en todo caso abundante ni muy diversa en una isla de apenas 27 km2, donde además imperan la escasez de agua superficial y la variedad de hábitats es limitada; los estudios históricos dan cuenta de la poca abundancia y diversidad de la biota terrestre, consistente en unas cuantas especies de lagartijas y gekos, dos de murciélagos, varias de aves residentes y migratorias e insectos y una de cangrejo terrestre. No obstante, debido al aislamiento geográfico, se destaca la presencia de algunos elementos endémicos, como un pequeño pez de agua dulce de la familia de los guppys y molinesias —peces frecuentemente utilizados como mascotas de acuario—, una rana y media docena de aves, entre ellas una paloma, un colibrí y un cuclillo, la mayoría de los cuales se encuentran críticamente amenazados de extinción.

La fauna exótica de la isla, introducida intencional o accidentalmente, consta de aves de corral, cerdos, caballos, gatos, perros, ratas, mariamulatas y hasta el lagarto llamado lobo pollero o teyú.

Las islas del tesoro

Las islas de Providencia y su vecina Santa Catalina, comunicadas por un puente flotante de 160 m de longitud, emergen cerca del extremo sur de un gran edificio arrecifal que se extiende por más de 35 km en sentido norte-sur y 16 km en sentido oriente-occidente. El andamio arrecifal fue construido a lo largo de millones de años por incontables generaciones de corales y algas pétreas que gradualmente fueron cementado sus esqueletos sobre el basamento de un antiguo volcán emergido inicialmente en el Mioceno —hace unos 25 millones de años—, pero cuya actividad eruptiva, que se reactivó en el Plioceno —hace menos de 5 millones de años—, produjo masas de lava y dio lugar a la mayoría de las montañas de la parte norte de la isla, incluida la isla Santa Catalina. La dirección de los flujos volcánicos sugiere que la caldera volcánica estuvo localizada en el centro de la isla, en lo que actualmente es una pequeña planicie al oeste del Peak, máxima elevación de la isla con 360 msnm, la cual está flanqueada por picos que posiblemente son restos de las paredes del antiguo cráter. El relieve montañoso que predomina en los 21 km2 de extensión que ocupan ambas islas, atestigua la compleja historia magmática, probablemente relacionada con el tectonismo que dio origen a la placa del Caribe y a la formación del istmo de Centroamérica. Desde el Peak se aprecia en todo su esplendor el relieve escarpado de las islas y una espectacular panorámica que permite admirar los contrastes entre los tonos verdes de la vegetación y los azules tornasolados del mar.

Dada la coincidencia del esquema cartográfico de La islas del Tesoro y del Esqueleto que ilustra la famosa novela de R. L. Stevenson, con el mapa invertido de Providencia y Santa Catalina, sumada a la leyenda de un tesoro que escondió en estas islas el corsario Henry Morgan hacia el año 1670, es muy probable que la novela del escocés se hubiera inspirado en los relatos vivenciales de los marineros que hicieron parte de la tripulación de las naves del pirata. Providencia y Santa Catalina, a diferencia de San Andrés, han mantenido una población humana de baja densidad y su flora mantiene aún gran parte de su cobertura y rasgos originales, lo que las sitúa entre las mejor conservadas de las islas del Caribe. La vegetación está compuesta por formaciones arbóreas y arbustivas distribuidas en parches por toda la superficie insular, lo que refleja, en parte, diferentes estados de madurez. Estos bosques, que fueron intervenidos desde el siglo XVI, cuando los navegantes extrajeron de ellos madera para la construcción y reparación de embarcaciones, se conservan aproximadamente en el 57% de la superficie de las islas, cuyos manglares y bosques son cuidados por los nativos, que los mantienen en equilibrio con sus fincas dedicadas a la ganadería y la agricultura.

En general, la vegetación nativa de estas islas tiene afinidad con las floras centroamericana y antillana, pero también posee algunos elementos endémicos, como la palma Acoeloraphe wrightii, que forma una asociación muy particular con el helecho Pteridium aquilinum en las zonas más altas.

La vegetación dominante es un bosque de transición entre seco y húmedo, con árboles hasta de 20 m de altura y un estrato herbáceo y arbustivo. En estos bosques se ha registrado la presencia de cerca de 200 especies de plantas, muchas de ellas características de los bosque secos tropicales —ceiba, indiodesnudo, guásimo, jobo, cedro, cucharo, caña fístula, chaparro, llamado localmente crab wood, entre otras— e incluso cardones y cáctus de zonas semidesérticas. Particularmente abundante en el estrato inferior son los matorrales de cock spur o espuela de gallo, conocida por la relación simbiótica que mantiene con hormigas que habitan en sus espinas y la defienden de los herbívoros.

La composición y la fisionomía de la vegetación insular reflejan bien las diferentes condiciones de humedad, edáficas y de régimen de vientos, como también el gradiente altitudinal. Así, en las zonas más altas de las laderas, especialmente en el costado de barlovento de la isla, predominan arbustales, constituidos principalmente por chaparros de baja altura pero muy densos. El suelo pedregoso y la influencia del viento parecen imponer grandes limitaciones a su desarrollo, lo que se manifiesta en la cantidad relativamente alta de árboles que, al no disponer de buen anclaje al sustrato, son derribados a consecuencia de los fuertes vientos durante las tormentas y los huracanes.

La vegetación del borde litoral de Providencia y Santa Catalina, además de los manglares que ocupan una extensión importante en el costado oriental de Providencia, es propia de las playas y los acantilados rocosos. En estos últimos, que configuran cerca del 50% del borde costero de las islas y la totalidad del de los islotes vecinos —Crab Cay, Three Brothers y Basalt Cay— la vegetación difiere un poco de la del bosque seco, aunque está más expuesta a la influencia del aire salino y de las fuertes brisas. Predominan en esta franja el guayabillo, el bejuco herbáceo, el rosetillo o mostrenco, el tamarindo y el cock-spur. En las zonas de playa son comunes una mimosa arbustiva invasora, conocida localmente como wild tamarind, el hibisco, el malvavisco o falso hibisco y el uvito de playa.

Como suele ser la norma en las islas oceánicas de dimensiones modestas, la fauna nativa es menos diversa que la que se alberga en hábitats similares del continente. Los mamíferos están muy pobremente representados, excepto por tres especies de murciélagos; conejos y venados que aparentemente habitaron estas islas fueron exterminados hace ya más de un siglo y han sido remplazados por especies domésticas que se introdujeron intencionalmente —gatos, perros, cerdos, caballos y ganado vacuno— o de manera accidental —ratas y ratones—. Los reptiles están representados por el ishilly y varias especies de lagartijas, incluyendo una endémica denominada por los isleños penny lizard, el jack lizard y el blue lizard. La glass snake es una subespecie de serpiente no venenosa endémica de las islas, al igual que una rana. La iguana común, la tortuga morrocoy y la boa fueron introducidas a mediados del siglo XX.

Las aves constituyen el grupo más notable y representativo, con especies residentes y migratorias, tanto terrestres como marinas. De las cerca de 80 especies registradas, más de la mitad son migratorias, lo que resalta la importancia de las islas como puente de paso para las aves que migran anualmente entre Norte y Suramérica. Entre las residentes se destacan las endémicas del archipiélago, como el colibrí colirrojo, el grass bird y el cuclillo, así como el sugar bird y la reinita dorada, endémicas de Providencia y Santa Catalina.

Los cayos, dunas en el mar

Las únicas porciones emergidas existentes en algunos de los bancos y atolones coralinos del archipiélago, varios de ellos situados en áreas muy alejadas de las islas y de las costas continentales, son pequeños islotes formados por escombros y arena de origen coralino, comúnmente denominados cayos. Están presentes en Courtown, Albuquerque, Roncador, Serrana y Serranilla, mientras que en Quitasueño, Alicia y Bajo Nuevo no existen.

