La
cordillera Oriental de los Andes ecuatoriales de Colombia,
entre los 4° y los 6° de Latitud Norte se ensancha
aproximadamente en 50 km, para formar el conjunto de altiplanos
más grande y diverso del país, entre los departamentos
de Cundinamarca y Boyacá. En este mismo sector, en
las dos vertientes de la cordillera, aproximadamente entre
los 1.000 y 2.000 msnm, se presenta otro tipo de planicies
de menores proporciones, formadas por antiguas terrazas
de acarreo.
Según el investigador Thomas van der Hammen, al oriente
de la cordillera andina, desde el actual territorio de Ecuador
hasta el de Venezuela, se formó un inmenso miogeosinclinal
donde se depositaron hasta los 12.000 m de profundidad,
sedimentos marinos y continentales que fueron transportados
en su mayoría desde el Escudo Guayanés y en
menor proporción desde la cordillera Central. La
formación de esta gran cuenca sedimentaria comenzó
en el Cretáceo, hace 100 millones de años
y terminó a finales del Oligoceno superior y principios
del Mioceno, hace 25 millones de años, momento en
que empezó el plegamiento que originó la cordillera
Oriental, cuyo levantamiento final pudo ocurrir hace entre
5 y 3 millones de años.
A principio del Plioceno —11 millones de años—
esa cadena montañosa que apenas contaba con 1.000
m de altitud y algunos picos que llegaban hasta los 2.000
m, estaba rodeada de una vegetación de selva baja
tropical y de ecosistemas muy similares a los de las sabanas.
Arriba de los 1.000 m de altitud creció una flora
que fue la precursora de la vegetación abierta de
páramo; hay evidencias de la presencia de elementos
herbáceos de pequeño porte que ocuparon las
cimas de las montañas hace cuatro o cinco millones
de años, procedentes de las sabanas bajas de los
pisos climáticos adyacentes y de la regiones templadas
y frías del sur del continente, que migraron a través
de los Andes.
En algunos paramillos —como se les denomina localmente—
de la cordillera Oriental, pequeñas hierbas de los
géneros Bubostylis, Eriocaulon, Paepalanthus,
Sporobolus, Sisyrynchium, Xyris y Borreria,
son la evidencia de esa relación florística
de los páramos con las sabanas. Una de las formas
de vida más sorprendente del norte de los Andes ecuatoriales,
importante en la historia de la evolución de la flora
del páramo es el frailejón, especie que se
desarrolló a partir de formas arborescentes y ramificadas
que crecían en el límite superior del bosque
andino.
Al final del Plioceno, las montañas alcanzaron 3.000
a 3.200 m de altitud y presentaban un protopáramo
a partir de los 2.500 m, que comparado con el páramo
actual era florísticamente pobre, con abundantes
formas de pastos tipo gramíneas y ciperáceas
y un pequeño árbol que en algunas épocas
muy frías fue abundante en el límite superior
del bosque; se trata del género Polylepis
o coloradito, actualmente presente en áreas muy reducidas
del páramo alto.
Con base en el análisis del contenido de polen fósil
—palinología— de los sedimentos de la
formación Tilatá al sur de Bogotá,
de edad Pliocena, que presenta polen de flora tropical de
baja altitud en su base, en las secciones superiores polen
de plantas de climas más templados y en los últimos
niveles el de vegetación de páramo de un clima
comparable al actual, a una altitud de 2.600 a 2.800 m se
pone de manifiesto un levantamiento de más de 2.000
m en un lapso de 2 a 3 millones de años, lo que indica
que la velocidad del levantamiento de la altiplanicie de
Bogotá fue de 1 a 3 mm por año. Estos estudios
muestran, además, que en esta zona del norte de los
Andes ocurrieron de forma intermitente de 15 a 20 períodos
fríos o ciclos glaciales, intercalados con temporadas
secas o ciclos interglaciales; la mayor extensión
de los glaciares tuvo lugar entre los 45.000 a 25.000 años
antes del presente, cuando el clima fue húmedo y
relativamente frío. Durante este período hubo
una mayor extensión de los hielos, por lo cual los
glaciares y los bosques pudieron estar en contacto, en elevaciones
que estaban entre 2.200 y 2.700 m y la franja de páramo
pudo ser muy reducida y húmeda, con abundantes bosques
de Polylepis en algunas de sus partes más
bajas.
Posteriormente, hace entre 21.000 y 14.000 años,
cuando se presentó un período muy frío
y seco, la extensión del hielo fue mucho menor, el
límite del bosque bajó a cerca de 1.300 a
1.500 m y la franja de páramo se hizo mucho más
extensa; fue la mayor en la historia de los páramos,
con grandes áreas en Mérida, Venezuela, en
las cordilleras Oriental y Central, hasta Ecuador, en pequeñas
partes de la cordillera Occidental y en la Sierra Nevada
de Santa Marta. Durante las fases glaciales tuvo lugar la
máxima inmigración de elementos de páramo
desde las áreas templadas y el sur de la Puna y un
intercambio de especies entre las grandes islas paramunas.
El Holoceno, que se inició hace aproximadamente 10.000
años, no fue un período de completa estabilidad;
los mayores cambios tuvieron lugar durante la última
glaciación, que corresponde al Abra, último
estadial frío de la glaciación ocurrida hace
11.000 a 10.000 años, período en que el bosque
desapareció parcialmente y fue reemplazado por vegetación
arbustiva de subpáramo. En el Holoceno temprano y
medio, hace 5.000 años, el clima mejoró y
se hizo más seco y en el Holoceno tardío —3.000
años hasta el presente—, el clima fue ligeramente
más frío, con aumento en las precipitaciones.
Un aspecto importante en la evolución del ecosistema
de páramo durante este período fue el gradual
desarrollo de suelos, pantanos y turberas en los páramos
más húmedos, con la aparición de musgos
como Sphagnum y cojines de Plantago rigida
y Distichia. El evento frío más reciente
ocurrió durante la «pequeña edad de
hielo» —hacia el año 1700 de nuestra
era—, cuyas huellas se aprecian en el retiro de los
glaciares de la Sierra Nevada del Cocuy.
En los períodos interglaciales, como el actual, la
inmigración de elementos florísticos desde
las áreas templadas hacia el páramo, que se
desarrolla en muchos parches aislados, es mínima.
En consecuencia, los cambios ambientales de clima y vegetación
ocurridos en el pasado fueron los factores formadores de
los grandes paisajes de la cordillera Oriental y de la diversidad
de ecosistemas de la región paramuna, de las selvas
andinas y altoandinas y de las planicies aluviales de los
altiplanos, con sus lagunas, humedales y enclaves de vegetación
xerófila.
ALTIPLANO CUNDIBOYACENSE
La altiplanicie cundiboyacense como unidad biogeográfica
de la cordillera Oriental agrupa cuatro grandes altiplanos
que se suceden, con orientación suroccidente-nororiente,
a lo largo de un eje de 250 km, entre los 2.000 y los 3.000
m de altitud. De sur a norte se encuentran la Sabana de
Bogotá, el valle de Ubaté~Chiquinquirá,
el altiplano de Samacá~Villa de Leyva y el de Tunja~Sogamoso~Lago
de Tota. Debido a su cercanía y a que comparten un
mismo origen geológico y algunos procesos ambientales
y ecológicos comunes se les puede agrupar.
EL PATRÓN CLIMÁTICO
La tendencia general del clima en este altiplano es la del
régimen bimodal tetraestacional; es decir, que se
presentan dos estaciones lluviosas: de abril a mayo y de
octubre a noviembre y dos estaciones secas: la de agosto,
que es un corto veranillo de mitad de año y la de
fin de año, de diciembre a febrero, que es la más
prolongada.
