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de la Colección Ecológica del Banco de Occidente:
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CAPÍTULO 1
LAS SELVAS TROPICALES
DEL MUNDO
Al
evocar la selva lluviosa tropical de la Amazonia o la del
Congo en África, surgen imágenes de una jungla
enmarañada y exuberante, con un dosel cerrado por
las copas de árboles corpulentos de los que cuelgan
lianas que se entrecruzan y a nivel del piso infinidad de
plantas, algunas con hojas gigantes como los platanillos
y las palmas; historias de tribus que han vivido alejadas
de nuestra civilización y de seres misteriosos habitantes
de la espesura donde el calor agotador, la bulla permanente
de loros y monos y el acecho de serpientes venenosas, animales
salvajes y enjambres de mosquitos, crearon la leyenda de
una selva tropical agreste e indómita, cuyos mitos
fueron popularizados en Europa por exploradores y navegantes.
Al hacer la reseña de la expedición del barco
Beagle (1831–1836), Alan Moorehead citó las
palabras de Charles Darwin cuando tuvo el primer contacto
con un bosque tropical en Bahía, Brasil: «…Una
extraña mezcla de sonido y silencio impregna las
zonas sombrías del bosque. El de los insectos es
tan fuerte que puede ser oído incluso desde un barco
anclado a centenares de metros de la costa; en cambio en
los escondrijos del bosque parece reinar un silencio universal».
Las selvas o bosques tropicales son ecosistemas en extremo
heterogéneos y diversos, que varían en tamaño,
forma y naturaleza, puesto que son el resultado de la interacción
de factores ambientales orográficos, geológicos,
climáticos, edáficos y culturales muy disímiles.
La cordillera de los Andes en su vertiente hacia el Amazonas
es un buen ejemplo de los diferentes tipos de bosque que
se presentan en un gradiente altitudinal que va desde el
límite con las nieves perpetuas, más allá
de los 4.500 m de altitud, hasta el piedemonte, a menos
de 1.000 msnm; en el extremo superior se desarrollan bosques
achaparrados como los de coloradito —Rosácea
del género Polylepis—, que deben soportar
temperaturas medias anuales inferiores a los 10°C y
fuertes heladas durante las épocas secas; en la montaña
media predominan los bosques montanos frecuentemente nublados,
como las yungas y en el piedemonte las selvas húmedas
de climas ecuatoriales.
En zonas de transición entre las selvas húmedas
tropicales o las sabanas y las zonas secas o desérticas,
se desarrollan los bosques secos tropicales o bosques caducifolios;
son selvas tropicales que se mantienen de uno a cinco meses
en las estaciones secas, durante las cuales las especies
vegetales deben adaptarse al estrés producido por
el déficit hídrico, pierden temporalmente
sus hojas y en la temporada de lluvias reverdecen y se llenan
de vida.
Otro tipo de bosque tropical de las zonas costeras es el
manglar, cuyos árboles crecen sobre sustratos cenagosos
carentes de oxígeno y en contacto con aguas salobres
marinas; allí predominan especies de unos pocos géneros,
como Avicenia y Rhizophora, que se distribuyen
según la tolerancia a la salinidad y al grado de
consolidación del suelo. Los manglares más
extensos del mundo, denominados Sundarbans, se encuentran
en el sur de Asia en la frontera entre India y Bangladesh
y cubren una superficie de aproximadamente 10.000 km2.
La selva tropical es el más complejo de los grandes
biomas del planeta y alberga más de la mitad de la
flora y la fauna existentes; las del nuevo mundo, denominadas
neotropicales, poseen una gran diversidad y riqueza de especies
vegetales; en el estudio sobre la biogeografía de
éstas, el biólogo Gary Hartshorn encontró
que las de América Latina y el Caribe son las más
importantes del mundo por su extensión, riqueza biológica
y complejidad ecológica. De los diez países
con bosques tropicales más extensos, seis se encuentran
en América —Brasil, Perú, Colombia,
Bolivia, México y Venezuela— y de acuerdo con
los registros de WRI (World Resources Institute), cubren
9,2 millones de kilómetros cuadrados, que representan
el 52% de todos los bosques tropicales del planeta.