Por sus dimensiones reducidas, su localización remota y la carencia de agua, los cayos han permanecido libres de la presencia humana permanente. Varios de ellos —Serrana, Serranilla y Roncador— eran visitados esporádicamente por explotadores de guano en la primera mitad del siglo XX; Coutown y Albuquerque son frecuentados por los pescadores de San Andrés. La Armada Nacional de Colombia ejerce soberanía en estas apartadas áreas manteniendo puestos militares en los cayos de Courtown, Albuquerque, Roncador, Serrana y Serranilla. Digna de mención es la historia narrada por Garcilaso de La Vega acerca de Pedro Serrana, único sobreviviente de un galeón español que naufragó cerca del cayo Serrana en el siglo XVII, y que permaneció siete años en el cayo que lleva su apellido, alimentándose de tortugas, cangrejos y huevos de aves marinas, hasta que fue rescatado por una goleta inglesa.

La acumulación de sedimentos y esqueletos de coral sobre los fondos someros de los bancos coralinos ocurre por la acción de las corrientes marinas y del viento, cuya dinámica cambiante hace que el tamaño y la forma de los cayos se modifique en el transcurso del tiempo e incluso se trasladen lenta, pero constantemente, en una determinada dirección, de forma similar a como lo hacen las dunas de arena en el desierto. Tras el paso de un huracán pueden aparecer o desaparecer pequeños cayos o transformarse radicalmente los que ya existen.

Los cayos pequeños —algunos no superan los 200 m2 de extensión—, los de mayor tamaño y los que probablemente han permanecido por más tiempo, han sido colonizados por una vegetación particular que consiste en unas pocas plantas de bajo porte adaptadas para soportar la carencia de suelo y agua dulce. Entre ellas se destacan la verdolaga rastrera, el lavander, de hojas carnosas y flores amarillas y la salvia marina, un arbusto de hojas velludas de color grisáceo que forma matorrales dispersos. En los cayos donde hay presencia militar, han sido plantados algunos cocoteros y ciertas especies ornamentales y uno de los dos cayos de Albuquerque posee una exuberante cobertura de cauchos que forman un denso laberinto de troncos retorcidos.

Los cayos son lugares de descanso y anidación de aves marinas, como el rabihorcado o fragata, los pájaros bobos y el gaviotín. Son también los únicos sitios de descanso, en muchos kilómetros a la redonda, para los chorlitos de playa y otras aves migratorias. Las playas de algunos cayos son el hábitat de anidación de la tortuga carey y la tortuga verde.

En Colombia suele percibirse la región Caribe como un territorio con homogeneidad étnica y cultural, que comúnmente se identifica con el gentilicio 'costeño', pero la realidad es totalmente contraria; uno de los rasgos característicos de esta parte del país es precisamente la riqueza y variedad de sus manifestaciones culturales. La existencia de varias subregiones no responde solamente a la cantidad de climas, relieves y paisajes de la zona, sino también a las diferentes comunidades que las habitan. La Región Caribe colombiana, con una densidad promedio de 72 habitantes por kilómetro cuadrado, actualmente alberga cerca de 10 millones de personas, lo que representa el 21,4% de la población del país. Cerca del 16% es de raza negra, el 7% es indígena y el 77% restante es una amalgama de mulatos, mestizos, zambos, blancos y amarillos.

Como ocurre en todas las regiones de Colombia, la mayor parte de la población —alrededor del 70%— vive en los centros urbanos, especialmente en Barranquilla, Cartagena, Montería, Santa Marta, Soledad y Valledupar, donde se concentra el 40%.

Los primeros pobladores

El poblamiento inicial del actual territorio colombiano ocurrió a comienzos del Holoceno —hace unos 10.000 a 12.000 años—, cuando el clima era más frío y seco que el actual; más tarde, la temperatura y la pluviosidad aumentaron gradualmente hasta alcanzar, hace aproximadamente 8.000 años, los mismos niveles de hoy en día. Entonces los bosques secos se expandieron sobre las sabanas y las áreas semidesérticas que dominaron el paisaje de las tierras bajas durante casi 20.000 años, a la vez que los páramos y los glaciares se replegaron a las partes más altas de las montañas. Los primeros pobladores del Caribe colombiano llegaron en el Holoceno temprano, según se deduce de los hallazgos de puntas de proyectil y objetos de piedra simples, que datan de esa época. Varios arqueólogos coinciden en que la planicie del Caribe sirvió como un corredor de paso y dispersión de grupos humanos que arribaron desde el norte a través del istmo de Centroamérica; algunos siguieron hacia el oriente por el corredor costero, otros se dirigieron a la costa del Pacífico y algunos más se adentraron por los valles de los ríos Atrato, Magdalena y Cauca hacia el sur y a la Región Andina. Según las evidencias arqueológicas, la vida aldeana y la agricultura se desarrollaron primero en la Amazonia y más tarde —hace unos 4.000 años— en la planicie del Caribe. No obstante, como lo sugieren los concheros y restos de cerámica hallados en los yacimientos arqueológicos de Puerto Hormiga, los primeros asentamientos humanos en la región ocurrieron previamente —hace unos 6.000 años— en cercanías de la costa, donde la oferta de recursos marinos, principalmente moluscos, el cultivo de yuca, la recolección de frutos de palmas y la cacería de presas menores, permitieron el surgimiento de sociedades tribales semisedentarias.

Hace unos 3.000 años parece haberse iniciado, en estos pueblos de origen Caribe, una tendencia marcada a retirarse del mar y adentrarse en la llanura, para construir asentamientos en torno a los humedales de las planicies inundables de los ríos Magdalena, Cauca, San Jorge y Sinú, donde abundaba la fauna, tanto acuática como terrestre —peces, tortugas, caimanes, manatíes, venados y chigüiros, entre otros—. La adopción de un estilo de vida lacustre y el desarrollo de técnicas para aprovechar los fértiles suelos aluviales, propiciaron gradualmente el aumento de la población y el surgimiento de diversos cacicazgos, estados incipientes y ciudades-estado de gran riqueza cultural.

La península de La Guajira fue ocupada mucho más tarde, aparentemente en el siglo II a.C. por pueblos Arawak, originarios de la Amazonia, que arribaron por mar desde el oriente y adoptaron un estilo de vida trashumante, acorde con las condiciones semidesérticas del Cinturón Árido Pericaribeño.

El poblamiento de la Sierra Nevada de Santa Marta comenzó hacia el siglo IX de nuestra era por gentes de la familia lingüística Chibcha que, provenientes de los altiplanos andinos, habían colonizado la zona costera al norte del macizo montañoso. Los conocimientos que estos aborígenes llevaron consigo, les permitieron utilizar los recursos que ofrecían los diferentes pisos térmicos, desarrollar elaboradas técnicas para el manejo del agua y practicar el intercambio de productos con los pueblos Caribe de las tierras bajas. La cultura tayrona alcanzó una de las organizaciones sociales más complejas del Caribe colombiano entre los siglos XII y XV.

Con excepción de las islas del archipiélago de San Andrés y Providencia, en tiempos precolombinos diferentes grupos humanos se distribuyeron a todo lo largo y ancho de la Región Caribe, lo que generó un proceso paulatino de intercambio de técnicas y productos entre las distintas culturas que lograron adaptarse sutilmente a los ecosistemas para sacar provecho de sus bienes y servicios, pero también para contrarrestar las fluctuaciones propias de su dinámica. La abundancia de recursos significó una exitosa supervivencia de varias culturas, y aquellas asentadas a lo largo del litoral y de los cauces fluviales se beneficiaron de la navegación, lo que permitió establecer corredores de comunicación para intercambiar productos con otros grupos regionales y en algunos casos incluso con los de la región andina. Esto se tradujo en un notable aumento de la producción agrícola, el desarrollo de las técnicas cerámicas y el incremento de la población.

Para la época que precede al comienzo de la era cristiana, los habitantes de la Región Caribe colombiana poseían ya un profundo conocimiento de los ecosistemas de los lugares donde vivían y una larga tradición agrícola, lo que se tradujo en una diversificación cultural que condujo a un regionalismo pronunciado y a la conformación de organizaciones económicas, sociales y religiosas propias.