El comportamiento de las lluvias es muy variable: las precipitaciones
oscilan entre los 2.000 mm en las montañas y los
600 a 800 mm en el interior de la Sabana, donde hay una
tendencia a la sequía y la aridez. Algunas modificaciones
en el régimen de precipitaciones, ocasionadas por
el fenómeno climático de “el niño”
y por factores locales, como la sombra de lluvias, producen
prolongados veranos que tienden a ser más críticos
en el norte de la gran altiplanicie, donde además
hay una fuerte incidencia de valles secos y transversales,
como los de los ríos Chicamocha y Suárez.
Una larga temporada seca durante el verano, con cielos despejados
y por lo tanto con una fuerte insolación durante
todo el día, genera un fenómeno climático
crítico: altas temperaturas durante el día,
que llegan hasta los 24 °C y heladas al amanecer, cuyos
registros mínimos en la Sabana de Bogotá han
llegado a los 9 °C bajo cero. En ocasiones se presentan
fuertes tormentas y granizadas que dañan los cultivos
y la cobertura vegetal; estas condiciones climáticas
tienen un gran poder destructor y afectan tanto los ecosistemas
como la vida del hombre, sus cultivos y la economía
local.
LA DIVERSIDAD ECOSISTÉMICA
La información histórica acerca de los cambios
de la vegetación y el medio ambiente ocurridos en
el altiplano cundiboyacense, permite deducir los siguientes
patrones comunes:
• Expansión del páramo
Las grandes fluctuaciones climáticas presentadas
durante el Pleistoceno —entre 21.000 a 14.00 años—,
permitieron la máxima expansión de la franja
paramuna en el altiplano y en consecuencia facilitaron los
procesos de inmigración de la flora holártica
y austral antártica. Por otra parte, la especialización
y aislamiento geográfico generaron varios endemismos;
la vegetación del páramo aumentó su
diversidad en especies herbáceas como las pertenecientes
a los géneros Valeriana, Geranium, Aragoa,
así como frailejones de varias especies de los géneros
Espeletia y Espeletiopsis.
• Aislamiento geográfico
Debido al cambio climático global, desde hace aproximadamente
10.000 años, hasta el presente, los páramos
del altiplano quedaron nuevamente aislados en las partes
altas —por encima de los 3.000 m de altitud—
del sistema orográfico periférico.
• Enclaves xerófilos
Los cambios climáticos con largos períodos
de sequía permitieron el contacto del altiplano cundiboyacense
con elementos florísticos de la región Caribe,
como cactáceas y arbustos espinosos, que llegaron
por el corredor seco del valle del Magdalena y con gramíneas,
entre otras especies, procedentes de las sabanas de la Orinoquia;
actualmente estos ecosistemas xerófilos están
restringidos a pequeños enclaves.
• Formaciones forestales
Otro aspecto que comparten los altiplanos, relacionado con
la diversidad ecosistémica, es la presencia de selva
andina en las laderas y cañadas de las montañas,
conformada por bosques de encenillos, gaques, laureles,
raques y tunos. Hace alrededor de un millón de años,
el género arbóreo Alnus característico
del hemisferio norte, migró a Suramérica y
formó pequeños parches en zonas pendientes
y en franjas riparias de grandes lagos y quebradas. En la
transición hacia los páramos, principalmente
en los más secos, se formaron matorrales de ericáceas,
como el pegamosco Beffaria resinosa, uvos de monte
y reventaderas. Finalmente, entre los últimos 350
y 186 mil años, el género arbóreo Quercus,
migró a Suramérica y permitió el establecimiento
de un nuevo tipo de bosque montano asociado con coníferas
del género Podocarpus, que domina algunos
sectores de la vertiente occidental, ubicadas entre los
1.000 y 2.800 m de elevación.
ALTIPLANO DE LA SABANA DE BOGOTÁ
Bogotá, la capital del país, se fundó
en 1538 sobre el altiplano de mayor extensión de
la cordillera Oriental, ubicado a 2.600 m de altitud en
un escenario privilegiado del norte de Los Andes, con fértiles
tierras, aguas abundantes y un clima privilegiado. En aquella
época, desde la pequeña aldea erigida en la
base de los cerros tutelares de Monserrate y Guadalupe,
se observaba en el horizonte una extensa planicie verde
salpicada de humedales y más allá de los cerros
que circundan el occidente, los picos nevados de la cordillera
Central.
La Sabana de Bogotá hace parte de la cuenca alta
del río Bogotá, que abarca una extensión
cercana a las 425.000 ha. Se estima que de esta superficie,
137.621 ha corresponden a suelos planos, 6.661 a espejos
de agua entre represas y lagunas y las restantes 281.588
ha a suelos de ladera localizados en los flancos de la altiplanicie.
SISTEMA OROGRÁFICO PERIFÉRICO
Su sistema orográfico periférico presenta
varios sustratos geológicos en los que sobresalen
las areniscas —Formación Guadalupe— de
origen Cretáceo y mantos de carbón o turbas
de la formación Guaduas, los cuales dejaron sus depósitos
en lugares como Suesca, Chocontá, Sesquilé,
Guatavita y Guachetá.
El relieve muestra la herencia del paso de masas glaciares
durante el Pleistoceno y épocas anteriores, en escarpadas
crestas, picos de intersección y circos glaciares
ocupados actualmente por lagunas. Las grandes lenguas glaciares
que tallaron valles profundos en forma de U y las morrenas
laterales y arcos morrénicos frontales en los fondos
del valle, son evidencia del avance de los hielos. Las miles
de toneladas de materiales que fueron transportadas y sepultadas
posteriormente en la planicie, constituyeron gigantescos
depósitos de gravillas y arenas en el sur de Bogotá,
en el río Tunjuelo.
Al oriente del altiplano se encuentra un extenso corredor
paramuno conformado por los páramos de Cruz Verde
y del macizo de Chingaza, que alcanzan alturas de 3.600
msnm. Al occidente se eleva una estructura de estratos geológicos
poco plegados que forman una gran mesa, el cerro Manjuy,
con 3.200 m de altitud; hacia el norte continúa otro
corredor paramuno, desde la cuchilla del Tablazo, hasta
el macizo del páramo de Guerrero, con 3.700 msnm.
Al sur la Sabana linda con el páramo más extenso
de la cordillera Oriental, el macizo de Sumapaz con alturas
que llegan a los 4.100 msnm. En el norte la Sabana se cierra
con un pequeño ramal longitudinal de la cordillera
de 3.000 m de altura, que alberga los páramos secos
de la cuchilla El Amargosal; otros relieves de menor altitud
lo separan de la altiplanicie de Ubaté.
La planicie se formó por el relleno de sedimentos
fluvio lacustres durante el Cuaternario. Hace 50.000 años
las lluvias disminuyeron y el gran lago que inundaba la
Sabana comenzó a desaguar por el Salto de Tequendama
y se secó hace unos 30.000 años; los sedimentos
lacustres que quedaron son conocidos como Formaciones Subachoque
y Sabana. Con su desaparición se formaron los valles
del río Bogotá y sus afluentes que constituyen
la actual Sabana de Bogotá.
CERROS AISLADOS Y PENÍNSULAS SECAS
Un conjunto de cerros aislados de poca altura y de penínsulas
o entrantes del relieve sobre las formaciones aluviales
de la Sabana, que son continuación del sistema montañoso
periférico constituido por areniscas duras de la
formación Guadalupe, constituyen una característica
interesante del relieve de la altiplanicie.