PIONEROS EN LA EXPLORACIÓN DE LA SELVA
La mayor superficie de bosque tropical del continente africano
se encuentra en la región costera, en la cuenca del
río Congo o Zaire y tiene aproximadamente 1,7 millones
de kilómetros cuadrados; es una densa selva de la
que se tuvo conocimiento alrededor del año 450 a.C.,
cuando cartagineses y fenicios navegaban por el Atlántico,
pero su exploración sólo comenzó formalmente
en el siglo XV, cuando los portugueses se abrieron camino
gradualmente hacia el sur.
Según los investigadores Soffy Arboleda y Nazle Galat,
la búsqueda de las islas Molucas, productoras de
nuez moscada y clavo, contribuyó notablemente a la
exploración de las selvas del suroccidente asiático.
La primera ruta marítima entre Europa y el extremo
Oriente fue establecida por los portugueses, quienes en
1478, quienes al mando de Vasco de Gama enviaron una expedición
que dobló el cabo de Buena Esperanza y abrió
el camino hacia las Indias Orientales; los portugueses dominaron
por muchos años el comercio de las especias, hasta
que a principios del siglo XVI fueron expulsados por los
holandeses, quienes mantuvieron el monopolio de las valiosas
plantas hasta finales del siglo XVIII, cuando éstas
fueron sacadas de contrabando y sembradas en las Antillas
y otros lugares, con lo que se desplomó su elevado
precio. Más tarde, en el siglo XIX, destacados científicos
y naturalistas como Sir Stamford Bingley Raffles, cuyo apellido
dio nombre a una de las flores más grandes del mundo,
la Rafflesia arnoldii, contribuyeron al conocimiento de
la historia natural de Java y Sumatra.
Numerosas naves europeas zarparon hacia las Indias Orientales
en busca de nuevas rutas, riquezas y tierras y con el descubrimiento
de América se inició la exploración
de sus selvas tropicales. La búsqueda de El Dorado
y del país de la canela, una de las especias más
apreciadas en la época, llevaron a Gonzalo Pizarro
y a Francisco de Orellana a internarse en lo profundo de
la selva amazónica; la expedición partió
en 1541 de Quito, atravesó los Andes y descendió
por el río Napo, hasta el lugar donde se creía
que existían abundantes árboles de canela
morena. La expedición culminó cuando Pizarro,
sin provisiones y frustrado, regresó a Quito un año
más tarde y Orellana decidió continuar por
el curso del Napo. Cuenta la leyenda que río abajo
la expedición fue atacada por mujeres guerreras semejantes
a las amazonas de la mitología griega, de quienes
tomó su nombre el río. La expedición
llegó en 1542 a su desembocadura en el Océano
Atlántico.
En 1743 el naturalista y científico francés
Charles Marie de La Condamine emprendió el viaje
desde Quito, bajó por el río Amazonas, que
en la parte andina de Perú llaman Marañón
y continuó hasta su desembocadura. Además
de las observaciones geoastronómicas para demostrar
el achatamiento de la Tierra, durante ocho años de
expedición puso especial atención a los conocimientos
que tenían los nativos para curar las fiebres intermitentes
con extractos de la corteza de quina y a la preparación
de venenos como el curare, para cazar animales; especialmente
le interesó una planta productora de látex,
el caucho silvestre o siringa, cuyas propiedades La Condamine
fue el primero en describir.