Amerindios, colonos y africanos

Cuando llegaron los conquistadores en el siglo XVI, prácticamente toda la región estaba ocupada por diversos grupos indígenas, entre los que se destacan los tayrona, zenú, chimila, mokaná, motilones, guajiros y tule o kuna. Es posible, por consiguiente, suponer que para entonces el territorio conservaba todavía la mayor parte de su cobertura vegetal original, quizás intervenida en muchas partes con fuego y cultivos, pero que aún mantenía sus procesos ecológicos básicos y su riqueza de fauna y flora.

Los primeros tiempos de la Conquista se caracterizaron por una rápida exploración de todo el territorio y por la fundación de numerosos asentamientos. El primero, en 1502, fue Santa Cruz, en inmediaciones de Bahía Honda, en la península de La Guajira, a cargo de Alonso de Ojeda, pero fue abandonado tres meses después a causa de la escasez de agua y de la hostilidad de los indígenas. Igual suerte tuvo San Sebastián de Urabá, fundado por el mismo Ojeda en 1509 y remplazado en 1510 por Santa María la Antigua del Darién, por iniciativa de Fernández de Enciso y Vasco Núñez de Balboa, pero abandonado en 1524.

Las siguientes fundaciones en la región Caribe fueron las de Santa Marta, en 1525, Cartagena, en 1533, Tolú, en 1535 y Mompox, en1537; esta última, a orillas del río Magdalena, sirvió de punta de lanza para las exploraciones hacia el interior del continente.

Una vez creados los asentamientos, se aceleró la destrucción de los bosques secos por la extracción del palo brasil —utilizado para obtención de tintes— y de maderas finas, pero ante todo por la sustitución de flora nativa por pastizales para la cría de ganado. Del mar de La Guajira se extraían perlas y a la península se introdujo el ganado caprino; de los yacimientos de roca caliza de Turbaco y Tolú se obtuvieron materiales para construcción, a fin de consolidar a Cartagena como el principal puerto de comunicación con España y otras colonias del Caribe.

Las disputas por la apropiación de los recursos, los territorios y la mano de obra indígena, sumadas a las enfermedades traídas de Europa, provocaron en los siglos XVI y XVII un considerable descenso de la población aborigen y el despoblamiento de muchas áreas, entre ellas las planicies inundables de los grandes ríos y de la Sierra Nevada de Santa Marta, lo que condujo a la extinción de la cultura anfibia de los zenú y de la nación tayrona.

El desarrollo de grandes haciendas propició el proceso de apropiación de baldíos que fueron ocupados con ganados; sin embargo, los europeos que eran incapaces de enfrentar las duras condiciones del trabajo en las haciendas de clima cálido, prefirieron asentarse en las tierras altas, de clima frío.

Como solución a la escasez de mano de obra indígena debido a la aniquilación de muchas de sus etnias, desde finales del siglo XVII se intensificó la compra de esclavos negros, en su mayoría traídos de Angola. Con su incorporación al sistema colonial, se introdujo un nuevo factor social que enriqueció, aún más, la gran diversidad étnica que caracterizaba esta región, ya de por sí una de las más heterogéneas del continente. De esa manera, nuevos elementos de orden religioso, cultural y humano contribuyeron a forjar el carácter de sus pobladores. Adicionalmente, el mestizaje entre europeos, afrodescendientes y sobrevivientes de la catástrofe demográfica indígena, dio origen a grupos poblacionales más resistentes y mejor adaptados a las condiciones del trópico, lo cual impulsó el repoblamiento gradual de la región, a partir de la segunda mitad del siglo XVIII.

Los esclavos negros fueron empleados primordialmente para labores domésticas y para la construcción de las fortificaciones de Cartagena de Indias, por lo que esta ciudad y sus alrededores concentraron la mayor población de esta raza en tiempos coloniales, situación que perdura hasta nuestros días. También fueron posteriormente trasladados a la cuenca del río Atrato para ser vinculados a la explotación minera, lo que explica el predominio de negros en las costas del golfo de Urabá. Los llamados palenques eran enclaves ubicados en zonas generalmente inhóspitas y de difícil acceso, usualmente en territorios boscosos, pantanosos o de sabanas inundables, donde se ocultaban los esclavos fugitivos. Los palenques proliferaron principalmente en la provincia de Cartagena a lo largo del siglo XVIII, y varios de ellos subsistieron hasta la abolición de la esclavitud a mediados del siglo XIX. Además del principal en San Basilio, otros importantes se situaban en las costas de los actuales departamentos de Sucre y Córdoba —San Onofre, Berrugas, San Antero— y en torno a la ciénaga de Ayapel y otros humedales de la Depresión Momposina —San Benito, Matuderé, Tabacal, Carate, entre otros—. El aislamiento prolongado de la población en esos enclaves contribuyó decididamente a la preservación de formas de vida, de tradiciones y de lenguas africanas, cuya herencia más representativa se expresa aún hoy en la población de San Basilio de Palenque, en el departamento de Bolívar, declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad en el año 2008 por la UNESCO.

Durante todo el período colonial se extrajeron maderas finas y tintóreas de los bosques secos y amplias extensiones de ellos fueron también transformados en pastizales para ganadería de bovinos, caballos y mulas. Por el contrario, la Sierra Nevada de Santa Marta, donde solamente en zonas elevadas subsistieron algunos poblados indígenas hasta finales del siglo XIX, había recuperado gran parte de su cobertura de bosques.

La cría de burros y cabras, adoptada por los indígenas wayuu, fue determinante para que los bosques y matorrales secos de la península de La Guajira evolucionaran hacia una vegetación más xerofítica, propia de zonas semidesérticas. Pese a que San Andrés y Providencia permanecieron muy poco pobladas por descendientes de ingleses y esclavos africanos durante el periodo colonial, y hasta ya muy entrado el siglo XX, las maderas de sus bosques y varias especies de fauna marina, como las tortugas y la foca monje del Caribe, fueron sobreexplotadas; esta última se extinguió en la primera mitad del siglo XX.

Una amalgama étnica y cultural

Con la independencia de España, el sistema colonial de primacía política de las ciudades fue abolido y se dispuso la división de Colombia en departamentos, provincias y municipios, lo que confirió a los pueblos nuevos el mismo estatus que a los antiguos centros de poder, como Cartagena, Mompós y Santa Marta, que rápidamente se vieron opacados y debilitados por aquellos con mayor dinamismo económico. Una vez superadas las turbulencia y la fragmentación política de los territorios, la segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas del XX se caracterizaron por un inusitado crecimiento económico, en buena parte debido al comercio exterior impulsado por la producción de ganado, tabaco y banano y auspiciado, en gran parte, por capitales extranjeros.

Cuando Colombia iniciaba su vida republicana en 1823, el gobierno acudió al alemán J. B. Elbers para organizar la empresa de navegación por el río Magdalena, que se instaló en Barranquilla, por ese entonces una pequeña aldea del estuario del río Magdalena, donde construyó no sólo el primer astillero sino también la infraestructura que en poco tiempo permitió la transformación del poblado en un gran centro comercial y en el más importante puerto marítimo y fluvial del país, que relegó a Santa Marta y a Cartagena a un segundo plano como centros de poder a partir de 1850. Gran parte de la condición de ciudad pionera que logró Barranquilla en los órdenes comercial, industrial y tecnológico, se debió a los emigrantes germanos que siguieron a Elbers y que encontraron un Caribe que estrenaba República y donde todo estaba por hacerse; a mediados del siglo XIX, se habían asentado alrededor de 40 familias alemanas.

A la inmigración de alemanes, a partir de 1870, siguieron oleadas de sefardíes, judíos oriundos de España, árabes, holandeses, ingleses, franceses y chinos, por lo que entre finales del siglo XIX e inicios del XX, Barranquilla era considerada una de las ciudades emergentes de Latinoamérica que más inmigrantes recibía; muchos de ellos, que no tardaron en insertarse en las jerarquías sociales y económicas, extendieron su presencia a otras ciudades —Cartagena, Montería, Lorica, Sincelejo y Maicao—, promovieron la expansión comercial y contribuyeron a desarrollar la infraestructura, los servicios públicos y las comunicaciones en la región.