Se destacan los cerros de Suba y de la Conejera, aproximadamente
con 60 m de altura sobre la Sabana. Su poca altitud y su
posición en el interior del altiplano, con precipitaciones
inferiores a 1.000 mm, le confieren un carácter xerófilo
a la vegetación del lugar. Como penínsulas
se presentan el cerro Manjuy, localizado entre los valles
del río Bogotá y el río Frío
y que tiene laderas de pendiente fuerte y alturas de 3.000
msnm; el cerro de Juaica, entre el valle del río
Subachoque y el río Frío; en el extremo suroriental
de la Sabana, a partir del cerro de Juan Rey, se desprenden
algunos ramales como el cerro Guacamayas que se prolonga
en dirección norte hacia la planicie.
EL SISTEMA HÍDRICO
El agua y el manejo del recurso hídrico en las culturas
del altiplano han sido factores críticos en el desarrollo
y sostenibilidad de los pueblos que lo habitan. En los altiplanos
de la cordillera Oriental varios factores son responsables
del ambiente relativamente seco y de la baja disponibilidad
de agua. El sistema orográfico periférico,
con sus montañas elevadas que encierran la Sabana,
tanto en la vertiente oriental como en la occidental le
generan una sombra de lluvias; también influyen en
su ambiente la posición longitudinal de sus valles,
la elevada altitud, la amplitud de la planicie, la exposición
a fuertes corrientes desecantes de aire, la distancia corta
que recorren las quebradas y ríos en laderas de pendiente
fuerte y la estacionalidad climática con dos temporadas
de verano.
COMPONENTES DEL SISTEMA HÍDRICO
El sistema hídrico del altiplano Sabana de Bogotá
hace parte de la cuenca alta del río Bogotá
que drena sus aguas a la cuenca del río Magdalena.
Está formado por un sistema de lagunas y turberas
de páramo, quebradas y ríos; humedales y lagunas
de la planicie aluvial; acuíferos subterráneos
y un complejo sistema de abastecimiento de agua para consumo
doméstico e industrial y para la generación
de energía.
SISTEMA DE LAGUNAS Y turberas DE PÁRAMO
Como consecuencia del modelado glaciar, hace aproximadamente
10.000 años, por encima de los 3.000 m de altitud
se formó un buen número de lagunas en los
páramos circundantes de la Sabana de Bogotá.
Las características geológicas y los sustratos
de origen sedimentario —areniscas y lutitas—
son determinantes en las propiedades físico químicas
y la biota de los lagos de la cordillera Oriental; sus aguas
se caracterizan por ser oligotróficas —pobres
en nutrientes—, con escaso grado de mineralización,
transparentes y bien oxigenadas. De acuerdo con los estudios
detallados que realizó John Donato en los lagos andinos
del norte de Suramérica, en los del páramo
se identificaron 142 especies de fitoplancton. Al hacer
un análisis comparativo de los géneros de
fitoplancton, se concluyó que los lagos de la cordillera
Central se relacionan con los andinos de altura, de Bolivia
y Ecuador, mientras que los lagos Guamues, Cumbal y Tota,
son parecidos a los de Perú. Parece ser una regla
general que los lagos de alta montaña están
limitados en nitrógeno y dependen de los aportes
que les haga la cuenca; por esta razón cualquier
disturbio puede alterar sus características y su
dinámica.
En el sistema orográfico periférico del nororiente
del embalse de Tominé, una de las lagunas que más
llama la atención es la de Guatavita, que fue muy
importante para la cultura muisca, puesto que allí
se realizaba el ritual de investidura del nuevo cacique;
según cuenta la tradición, éste iba
en una balsa de juncos ricamente adornada; tenía
el cuerpo cubierto íntegramente con oro en polvo;
a sus pies ponían un gran montón de oro y
esmeraldas para que ofreciera a los dioses y braseros encendidos
para quemar una especie de sahumerio llamado moque; el nuevo
dignatario iba acompañado por cuatro caciques y cuando
la balsa llegaba al centro de la laguna, el pueblo que se
encontraba en las orillas arrojaba objetos de oro y piedras
preciosas a las aguas. La laguna está localizada
a 2.990 m de altitud en una depresión montañosa
de forma perfectamente circular, con 400 m de diámetro,
rodeada de bosques nativos de encenillos. Aunque su origen
es un misterio, se cree que la depresión de la laguna
se formó por un colapso originado por la disolución
de estratos salinos, lo que concuerda con las características
geológicas de la región, donde hay grandes
depósitos salinos como los de Zipaquirá, Nemocón
y Tausa, donde nace el río Aguasal, cuyas aguas presentan
solución de sales procedentes de la montaña.
En la cordillera Oriental los lagos paramunos de mayor tamaño
ocupan antiguos circos glaciares. Al sur del altiplano,
en el páramo de Sumapaz se encuentra una serie de
lagunas unidas por pequeños hilos de agua y turberas.
A 3.800 msnm, en la laguna de Chisacá o de los Tunjos
nace el río Tunjuelo cuyas aguas son represadas en
los embalses de Chisacá y La Regadera. Hacia el oriente
de Bogotá, en el páramo de Cruz Verde, la
laguna del Verjón, a 3.500 msnm, da origen al río
Teusacá, que más adelante forma la represa
de San Rafael. Hacia el norte en las Peñas de Siecha
se destacan las lagunas de Siecha y Buitrago y en la región
occidental, en el páramo de Guerrero, hay varias
lagunas como la Verde y Pantano Redondo.
Estos sistemas lagunares, luego de captar el agua de las
lluvias y la neblina, vierten sus aguas a las turberas o
tremedales, formaciones que actúan como filtros naturales.
Se generan zonas pantanosas de profundidad y tamaño
variable, con diferentes grados de terrización, en
las que crece una gran diversidad de musgos del género
Sphagnum y de vegetación formadora de cojines
como Plantago rigida, de pequeñas hojas
duras en forma de roseta, que va creciendo sobre sus propios
residuos orgánicos. El fango de estos pantanos es
rico en turba o materia orgánica poco descompuesta,
que ha sido acumulada durante cientos de años, por
lo que guarda la historia de los cambios ambientales del
pasado.
El hombre ha utilizado los páramos como zonas agrícolas
y ganaderas, lo cual ha disminuido su capacidad reguladora
de las reservas de agua. La deforestación y las plantaciones
forestales en las cañadas con especies no adecuadas
para la protección del agua, han contribuido a una
mayor sequía, puesto que una de las funciones de
los bosques andinos y altoandinos originales, tapizados
de musgos y un grueso manto orgánico del suelo, es
la retención del líquido.
SISTEMA DE QUEBRADAS Y RÍOS DEL ALTIPLANO
En los pliegues de las montañas que rodean el altiplano
se forman numerosas quebradas que nacen en los páramos,
cuyos cursos siguen las vertientes en un rápido descenso
hasta llegar a la planicie aluvial; las de vertientes cortas
o zonas muy secas sólo se presentan durante la estación
lluviosa.
En los cerros orientales hay numerosas quebradas que drenan
a los principales ríos de la capital. El río
Tunjuelo recibe los aportes de las quebradas Yomasa, Trompeta,
Limas y Chiguaza; el Fucha, los de las quebradas San Cristóbal,
El Soche y el Juan Amarillo, los de El Arzobispo y San Francisco.