Otros exploradores de las selvas tropicales fueron el naturalista
inglés Alfred Wallace, y el entomólogo inglés
Henry Bates, quienes llegaron a Brasil en 1848 y se dedicaron
durante varios años a estudiar la diversidad de la
flora y la fauna, especialmente la de los insectos. Bates
encontró el medio propicio para estudiar el mimetismo
animal y coleccionó miles de insectos, que desafortunadamente
se perdieron en un naufragio; entre sus trabajos más
importantes, está el haber demostrado que el Amazonas
y el río Negro constituyen barreras geográficas
en la distribución de especies. Wallace exploró
también las selvas de Malasia en 1854 y al comparar
la fauna de Brasil y la del archipiélago malayo,
pudo desarrollar al mismo tiempo que Darwin, pero independientemente,
la teoría de la evolución por selección
natural. Cautivaron su interés en Malasia, las flores
gigantes de más de un metro de diámetro, las
enormes mariposas alas de pájaro, los ágiles
gibones y los orangutanes; sus observaciones contribuyeron
al conocimiento de la historia natural del archipiélago
malayo y en general al de la selva tropical.
LA ZONA TROPICAL
En la zona tropical del planeta, localizada entre el Trópico
de Cáncer —23°27’ latitud norte—
y el Trópico de Capricornio —23°27’
latitud sur—, crece una densa selva que llega hasta
el sur de México y la Florida en el hemisferio norte
y hasta el sur de Brasil y la provincia de Misiones en Argentina,
lugares ubicados fuera de los trópicos, lo que demuestra
que el límite latitudinal de las selvas tropicales
no está determinado por su posición astronómica,
sino más bien por la intensidad de la estación
fría, la cantidad de precipitación, la historia
geológica y factores orográficos locales,
entre otros.
Hacia el norte y hacia sur de los trópicos cambian
las condiciones climáticas, las precipitaciones disminuyen,
aumenta la evapotranspiración, el número de
días secos aumenta y por tanto la estacionalidad
del clima impone a los bosques un carácter caducifolio
—caída estacional de las hojas—, lo que
da paso al desarrollo de otras formaciones vegetales como
bosques subhúmedos y secos, matorrales espinosos
y sabanas.
Los dos trópicos conforman una franja de 5.212 km
de anchura en la que se encuentran 140 países —114
en su totalidad y 26 parcialmente—, de un total de
208 que hay en el mundo. Para comprender la franja tropical
donde se ha desarrollado la selva más diversa y exuberante
del globo, el profesor, geógrafo y humanista Ernesto
Guhl, hizo la siguiente reflexión: «…Pero
tanto que hablamos de los trópicos, que vivimos en
ellos y en verdad, ¿qué son?, ¿cómo
se caracterizan y se distinguen de otras zonas de la tierra?…».
Y al respecto señala las siguientes características:
Los
trópicos son un cinturón espacial que se
extiende a ambos lados de la línea equinoccial
y carece de estaciones térmicas anuales. La duración
de la radiación solar es prácticamente igual
durante todo el año.
La disminución del calor con el aumento de la altura
sobre el nivel del mar divide los trópicos, en
sus regiones montañosas, en pisos altitudinales
o pisos térmicos, por lo cual existen los trópicos
cálidos y los trópicos fríos.
A
las diferencias térmicas de los trópicos
se suman otras de humedad, o sea el concepto hídrico.
Los diferentes pisos térmicos o altitudinales,
con sus períodos de lluvia y sequía de diferente
intensidad y duración, marcan el paso anual de
tiempo y producen grandes zonas biogeográficas
o ecológicas en las que los períodos de
menor humedad se conocen como verano y los de lluvia como
invierno.
A la temperatura y la humedad, constante la primera y
variable la segunda, se debe agregar el concepto de fotoperíodo
—duración del día respecto a la noche—,
que es más o menos constante durante todo el año;
es decir, que su posición geoastronómica
es poco o nada variable. Entre otros factores astronómicos
determinantes en la configuración de la zona tropical
del planeta, están la inclinación de su
eje en relación con la eclíptica o plano
solar, la curvatura de su superficie, la rotación
diurna alrededor de su propio eje y la traslación
anual alrededor del sol.