Quizás la mayor influencia que ejerció esa oleada de inmigrantes en la cultura caribeña procede de las gentes que llegaron del Oriente Medio. La inmigración de sirios, libaneses y palestinos a la costa caribe colombiana fue particularmente intensa en las décadas previas y siguientes al cambio de siglo. Se estima que en 1940, casi una tercera parte de la población urbana de la región estaba integrada por inmigrantes, en su mayoría árabes. El flujo casi constante de musulmanes, se incrementó a partir de la década de los 50, a raíz de la creación del estado de Israel y de los conflictos en el Líbano y Palestina. Esta población se estableció principalmente en las zonas de libre comercio de Maicao, en la frontera colombo-venezolana, y en la isla de San Andrés.

El legado árabe en la región es hoy evidente en las mezquitas construidas por la comunidad musulmana en varias ciudades y en la influencia notable sobre la cocina costeña: quibbeh, mamool relleno de guayaba, galleta turca rellena de coco, enyadra o arroz con lentejas, berenjenas rellenas y buñuelos de lenteja, entre otros, son la mejor expresión del sincretismo cultural entre el Caribe y el Oriente Medio.

La llegada de gentes del interior andino de Colombia no fue particularmente importante hasta mediados del siglo XX, pero desde entonces, especialmente en la primera década del siglo XXI, se ha acrecentado el flujo, principalmente de santandereanos y antioqueños. A su vez e incluso en mayor proporción, ha aumentado la emigración de costeños hacia el interior del país.

Indígenas, costeños y raizales

Como resultado de las complejas y, aunque a veces muy sutiles, interacciones entre los diversos grupos étnicos y culturales que a lo largo de más cinco siglos han confluido en el Caribe colombiano, puede afirmarse que la identidad cultural y la idiosincrasia de los costeños es múltiple. Es por esto que la denominada cultura costeña es en realidad una amalgama poco homogénea de grupos étnicos y de formas de vida.

El lenguaje costeño, conocido como español caribeño, es también el modo de hablar más extendido en el Caribe continental; sus rasgos esenciales son comunes a varios países hispanoparlantes —Cuba, República Dominicana, Panamá, Puerto Rico, Venezuela— y sus bases fonéticas y morfológicas parten de los dialectos andaluz y canario del sur de España, nutridos con hábitos de pronunciación derivados de los idiomas africanos que hablaban los esclavos traidos a América. No obstante, existen marcadas diferencias subregionales o subdialectos, que pueden dividirse de forma general entre los de pronunciación suave, más fieles al canario-andaluz, y los que presentan la característica conocida como 'golpear', que consiste en duplicar las consonantes precedidas por las letras l y r —golpear /gop.pear/, cargar /kag.gar/, caldero /kad.dero/— y en remplazar por una j la s que precede a una t —gastar/gaj.tar/, embustero /embuj.tero/—. El primero es característico de los departamentos de Cesar, Magdalena, norte de Atlántico y sur de La Guajira, y el segundo está arraigado en Bolívar, Sucre, Córdoba y mitad meridional de Atlántico. De la amalgama étnico-cultural del Caribe colombiano se segregan en mayor o menor grado algunos grupos humanos que, pese a los profundos procesos de transformación ambiental y de evolución sociocultural llevados a cabo desde la Conquista, conservan una unidad étnica y rasgos propios de sus culturas originales. Entre ellos se destacan en número los wayuu, de la península de La Guajira y del noroccidente de Venezuela, los cuales conforman una sociedad de casi 150.000 personas, algo más del 20% de la población indígena de Colombia; hablan su propia lengua y están organizados en clanes basados en familias extensas matrilineales en las que el tío materno mayor es quien ejerce la autoridad; también poseen un sistema autóctono de administración de justicia. Los conocimientos retenidos en la memoria pasan de una generación a otra y se plasman en objetos tejidos con variedad de técnicas, motivos y colores.

Los sobrevivientes de la Nación Tayrona: kogui o kaggaba, arhuaco o ika, arzario o wiwa y kankuamo, habitan resguardos en distintas zonas de la Sierra Nevada de Santa Marta y mantienen sustanciales diferencias entre sus formas de vida, idioma, creencias religiosas, organización socio-política y simbolismo. Los tule o kuna, que aunque en su mayoría se concentran en las islas de San Blas, en Panamá, frecuentan las costas de golfo de Urabá, donde mantienen un pequeño resguardo. Reductos de los chimila, zenú y mokaná, en el piedemonte suroriental de la Sierra Nevada de Santa Marta, en las sabanas de Córdoba y en una pequeña comunidad en Tubará, Atlántico, respectivamente, luchan por preservar y recuperar sus tradiciones.

Otro grupo humano que puede considerarse aparte en el imaginario de lo costeño es el denominado raizal, que es la manera como se define la cultura característica del archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina. Conforman una comunidad étnica de unas 20.000 personas que hablan su propia lengua, y cuya cultura afro-anglo-antillana se manifiesta en una fuerte identidad cultural que se diferencia del Caribe continental y es única en Colombia, aunque comparte muchos de sus rasgos con otras áreas insulares del Caribe, como Jamaica y Gran Caimán. La lengua hablada por la población raizal no se diferencia sustancialmente del creole que se habla en algunos lugares de las costas de Nicaragua y Costa Rica, como Bluefields y Limón, en las provincias de Bocas del Toro y Colón en Panamá y en Jamaica. Su vocabulario, originado en el inglés, tiene una fonética propia, y una cierta cuota de vocablos castellanos y de lenguas africanas.

Expresiones de la diversidad cultural

El sincretismo cultural ha nutrido, y en cierta forma explicado, la extraordinaria riqueza artístico-cultural del Caribe colombiano, muchas de cuyas expresiones han adquirido carácter emblemático internacional, no sólo para la región sino para Colombia y, en cierto modo, para el Gran Caribe. En el campo de las letras, las artes plásticas y la música, García Márquez, Grau, Obregón, Escalona, Lucho Bermúdez, Totó la Momposina, el vallenato, la cumbia, el calypso sanandresano, y objetos como las mochilas arhuaca y wayuu son solo ejemplos icónicos de la enorme riqueza artística de la región, gran parte de la cual ha tenido amplia trascendencia mundial.

La artesanía constituye la expresión material de la cultura, que responde a una realidad geográfica, medioambiental, histórica y social particular. El Caribe colombiano es, por antonomasia, una región de artesanos en la que se concentra el 32,8% de la producción artesanal del país.

Se destacan los oficios del Resguardo Indígena Zenú de San Andrés de Sotavento, en Córdoba y Sucre y los de las comunidades wayuu y arhuaco, herederos de las prácticas culturales de sus ancestros. La artesanía emblemática zenú es el sombrero vueltiao, cuyo trenzado circular con fibras de la hoja de una palma, conocida como caña flecha, representa la concepción de unidad del universo y su devenir eterno y los motivos expresan identidades totémicas; el sombrero vueltiao fue declarado recientemente por el Congreso de la República como símbolo de Colombia. Además, hacen parte de la artesanía de esta etnia la cestería elaborada con bejucos, iraca, enea y junco para producir canastos, balayes, petacas, abanicos, esteras y hamacas de cepa de plátano. De la región de los Montes de María son muy apreciadas las hamacas de San Jacinto, tejidas en algodón y de colores vistosos, así como las gaitas y los instrumentos musicales de percusión.

Para los wayuu la destreza en el tejido es sinónimo de sabiduría y creatividad heredada de Wale´kerü, la araña. Las figuras geométricas utilizadas en sus hamacas, mochilas y cordones representan su entorno material y su cosmogonía. Aunque el tejido no es una actividad exclusivamente femenina, el aprendizaje y tipo de artesanía que realizan es diferente. En su transición de niña a mujer, las jóvenes aprenden a tejer como parte de los conocimientos que le permitirán comportarse como una mujer wayuu, mientras que los varones aprenden observando a sus mayores y elaboran los aperos de montar, calzado, sombreros, bolsos y aparejos de pesca.