Luego de un corto recorrido, las aguas cristalinas ricas
en oxígeno, 4-10 mg por litro, se transforman en
aguas anóxicas al entrar al medio urbano, debido
a los vertimientos de aguas residuales domésticas
e industriales. Las quebradas que nacen en los cerros al
occidente y nororiente de la Sabana presentan mejores niveles
de calidad de aguas; sin embargo, la intensa actividad agropecuaria,
la minería, la deforestación y el vertimiento
de aguas residuales han causado su deterioro. Entre otros
sistemas hídricos se destacan los ríos Bojacá,
Subachoque, Chicú, Frío y Neusa.
El río Funza o Bogotá es el principal sistema
de drenaje de la Sabana de Bogotá; nace al oriente
de Villapinzón en Laguna del Valle, un pequeño
valle de origen fluvio–glaciar localizado a 3.400
m de altitud, en el Páramo de Gacheneque y recorre
180 km hasta el Salto de Tequendama. Durante miles de años
ha sido testigo de los cambios ambientales de su cuenca;
su curso ha cambiado muchas veces y en su amplia planicie
aluvial de inundación ha formado meandros, lagunas
y humedales.
Al alejarse de su nacimiento, en Villapinzón, el
río Funza, con un caudal medio de 3 m3
por segundo empieza a recibir vertimientos de aguas residuales
e industriales con metales pesados muy tóxicos —mercurio,
plomo, zinc, cobre, cromo—; al salir de Bogotá
su caudal de 30 m3 por segundo, está altamente
contaminado y finalmente, cerca de Girardot vierte sus aguas
al río Magdalena.
Mediante la localización de observatorios astronómicos
en lugares específicos, el hombre prehispánico
conoció los ciclos y los fenómenos naturales
del altiplano y logró establecer en detalle las fluctuaciones
estacionales de la planicie inundable del río. Con
sistemas agrícolas sobre camellones logró
aumentar la diversidad de alimentos y aprovechó la
fauna acuática de peces, cangrejos, caracoles, aves
y pequeños mamíferos de ambiente lacustre
como los curíes. Los pulsos estacionales de lluvias
y verano, con ligeras modificaciones, aún continúan.
Durante los períodos de máximas lluvias —abril
a mayo y octubre a noviembre— se inundan los planos
del río Bogotá y de otros afluentes como el
Tunjuelo.
Grandes ríos del mundo como el Sena en París,
el Támesis en Londres, el Hudson en Nueva York, simbolizan
grandes logros para el hombre, que les ha devuelto la vida
a estos ecosistemas, integrándolos al desarrollo
paisajístico y al espacio público de las ciudades
modernas. La vieja concepción de sepultar humedales
y revestir con concreto los ríos y quebradas tiende
a desaparecer, para dar paso a nuevos conceptos de la ecología
urbana y a la restauración de los ecosistemas degradados;
con este criterio se está planificando la recuperación
del sistema hídrico del altiplano de la Sabana de
Bogotá.
HUMEDALES Y LAGUNAS DE LA SABANA DE BOGOTÁ
En la planicie extensa de la Sabana de Bogotá, a
2.600 m de altitud, la topografía plana y los depósitos
fluviolacustres del Cuaternario,
con suelos arcillosos e hidromorfos —sujetos a las
fluctuaciones del nivel del agua—, favorecieron la
formación de numerosas lagunas y humedales sobre
el plano de inundación del río Bogotá.
Las lagunas presentan en algunos casos un amplio espejo
de agua, con pequeños parches de praderas de macrófitas
sumergidas o hidrófitos, como Myriophyllum
sp., Potamogetum sp., entre otras especies; pero
debido a procesos acelerados de eutrofización
y sedimentación, muchas de ellas se van convirtiendo
en pantanos. Los humedales están dominados por la
vegetación acuática emergente helofítica
de juncales y varias especies de los géneros Juncus,
Typha y Scirpus.
Las investigaciones en los humedales de la Sabana de Bogotá,
demuestran que no hay mucha variabilidad en su flora, puesto
que tan solo tienen en común aproximadamente 93 especies
distribuidas en 35 familias botánicas y 69 géneros:
30,4% son monocotiledóneas, 63,8% dicotiledóneas
y 5,8% pteridófitas formadas principalmente por helechos.
Las familias que presentan el mayor número de especies
son Asteraceas y Ciperáceas, estas últimas
conocidas como cortaderas.
HUMEDALES DEL MEDIO NATURAL
La estructura y funcionamiento de los humedales obedece
a procesos naturales que dan origen a un sinnúmero
de hábitats y redes tróficas complejas, donde
la estructura de las comunidades vegetales acuáticas,
emergentes y sumergidas y los bosques de ribera sustentan
las comunidades de una rica y abundante fauna de macroinvertebrados,
lo que contribuye a sostener a multitud de aves, peces y
algunos mamíferos. Estos humedales y pequeñas
lagunas, muchas aún no cartografiadas, tienen problemas
ambientales debido a la intensificación de las actividades
agrícolas y pecuarias en su entorno y a la demanda
de agua para riego de cultivos y pastizales. Algunas lagunas
como La Herrera, la más grande del corredor seco
del sur de la Sabana de Bogotá, permaneció
en buen estado de conservación hasta cuando se empezó
a bombearle agua del río Bogotá. Los estudios
de Thomas van der Hammen revelan hallazgos interesantes
sobre la evolución histórica de esta laguna
y evidencian la ocupación humana en su entorno, correspondiente
al período de cerámica Herrera, 2.700 y 2.000
años antes del presente. Según el análisis
de sus sedimentos, hubo un fuerte período húmedo
cuya duración fue de unos 400 años, lo que
indica una fuerte disminución de la agricultura en
la región debido a las inundaciones.
HUMEDALES DEL MEDIO URBANO
Desde la perspectiva de la ecología del paisaje,
los humedales urbanos son ecosistemas inmersos en una matriz
urbana densamente poblada, cuyo funcionamiento y procesos
ecológicos son dependientes de la ciudad. Los más
conocidos son los humedales de Bogotá, Juan Amarillo,
el Jaboque, Capellanía, Techo, La Vaca, El Burro,
Tibanica y Santa María del Lago, entre otros.
La conexión funcional entre estos humedales y el
río Bogotá, que permitía el flujo de
agua en las dos direcciones y que servía como elemento
amortiguador de las crecientes, se perdió por la
construcción de jarillones que impiden que el río
contaminado se desborde y afecte las poblaciones que invadieron
su ronda. Los humedales quedaron como cuerpos aislados,
su proceso de sedimentación se aceleró y debido
al aporte excesivo de sedimentos y materia orgánica
rica en nutrientes, colapsó la estructura hidráulica
del humedal, lo que a la vez disparó la producción
de plantas que al cumplir su ciclo de vida le aportan mayor
cantidad de toneladas de materia orgánica.
La aparente exuberancia de la vegetación acuática
y el dominio de especies exóticas invasoras como
el buchón y el pasto kikuyo, entre otras, son el
reflejo de su estado crítico de eutrofización,
que favorece la flora y la fauna más oportunistas
o con altos niveles de tolerancia. Las primeras especies
en desa-parecer, debido a la competencia, la falta de oxígeno
y la pérdida del espejo de agua, son las plantas
sumergidas; la ecología de estas comunidades poco
se conoce, a pesar de su importante función como
hábitat y alimento para las especies de patos como
el zambullidor piquipinto o el zambullidor andino, especie
endémica que no toleró la degradación
de los humedales y según la Asociación Bogotana
de Ornitología, se extinguió en los años
setenta.