En general, la zona tropical se caracteriza por ser calurosa
y húmeda, debido a que la energía solar llega
a la atmósfera en ángulo recto y a la presencia
de elevadas precipitaciones por efecto de las corrientes atmosféricas
que forman una franja nublada y lluviosa, denominada zona
intertropical de convergencia —ZITC—, que se desplaza
hacia el norte durante el verano boreal y hacia el sur en
el verano austral. La mayor parte de las investigaciones sobre
el comportamiento climático de la zona tropical, muestran
que existe una estrecha relación entre zonas de baja
altitud, con alta precipitación y temperaturas medias
mensuales superiores a 20°C y los lugares donde se desarrollan
los bosques húmedos tropicales.
Los ambientes tropicales, considerados espacial y temporalmente
heterogéneos, tienen un clima relativamente estable
que hace que sean inalterables en cuanto a fotoperíodo,
entrada anual de energía, ámbito anual de temperaturas
medias y otras variables climáticas; sin embargo, hay
regiones que sufren variaciones de temperatura diurnas, estacionales,
o ambas, puesto que los factores meteorológicos y las
montañas modifican las características del clima
local.
Como en la zona tropical no hay estaciones, la vegetación
tiene un crecimiento permanente durante todo el año;
en el interior de la selva tropical la cantidad y la calidad
de la energía lumínica es filtrada por el follaje
dispuesto en múltiples estratos desde el nivel del
suelo hasta el dosel o copa de los árboles, lo cual
crea un clima interno propio. En el sotobosque, bajo el dosel
cerrado, la frecuencia, duración, intensidad y calidad
de la irradiación directa es muy difícil de
predecir, pero la intensidad de radiación difusa durante
la mayor parte del día es extremadamente baja. Esta
variabilidad incide sobre diferentes procesos ecológicos
y evolutivos, como germinación, fotosíntesis,
crecimiento, fenología y desarrollo de la vegetación
en los claros de la selva, entre otros.
La energía solar intensa durante todo el año,
las elevadas temperaturas y las lluvias abundantes hacen de
la selva húmeda tropical uno de los ecosistemas más
productivos del planeta; se estima que la selva amazónica
acumula el 10% de la productividad primaria del mundo. Paradójicamente,
dicha exuberancia se sustenta, en su mayor parte, en suelos
relativamente pobres, predominantemente de color rojizo, con
altos contenidos de óxidos de hierro; por esta razón
la selva húmeda tropical ha desarrollado complejos
mecanismos de adaptación, como el reciclaje, mediante
el cual aprovecha al máximo los recursos disponibles
en el humus superficial, donde los nutrientes son capturados
por infinidad de hongos microscópicos denominados micorrizas
y transferidos rápidamente a la vegetación,
que recibe elementos como fósforo y nitrógeno.
Numerosos estudios científicos han demostrado que los
suelos del bosque tropical son muy frágiles, por lo
cual si se elimina la cobertura forestal que los protege,
rápidamente se degradan y erosionan.
DISTRIBUCIÓN Y TIPOS DE SELVA TROPICAL
La distribución de la selva tropical tiene una estrecha
relación con el clima de la región donde se
desarrolla, puesto que la provisión de agua y la temperatura
son determinantes en su conformación. Una de las clasificaciones
climáticas mundiales más conocidas se debe al
científico alemán, meteorólogo y climatólogo
Wladimir Peter Köppen, quien definió tres grandes
patrones climáticos relacionados con la vegetación
existente:
Bosques muy lluviosos durante todo el año, o pluvisilva
tropical. Corresponden a la verdadera selva húmeda
tropical que tiene la estructura más desarrollada,
multiestratificada y exuberante; las extensas formaciones
vegetales de las tierras bajas de la cuenca amazónica
y las selvas congoleñas pertenecen a este grupo.
La selva pluvial tropical no presenta en el año
ningún mes seco, pero tiene en algunos casos breves
períodos de sequía que no generan un efecto
considerable, aunque algunos árboles pierden las
hojas. La mayor biodiversidad de plantas se encuentra
en este tipo de selva; un área de 10 km2 puede
contener más de 1.500 especies con flores y alrededor
de 750 árboles diferentes.