Según la tradición arhuaca, la sabiduría de los hilos y del tejido fue entregada por la primera mujer —Ati Nawowa—. Las mochilas son el símbolo más representativo de su cultura y las figuras geométricas del tejido en lana de colores naturales, son interpretaciones de la cotidianidad comunitaria y de la naturaleza, donde se realza su poder como madre protectora y benefactora de la humanidad. La elaboración de mochilas es un oficio femenino, mientras que la cestería y la elaboración de sombreros son trabajos masculinos. Otras manifestaciones a través de la artesanía en la región son los tejidos en palma iraca de Usiacurí y palma estera en Chimichagua, las máscaras y muñecos de Carnaval en madera y papel maché de Galapa, las tallas en piedra jabón y coco en Santa Marta y los tejidos en algodón de Morroa. Muy reconocida es también la tradición de Mompós como centro de orfebrería y joyería de filigrana en plata.

El ritmo y la danza del Caribe colombiano, más ampliamente conocido internacionalmente es la cumbia, que conjuga melodías indígenas y ritmos africanos. Las mujeres, descalzas, visten polleras a cuadros de color rojo, llevan candongas y un pañuelo en la cabeza, y portan en las manos una vela encendida con la que espantan al hombre que las corteja. Los hombres visten de liqui-liqui blanco y un pantalón remangado, van descalzos y usan sombrero vueltiao o corrosca, pañolón al cuello, machete y mochila.

El vallenato, cuyo epicentro es la antigua provincia de Padilla —sur del departamento de La Guajira y norte del Cesar— tuvo su origen en los cantos de vaquería con que los peones de las haciendas acompañaban sus jornadas y que más tarde se convirtieron en las historias cantadas que derivaron luego en canciones. Su popularidad se ha extendido en años recientes a todas las regiones del país y a otros países, principalmente a Panamá, Venezuela, Ecuador y México. Aunque los instrumentos empleados han experimentado transformaciones, en el vallenato se encuentra uno de los mejores ejemplos de sincretismo instrumental: el ritmo está a cargo de la caja y de un tambor elaborado con un tronco ahuecado y sellado en uno de sus lados con cuero templado, ambos de origen africano y la guacharaca, instrumento ancestral indígena fabricado con un trozo de cañabrava al que se le hacen pequeñas ranuras sucesivas para producir un sonido al ser frotadas con un hueso. La melodía es aportada por la flauta de caña de millo o carrizo, de origen indígena, y el acordeón diatónico, introducido a finales del siglo XIX por inmigrantes holandeses y alemanes provenientes de Curazao.

Ritmos tradicionales del Caribe continental son también el mapalé, de evidente origen africano, el fandango, el garabato, el bullerengue, el chandé, el berroche, la guacherna, la tambora, la maestranza, las gaitas, las pilanderas, la puya, el jalao, el paseo sabanero y el merecumbé.

Como en muchas islas del Caribe donde no existió población indígena o esta fue rápidamente diezmada tras la Conquista, San Andrés y Providencia recibieron una gran influencia de las expresiones musicales neoafricanas —transformación y retorno a los fundamentos de la música primitiva de África—, conjugada con formas y melodías europeas asimiladas o adoptadas. Posteriormente se aceptaron otras caribeñas y afronorteamericanas como el Calypso, el Mento y el Foxtrot.

La diversidad y riqueza del patrimonio cultural material, inmaterial y natural de la región Caribe colombiana ha sido reconocida a nivel mundial. El Palenque de San Basilio, el Carnaval de Barranquilla y el sistema normativo de los wayuu, hacen parte del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad y Cartagena de Indias y Santa Cruz de Mompós figuran desde 1984 y 1995 respectivamente, entre las ciudades declaradas por la UNESCO como Patrimonio Histórico y Cultural de la Humanidad.

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El Caribe colombiano es una región cuyos extraordinarios atributos naturales y ambientales conforman un amplio mosaico de ecosistemas. Su gran riqueza cultural se debe, en parte, a que los grupos humanos que se asentaron en esta región en tiempos precolombinos, supieron adaptarse a las complejas condiciones del medio y aprovecharon la diversidad y abundancia de recursos que ofrecían la Sierra Nevada de Santa Marta, los bosques secos, los planos de inundación de la llanura aluvial, el semidesierto de La Guajira y las lagunas costeras. Dichos ecosistemas fueron intervenidos por estos pueblos, que desarrollaron técnicas e instrumentos para las actividades agrícolas, la caza y la pesca. Al arribo de los conquistadores, los zenú y los tayrona ya habían alcanzado un relativo desarrollo; explotaban los recursos naturales de manera sistemática, controlaban el agua superficial en las laderas y sincronizaban sus actividades con los ciclos de inundación y sequía en los valles aluviales y en los humedales.

Cinco siglos más tarde, la ocupación social del territorio, el desarrollo económico y el avance tecnológico, han transformado profundamente la base natural que sustenta la oferta de bienes y servicios ecosistémicos en la región. Muchos recursos han producido riqueza, pero otros se han agotado. Los ecosistemas pueden ser la base sobre la cual se construyan alternativas para complementar el desarrollo logrado, pero su sostenibilidad dependerá, en gran medida, de que se preserve la integridad ecológica de la región.

Demografía y tendencias del desarrollo

La Región Caribe cuenta actualmente con una población cercana a los 10 millones de habitantes —algo más del 21% de la colombiana—, que crece a una tasa mayor con respecto a la nacional, debido a diversos factores: el número de jóvenes es más alto, el promedio de hijos por mujer es mayor y la tasa de mortalidad infantil se ha reducido significativamente.

La distribución de la población está relacionada con la historia reciente de los procesos económicos y sociales. Así, a las economías de enclave, ganadería extensiva y actividades de importación-exportación que predominaron a comienzos del siglo XX, siguió la fase de industrialización de Barranquilla, luego la de Cartagena y en tiempos más recientes la conformación de centros de desarrollo basados en agricultura semiintensiva —banano, palma africana—, minería a gran escala —carbón, ferroníquel— y turismo. El poblamiento del Caribe colombiano siempre estuvo ubicado en núcleos dispersos, debido a que gran parte del territorio corresponde a zonas inundables y pantanosas, a las actividades económicas que se centraron desde un principio en los puertos fluviales y marítimos y a la estructura latifundista de las áreas rurales que no favoreció la concentración de la población. Sus elevadas tasas de crecimiento en la actualidad y el incremento de la infraestructura urbana de la región, indican que dicha tendencia se ha exacerbado, no sólo en los principales centros urbanos —Barranquilla, Cartagena, Santa Marta, Valledupar—, sino también en otras ciudades como Montería, Cereté, Sincelejo, Corozal, Carmen de Bolívar, Magangué, el Banco, Fundación, Aguachica y Riohacha, las cuales, aunque relativamente aisladas de los grandes polos de desarrollo, constituyen importantes centros locales donde confluyen el comercio, los servicios y la infraestructura que por lo general no están disponibles en las zonas rurales de su influencia.

La población asentada en las áreas rurales, incluyendo las reservas ambientales y las islas cercanas al continente, está compuesta por campesinos y pescadores pobres, indígenas y colonos desplazados de otras áreas. Mientras la población indígena y hasta cierto punto la campesina, viven dispersas en aldeas, rancherías y pequeñas fincas, los pescadores tienden a aglomerarse en poblados del borde costero, en las islas vecinas o cerca de los cuerpos de agua, usualmente en condiciones de hacinamiento y carencia absoluta de servicios básicos.

La Región Caribe representa cerca del 16% del Producto Interno Bruto nacional, lo que comparado con el porcentaje de población, significa que el ingreso per cápita es inferior al del promedio del país. El mayor aporte proviene de la minería, la ganadería y la agricultura, aunque también los sectores de la construcción, la industria y los servicios financieros tienen relevancia. Pese a que la región muestra tendencias económicas favorables —en lo que tiene que ver con el comportamiento de la minería, la construcción y la industria— su buen desempeño no se ha visto reflejado en un incremento sustancial del empleo.