No se conoce el nivel de tolerancia de los organismos de
estos humedales; de acuerdo con los estudios de Ecology
& Environment, el mercurio es un metal que abunda en
aguas residuales y sus efectos podrían afectar a
pequeños mamíferos que están al borde
de la extinción y en la cúspide de la estructura
trófica, como las comadrejas de humedal o algunas
aves rapaces que lo frecuentan. A pesar de su elevado nivel
de contaminación y deterioro ambiental resulta paradójico
que ecosistemas como los humedales de Córdoba, Jaboque
y Juan Amarillo, entre otros, conserven una rica avifauna,
con especies endémicas como la monjita del pantano.
Otras especies que los habitan son la tingua bogotana, el
pato pico azul, el cucarachero de pantano, la tingua pico
rojo y la focha andina o tingua pico verde, subespecie endémica
del norte de los Andes. Los humedales también son
hábitat temporal para muchas aves migratorias, que
durante la temporada invernal del hemisferio norte se desplazan
hacia el sur.
Las intervenciones para la recuperación de los humedales
Santa María del Lago y el tercio alto del humedal
Juan Amarillo y la remodelación paisajística
de su entorno, han creado una nueva dinámica ecológica
inducida por el hombre, la cual permitirá diseñar
un mejor plan de manejo y conservación de la biodiversidad,
recuperar las funciones ambientales e integrar estos escenarios
en armonía con el desarrollo de la ciudad y el rescate
de espacios para recrear la vida; pero se debe tener en
cuenta que los humedales con altos niveles de contaminación
sirven de reservorio de elementos patógenos que afectan
la salud humana.
ACUÍFEROS SUBTERRÁNEOS
Son los acuíferos subterráneos otro componente
del sistema hídrico del altiplano que se encuentran
en los estratos geológicos porosos y permeables a
diferentes profundidades en las formaciones Tilatá,
Sabana, Subachoque y Grupo Guadalupe. Este recurso es limitado
y la recarga natural por la infiltración de aguas
lluvias en los cerros que rodean la Sabana de Bogotá
es muy lenta. La explotación del agua subterránea
a través de pozos, cuyo elevado contenido en hierro
y otros minerales la hace inadecuada para el consumo humano,
se ha incrementado para uso industrial y agrícola.
EMBALSES Y REPRESAS
El déficit hídrico de la Sabana de Bogotá
ha justificado la construcción de un complejo sistema
de embalses en las principales cuencas del altiplano y de
otras regiones aledañas; los principales son los
del Neusa, Sisga, Tominé, Chingaza, San Rafael, La
Regadera, Chisacá y Muña, que almacenan 1.230
millones de m3 de agua —aproximadamente
el 7% de la del país—. El embalse del Muña
tiene problemas críticos de contaminación
por vertimiento de aguas residuales del río Bogotá
y el embalse de Tominé, que en su formación
sepultó el antiguo pueblo de Guatavita, presenta
procesos acelerados de sedimentación que disminuyeron
rápidamente su vida útil. Los otros embalses
han generado nuevas formas de ocupación en su zona
de influencia y se encuentran en buen estado de conservación;
el más grande es el de Chingaza que abastece el 80%
de la demanda de agua que consumen la ciudad de Bogotá
y algunos municipios aledaños.
En la Sabana de Bogotá el recurso hídrico
en realidad no es muy abundante a pesar de estar rodeada
de extensos páramos. De acuerdo con los estudios
de la Sociedad Geográfica de Colombia, los rendimientos
medios de agua en la cuenca alta del río Bogotá
son inferiores a los del resto del país —varían
entre 10 y 25 litros/segundo/km2 en las cabeceras
de las subcuencas y entre 3 y 10 en la Sabana— . Esta
situación se explica por el bajo volumen de las lluvias
en el año y por la voluminosa extracción;
de acuerdo con el promedio anual del balance hídrico,
el 70% de la superficie de la cuenca presenta déficit
de agua.
CORREDORES SECOS DEL ALTIPLANO DE BOGOTÁ
Debido al encerramiento del sistema orográfico periférico
y al efecto de abrigo o efecto Foehn, sobre la altiplanicie
de Bogotá se desarrollan franjas áridas con
vegetación xerofítica.
Estas formaciones xerofíticas
y subxerofiticas ocuparon su mayor extensión durante
los períodos áridos del Pleistoceno
—20.000 hasta 12.000 años— y actualmente
pueden considerarse como refugios, donde la precipitación
media anual fluctúa entre los 700 y 800 mm, las temperaturas
medias anuales son de 13 °C y el régimen pluviométrico
es bimodal, con dos estaciones de lluvia de mediados de
marzo a mediados de junio y de mediados de septiembre a
mediados de diciembre.
Los suelos en los enclaves xerofíticos han estado
expuestos desde su formación a largos períodos
de sequía, lo que creó tierras con un horizonte
argílico negro, de suelos plano-sólicos, con
poca profundidad efectiva debido a la presencia de una capa
de arcilla impermeabilizante; estos suelos son muy vulnerables
a erosión severa y a formación de profundas
cárcavas.
En el altiplano se han identificado tres grandes enclaves
xerófilos: El corredor seco del suroccidente del
altiplano que incluye los municipios de Bosa, Soacha, Sibaté,
Madrid, Mosquera, Funza y Facatativá; el segundo
es un pequeño sector en el centro de la Sabana en
Cajicá y Chía y el tercero está localizado
hacia el norte y nororiente del altiplano, en una franja
que incluye los alrededores de la represa de Tominé
—municipio de Guatavita—, y algunos sectores
de Chocontá, Villapinzón y Nemocón,
en la subcuenca del río Checua, de gran importancia
arqueológica.
El origen y procesos dinámicos de estas comunidades
no está claramente dilucidado; sin embargo, algunos
autores lo relacionan con estadios sucesionales de degradación
del bosque andino, aspecto discutible, puesto que las evidencias
paleoecológicas sugieren la existencia y origen natural
de estas comunidades desde el pasado, como reliquias de
sabanas altimontanas.
Su flora presenta un número apreciable de endemismos
y posee ciertas especies afines o idénticas a las
de comunidades análogas de Ecuador, Perú y
Bolivia. Los pastizales corresponden, desde el punto de
vista fisonómico, a formaciones vegetales xerofíticas
abiertas, compuestas principalmente por gramíneas
entremezcladas con hierbas de hoja ancha de porte bajo y
ocasionalmente con presencia de algunos arbustos aislados.
También se presentan pequeños parches degradados
de vegetación boscosa achaparrada con gaques, tunos
coronos y extensos matorrales con hayuelos y cactáceas.
EL ALTIPLANO Y SU RELACIÓN CON PÁRAMOS
Y SABANAS
Los estudios paleoecológicos muestran evidencias
de que durante la última glaciación —20.000
hasta 12.500 años antes del presente—, bajo
un clima más seco, los enclaves secos de la altiplanicie
estuvieron en contacto con los del valle del Magdalena y
ocuparon una gran extensión en parte de la altiplanicie
y el pie de monte de los cerros circundantes; desde entonces
la vegetación xerófila quedó restringida
a pequeños enclaves. Durante un largo tiempo elementos
de flora de baja altitud tuvieron un continuo proceso de
adaptación a nuevos hábitats, lo que permitió
la evolución, en la altiplanicie andina, de una flora
que procedía de las sabanas de baja altitud y de
la región paramuna, la cual tiene cerca de 20 géneros
de plantas vasculares en común con las sabanas y
cerca del 7,5% del total de los 265 géneros presentes
en la flora paramuna de la cordillera Oriental.
Estas zonas secas y degradadas siempre han sido poco valoradas
en su biodiversidad; sin embargo, recientes investigaciones
sobre los pastizales xerófilos
del altiplano demuestran su gran valor ecológico.