Bosques
estacionalmente húmedos o subhúmedos. En
lugares donde se presentan unos pocos meses secos, especialmente
en los relacionados con los vientos monzones —India
y suroriente asiático—, crece la selva tropical
monzónica; en África y América del
Sur se desarrollan selvas tropicales estacionales, generalmente
periféricas a los ecosistemas de sabanas. La estación
seca puede durar de tres a seis meses, lo que produce
en algunas especies la pérdida de follaje.
Bosques subhúmedos o secos, caducifolios. Están
representados por formaciones vegetales de clima estacional
e incluyen los bosques de galería de las sabanas
y matorrales secos.
En el sistema de clasificación de Köppen hay que
considerar adicionalmente otros patrones climáticos
y de vegetación, que se deben a la presencia de grandes
sistemas montañosos y a los efectos locales que originan
las selvas nubladas de montaña o bosques montanos.
En Suramérica, en los ecosistemas de alta montaña
tropical, sujetos a condiciones climáticas extremas
por encima del límite superior de los bosques, surgen
los biomas de páramo, jalca y puna; y en África
los de Lobelia y Senecio.
De acuerdo con otro esquema de clasificación de las
formaciones vegetales, propuesto por el científico
Leslie R. Holdridge, el bosque tropical se desarrolla en las
franjas altitudinales o zonas de vida, de la siguiente forma:
piso premontano, de 0 a 1.000 m de altitud aproximadamente,
con temperatura media anual superior a los 24°C; piso
montano bajo, de 1.000 a 2.000 m de altitud, con temperatura
12 a 18°C y piso montano, de 2.000 hasta aproximadamente
4.000 m de altitud, con temperatura entre 6 y 12°C.
En el contexto mundial, la selva tropical se distribuye en
tres grandes regiones: la de Suramérica, la gran Hylea
Amazónica, representa aproximadamente el 56%; la del
occidente de África el 18%; y la de Oceanía,
Indomalasia y Australasia, el 26%.
LA SELVA TROPICAL AFRICANA
En el norte del continente africano, el desierto más
grande del planeta, el Sahara, con aproximadamente 11.000.000
km2 y cerca de 5.000 km de longitud de oriente
a occidente, genera un límite físico y climático
para la distribución de la selva tropical. Hacia el
sur, la cobertura forestal se va incrementando gradualmente
hasta encontrarse con la zona lluviosa ecuatorial donde se
desarrolla una exuberante selva.
Se estima que la selva tropical de la región occidental
africana abarca aproximadamente 1,7 millones de kilómetros
cuadrados y, al incluir las áreas con bosques menos
húmedos y más intervenidos que hay alrededor
del núcleo forestal y los mosaicos de bosques y sabanas,
el total de la superficie forestal africana alcanza aproximadamente
3,4 millones de kilómetros cuadrados.
El 70% del núcleo forestal congoleño está
intacto y conserva especies de fauna únicas y extraordinarias
como el okapi, con apariencia de ciervo y cebra y emparentado
con la jirafa, que fue descubierto en la selva del Zaire en
el año 1901 y otros mamíferos emblemáticos,
gorilas, búfalos y elefantes. Estas selvas sirven de
resguardo a tribus como la de los pigmeos mbuji, fuente de
leyendas fantásticas que desdibujaron su importancia
cultural y ecológica en el manejo de la selva. De acuerdo
con la red internacional Movimiento Mundial por los Bosques
Tropicales, subsisten aproximadamente 30.000 de estos pigmeos
que ocupan el 50% de los 37.860 km2 de Mambasa;
debido a la rápida expansión de plantaciones
madereras de Uganda y a la excesiva explotación de
recursos minerales como coltan, oro y diamantes, su existencia
está amenazada.
Al oriente de África, en las montañas que rodean
el valle del Rift, se presentan unos remanentes de selva tropical
en estado de conservación crítico, similares
a los de las selvas montanas de Etiopía. La isla de
Madagascar, a 400 kilómetros de África, de la
cual la separa el estrecho de Mozambique, presenta una estrecha
franja de selva lluviosa tropical en la zona costera oriental.