La ganadería ha sido tradicionalmente una actividad económica tan importante, que casi la mitad del territorio está ocupado por pastos —unas siete millones de hectáreas—, en las que se mantienen alrededor de 7´800.000 cabezas de ganado bovino, casi una tercera parte del hato ganadero del país. La ganadería extensiva, caracterizada por su bajo nivel tecnológico y por la subutilización de la tierra, es común en toda la región, principalmente en las planicies onduladas y en las colinas. La ganadería semiintensiva, con mayor nivel tecnológico, se desarrolla principalmente en los valles aluviales de los ríos Sinú, Cesar y Magdalena.

La agricultura comercial de cultivos transitorios —algodón, arroz, maíz, sorgo, yuca, ñame, ajonjolí y otros— y perennes, principalmente banano y palma africana, son los sistemas de producción agrícola más importantes. La agricultura de subsistencia, propia de pequeñas parcelas en toda la región y predominante en San Andrés y Providencia, desempeña un papel crucial para la seguridad alimentaria de la población rural. En zonas de colonización ganadera predomina la agricultura migratoria, práctica propiciada por los hacendados, quienes permiten a los peones tumbar los remanentes de bosque, establecer parcelas y cultivar plátano, yuca, ñame y maíz.

Exceptuando la extracción artesanal o semiindustrial de sal marina en las costas de los departamentos de La Guajira, Magdalena, Atlántico y Bolívar y el aprovechamiento de canteras de caliza, mármol y granito en algunos lugares, la explotación intensiva de recursos mineros es una actividad reciente, iniciada hace menos de cuatro décadas. Las minas de carbón del Cerrejón en La Guajira y La Jagua en el Cesar, así como la de ferroníquel de Cerromatoso en Córdoba, se cuentan entre las más grandes de Latinoamérica. La minería ha cobrado tal relevancia, que actualmente representa el principal renglón económico de la Región: el 90% del carbón, el 72% del gas y la totalidad del níquel que oferta el país al mercado nacional y foráneo son producidos en el Caribe colombiano.

La extracción de recursos hidrobiológicos, aunque no ocupa ya una posición preponderante en la economía regional, es una actividad tradicional que se practica en los cuerpos de agua continentales y en el mar, tanto para la subsistencia de las comunidades locales como con fines comerciales. Los ríos Magdalena, Cauca, Sinú, San Jorge y Atrato y las ciénagas de Ayapel, Betancí, Zapatosa y Lorica, sustentan los recursos pesqueros continentales de la región. La actividad depende en gran medida de los ciclos de subienda y bajanza —migraciones de los peces en épocas de reproducción— que están acopladas con las oscilaciones de caudal de los ríos y los ciclos de inundación de las llanuras. El bocachico y el bagre son las especies más capturadas.

La productividad biológica y, por ende, la disponibilidad de recursos pesqueros en el mar es bastante heterogénea en términos espaciales y temporales. La mayor abundancia de recursos se presenta frente a las costas de la península de La Guajira, en las áreas donde los fondos de la plataforma continental o insular son predominantemente coralinos o rocosos —Santa Marta, archipiélagos de San Bernardo, El Rosario y San Andrés y Providencia— y en lagunas y estuarios bordeados por manglares, como la Ciénaga Grande de Santa Marta, la Bahía de Cispata y el Golfo de Urabá. Otras áreas de la plataforma continental son poco productivas, y el mar abierto —la mayor parte de la extensión marítima de la región— lo es aún menos; su producción equivale a la de un desierto, exceptuando una modesta oferta de atún y otros peces pelágicos.

Las pesquerías artesanales en el mar están a cargo de indígenas en La Guajira y de pescadores locales, en su mayoría afrodescendientes, en el resto de la costa y en San Andrés y Providencia; las especies más capturadas son pargos, sierra, róbalo, jurel, machuelo, pequeños atunes, roncos y corvinas, además de langosta y caracol. En las lagunas costeras y estuarios se extraen camarones, ostras, lisas y mojarras. Por su parte, las pesquerías industriales, a cargo de empresas radicadas en Cartagena, Tolú y San Andrés, están orientadas, en unos casos, a la captura de camarón, pargo y corvina, mediante redes de arrastre; en otros, a la extracción de langosta y caracol, con nasas o empleando buzos y en otros, a peces pelágicos, principalmente atún, y demersales —viven cerca del fondo—, como pargos y chernas, utilizando artes de pesca que emplean anzuelos.

La pesca en aguas continentales, tradicionalmente sincronizada con la estacionalidad pulsante de los recursos, tiende a convertirse en una actividad permanente, lo cual genera una mayor presión sobre dichos recursos y trae como consecuencia su paulatino agotamiento. Por otra parte, a medida que crece la población local y turística, se incrementa la demanda de productos, tanto de mar como de agua dulce, lo que conduce a la sobreexplotación y al colapso de las pesquerías, como es en la actualidad el caso del camarón, el caracol, la langosta, los meros y algunos pargos.

La acuicultura, especialmente de camarón, practicada en granjas con grandes estanques de agua salobre excavados en varias zonas del litoral de los departamentos de Sucre y Bolívar, alcanzó gran desarrollo en las décadas de 1980 y 1990, pero pronto su rendimiento se vio afectado por las epidemias que afectaron al camarón y por los problemas ambientales que generó esa industria.

El abuso de una naturaleza privilegiada

Como resultado de los procesos de aprovechamiento de los recursos, tanto acuáticos como terrestres y de apropiación y uso de la tierra en la región Caribe, el grado de intervención y transformación de los paisajes y ecosistemas ha alcanzado niveles desmedidos.

La pérdida de la cobertura de vegetación natural en dicha región, convertida en su mayoría en pastizales para ganadería y rastrojos, alcanza al 90% y es la más alta de todo el país. Las consecuencias de esto han sido, el aceleramiento de los procesos erosivos de los suelos y las alteraciones en el clima, en la regulación de los caudales fluviales y en el régimen pulsante de inundaciones y sequías, lo que a su vez ha reducido la oferta natural de recursos hidrobiológicos, leña y maderas, ha agotado los recursos de caza y ha puesto a muchas especies nativas de fauna y flora en riesgo de extinción.

Pese a los esfuerzos que se hacen para minimizar los impactos, la minería a cielo abierto, especialmente la de carbón, no sólo afecta negativamente la calidad del aire y la estética del paisaje en las áreas de extracción y de acopio, en los corredores viales por donde es transportado el producto y en las zonas portuarias por las que se exporta, sino que también altera la topografía del terreno y deteriora las aguas, los bosques y la biota. Otros impactos indirectos de la actividad minera se derivan de las obras viales y de infraestructura requeridas para su aprovechamiento.

La minería de oro de aluvión, que se practica en las partes medias y bajas de la cuenca del río Cauca y en la serranía de San Lucas —en su mayoría ilegal—, no solo acelera procesos de sedimentación en los ríos y contamina con mercurio las aguas y los recursos hidrobiológicos, sino que impulsa la deforestación en áreas donde aún se conservan remanentes de bosques.

La prodigiosa oferta de agua de la región, que representa alrededor del 25% del total nacional y constituye un potencial para el desarrollo de proyectos agropecuarios para la producción de alimentos, se está viendo seriamente menguada por la deforestación y la explotación maderera extractiva. La escasa cobertura de bosques remanentes con que cuenta la región parece ya insuficiente en muchas zonas, para cumplir a cabalidad sus funciones de regulación hídrica, cuya importancia es infinitamente mayor que la de los beneficios derivados de su explotación o erradicación. Varias ciudades costeñas y algunas zonas agrícolas padecen ya la escasez de agua en ciertas épocas.

El sobrepastoreo al que han sido sometidas las zonas con vegetación propia de climas semiáridos en la península de La Guajira, sumado a la extracción de leña, han contribuido al agotamiento de la cobertura vegetal arbustiva y a una paulatina desertización del área.