Sobre los enclaves secos del altiplano se describen dos
grandes tipologías: los pastizales altos de Andropogon,
localizados principalmente en laderas escarpadas y los pastizales
cortos con Eragrostis tipo prados, y los terófitos
—pequeñas hierbas de ciclo de vida muy corto—
en laderas suaves y terrazas planas de origen coluvio–aluvial.
La protección de estos pastizales contribuye a la
conservación de una fauna que depende de hábitats
abiertos, imprescindibles para la supervivencia de aves
como la perdiz, la dormilona piquipinta y la alondra cornuda.
Estas islas de sequía, como las denominó el
reconocido botánico Enrique Pérez Arbeláez,
son muy vulnerables a los disturbios producidos por el hombre,
los cuales aceleran los procesos de aridización.
Las principales amenazas que las ponen en peligro son la
intensa explotación de canteras, la fuerte erosión
de suelos, el pastoreo excesivo, el reemplazo de los pastizales
xerófilos por plantaciones forestales de especies
exóticas, la invasión de plantas y animales
exóticos, la erosión y carcavamiento y la
fuerte presión demográfica.
ALTIPLANO DE UBATÉ Y CHIQUINQUIRÁ
Entre los departamentos de Cundinamarca y Boyacá
se encuentra el altiplano del valle de Ubaté y Chiquinquirá,
cuya longitud es de 70 km aproximadamente y está
localizado sobre una planicie aluvial a 2.500 a 2.600 m
de altitud, que da continuidad al corredor seco del norte
de la Sabana de Bogotá, zona que presenta un fuerte
déficit hídrico la mayor parte del año,
con precipitaciones de 700 a 800 mm y temperatura media
de 14 °C.
Las principales actividades productivas de la región
son la industria lechera y la explotación minera,
principalmente de carbón, una de las más productivas
a nivel nacional. El sustento de la primera es una ganadería
especializada que se nutre de pastos mejorados sobre las
fértiles tierras de la planicie aluvial y el de la
segunda son los ricos yacimientos de carbón de las
laderas montañosas y secas, compuestas por rocas
sedimentarias formadas durante el Cretáceo, hace
unos 100 millones de años; la mayor parte de la producción
carbonífera de la región sale de los municipios
de Lenguazaque, Cucunubá, Guachetá y Tausa,
población que también ha sido reconocida por
sus minas de sal, explotadas desde tiempos prehispánicos
por los muiscas.
De sur a norte, en el departamento de Cundinamarca se encuentran
las poblaciones de Sutatausa, Cucunubá, Ubaté,
Fúquene, Susa, Simijaca y Lenguazaque, entre otras
y en la prolongación del altiplano en el departamento
de Boyacá se destacan las poblaciones de Chiquinquirá
y Saboyá.
SISTÉMA OROGRÁFICO
El macizo montañoso del páramo de Guerrero,
al suroccidente del altiplano, con alturas de 3.700 msnm,
es el sector más húmedo de la región,
con precipitaciones de 1.200 mm; de esta formación
se desprende un pequeño ramal de 3.000 m de altitud,
que actúa como barrera orográfica entre la
Sabana de Bogotá y el altiplano de Ubaté y
Chiquinquirá. Por el oriente, sobre la planicie aluvial
se elevan pequeños anticlinales de poca altitud,
proyecciones del anticlinal de Nemocón de rocas fuertemente
plegadas que conforman el sustrato de los páramos
secos de Amargosal, Ovejeras y Rabanal. Sus laderas, crestas
y picos de rocas areniscas pertenecen a la Formación
Guadalupe y presentan un aspecto grisáceo debido
a la cobertura vegetal dominada por matorrales como laurel,
amargoso, hayuelo, motua y pastizales xerófilos dispersos;
este es el hábitat preferencial del cardón
de hoja espinosa Puya bicolor, planta rosetófila,
perfectamente adaptada a los sustratos rocosos. Sobre las
rocas de la Formación Guadalupe se encuentra la Formación
Guaduas, cuyas areniscas intercaladas con mantos de carbón,
afloran en diferentes sectores.
El altiplano de Ubaté y Chiquinquirá se extiende
por el norte hasta Saboyá, donde lo rodean los páramos
bajos y secos de Saboyá y Merchán, que lo
separan del altiplano de Villa de Leyva. En algunas sectores
el relieve suave y colinado se debe a la presencia de la
Formación Bogotá, constituida principalmente
por arcillas rojizas y grisáceas, que producen diferentes
calidades de barro para la alfarería y la fabricación
de ladrillos.
Las laderas de poca pendiente presentan suelos superficiales
con un horizonte de arcillas negras endurecidas; debajo
de éstas aparecen otras de colores amarillo- rojizo
a pardo–amarillento, muy comunes en los enclaves secos
del altiplano de Bogotá. El proceso de formación
de estos suelos está relacionado con las condiciones
climáticas que se presentaron durante el Pleistoceno
— largos períodos secos y aportes de cenizas
volcánicas procedentes de la cordillera Central—.
De acuerdo con los estudios del Instituto Geográfico
Agustín Codazzi —IGAC—, dichos suelos,
al evolucionar bajo la influencia de ceniza volcánica
y regímenes ústicos —secos—, generaron
en el altiplano cundiboyacense terrenos altamente erosionables
de extensiones relativamente grandes. Según los estudios
detallados de Jaime Villarreal, en la cuenca de la laguna
de Cucunubá se encuentran varios grados de erosión
en las laderas, a una altitud entre 2.600 a 2.900 m; algunas
presentan erosión laminar, otras surquillos y otras
cárcavas profundas; hay pequeños sectores
—menores del 10%—, utilizados para cultivos
o pastos, que tienen poco deterioro. En este proceso han
influido el drenaje externo de escorrentía, la pendiente,
la baja infiltración, los aguaceros intensos de corta
duración, la tala de la vegetación, el mal
uso y el manejo inadecuado de la tierra y la actividad minera.
Buena parte del proceso erosivo del paisaje, con profundas
cárcavas debido a la facilidad con que el agua remueve
los horizontes arcillosos, consiste en el transporte de
los sedimentos hacia la planicie aluvial que sepulta suelos
fértiles hacia las lagunas del altiplano y acelera
su sedimentación. Algunos sectores del valle de Ubaté
han sido objeto de actividades intensivas de plantación
forestal con pinos y acacias desde hace 20 años,
lo que ha mitigado en parte los problemas del sustrato y
de la demanda de madera para la minería; sin embargo,
no se ha logrado contener la erosión superficial,
factor que se habría logrado mediante la utilización
conjunta de la vegetación nativa, especialmente adaptada
a las condiciones ambientales de la región.
El más sorprendente paisaje de laderas en el Valle
de Ubaté es el de un anticlinal conformado por rocas
de la Formación Guadalupe, intercaladas con rocas
arcillosas más blandas. Inicialmente se formó
debido al fuerte plegamiento de la corteza durante el Plioceno
—hace más de 10.000 años— y posteriormente
los procesos erosivos se encargaron de tallar de manera
diferencial la cumbre montañosa, que es el sector
más débil por haber sufrido los efectos de
distensión que fracturaron las rocas de arenisca
y porque luego se erosionaron intensamente las rocas más
blandas. El material erosionado que se depositó entre
las crestas superiores de la serranía, originó
un conjunto de valles angostos rodeados de paredes de rocas
resistentes a la erosión, formadas por grandes bloques
inclinados o por escarpes verticales. Sobre las rocas más
blandas arcillosas y más húmedas de este valle
elevado y oculto, se conservan algunos fragmentos de bosques
con encenillos y arrayanes.