Con picos montañosos hasta de 2.000 m de altitud, esta
isla se separó del continente en época remota
y, tras miles de años de aislamiento, su flora y fauna
evolucionaron hacia especies únicas, como el conocido
árbol del viajero, las diversas especies de lémures
terrestres y arborícolas, o los misteriosos camaleones
endémicos, de los géneros Brookesia,
Furcifer y Calumma, considerados al mismo tiempo
dioses y demonios.
SELVAS TROPICALES DE INDOMALASIA
Desde tiempos remotos, eventos geológicos y evolutivos
hicieron de esta región una de las más sorprendentes
del planeta. El área comprende el subcontinente indio,
el territorio oriental y meridional de la península
malaya y las grandes islas de Sumatra, Java, Borneo —la
tercera isla más grande del mundo—, Filipinas,
y otras islas como Krakatoa, recordada por la explosión
catastrófica del poderoso volcán en 1883. A
excepción de Java, que cuenta con alta densidad de
población, las demás islas poseen extensos territorios
vírgenes con selvas muy ricas en especies arbóreas,
con cerca de 2.830 plantas leñosas, de las cuales 746
son endémicas.
En India, la gran meseta del Decán, con el sistema
montañoso de los Ghates Occidentales, hace que las
corrientes húmedas provenientes del mar Arábigo
formen una estrecha franja de selva húmeda tropical,
considerada por la World Wildlife Fund —WWF— prioritaria
en conservación, debido a la presencia de importantes
poblaciones de tigre real, elefante asiático y gaur,
una especie de bovino salvaje. Las selvas lluviosas de la
península de Indochina se destacan por sus bosques
de Dipterocarpáceas y por el descubrimiento, en pasadas
décadas, de cinco nuevas especies de grandes mamíferos
en las montañas entre Laos y Vietnam.
Las selvas pluviales de Indomalasia que presentan una precipitación
anual de 5.000 milímetros y una temperatura media de
26°C, constituyen una de las principales áreas
abastecedoras de maderas duras tropicales, como la teca. De
acuerdo con el Instituto de Investigaciones Forestales de
Malasia, los principales tipos de bosques son los de Dipterocarpáceas,
en tierras bajas —hasta 1.300 msnm—, con árboles
emergentes de 60 m de altura del género Correa; en
la alta montaña —por encima de 1.300 m—,
los bosques de Fagáceas, Podocarpáceas y Lauráceas
y sobre los 2.000 m, bosques ricos en Coníferas y Ericáceas.
Un bosque de estructura y sustrato particular es el conocido
como keranga, que se desarrolla sobre suelos arenosos, ácidos
y pobres en nutrientes, con árboles del género
Casuarina. De acuerdo con la evaluación de
los recursos forestales mundiales —FRA, 2005—,
en la India la cobertura forestal se estima en 67,7 millones
de hectáreas e Indonesia presenta una superficie forestal
de 88,5 millones de hectáreas.
La fauna característica de la selva lluviosa de esta
región está conformada por el tapir malayo,
elefantes, cerdos salvajes, leopardos, rinocerontes y numerosos
primates, como los gibones del género Hylobates,
amenazados de extinción, al igual que los orangutanes
y los enormes monos násicos —por su nariz colgante—
que viven en los manglares de los pantanos de Borneo.
SELVAS TROPICALES DE AUSTRALASIA
En un sentido amplio, la región de Australasia incluye
Australia, Nueva Zelanda, Nueva Guinea y muchas islas de la
parte oriental de Indonesia. Los bosques tropicales de esta
región se concentran principalmente en el litoral australiano
de Queensland y en Nueva Guinea, que es la isla tropical más
grande del mundo, con picos glaciares como el Monte Wilhelm
que alcanza los 4.500 msnm, lo cual proporciona diversidad
de ecosistemas en el gradiente altitudinal. Según Russell
Mittermeier, Nueva Guinea es la isla más rica del planeta
en cuanto a diversidad y endemismos vegetales, cerca de 17.000
especies, de las cuales 10.200 son endémicas.