La expansión de la infraestructura urbana, turística, vial, industrial y portuaria en la zona costera, que no siempre privilegia la preservación de servicios ecosistémicos esenciales, ha provocado no pocos descalabros ambientales en la región. Amplias extensiones de manglar han sido erradicadas para dar lugar a complejos urbanos y turísticos en el Golfo de Morrosquillo, la bahía de Cartagena y su vecina Ciénaga de la Virgen. Igual suerte tuvieron considerables áreas de manglar en la Bahía de Barbacoas, en la zona deltaica del Canal del Dique, y en la Bahía de Cispata, con la construcción de granjas para camaronicultura, varias de ellas hoy en día ya improductivas. Las deficiencias en la planificación para la construcción de las vías costaneras que comunican las ciudades de Santa Marta, Barranquilla y Cartagena, alteraron las características hidrodinámicas de la Ciénaga Grande de Santa Marta y de la Ciénaga de La Virgen, con la consecuente afectación de los manglares, la salinización de las aguas y los suelos y el agotamiento de recursos pesqueros.

El turismo en masa, en especial el de sol y playa, ha generado también impactos negativos, directa e indirectamente, sobre los recursos de la zona costera. La actividad turística incrementa considerablemente la demanda de pescado en épocas de vacaciones y ello propicia la sobrepesca que afecta la estabilidad de las poblaciones de algunas especies de peces, cuando son capturados ejemplares que han alcanzado apenas su talla mínima de madurez. Los complejos turísticos costeros y las ciudades con alta demanda turística suelen extender la infraestructura hotelera, de restaurantes y de otros servicios a las áreas vecinas, sin que se adopten las medidas mínimas necesarias para preservar la integridad de los ecosistemas y disponer adecuadamente las basuras y otros desechos generados por la afluencia de personas.

Algunas áreas protegidas, como los parques nacionales Tayrona y Corales de las Islas del Rosario y San Bernardo, reciben en temporada alta de vacaciones tal cantidad de turistas que se satura y sobrepasa su capacidad de carga.

Ante la creciente demanda de escenarios para el esparcimiento, la diversión y la aventura en espacios naturales, tanto a nivel interno como externo, nuevas áreas de la zona costera se ven presionadas cada vez más, por el interés de aprovechar su potencial turístico en detrimento de la naturaleza y de grupos sociales importantes y, paradójicamente, de su mismo atractivo turístico. Tal es el caso de San Andrés, Coveñas, Tolú y la península de Barú, donde el precario desarrollo turístico ha producido o está en vías de completar la pérdida o subutilización de importantes atractivos.

La extracción excesiva de recursos pesqueros, o sobrepesca, en los sistemas fluviales, lacustres y marinos, se manifiesta no sólo en la disminución de las capturas anuales de camarones, langostas, pargos, róbalos y muchos otros recursos que revelan las estadísticas pesqueras desde hace tres décadas, sino también en el tamaño cada vez más reducido de los peces capturados y la casi desaparición de algunas especies, entre ellas algunos bagres de agua dulce y tiburones, meros, pargo pluma y caracol pala en el mar. A la sobrepesca se suman otros impactos sobre la fauna acuática derivados de la contaminación de los cuerpos de agua y la destrucción o degradación de hábitats importantes para los ciclos de vida de muchas especies, como los manglares, las praderas de pastos marinos y los arrecifes de coral.

La transformación de los ecosistemas por la acción humana es paulatina, pero drástica; la prodigiosa dotación natural de la Región Caribe ha sido destruida en gran medida. Una pequeña, pero significativa proporción de ella ha sido convertida en capital económico y poder político, en detrimento de las posibilidades de una región cuyo patrimonio cultural se fundamenta y desarrolla de la mano de una histórica relación entre el ser humano y su entorno.

Como ha sido el caso de muchos países latinoamericanos, uno de los aspectos, hasta hace poco más ignorados respecto al desarrollo en Colombia, es el impacto ambiental del crecimiento económico. Sólo el evidente deterioro ecológico de gran parte del territorio y la vulnerabilidad a la que ello nos expone frente al Cambio Climático Global, nos hacen ahora percatarnos de que la protección de la naturaleza es hoy más que nunca un imperativo y una responsabilidad para con las generaciones futuras.

Acciones para la conservación

En el Caribe colombiano han sido declaradas cerca de 1.400 hectáreas como áreas protegidas o de manejo especial, lo que es menos del 10% de la extensión de la región. Nueve áreas hacen parte del Sistema de Parques Nacionales: los Parques Nacionales Naturales Tayrona, Macuira, Sierra Nevada de Santa Marta, Corales de las Islas del Rosario y San Bernardo —casi en su totalidad marino— y McBean Lagoon, en la isla de Providencia, la Vía-Parque Isla de Salamanca y los Santuarios de Flora y Fauna Ciénaga Grande de Santa Marta, Los Flamencos, Los Colorados y El Corchal "El Mono Hernández".

A éstas deben sumarse 17 áreas de extensión más modesta, declaradas y administradas por las autoridades ambientales de la región; son los parques del Sistema Manglárico del Delta del Río Atrato, Manglares de Guacamayas y The Peak, así como los Distritos de Manejo Integrado de Recursos Naturales Renovables de la Bahía de Cispata, de la Ciénaga de la Caimanera, del Complejo Lagunar del Bajo Sinú, del Complejo de Humedales de Ayapel y la Playona y el Playón de Acandí, estos últimos como modelos de aprovechamiento racional de los recursos que tienen en cuenta factores ambientales y socio-económicos. En muchas de estas áreas se conjugan valores naturales, históricos y sociales que ameritan un manejo especial para armonizar las necesidades de su población con las de la conservación; por estas razones constituyen experimentos piloto de desarrollo sostenible.

La sociedad civil contribuye también en cierta medida a la conservación de relictos de bosque seco, mediante la creación de zonas de reservas en los predios privados donde subsisten coberturas boscosas naturales y especies amenazadas de fauna y flora, como pequeños felinos, primates y venados.

De manera complementaria, algunas áreas de la región gozan del privilegio de haber sido declaradas Reservas de la Biosfera por la Unesco: la Sierra Nevada, la Ciénaga Grande y la de Seaflower que abarca la totalidad del archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, con sus cayos y bajos.

La consolidación de una red eficiente de áreas protegidas, que sume los esfuerzos que se hacen en dichas áreas, tanto las del Sistema de Parques Naturales del orden nacional, como las de los niveles regional y local, incluyendo las Reservas de la Sociedad Civil y los resguardos indígenas, constituye la base fundamental para preservar la infraestructura ecológica que comprende un conjunto de relictos de vegetación natural y seminatural, corredores biológicos y áreas por restaurar en los agro-ecosistemas y otras áreas intervenidas que tienen una funcionalidad en la conservación de la biodiversidad, la productividad y la calidad de la vida de la población.

Los esfuerzos que se hacen en las áreas protegidas para conservar los remanentes de ecosistemas estratégicos son muy importantes a la hora de analizar las posibilidades y perspectivas futuras. Su contribución al mantenimiento de condiciones básicas para el bienestar de la sociedad, como fuente de bienes y servicios primordiales —materias primas, alimentos, agua, clima, esparcimiento, control de erosión, regulación de caudales—, los hace imprescindibles, más aún en la actualidad, cuando han sido afectados hasta el punto de que su desestabilización amenaza con generar graves conflictos y catástrofes ambientales.

Los retos frente un futuro incierto

La explosión demográfica, el incremento en la demanda de nuevos bienes y servicios por parte de los hogares y las empresas, la búsqueda de desarrollo y urbanización, entre otros, hacen que en países en vía de desarrollo como Colombia, lo corriente sea tener que enfrentarse a la disyuntiva de elegir entre la generación de riqueza material y mejoras para la comunidad o la preservación de la base natural que da soporte a la biodiversidad y a los servicios ecosistémicos. Por lo general, tratándose de una sociedad antropocéntrica, la balanza suele inclinarse a favor de los intereses económicos de la comunidad, o de unos pocos, aunque el costo de oportunidad en materia ambiental resulte muy alto. Esto suele resolverse en el corto plazo endosando las consecuencias y la deuda ambiental a la generación siguiente.

Sin embargo, la relación entre el desarrollo y la cultura no puede concebirse separada o distante de las discusiones sobre la superación de los obstáculos al desarrollo humano, en una región como el Caribe colombiano. Es imposible imaginar esta región en una senda de progreso y prosperidad, sin que sus culturas vivas interactúen con otras culturas en un mundo globalizado.

Las gentes del Caribe se han caracterizado siempre por su capacidad para ajustarse a los cambios y presiones externas, manteniendo formas simbólicas de su identidad cultural. Es claro que en muchos aspectos el modelo de desarrollo aplicado en la región, no se llevó a cabo en armonía con el entorno natural y la cultura, para mantener el equilibrio básico de los sistemas; como consecuencia, se exacerbó el crecimiento desordenado que impactó negativamente la base natural.

No obstante, a pesar del maltrato a la naturaleza en el pasado, el hecho de tomar conciencia de ello y de adoptar medidas oportunas para enfrentar los grandes retos que impone el Cambio Climático Global, como el aumento del nivel del mar, la salinización de suelos y acuíferos, la erosión costera, el incremento de la temperatura, la alteración de los regímenes de pluviosidad, escorrentía y caudales, entre otros, constituye la base para forjar un futuro promisorio. La naturaleza transformada, y en ciertos casos desfigurada por la intervención humana, mantiene todavía la capacidad suficiente para recuperar buena parte de su integridad, prestar satisfactoriamente bienes y servicios y sostener procesos de desarrollo humano integral.

Las actividades agropecuarias todavía pueden prosperar en los suelos de gran parte de la Región Caribe, las ciudades son susceptibles de ordenarse y estar adecuadamente abastecidas desde el campo y la industria puede encontrar dónde desarrollarse. Sin embargo, como lo sugiere el ecólogo regional y profesor universitario Germán Márquez, es pertinente reconocer que el espacio ha ido estrechándose y que la incorporación de una perspectiva ambiental en el análisis del pasado y del presente es necesaria para visualizar un futuro posible y sostenible.

Los ecosistemas y sus recursos son potencialmente la base sobre la cual pueden surgir alternativas y complementos al desarrollo logrado hasta ahora, cuya sostenibilidad dependerá en buena parte de la conservación de lo que queda de la base natural que les proporciona los beneficios. Profundizar en el conocimiento y la protección de dicha base y ante todo, poner en práctica alternativas de desarrollo que se beneficien del potencial aún existente y mejoren las prácticas de aprovechamiento de los recursos naturales que se han aplicado hasta ahora, es hoy, más que nunca, un imperativo necesario. De esa forma, los ecosistemas y los recursos que en ellos se sustentan, podrán contribuir al bienestar de la población de una de las regiones del país y del mundo que aún tiene condiciones para lograrlo.

Al estudiar y hasta donde es posible conocer el comportamiento de las especies migratorias, comprendemos que en nuestro planeta están relacionadas todas las formas de vida. Muchos de los procesos evolutivos que se han presentado desde hace millones de años en las especies que habitan las zonas templadas, responden a los ciclos de las estaciones; pequeños insectos, multitud de aves y grandes mamíferos realizan, año tras año, largos viajes para solucionar las deficiencias de alimento y los rigores del invierno, y al trasmitir su experiencia a las nuevas generaciones, han perfeccionado sus técnicas de desplazamiento, sus rutas y la selección de los lugares a donde se dirigen.

Los animales que viven en la zona tropical han desarrollado estrategias similares, pero sus recorridos son más cortos, debido a que en estas regiones las temperaturas cambian con la altitud sobre el nivel del mar.

Aunque muchos de estos procesos aún no han sido del todo explicados por la ciencia, como tampoco las razones por las cuales algunas de las migraciones se hacen a distancias muy lejanas de su lugar de origen, sabemos con certeza que nuestro territorio, por su privilegiada localización, es lugar de paso y en ocasiones destino para muchas de estas especies.

Con los autores del texto, Juan Manuel Díaz y Carolina García y un selecto grupo de fotógrafos encabezados por Daniel Uribe y Angélica Montes, recorrimos buena parte del país en busca de los ambientes preferidos por los Viajeros Naturales y nos percatamos de la imperiosa necesidad de velar por su conservación, para que la vida pueda seguir su curso. El cambio climático y el deterioro que les causamos a estos parajes naturales, comienzan a alterar las rutas, los tiempos y los destinos de las migraciones; sin embargo, todavía estamos a tiempo para dar una voz de alarma que haga comprender a la humanidad que nuestros actos afectan a los demás habitantes de la Tierra y que terminarán por dañarnos a nosotros mismos.

 

EL EDITOR

El Caribe, una de las regiones más extensas de Colombia, se caracteriza por la inmensa diversidad de su naturaleza, la cual se manifiesta tanto en las profundidades marinas, donde se encuentran todos los recursos que son propios de este cálido mar, como en la zona continental, donde se desarrollan la mayoría de los ecosistemas de la franja tropical del planeta. Dichos aspectos hacen de esta región una de las más ricas, no sólo en atributos naturales, sino en la variedad de razas y culturas que están arraigadas en este entorno privilegiado.

Región Caribe de Colombia, obra que hoy presentamos muestra cómo nuestro país, junto con otras 26 naciones y algunos territorios que pertenecen a estados distantes, es parte fundamental de la cuenca del Caribe, que alberga ambientes de vital importancia para la humanidad, como son los arrecifes coralinos, las praderas de pastos marinos, los litorales rocosos y los manglares, lugares donde viven la mayoría de las especies de los mares tropicales.

La variedad de climas y paisajes de la zona continental del Caribe colombiano, ha permitido que cada uno de ellos sea habitado por un mosaico de especies de flora y fauna cuyas características varían de acuerdo con la zona donde permanecen; ríos caudalosos, terrenos inundables que en algunos lugares están bajo el nivel del mar y conforman una extensa red de humedales; amplias sabanas de suelos fértiles, pequeñas serranías y colinas, desiertos con dunas de arenas doradas, zonas áridas, la imponente Sierra Nevada de Santa Marta que es la montaña de litoral más alta del mundo, nuestros territorios insulares oceánicos y los archipiélagos de la plataforma continental, son algunos de los ambientes naturales que se describen en esta obra.

Región Caribe de Colombia, refuerza el compromiso que desde hace ya 31 años y de manera ininterrumpida asumió el Banco de Occidente con el país y con las generaciones que seguirán encontrando en sus libros una información imprescindible para comprender y valorar la naturaleza de nuestro país. Con este libro ampliamos nuestra colección ecológica que incluye: La Sierra Nevada de Santa Marta (1984), El Pacífico colombiano (1985), Amazonia, naturaleza y cultura (1986), Frontera superior de Colombia (1987), Arrecifes del Caribe colombiano (1988), Manglares de Colombia (1989), Selva húmeda de Colombia (1990), Bosque de niebla de Colombia (1991), Malpelo, isla oceánica de Colombia (1992), Colombia, caminos del agua (1993), Sabanas naturales de Colombia (1994), Desiertos, zonas áridas y semiáridas de Colombia (1995), Archipiélagos del Caribe colombiano (1996), Volcanes de Colombia (1997), Lagos y lagunas de Colombia (1998), Sierras y serranías de Colombia (1999), Colombia, universo submarino (2000), Páramos de Colombia (2001), Golfos y bahías de Colombia (2002), Río Grande de La Magdalena (2003), Altiplanos de Colombia (2004), La Orinoquia de Colombia (2005), Bosque seco tropical, Colombia (2006), Deltas y estuarios de Colombia (2007), La Amazonia de Colombia (2008), El Chocó biogeográfico de Colombia (2009), Saltos, cascadas y raudales de Colombia (2010), Colombia paraíso de animales viajeros (2011), Ambientes extremos de Colombia (2012) y Cañones de Colombia (2013).

A través de los textos que conforman este libro y que son el resultado de una profunda investigación realizada por el biólogo Juan Manuel Díaz Merlano y de las fotografías del equipo de I/M Editores que lo ilustran, el lector podrá acercarse a una de las regiones más interesantes y atractivas de Colombia. El libro también es un llamado para que quienes se interesan por las manifestaciones de la naturaleza de esta región, comprendan que es necesario tomar conciencia del riesgo en que se encuentra y de la necesidad de protegerla para que no se agoten sus recursos y continúe siendo una fuente de riqueza para el país.

 

EFRAÍN OTERO ÁLVAREZ
PRESIDENTE
BANCO DE OCCIDENTE