EL PAISAJE DE PLANICIE ALUVIAL
El paisaje de planicie aluvial o zona plana, cuya altitud
es de 2.500 a 2.600 m, se formó por depósitos
de origen lacustre hace unos 10.000 años, durante
el Pleistoceno–Holoceno. Sus suelos muy ácidos,
con un espesor de 400 m, están compuestos por arcillas,
limos, gravas y mucha materia orgánica; hacia el
piedemonte, el terreno que es mejor drenado, se formó
en tiempos recientes por acarreo de materiales generados
por la fuerte erosión y transportados por las lluvias.
Un factor determinante para la utilización de los
suelos de la planicie aluvial, es la fluctuación
del nivel freático que hace que en época de
lluvias se produzcan encharcamientos temporales que afectan
cultivos y pastizales. Por esta razón los habitantes
han construido un complejo sistema de canales de drenaje
para acelerar el proceso de desecación y así
consolidar los predios para integrarlos a la ganadería.
EL SISTEMA HÍDRICO DEL ALTIPLANO
Hace 40.000 años el altiplano de Ubaté y Chiquinquirá
era un gran lago rodeado por bosques de alisos; después
de un largo proceso natural de sedimetación, y la
intervención del hombre, el altiplano presenta un
sistema hídrico complejo formado por tres grandes
lagunas: Suesca, Cucunubá y Fúquene y por
cuerpos de agua que, como la laguna de Palacio, se han colmatado
y creado ambientes pantanosos cubiertos por juncos y otras
plantas acuáticas. El principal sistema de drenaje
es el río Suárez que nace en la laguna de
Fúquene y más adelante, en la población
de Saboyá, en el extremo norte del altiplano, desciende
rápidamente para formar un profundo cañón
seco que culmina en el valle del río Magdalena.
Varias quebradas y ríos nacen en la cuenca alta y
después de recorrer cortas distancias, situación
característica de los altiplanos, forman pequeños
ríos como el Lenguazaque, Susa, Simijaca o el Ubaté,
que da nombre al valle. El nombre del río Aguasal
resalta sus características: nace en el anticlinal
salinífero de Tausa y más adelante, cuando
la sal se ha diluido, recibe el nombre de río Aguadulce.
Se desconoce si estos ecosistemas de fuentes salinas de
alta montaña tienen una biota de algas, musgos o
artrópodos especialmente adaptada, o si la fuente
salina es de origen reciente y no ha transcurrido suficiente
tiempo evolutivo para formar nuevas especies en este hábitat
singular.
LAGUNA DE SUESCA
La laguna de Suesca se localiza a 2.800 m de altitud, en
el fondo de una depresión lacustre. Su área
original de aproximadamente 500 ha se ha reducido a cerca
de 200, con una borde lacustre amplio y de poca profundidad;
es posible que su pérdida de agua se deba a infiltraciones
a través de fallas en el fondo. Su microcuenca es
muy cerrada y reducida con relieve suavemente colinado,
que se caracteriza por la presencia de páramos secos
a 3.000 m de altitud, en los cerros Amargosal al oriente
y en la prolongación de la cuchilla Sibitá
al occidente. La alimentación de la laguna depende
principalmente de las aguas lluvias, de la escorrentía
superficial y de fuentes estacionales que se secan durante
el verano, lo que genera un sistema de drenaje endorreico
—hacia el interior del cuerpo de la laguna.
Debido a los fuertes veranos y a las heladas al amanecer,
frecuentes en la región, el paisaje adquiere un aspecto
semiárido, cargado de pajonales secos y amarillos,
donde la agricultura tiene poco desarrollo; sin embargo
en las laderas, durante la estación de lluvias se
cultiva papa gracias a un sistema de rotación o descanso
de la tierra, que se intercala con pastoreo de ovejas. La
vegetación dominante en las laderas que llegan hasta
el borde de la laguna se compone de comunidades vegetales
de pastizales xerófilos compuestos por una flora
rica en gramíneas nativas como Aristida laxa,
Aegopogon cenchroides y una diminuta hierba de hojas
rosetófilas Chaptalia runcinata, que se
registra por primera vez para esta región en la ladera
suroccidental de la laguna. En las áreas recientemente
intervenidas con cultivos, predominan pastizales con kikuyo.
Es sorprendente, que a pesar del avanzado estado de eutrofización
de la laguna, las plantas acuáticas que son propias
de estos ambientes permanezcan restringidas a unos pocos
sectores. El espejo de agua es cubierto anualmente por el
helecho de agua Azolla filiculoides y cuando llega
el verano la extensa alfombra verde que cubre el lago termina
su ciclo de vida, cambia su coloración al rojo y
finalmente estas diminutas plantas flotantes se secan y
varias toneladas de materia orgánica se depositan
en el fondo, para hacer parte de un ciclo permanente de
nutrientes que le sirven a la fauna acuática de anfibios
y peces como la guapucha y el capitán de la Sabana
y a las aves como la focha andina, los patos zambullidores
y varias garzas, entre otras especies.
A este proceso de enriquecimiento o eutrofización
con materia orgánica, se suma el aporte de sedimentos
producido por la escorrentía superficial de las vertientes
que rodean la laguna y de algunos cultivos. Hacia el sur
son notorios los procesos de erosión y formación
de cárcavas, que terminan por depositar sus limos
arcillosos en el fondo de la laguna. El área que
lentamente ha cedido la laguna es rápidamente colonizada
por pastizales y utilizada para la ganadería. La
fauna de pequeños mamíferos prácticamente
ha desaparecido; sin embargo, ocasionalmente se observan
zorros de montaña y faras o chuchas, posiblemente
procedentes de las cumbres de la zona paramuna.
LAGUNA DE CUCUNUBÁ
En el plano aluvial del valle de Ubaté, la laguna
de Cucunubá —rostro de hombre en lengua muisca—,
está conectada mediante un canal con la laguna de
Palacio y presenta una gran zona de juncales —96 ha—,
unidos a los de Palacio. A poca distancia se fundó,
en 1600, el pueblo de Cucunubá que conserva el trazado
y varias construcciones del período colonial. La
laguna tiene una configuración particular en su microcuenca
de captación, por estar en el lado oriental de la
planicie y al borde de un gran anticlinal erosivo, lo cual
en cierta forma la diferencia de las otras lagunas de la
región. Su cuerpo de agua, que en la actualidad es
de 106 ha, se está reduciendo debido al aporte de
sedimentos generados por la erosión, los cuales son
transportados por las quebradas Pueblo Viejo y Chuncesia.
Los estudios de las condiciones fisioquímicas del
agua revelan una característica común en las
lagunas de poca profundidad, localizadas en zonas secas
del altiplano: altos niveles de mineralización que
se generan por los iones disueltos en el agua, procedentes
de la meteorización de sustratos recientes de origen
sedimentario, ricos en carbonato de calcio. Debido a la
dureza del agua —altos niveles de iones, calcio y
magnesio—, se presenta alta conductividad eléctrica,
lo que a su vez hace que el sistema lagunar sea más
productivo y favorable para la proliferación de algas
y algunas plantas acuáticas sumergidas, de las cuales
la elodea es la más invasiva y difícil de
controlar.
La pérdida del espejo de agua de la laguna de Cucunubá
se debe principalmente a la intervención del hombre
en el manejo hídrico y al uso excesivo del agua para
satisfacer la demanda de los sistemas de riego. De acuerdo
con los estudios de la Universidad Nacional en 1981, aproximadamente
en 20 años la laguna perdió el 26% de su capacidad
de almacenamiento de agua; en ese mismo período la
frontera agrícola avanzó en un 27%. Si bien
la laguna no ha desaparecido, el proceso de eutroficación
continúa y puede llevar a su desaparición,
lo que generaría un gran problema ambiental.
LAGUNA DE FÚQUENE
Los muiscas le dieron el nombre de Fúquene —Lecho
de la Zorra— a esta laguna, la más grande e
importante de la planicie aluvial del valle de Ubaté
y Chiquinquirá, cuyas aguas alimentan uno de los
distritos de riego más extensos y complejos —22.000
hectáreas— del altiplano cundiboyacense y surten
los acueductos de Chiquinquirá y otras poblaciones
vecinas.
En los últimos 50 años la laguna ha reducido
drásticamente su espejo de agua; de 3.000 ha, pasó
a 1.800. El proceso de desecación ha aumentado el
área pantanosa y en la zona de humedal —1.260
ha— se han establecido los juncales y totorales, plantas
que han sido aprovechadas por los nativos desde tiempos
prehispánicos para fabricar canastos y esteras; en
la actualidad algunas familias campesinas que heredaron
las técnicas de los indígenas, las utilizan
para la elaboración artesanal de objetos utilitarios
y decorativos.
El río Ubaté recorre buena parte del sur del
valle hasta la laguna y varias poblaciones e industrias
vierten en él sus aguas residuales que finalmente
llegan a la laguna de Fúquene, la cual, además
de presentar una menor superficie, recibe una carga de materia
orgánica y una eutrofización que supera su
capacidad natural para depurarla. De otra parte, la proliferación
de plantas acuáticas y el exceso de nutrientes disponibles
han favorecido la invasión del buchón acuático
que cubre varias hectáreas y de la elodea que ha
invadido todo el lago.
La desaparición de este gran sistema lagunar puede
desencadenar una serie de procesos macroecológicos
en cascada, que probablemente aumentarán la aridización
de la región con graves consecuencias sociales y
pérdida de biodiversidad. Sin embargo, con un manejo
adecuado, la cuenca de Fúquene podrá continuar
disfrutando de este maravilloso ambiente.
ALTIPLANO DE SAMACÁ Y VILLA DE LEYVA
Esta apacible región en medio de un paisaje intensamente
erosionado y árido, donde los muiscas erigieron un
centro ceremonial, o lo que parece ser un observatorio astronómico
que consiste en un complejo de monolitos de gran tamaño
con figuras fálicas alineadas y donde los conquistadores
fundaron en 1572 Villa de Leyva, población declarada
Monumento Nacional que aún conserva buena parte de
sus construcciones coloniales, es reconocida por la abundancia
de una rica fauna y una flora fosilífera que reposa
en los sedimentos de un antiguo mar interior del Cretáceo.
El eje principal de este conjunto de altiplanicies de 30
km de longitud aproximadamente es el río Gachaneca
o río Sáchica, que nace al suroccidente de
Samacá, en el páramo del mismo nombre, a 3.200
m de altitud y recibe las aguas del río Cane; éste
nace en los páramos del oriente, donde se encuentran
la laguna de Iguaque y el río Sutamarchán,
que recoge las aguas del valle seco del desierto de la Candelaria
y la zona de Ráquira. El río continúa
su curso a 2.100 msnm a través de las áridas
tierras del altiplano de Villa de Leyva, cuyas precipitaciones
medias anuales, hacia el centro de la región, son
de 700 a 1.000 mm, con temperaturas medias de 18 °C.
La planicie aluvial baja del altiplano de Samacá,
a 2.600 m de altitud, fue una gran laguna y actualmente
sus fértiles limos son cultivados intensamente para
producir cebolla, papa y ocasionalmente algunos cereales.
A pesar de la sequía, algunos páramos, lamentablemente
ocupados en parte por extensas plantaciones de pinos, capturan
la poca humedad de la región y abastecen, a partir
de pequeños embalses, los acueductos de Samacá
y de la ciudad de Tunja. Sus laderas y pequeñas colinas
son extremadamente secas y erosionadas.
Los estudios del impacto de las plantaciones de pino en
el páramo seco de Gachaneca, demuestran un efecto
negativo debido a la poca cantidad de materia orgánica
y a la menor humedad que generan; las sustancias resinosas
exudadas por los pinos conservan la estructura del suelo,
pero al bloquear los poros dificultan su humedecimiento.
El altiplano de Villa de Leyva presenta un amplio gradiente
altitudinal desde los 2.000 msnm en las planicies aluviales
más bajas, hasta los 3.800 en los páramos
del eje montañoso oriental donde nace la laguna de
Iguaque en el páramo de Morro Negro que está
sobre el anticlinal de Arcabuco al nororiente de Villa de
Leyva. Según el mito muisca, en esta laguna está
el origen de la humanidad, pues de allí emergió
Bachué con un niño en los brazos; cuando éste
se hizo hombre engendraron muchos hijos que poblaron la
tierra y aprendieron de la pareja original a cultivar el
maíz, a tejer y a elaborar objetos de arcilla.
Al sur, el altiplano está limitado por el páramo
de Gachaneca, al occidente se levanta el páramo seco
de Marchán y hacia el norte los sedimentos ricos
en fósiles del antiguo mar, son cortados por el río
Moniquirá. El paisaje de la planicie aluvial es muy
seco y está conformado por numerosos valles pequeños,
que han disectado profundamente las montañas de origen
sedimentario con las rocas cretácicas y carboníferas
que los rodean. De acuerdo con las investigaciones realizadas
por Joaquín Molano sobre Villa de Leyva, se conjugan
diversas causas en los procesos erosivos de esta área,
que debido a las características del sustrato donde
se encuentra, representan un factor favorable a la erosión.
Las condiciones climáticas pasadas y presentes son
determinantes en la transformación del área;
tanto las fluctuaciones climáticas como la acción
del agua lluvia, el sol y los vientos, han provocado mantos
de intemperización y zonas de lavado, deflación,
resecamiento y remoción, generadores de procesos
erosivos, que sumados a la actividad humana se han tornado
irreversibles.
En este paisaje fuertemente erosionado y seco se presenta
una inusual diversidad ecosistémica con bosques de
encenillos, matorrales y pajonales de páramos secos,
bosques secos con gaques y arrayanes en algunas cañadas
y finalmente bosques de roble restringidos a pequeños
parches en las cañadas, especialmente en la región
más húmeda de la cuchilla de Morro Negro al
nororiente de Villa de Leyva. En los lomeríos predomina
la vegetación abierta de pastizales xerófilos
y en algunos casos se encuentran especies características
de las sabanas de la Orinoquia que se entremezclan con elementos
típicos del páramo bajo, lo que demuestra
el largo proceso evolutivo y de adaptación de estas
especies de sabana, a los altiplanos. Las evidencias paleoecológicas
demuestran que los fuertes cambios climáticos ocurridos
en el pasado, permitieron a esta flora de baja altitud colonizar
los altiplanos a través de la formación de
corredores secos.
Las difíciles condiciones ambientales han restringido
el desarrollo de la agricultura, que en general se concentra
en la producción de trigo, maíz y papa en
pequeñas parcelas. En medio de estos campos áridos
aún se mantienen unos cuantos olivos, testimonio
de la siembra de estos árboles por los españoles,
que pronto fueron abandonados. La ganadería se ha
especializado en la cría de pequeños rebaños
de cabras y ovejas, especies que toleran las condiciones
de sequía. Estas últimas son de gran importancia
para la producción de tejidos de la región;
en telares artesanales se elaboran mantas, ruanas y diversos
objetos de lana virgen.