Indonesia tiene la tercera mayor superficie de bosque tropical
después de Brasil y la República Democrática
del Congo y aunque constituye solamente 1,3% de la superficie
total de bosques del mundo, alberga el 10% de las especies
de flora, 12% de los mamíferos, entre los que se destacan
los zorros voladores, el murciélago frugívoro
de gran tamaño, del género Pteropus,
17% de los reptiles y anfibios y 17% de las aves, todo esto
gracias a que es una región de encuentro de fauna asiática
y australiana.
La selva lluviosa tropical de Queensland, a pesar de que ocupa
el 0,3% del continente australiano, conserva niveles extraordinariamente
elevados de biodiversidad. Según WWF, constituye un
refugio de la flora antigua de Gondwana y en sus especies
se puede leer la historia evolutiva de las plantas en la Tierra,
así como la de los marsupiales y las fantásticas
aves lira.
Aunque Indonesia es el segundo país en términos
de riqueza de vida silvestre, numerosas especies como orangutanes,
cerdos barbudos, tigres y rinocerontes están amenazadas.
Se destacan las hermosas aves del paraíso que ostentan
un plumaje sorprendente, el casuario, extraordinaria ave terrestre,
de 1,80 m de altura y las mariposas alas de pájaro,
cuya envergadura puede alcanzar casi treinta centímetros.
Ocho años de detallados estudios de esta esta región,
le permitieron en 1858 a Alfred Russel Wallace presentarle
a Darwin sus ideas acerca de la teoría de la evolución.
Las dos grandes regiones, el sureste Asiático y Australasia
muestran en su flora y fauna diferencias notables debido a
que sus historias evolutivas se desarrollaron separadamente.
Posteriormente se descubrió que el límite denominado
Línea de Wallace corresponde a una profunda fosa oceánica
y frontera de placas tectónicas que formaron grandes
barreras geográficas para la distribución de
las especies. Estas islas constituyen un verdadero laboratorio
donde la vida se manifiesta en múltiples adaptaciones
ecológicas.
DESAPARECE LA SELVA TROPICAL
La desaparición acelerada de las selvas y bosques tropicales
y con ella la pérdida definitiva de la biodiversidad,
de tribus ancestrales y de múltiples bienes y servicios
ambientales es indudable. Las principales causas de esta devastación
radican en la transformación de áreas para agricultura
y ganadería, en la explotación forestal y de
recursos minerales y en los incendios provocados.
Si bien no se puede tener un inventario exacto de la cobertura
de bosques y selvas en la zona tropical, algunos estudios
indican que ésta se pierde aceleradamente. Según
la evaluación de los recursos forestales realizada
por la FAO, la cobertura de bosques tropicales al final de
1990 abarcaba 1.756 millones de hectáreas, es decir,
aproximadamente el 37% de la superficie total de las tierras.
América posee la mayor extensión forestal —918
millones de hectáreas—, cifra significativa,
principalmente por el aporte de las selvas de la cuenca amazónica
y del Orinoco; le siguen África —528 millones—
y Asia —311 millones—. Alrededor de 1.544 millones
de hectáreas —88%— se encuentran en tierras
bajas y las restantes 204 millones —12%— en zonas
de montaña.
La deforestación entre 1981 y 1990 en el conjunto de
la zona tropical se estimó en 15,4 millones de hectáreas
al año, de las cuales 7,4 millones se talaron en América,
3,9 millones en Asia y 4,1 millones en África. La tasa
de deforestación en el decenio de 1980, en la totalidad
de la zona tropical, fue de 0,8% al año —0,7%
en América, 0,7% en África y 1,1% en Asia.
El estudio más actualizado sobre el estado de los bosques
a nivel mundial, realizado por la FAO (FRA 2005 —Forest
Resources Assessment—), revela que la deforestación,
principalmente para obtener tierras para el cultivo, continúa
a un ritmo alarmante —cerca de 13 millones de hectáreas
por año—, pero al mismo tiempo, la reforestación,
la restauración del paisaje y la expansión natural
del bosque, contribuyeron significativamente a que la pérdida
neta de bosques durante el período 2000–2005
—7,3 millones de hectáreas por año—,
fuera inferior a la presentada durante 1990 a 2000 —8,9
millones—. En Indonesia las cifras son inquietantes;
según una investigación de la ONG Indonesia
WALHI, por lo menos 72% de los bosques del país han
sido destruidos y la tasa de deforestación alcanzó
3,8 millones de hectáreas por año, la mayor
tasa de pérdida de bosques del mundo. Según
FRA, en África, en 2005 la cobertura forestal era de
635,412 millones de hectáreas y la tasa de deforestación
entre 2000 y 2005 fue de 0,62%, equivalente a una pérdida
anual aproximada de 4 millones de hectáreas. Las naciones
que perdieron una mayor cobertura fueron Nigeria —410.000
ha/año—, República Democrática
del Congo —319.000 ha/año— y Ghana —115.000
ha/año—.
Las selvas tropicales contribuyen considerablemente en el
control del calentamiento global, debido a que capturan grandes
cantidades del carbono, uno de los principales causantes del
efecto invernadero. Estudios científicos han demostrado
que la deforestación, degradación y manejo deficiente
de bosques reduce el carbono almacenado en su interior; se
estima que los bosques del mundo almacenan 283 Gigatoneladas
de carbono solamente en su biomasa —1 Gt = mil millones
de toneladas métricas— y que el capturado por
la biomasa forestal, madera muerta, hojarasca y suelo juntos,
es aproximadamente 50% superior al que se encuentra en la
atmósfera. En este sentido el estudio de FRA 2005 indica
que el carbono en la biomasa forestal disminuyó en
África, Asia y Suramérica en el período
1990–2005 y se incrementó en las otras regiones,
pero a nivel mundial, el total de carbono almacenado disminuye
anualmente en 1,1 Gigatoneladas.
Además de la deforestación para obtención
de maderas y el establecimiento de ganaderías, monocultivos
agroindustriales y cultivos ilícitos, otro de los grandes
destructores de selva tropical en el mundo es la minería,
que produce efectos nocivos sobre los ecosistemas. La recuperación
de los suelos afectados por las explotaciones mineras es lenta
y muy difícil. Los estudios de Fernando Franco y Hernando
Valdés establecieron que la minería artesanal
de oro de aluvión en la Amazonia colombiana destruye
entre cinco y diez hectáreas de bosque primario al
año, para obtener alrededor de 7,5 kilogramos de oro
por mes. Cerca de un metro cúbico de tierra debe ser
removido para conseguir un gramo de oro. Estos claros en la
selva no volverán a ser verdes en cincuenta años.
En cien, quizás, podrán generar una vegetación
similar a la original. La explotación de oro a cielo
a abierto en el Perú deja un suelo desnudo que es visible
desde el espacio exterior. Entre tanto, los químicos
y metales utilizados, como el mercurio, se incorporan en la
cadena trófica del ecosistema y afectan el medio ambiente
y finalmente al hombre.
A pesar de que el escenario es desalentador, porque diariamente
se pierden miles de hectáreas de selva, en el mundo
se hacen grandes esfuerzos por conservar las selvas tropicales
y su invaluable diversidad cultural y biológica, por
parte de entes gubernamentales, de centros de investigación
y organizaciones no gubernamentales. Aún así,
la pérdida de las selvas tropicales, uno de los ecosistemas
más ricos del mundo, que sustenta a millones de personas,
incluidas las comunidades indígenas, está seriamente
amenazado y representa un problema de importancia global.
De acuerdo con el investigador W. A. Rodgers, aunque la mayoría
de las naciones han adoptado políticas de apoyo a la
conservación de los recursos forestales, la cobertura
real de bosque continúa disminuyendo en todo el mundo,
lo que significa que con frecuencia no funcionan las políticas
forestales y la conservación de dichos recursos continúa
originando controversias a nivel mundial.
Libros
de la Colección Ecológica del Banco de Occidente: